HISTORIA DE ARDA
La Creación de Arda
Según el «Ainulindalë», el primer libro de El Silmarillion, cuando no había más
que oscuridad y un gran Vacío, existía un Ser omnisciente que vivía solo en la
nada. Se llamaba Eru el Único o, como lo llamarían después los elfos, Ilúvatar.
Éste era el Ser que para Tolkien sería el origen de toda creación. A lo largo del «Ainulindalë» Tolkien nos cuenta cómo los pensamientos elementales de Ilúvatar se convirtieron en una raza de dioses, llamados los Ainur (los «santos») y cómo mediante el poder de Su espíritu -la «Llama Imperecedera»- Ilúvatar otorgó a los Ainur la vida eterna. Para esta raza de dioses, Ilúvatar creó una morada en el Vacío, que recibió el nombre de Palacios Intemporales. Aquí, Ilúvatar enseñó a los Ainur a cantar, y éstos se convirtieron en un enorme coro celestial. De la música de estos espíritus divinos surgió una sagrada Visión que era un mundo esférico que giraba en el Vacío.
Arda, el mundo de Tolkien, literalmente surgió del canto, y cada miembro de la
hueste celestial tuvo una parte en su concepción, incluso el poderoso espíritu
satánico llamado Melkor, quien cantaba sobre la lucha y la discordia. Sin
embargo, la Música de los Ainur no había creado más que una Visión; hizo falta
la palabra y la orden de Ilúvatar (y el poder de la Llama Imperecedera) para
crear Eä, el Mundo que es. De esta forma se le dio a la Visión sustancia y
realidad. Y a ese mundo descendieron aquellos de los Ainur que más habían tomado
parte en su concepción y que deseaban participar aún más en su formación.
Así relataba Tolkien la creación de su planeta, al que llamó Arda. Su concepción
es a la vez extrañamente etérea y vastamente operística. Además, es una especie
de doble creación, porque, cuando los Ainur llegaron a Arda, encontraron que
ellos tenían que darle forma. La Música y la Visión no eran más que grandes
temas generales y profecías de lo que había de venir. Darle forma y crear su
historia resultaron tareas mucho más difíciles.
Tolkien nos dice que la mayoría de los Ainur permanecieron con Ilúvatar en los
Palacios Intemporales, pero no vuelve a referirse a ellos. Sus historias tratan
solamente de aquellos que entraron en las Esferas del Mundo. Aquí, estos
espíritus divinos y sin cuerpo adoptaron manifestaciones de índole más física.
Se convirtieron en los elementos y poderes de la naturaleza, pero, al igual que
los dioses nórdicos o griegos, poseían una forma física, una personalidad, un
género y estaban emparentados los unos con los otros. Los Ainur que entraron en
Arda se dividen en dos órdenes: los Valar y los Maiar; los dioses y semidioses.
Los Valar eran quince: Manwë, Rey de los Vientos; Varda, Reina de las Estrellas;
Ulmo, Señor del Océano; Nienna, la Plañidera; Aulë, el Herrero; Yavanna, Dadora
de Frutos; Oromë, Señor de los Bosques; Vána, la Joven; Mandos, Guardián de los
Muertos; Vairë, la Tejedora; Lórien, Señor de los Sueños; Estë, la Curadora;
Tulkas, el Fuerte; Nessa, la Bailarina, y Melkor, a quien más tarde se daría el
nombre de Morgoth, el Enemigo Oscuro.
Los Maiar eran multitud, pero sólo unos cuantos de estos inmortales aparecen
nombrados en las crónicas de Tolkien: Eönwë, Heraldo de Manwë; Ilmarë, Doncella
de Varda; Ossë de las Olas; Uinen de los Mares Tranquilos; Melian, Reina de los
sindar; Arien, Conductora del Sol; Tilion, Conductor de la Luna; Sauron, Señor
de los Anillos; Gothmog, Señor de los balrogs; Thuringwethil, la Vampira;
Ungoliant, la Araña; Draugluin, el Licántropo; Baya de Oro, la Hija del Río;
Iarwain Ben-adar (Tom Bombadil), y los cinco magos: Olórin (Gandalf), Curunir (Saruman),
Aiwendil (Radagast), Alatar y Pallando.
Tan sólo después de la creación del mundo y de que los Ainur entraran en él
comenzó la cuenta del tiempo en Arda. Dado que durante la mayor parte de la
historia de Arda no hay sol ni luna para medir el paso del tiempo, Tolkien nos
da la medida cronológica del año valariano y de las edades valarianas. Cada año
valariano, nos cuenta Tolkien, equivale a diez años tal y como los conocemos
nosotros. Y dado que cada edad valariana contiene cien años valarianos, equivale
a mil años humanos. Aunque hay numerosos sistemas superpuestos y variaciones en
acontecimientos y fechas en los distintos escritos de Tolkien, existe la
suficiente coherencia para estimar con cierta precisión que el tiempo
transcurrido desde la Creación de Arda hasta el final de la Tercera Edad del Sol
(poco después de la Guerra del Anillo) fue de treinta y siete edades valarianas,
o, para ser más exactos, de 37.063 años humanos.
