GERARDO DIEGO
Agua verde, verde,
verde,
agua encantada del Júcar,
verde del pinar serrano
que casi te vio en la cuna
—bosques de san
sebastianes
en la serranía oscura,
que por el costado herido
resinas de oro rezuman—;
verde de corpiños
verdes,
ojos verdes, verdes lunas,
de las colmenas, palacios
menores de la dulzura,
y verde —rubor
temprano
que te asoma a las espumas—
de soñar, soñar —tan niña—
con mediterráneas nupcias.
Álamos, y cuántos
álamos
se suicidan por tu culpa,
rompiendo cristales verdes
de tu verde, verde urna.
Cuenca, toda de
plata,
quiere en ti verse desnuda,
y se estira, de puntillas,
sobre sus treinta columnas.
No pienses tanto en
tus bodas,
no pienses, agua del Júcar,
que de tan verde te añilas,
te amoratas y te azulas.
No te pintes ya tan
pronto
colores que no son tuyas.
Tus labios sabrán a sal,
tus pechos sabrán a azúcar
cuando de tan
verde, verde,
¿dónde corpiños y lunas,
pinos, álamos y torres
y sueños del alto Júcar?