Dentro de este vasto esquema temporal, los poderes recién llegados pasaron las
primeras edades valarianas dando forma a Arda. Sin embargo, así como hubo
discordia en la Música de los Ainur, también, cuando comenzó la verdadera
formación de Arda, una hueste de espíritus Maiar, guiados por el poderoso Vala
satánico llamado Melkor, el Enemigo Oscuro, originaron un gran conflicto. Fue
ésta la Primera Guerra que llevó a que la simetría natural y la armonía de Arda
se trocaran en confusión. Aunque Melkor acabó siendo rechazado, las tierras y
mares de Arda conservaron cicatrices y desgarros y la posibilidad de Arda como
mundo ideal, tal y como la había mostrado la Visión, se perdió para siempre.
Las Edades de las Lámparas
Después de la era de la Creación y de la formación de Arda, el «Quenta
Silmarillion» y las publicaciones posteriores de los apuntes y cronologías de
Tolkien en «El Ambarkanta» y los «Anales de Valinor» nos hablan de una época
idílica que recibió el nombre de Edades de las Lámparas, cuando, a pesar de la
Injuria de Arda durante la Primera Guerra, los Valar llenaron el mundo de
maravillas naturales de gran hermosura y armonía. Se llamó así a estas edades
porque los Valar crearon dos colosales Lámparas mágicas para iluminar el mundo.
Fue el Vala llamado Aulë el Herrero quien forjó estos recipientes dorados,
mientras que la Reina de las Estrellas, Varda, y el Rey del Viento, Manwë, las
llenaban y las hacían refulgir de luz. Se necesitaron los poderes combinados de
los demás Valar para alzar cada Lámpara sobre enormes columnas, mucho más altas
que cualquier montaña. Se colocó una Lámpara en el norte de la Tierra Media y se
la llamó Illuin, que se alzaba en el centro de un mar interior llamado Helcar.
La otra estaba en el sur, y se llamó Ormal, y se alzaba en el centro del mar
interior llamado Ringil.
Durante las Edades de las Lámparas se creó el primer reino de los Valar, en el
Gran Lago de la isla de Almaren, en el centro exacto de Arda. Era una maravilla,
lleno de hermosas mansiones y torres de los Valar y Maiar, y el mundo se llenó
de alegría y de luz.
Esta era idílica recibió también el nombre de «Primavera de Arda», porque
Yavanna la Fructífera creó los grandes bosques y las vastas praderas, y muchos
pacíficos y hermosos animales y criaturas del campo y el agua. Pero Almaren no
fue el único reino que se creó en ese tiempo. Lejos, al norte, los espíritus
malignos Maiar volvieron a reunirse y Melkor regresó a Arda. En secreto,
mientras los Valar descansaban de sus tareas, Melkor alzó las enormes Montañas
de Hierro, como un gigantesco muro que cruzaba las tierras septentrionales, y
bajo ellas construyó una fortaleza del Mal, llamada Utumno. Desde aquel refugio
comenzó a corromper las creaciones de los Valar y hubo venenos que se mezclaron
con las aguas y los bosques. Las hermosas criaturas de Yavanna fueron deformadas
y torturadas de forma que se volvieron monstruosas y sedientas de sangre.
Por último, cuando creyó que ya era lo bastante fuerte,
Melkor avanzó con su
ejército maligno y declaró la guerra a los Valar. Cogiéndolos por sorpresa,
derrumbó los pilares de las Grandes Lámparas de manera que las montañas quedaron
hechas pedazos y las feroces llamas de las Lámparas se extendieron por todo el
mundo. En el cataclismo quedó totalmente destruido el reino de Almaren.
Con este terrible conflicto terminó la Primavera de Arda y el mundo quedó
sumergido otra vez en la oscuridad, a excepción de la luz de los destructivos
fuegos de la tierra, envuelto en el tumulto de los terremotos y el rugir de los
mares. Hizo falta toda la fuerza de las huestes valarianas para sosegar estos
poderosos cataclismos y evitar que el mundo entero quedara destruido.
En lugar de luchar contra Melkor en medio de aquel tumulto, provocando aún mayor
destrucción, los Valar abandonaron Almaren y la Tierra Media. Se retiraron a la
parte más occidental, al gran continente de Aman que recibiría el nombre de
Tierras Imperecederas. De esta forma las Edades de las Lámparas llegaron a su
fin, mientras los Valar creaban un nuevo reino en el oeste y las devastadas
regiones de la Tierra Media quedaban esclavas del poder maligno de Melkor.
Las Edades de los Árboles
Tras la destrucción de las Grandes Lámparas y del primer reino de Almaren, los
Valar se dirigieron al oeste, al continente de Aman, donde crearon un segundo
reino que se llamó Valinor, que significa «Tierra de los Valar». Allí cada uno
ocupó una parte de tierra y edificó mansiones y creó jardines, pero también
construyeron Valimar, el «Hogar de los Valar», una ciudad amurallada con cúpulas
y torres de oro y plata, llena con la música de muchas campanas.
En una verde colina, junto a las doradas puertas occidentales de Valimar, los
Valar plantaron dos enormes y mágicos árboles. Fueron los árboles más altos que
jamás hayan existido y recibieron los nombres de Laurelin el Dorado y Telperion
el Blanco. Estos Árboles de Valinor tenían casi las dimensiones de las colosales
Lámparas de los Valar, y de ellos emanaba un brillante resplandor de luz
plateada y dorada a la vez. El crecimiento y mengua de las flores de cada Árbol
constituyeron una manera para medir los días, y la luz misma alimentaba a todos
quienes vivían dentro de su resplandeciente presencia, llenándolos de
bendiciones y sabiduría. Sabemos por los primeros apuntes y crónicas de Tolkien,
en los «Anales de Valinor», que las Edades de los Árboles comenzaron mil años
valarianos después de la Creación de Arda; es decir, en la décima edad valariana,
o diez mil años humanos después de la Creación de Arda.
También sabemos que las Edades de los Árboles comprenden casi veinte edades
valarianas o, lo que es lo mismo, veinte mil años humanos.
Existe, sin embargo, un factor complejo en la cronología de Tolkien para Arda,
porque las Edades de los Árboles sólo atañen a las Tierras Imperecederas. Se nos
cuenta que, al llegar a Aman, los Valar levantaron una gran muralla que tomó la
forma de las montañas Pelóri, para impedir el paso a Morgoth y a todas sus
criaturas. Estas montañas, las más altas del mundo, protegieron en efecto a
Valinor contra una invasión, pero también encerraron la Luz de los Árboles, por
lo que el resto de Arda permaneció en la oscuridad.
Por ello, durante las Edades de los Árboles nos encontramos con sistemas
paralelos de tiempo. Así, mientras que las Tierras Imperecederas disfrutaban de
la gloria de los Árboles, la Tierra Media atravesó dos épocas, cada una de las
cuales duró diez mil años humanos: las Edades de la Oscuridad y las Edades de
las Estrellas.
En las Tierras Imperecederas, las Edades de los Árboles se dividieron en dos
eras. Las diez primeras edades valarianas, o diez mil años humanos, de las
Edades de los Árboles se conocieron como los Años de la Bendición de Valinor.
Durante este período, los Valar y los Maiar prosperaron y sus grandes mansiones
y moradas se hicieron aún más grandes y más hermosas. Manwë creó las águilas,
Yavanna los ents y Aulë los enanos. Verdaderamente esos tiempos fueron benditos
en Valinor, mientras que, al otro lado de las murallas de las montañas Pelóri,
la Tierra Media soportaba el terror y la maldad del dominio de Melkor durante
las Edades de la Oscuridad.
Durante las diez edades valarianas siguientes, se nos revelan muchas más cosas
sobre los acontecimientos en Valinor y en la Tierra Media. Esta segunda era de
las Edades de los Árboles recibió el nombre de Mediodía de los Benditos, pero en
la Tierra Media se la llamó Edades de las Estrellas. Fue entonces cuando Varda,
la Reina de los Cielos, volvió a encender las estrellas sobre la Tierra Media y
provocó el Despertar de los elfos.
Después, cuando llegaron a las Tierras Imperecederas las nuevas del Despertar de
los elfos y de que Melkor quería esclavizarlos, matarlos y corromperlos, los
Valar celebraron un consejo de guerra. Fieros, como ángeles vengativos, los
Valar y los Maiar regresaron a la Tierra Media y aplastaron a su paso a las
legiones de Melkor.
Esta lucha recibió el nombre de Guerra de los Poderes, y en ella hubo muchas
batallas y duelos, en cuyo transcurso los Valar destruyeron completamente Utumno
y sacaron al tirano Melkor de sus abismos. Después, Melkor fue llevado
prisionero a Valinor y cargado de cadenas indestructibles. Este período recibió
el nombre de Paz de Arda, y duró casi todo lo que quedaba de las Edades de los
Árboles en Valinor y de las Edades de las Estrellas en la Tierra Media.
Éstos fueron los mejores años para la raza élfica, porque, sin la ira maligna de
Melkor, este pueblo elegido prosperó y aumentó más y más su poderío. Tras la
Guerra de los Poderes, los Valar invitaron a los elfos a ir a vivir junto a
ellos en la Tierra de la Luz. Esto provocó la migración masiva conocida como el
Gran Viaje de los eldar, los elfos que respondieron a la invitación de los
Valar.
El Gran Viaje fue el tema de muchas canciones de los elfos, porque la travesía
fue larga y azarosa, y los eldar se dividieron muchas veces en diversas razas y
tribus. Los que llegaron a las Tierras Imperecederas y fueron bendecidos por la
Luz de los Árboles pertenecían a tres pueblos: los vanyar, los noldor y los
teleri. Para estos pueblos escogidos, los Valar acotaron una parte de las
Tierras Imperecederas que se llamó Eldamar, «Hogar de los elfos», y su hermosura
era algo digno de contemplarse. Sus torres y mansiones eran muchas, pero las
mejores se encontraban en Tirion, la capital de los vanyar y los noldor, y en
las ciudades teleri de Alqualondë, en la costa de Eldamar, y en Avallónë, en la
isla de Tol Eressëa.
Tras las Edades del Encadenamiento, Melkor fue llevado ante los Valar para ser
juzgado. Parecía haber cambiado y dijo estar arrepentido, de manera que Manwë,
el Señor de los Valar, ordenó que se le quitaran las cadenas. Pero los Valar
fueron engañados. Melkor conspiraba en secreto su caída. Primero sembró la
discordia entre los elfos y luego, aliado con la Gran Araña Ungoliant, declaró
la guerra abierta. Se acercó a los Árboles de los Valar con Ungoliant y los
atacó con una gran lanza, y la Araña chupó la vida y la Luz de los Árboles, de
manera que éstos se agostaron y murieron. Todo Valinor quedó sumido en una
horrible oscuridad con la No-Luz de Ungoliant y Melkor rió con maligna alegría
porque por segunda vez había extinguido las grandes luces del mundo.
No contento con esta gran maldad, Melkor se dirigió a la fortaleza élfica de
Formenos, mató al Gran Rey de los noldor y robó las gemas mágicas conocidas como
los Silmarils. Éstas eran las joyas más preciadas de todas las edades y tenían
un carácter sagrado para sus creadores, los noldor, porque significaban su
máximo logro en la creación de joyas élficas. Con el Oscurecimiento de Valinor,
todavía cobraron más valor, porque aquellas tres gemas resplandecían y brillaban
con la Luz viva de los Árboles de los Valar.
Pero, por muy hermosos que fueran, los Silmarils parecían llevar consigo una
terrible maldición, pues llevaban la destrucción y la desesperación a todos
aquellos que los poseían. Cuando Melkor se apoderó de ellos y huyó a la Tierra
Media, los noldor hicieron un juramento de sangre para vengarse y, bajo el
liderazgo de Fëanor, creador de los Silmarils, fueron tras Melkor. Aquél fue el
inicio de la Guerra de las Grandes Joyas, relatada en El Silmarillion, que duró
toda la Primera Edad del Sol.
La Primera Edad del Sol
Aunque las Edades del Sol son el núcleo principal de prácticamente todas las
historias de Tolkien, este astro no surge en el cielo hasta la trigésima edad
valariana o, lo que es lo mismo, 30.000 años humanos después de la Creación de
Arda. Aun así, el tiempo transcurrido en años solares es muy extenso. Al final
de la Guerra del Anillo y de la Tercera Edad habrán transcurrido 7.063 años
humanos.
En las primeras cronologías de los «Anales de Valinor», Tolkien nos cuenta que
29.980 años humanos después de la Creación de Arda, Melkor y la Gran Araña
Ungoliant pusieron fin a las Edades de los Árboles en Valinor y extinguieron su
luz para siempre. Pero las Valar Yavanna, Dadora de Frutos, y Nienna, la
Plañidera, consiguieron extraer de sus restos arruinados una única flor de plata
llamada Isil la Refulgente y un único fruto dorado llamado Anar el Fuego de Oro.
Fueron colocados en grandes recipientes forjados por Aulë el Herrero y, en el
año 30.000 (cronología humana) de la Creación de Arda, estos brillantes
recipientes fueron llevados a los cielos. Eran el Sol y la Luna y a partir de
entonces iluminaron todas las tierras de Arda.
Igual que el Renacimiento de las
Estrellas significó el Despertar de los elfos, el Amanecer del Sol señaló el
Despertar de los hombres. Cuando la primera luz de la mañana penetró en los ojos
de los hombres, despertaron a una nueva edad. Porque Ilúvatar, igual que había
creado la raza inmortal de los elfos en el principio de los tiempos y la había
escondido en la laguna de Cuiviénen, también había creado la raza mortal de los
hombres y los ocultó en el este de la Tierra Media, en un lugar llamado
Hildórien, la «tierra de los seguidores», al otro lado de las Montañas del
Viento. Este nuevo pueblo no podía compararse con los elfos en cuanto a fuerza
de cuerpo y alma. Eran mortales y su vida era breve, incluso comparada con la de
los enanos. Compadecidos, los elfos enseñaron a estas gentes enfermizas todo lo
que pudieron, pero terminaron descubriendo que en su mortalidad residía una
fuerza secreta. Porque esta raza resultó ser más adaptable a las exigencias de
un mundo cambiante y, a pesar de morir fácilmente y en gran número, también se
reproducían más rápido que cualquier otra raza con excepción de la de los orcos.
Las tribus de este pueblo nómada vagaron por todas las regiones de la Tierra
Media. Pero los mejores y los más fuertes de ellos fueron los edain, aquellos
que llegaron primero a los reinos eldar de Beleriand. La Primera Edad del Sol
fue la Edad Heroica que comenzó con la llegada de los Altos elfos noldor
procedentes de Eldamar, quienes perseguían a Melkor, a quien llamaban Morgoth,
el Enemigo Negro. Porque Morgoth no sólo había destruido los Árboles de la Luz
sino que también atacó la fortaleza élfica de Formenos, mató al Gran Rey de los
noldor y se apoderó de las joyas mágicas llamadas los Silmarils. Estas tres
gemas eran el mayor tesoro de los noldor, puesto que las habían creado a partir
de la luz de los Árboles de los Valar. La pugna por la posesión de estas joyas
desembocó en la Guerra de las Grandes Joyas y le proporcionó a Tolkien el tema
de El Silmarillion. Esta conflagración duró seis siglos y en ella destacaron
seis grandes batallas.
Morgoth acabó con los Árboles de la Luz, se apoderó de los Silmarils y huyó a
Angband unos veinte años humanos antes del inicio de la Primera Edad del Sol.
Las Guerras de Beleriand comenzaron una década después, cuando Morgoth envió sus
legiones de orcos contra los elfos de Beleriand. Aquélla fue la Primera Batalla,
en la que las hordas de orcos fueron derrotadas al fin y rechazadas a Angband.
La Segunda Batalla tuvo lugar cuatro años humanos antes de que surgiera el Sol y
recibió el nombre de «Batalla bajo las Estrellas», Dagor-nuin-Giliath. Las
fuerzas de Morgoth salieron al encuentro de los recién llegados elfos noldor en
Beleriand noroccidental. A pesar de ser inferiores en número, los noldor
lucharon ferozmente durante diez días. Mataron a todos los que les plantaron
cara y obligaron a los demás orcos a retirarse a Angband.
En el año 56 de la Primera Edad del Sol, las fuerzas de Morgoth habían
recuperado la suficiente potencia como para enviar un ejército mayor que los dos
anteriores juntos. Esta Tercera Batalla recibió el nombre de Batalla Gloriosa,
Dagor Aglareb, porque los elfos, además de vencer a las legiones orcas de
Morgoth, les cortaron la retirada y las aniquilaron. La victoria fue tan
completa que, durante casi cuatro siglos, los elfos sitiaron Angband. Durante
este período se produjeron incursiones de orcos en Hithlum y, en el 260,
Glaurung el Dragón intentó un ataque, pero durante casi todo el tiempo reinó la
paz en Beleriand. Pocos siervos de Morgoth se aventuraban a ir al sur de las
Montañas de Hierro. Sin embargo, cuando Morgoth rompió por fin la Larga Paz,
estaba verdaderamente preparado. En el año 455, sus legiones de orcos estaban
mandadas por balrogs y dragones con aliento ígneo. Ésta fue la Cuarta Batalla,
que se llamó Batalla de la Llama Súbita, o Dagor Bragollach. Fue seguida por la
Quinta Batalla, la Batalla de las Lágrimas
Innumerables, o Nirnaeth Arnoediad.
Estas dos batallas terminaron con una victoria aplastante de Morgoth y
significaron la destrucción de todos los reinos élficos de Beleriand.
Nargothrond fue saqueada en el 496. Poco después fue arrasada Menegroth, y el
511 vio la caída de Gondolin, el último reducto élfico.
Durante casi un siglo, Morgoth retuvo su férreo control de la Tierra Media. Por
fin, los Valar y los Maiar no pudieron tolerar más su maldad y en el año 601
llegaron por tercera y última vez para hacer la guerra al Enemigo Negro en un
cataclismo que recibió el nombre de Guerra de la Ira y Gran Batalla. El
conflicto fue tan terrible que no sólo Angband fue destruida sino que con ella
desaparecieron las hermosas tierras de Beleriand. Y, aunque Morgoth recurrió a
todos sus monstruos y demonios, e incluso a una legión de dragones de fuego, fue
vencido y arrojado para siempre al Vacío. Pero esta victoria supuso un precio.
Beleriand quedó arrasada. Las Montañas de Hierro y las Montañas Azules fueron
desgarradas y dejaron paso a las aguas del mar. Toda Beleriand quedó inundada y
se hundió por fin bajo el Mar Occidental. Así terminó la Primera Edad del Sol
La Segunda Edad del Sol
La Segunda Edad fue la Edad de los númenóreanos. Como se narra en el «Akallabêth»
o «La Caída de Númenor», éstos eran hombres que descendían de los edain de la
Primera Edad y a quienes los Valar habían entregado la tierra recién creada en
mitad del ancho mar que separaba la Tierra Media de las Tierras Imperecederas.
Se concedió a los númenóreanos una esperanza de vida mucho mayor que la de los
humanos corrientes, y con el paso de los siglos su poderío y riqueza crecieron,
y su marina navegó por todos los mares del mundo mortal. Númenor, que a menudo
se traduce por Oesternesse, era llamada también «tierra de los dones», «tierra
de la estrella» y Atlantë, porque era, de hecho, la reinvención de Tolkien del
antiguo mito del continente perdido de Atlantis.
La Númenor de Tolkien era un reino que ocupaba una isla con forma de estrella de
cinco puntas. En su punto más estrecho medía cuatrocientos kilómetros de anchura
y casi el doble en el punto más ancho. Se dividía en seis regiones: una por cada
península y una sexta que era el centro de la isla, donde se alzaba la montaña
sagrada, Meneltarma, o «pilar del cielo», la cima más elevada de Númenor. En sus
laderas se encontraba Armenelos, la «ciudad de los reyes», donde habitaba el
rey, que era la ciudad más poblada de Númenor. Más abajo se encontraba el puerto
real de Rómenna. Los otros puertos importantes, Eldalondë y Andúnië miraban a
Occidente, hacia las Tierras Imperecederas.
El primer rey de Númenor fue Elros, hijo de Eärendil y hermano gemelo de Elrond
Medio elfo; esto fue porque, al final de la Primera Edad, cuando los Valar
dijeron a los gemelos Medio elfos que debían elegir su destino, Elrond escogió
el de los elfos inmortales, mientras que Elros se convirtió en rey de los edain
mortales. Sin embargo, al ser Medio elfo, se le concedió una vida de quinientos
años y gobernó como rey de Númenor hasta el año 442 de la Segunda Edad.
Mientras los númenóreanos prosperaban en su isla, los Altos elfos que habían
sobrevivido a los conflictos de la Primera Edad y que quisieron quedarse en la
Tierra Media se reunieron bajo el estandarte de Gil-galad, el último Gran Rey
elfo, en el reino de Lindon. Esta pequeña región, la única que escapó a la
destrucción de Beleriand, se encontraba a ambos lados del golfo de Lune. A
medida que fueron pasando los años, muchos de estos Altos elfos de Lindon
viajaron hacia el este y fundaron nuevos reinos. Los señores sindar
establecieron reinos entre los elfos silvanos de Bosqueverde el Grande y el
Bosque Dorado de Lothlórien en la cuenca del Anduin. En el siglo octavo, los
elfos noldor de Celebrimbor establecieron el reino de los Herreros elfos de
Eregion, justo al oeste del reino enano de Khazad-dûm. Pero no fueron sólo los
elfos y los enanos quienes prosperaron y crecieron durante esta época. Sauron el
Hechicero permaneció en el mundo mortal y se esforzó en ser el sucesor de Melkor
como Señor Oscuro de la Tierra Media.
En el año 1000, Sauron comenzó a crear en secreto su reino maligno de Mordor,
esclavizando a las razas de hombres bárbaros del este y del sur y reuniendo a
orcos y otros seres malignos en su reino. También comenzó a edificar la Torre
Oscura de Barad-dûr. Asumió una apariencia hermosa bajo el nombre de Annatar,
que significa «señor de los dones», e intentó seducir a los elfos con su
sabiduría y su poder. Sólo Celebrimbor y los Herreros elfos de Eregion creyeron
el engaño. Usando los poderes combinados de la magia y la metalurgia, Sauron y
los Herreros elfos colaboraron en la creación de muchos objetos fantásticos. En
el año 1500 alcanzaron la cúspide de su capacidad y, siguiendo las instrucciones
de Sauron, comenzaron a forjar los Anillos de Poder. Para el año 1600 todos los
Anillos estaban acabados; Sauron regresó a Mordor subrepticiamente, donde
terminó la construcción de la Torre Oscura de Barad-dûr y forjó el Anillo Único,
con lo que se convirtió en el Señor de los Anillos. Cuando los Herreros elfos se
dieron cuenta de que habían sido utilizados para que Sauron se convirtiera en el
todopoderoso Señor de los Anillos, se rebelaron contra él y entre 1693 y 1701 se
libró la sangrienta Guerra de Sauron y los elfos. En ese conflicto Sauron mató a
Celebrimbor, destruyó la ciudad de los Herreros elfos, arrasó Eregion y ocupó
casi todo Eriador. Los enanos de Khazad-dûm evitaron la guerra y cerraron sus
puertas al mundo exterior. A partir de entonces, el reino oculto fue conocido
como Moria, el «abismo negro». En la terrible pugna murieron la mayoría de los
elfos de Eregion. Los pocos que sobrevivieron fueron guiados por Elrond Medio
elfo a las estribaciones de las Montañas Nubladas, donde fundaron la colonia de
Imladris, que los hombres llamarían más tarde Rivendel. Tras su victoria sobre
Celebrimbor, Sauron reunió sus fuerzas y marchó contra Gil-galad de Lindon. En
el último momento, una imponente flota de númenóreanos se unió a las fuerzas
élficas, y el ejército combinado resultó tan potente que las legiones de Sauron
fueron completamente aplastadas y él tuvo que retirarse a Mordor.
Durante los siguientes mil años, Sauron no hizo nada contra los elfos sino que
se dedicó a las tribus bárbaras de Orientales y haradrim, extendiendo su
tenebrosa sombra por el mundo. Entre los salvajes reyes de estos pueblos, y
entre los númenóreanos negros, distribuyó los Nueve Anillos de los Hombres
Mortales. Al llegar el siglo veintitrés se habían convertido en los Nazgûl, sus
principales siervos malignos, llamados por los hombres Espectros del Anillo.
Entretanto, los númenóreanos se habían convertido en la máxima potencia naval
del mundo. Crearon numerosas colonias en las costas de la Tierra Media, así como
los puertos-fortalezas de Umbar y Pelargir. Por último, el crecimiento del
imperio marítimo de Númenor y del imperio terrestre de Mordor llevó a una
confrontación. En el año 3261, una enorme armada númenóreana tocó puerto en
Umbar y de ella salió una fuerza potentísima que marchó sobre Mordor. Sauron se
dio cuenta de que su poder no era tan grande como el de los númenóreanos y que
no tenía posibilidad de vencerlos, ni siquiera recurriendo a la fuerza de las
armas. Aun así, los pueblos del mundo quedaron asombrados cuando el Señor de los
Anillos bajó de su Torre Oscura en Mordor y se entregó. Los númenóreanos
cargaron de cadenas a Sauron, lo llevaron a su reino y lo encerraron en el más
seguro de sus calabozos. Pero, por medio de la astucia, Sauron consiguió lo que
no le fue posible por la fuerza de las armas: aconsejó falsamente a los
orgullosos reyes númenóreanos y los corrompió, de manera que llegaron a hacer
planes contra los mismísimos Valar. Tan eficaz resultó esta corrupción que los númenóreanos osaron reunir la mayor flota de barcos que nunca se había visto y
zarparon hacia el oeste para hacer la guerra a los Poderes de Arda. Debido a
este acto, Ilúvatar hizo que la hermosa isla de Númenor se hiciera pedazos. Las
montañas y las ciudades se derrumbaron, el mar se alzó iracundo y todo Númenor
se hundió en un abismo acuático.
Con aquel cataclismo llegó también el Cambio del Mundo. Las Tierras
Imperecederas fueron situadas más allá de las Esferas del Mundo y quedaron para
siempre fuera del alcance de todos, con excepción de los Escogidos, quienes
viajaban en barcos élficos por el Camino Recto atravesando las esferas de ambos
mundos. Aquél fue el fin de la Edad de Atlantis, tal y como la conocemos en los
mitos, y el mundo se cerró en sí mismo. Ya no era un mundo plano limitado por un
Mar Circundante y encerrado dentro de una esfera de aire y éter, sino que se
convirtió en el planeta esférico que nosotros conocemos.
Pero la Segunda Edad no terminó con el Hundimiento de Númenor en el año 3319, ni
tampoco desapareció completamente la herencia de los númenóreanos. Porque, como
cuentan las historias de esa época, había algunos de entre los númenóreanos,
mandados por los príncipes de Andúnië, que se denominaron a sí mismos los Fieles
y se negaron a dar la espalda a los Valar y los eldar. Guiados por Elendil el
Alto, navegaron a bordo de nueve barcos en dirección este, hacia las costas de
la Tierra Media, en el momento del cataclismo. Éstos fueron los dúnedain, los
Fieles númenóreanos supervivientes que establecieron los reinos de Arnor y
Gondor en la Tierra Media. Pero casi inmediatamente hubo pugnas y conflictos
porque, gracias al poder del Anillo Único, Sauron también escapó de la Caída de
Númenor y regresó a Mordor, donde comenzó a planear la destrucción de todos los
reinos élficos y dúnedain que quedaban en la Tierra Media.
Como respuesta se formó la Última Alianza de elfos y hombres, y el ejército de
Sauron fue derrotado en la Batalla de Dagorlad. Entrando en Mordor, la Alianza
puso sitio a la Torre Oscura durante siete largos años hasta que Sauron fue
vencido. En este último combate, el rey dúnadan Elendil y su hijo Anárion, así
como el último Gran Rey de los elfos en la Tierra Media, Gil-galad, fueron
muertos antes de que Isildur, hijo de Elendil, cortara el dedo en el que Sauron
tenía el Anillo. Con la conquista de Mordor, la destrucción de la Torre Oscura,
la expulsión de los Espectros del Anillo y la caída de Sauron, en el año 3441,
la Segunda Edad del Sol terminó.
La Tercera Edad del Sol
Los dos temas dominantes en la historia de Tolkien de la Tercera Edad del Sol
son la supervivencia de los reinos de Arnor y Gondor, y el destino del Anillo
Único de Sauron. Ambos temas están relacionados.
Al terminar la Segunda Edad, cuando Sauron, el Señor de los Anillos, fue
vencido, fue Isildur, que sería Gran Rey del Reino Unificado de Gondor y Arnor,
quien cortó el dedo que llevaba el Anillo Único.
En aquel momento, se creyó que aquél era un acto correcto y la única manera de
acabar con el poder del Señor Oscuro. Sin embargo, en el momento en que Isildur
cogió el Anillo Único, una parte de él se corrompió bajo los efectos de su
maligno poder, pues, a pesar de ser fuerte y virtuoso, Isildur no pudo resistir
sus promesas de poder.
Aunque llegó a las laderas volcánicas del mismísimo Monte del Destino, en cuyos
fuegos se había forjado el Anillo y el único lugar donde podría ser destruido,
no fue capaz de arrojar el Anillo. Isildur sucumbió a la tentación y tomó el
Anillo Único para sí, de manera que la maldición cayó sobre él. En el segundo
año de la Tercera Edad, Isildur y sus tres hijos mayores viajaban hacia el norte
por la cuenca del Anduin, cuando su séquito cayó en una emboscada de los orcos.
Ésta fue la Batalla de los Campos Gladios en la que perdieron la vida Isildur y
sus tres hijos y en la que el Anillo Único se perdió en las aguas del río Anduin.
Hicieron falta tres mil años para enderezar las desastrosas consecuencias de lo
ocurrido en los Campos Gladios. La pérdida del Anillo Único significaba que el
espíritu maligno de Sauron no descansaría hasta que el Anillo fuera encontrado y
destruido, mientras que la muerte del Gran Rey del Reino Unificado de los
dúnedain significó la partición de éste en dos reinos separados: Arnor y Gondor.
En efecto, al sucumbir Isildur a la tentación del Anillo Único, la maldición de
éste cayó sobre todo el pueblo dúnadan. Esta maldición dominó toda la Tercera
Edad, porque el Reino Unificado no podía ser restaurado en tanto no se
destruyera el Anillo Único y un único heredero legítimo (que tuviera la
capacidad de resistir a las tentaciones del Anillo) fuera reconocido por todos
los dúnedain. Sólo entonces volvería a gobernar un Gran Rey sobre el Reino
Unificado.
Con todo, durante el primer milenio de la Tercera Edad, el poderío del reino
meridional de Gondor creció a pesar de los constantes conflictos en sus
fronteras y de las invasiones de Orientales en los siglos quinto y sexto. Al
llegar el siglo noveno, Gondor había reunido una poderosa flota que podía sumar
al poderío militar de su ejército. En el siglo once, Gondor alcanzó su apogeo:
rechazó a los Orientales hasta el mar de Rhûn, convirtió Umbar en una fortaleza
de Gondor y sojuzgó a las gentes de Harad.
Aunque el reino septentrional de Arnor nunca llevó sus fronteras más allá de
Eriador, prosperó hasta el siglo noveno. Entonces las disputas internas llevaron
a la división del reino en tres estados independientes que acabaron peleándose
entre sí. Al llegar el siglo doce, el espíritu de Sauron había regresado en
secreto a la Tierra Media, con la forma de un ojo maligno y único envuelto en
llamas. Se refugió en el Bosque Negro meridional, en la fortaleza de Dol Guldur.
A partir de entonces, las fuerzas de la oscuridad fueron adquiriendo más y más
poder en toda la Tierra Media. A partir del siglo trece, Arnor fue viéndose
reducido por una combinación de catástrofes naturales y luchas internas. Pero la
mayor de sus maldiciones fue el principal siervo de Sauron, el Señor de los
Espectros del Anillo, quien se convirtió en rey brujo de Angmar y mantuvo un
estado de guerra durante más de cinco siglos contra los reyes de Arnor. Al fin,
en 1974, el rey brujo tomó el último reducto arnoriano, Fornost, y Arnor dejó de
existir como reino. Después de la muerte del vigésimo tercer rey de Arnor, el
linaje real continuó a través de los Capitanes tribales de los dúnedain.
La decadencia del reino meridional de Gondor durante el segundo milenio de la
Tercera Edad se debió a tres causas. La primera fue la Guerra entre Parientes
del siglo quince. Ésta fue una sangrienta guerra civil que ocasionó miles de
muertos, la destrucción de ciudades, la pérdida de gran parte de la flota de
Gondor y el fin de su control sobre Umbar y Harad.
La segunda maldición fue la Gran Plaga de 1636 que Sauron lanzó sobre Gondor y
Arnor. Los dúnedain nunca se recobraron de esta calamidad, porque fueron tantos
los muertos que zonas enteras de su reino quedaron desiertas para siempre. La
tercera maldición fueron las invasiones de los Aurigas en los siglos diecinueve
y veinte. Estas invasiones, llevadas a cabo por una confederación bien armada de
pueblos Orientales, duraron casi cien años. Aunque los Orientales acabaron
siendo derrotados y expulsados, debilitaron de manera decisiva el ya disminuido
poder de Gondor.
En el año 2000, el mismo rey brujo que había destruido el reino septentrional de Arnor, salió de Mordor. Con su terrible ejército atacó directamente a Gondor y
tomó la torre de Minas Ithil, que rebautizó como Minas Morgul. En el año 2050,
el rey brujo mató al trigésimo primero y último rey de Gondor. A partir de
entonces, Gondor careció de heredero legítimo al trono y fue gobernado por la
dinastía de los Senescales gobernantes. En resumen, Arnor tenía un rey sin
reino, mientras que Gondor tenía un reino, pero no un rey. Lo que es más,
inspirados por la maldad de Sauron, se produjeron sucesivas invasiones y ataques
por parte de los Orientales, balchoth, Sureños, númenóreanos negros, Corsarios,
dunlendinos y Montañeses, contra los dúnedain y sus aliados. A esto hay que
añadir el despertar del Balrog, el resurgir de los dragones, las invasiones de
manadas de lobos y huargos y la creación de las nuevas criaturas malignas, los
uruk-hai, los olog-hai y los Medio orcos. Todos ellos se sumaron a las legiones
de orcos y trolls que reconocían a Sauron como señor.
Durante otros mil años, el poder de Sauron no hizo más que aumentar, mientras
que el de los dúnedain disminuía. La culminación de todos los acontecimientos de
la Tercera Edad llegó en el año 3019, con el estallido de la Guerra del Anillo,
cuando Sauron, el Señor de los Anillos, se lo jugó todo apostando por su
hechicería y su poderío militar en un intento de destruir a los últimos dúnedain
y de ocupar todas las regiones de la Tierra Media. Es en ese contexto en el que
J. R. R. Tolkien ambientó su obra maestra, El Señor de los Anillos.
Resulta interesante observar cómo todo el peso de esos tres mil años de historia
se proyecta en los dos años, 3018 y 3019, de los que trata la trilogía. Los
acontecimientos de la Misión y de la Guerra del Anillo están cargados de
importancia histórica porque el lector se da cuenta del hecho de que cada acción
de los personajes principales es decisiva para el resultado y desenlace de toda
la edad. La Tercera Edad termina cuando es destruido el Anillo Único; el imperio
de maldad de Sauron se derrumba, los otros Anillos de Poder se dejan inactivos y
el último heredero legítimo al trono de los dos reinos es coronado Gran Rey del
Reino Unificado de los dúnedain. Se trata de la resolución, no sólo de la
novela, sino de toda la Tercera Edad. De hecho se asiste al desenlace de los
conflictos habidos durante los 37.063 años de historia de Arda.
La Cuarta Edad del Sol
Con el fin de la Guerra del Anillo, la paz y la prosperidad regresaron a la
Tierra Media. Pero al mismo tiempo se ordenó que los últimos grandes poderes
élficos desaparecieran de las tierras mortales. Los últimos buenos y grandes
personajes de esta raza -junto con unos cuantos escogidos de la Comunidad del
Anillo- se embarcaron en las naves élficas y por el Camino Recto navegaron hacia
Occidente, hacia las Tierras Imperecederas.
De esta manera, la Tercera Edad deja paso a la Cuarta, conocida como la Edad del
Dominio de los hombres; una edad en la que desaparecen las últimas influencias élficas y en la que los grandes poderes se alejan, más allá de nuestra
comprensión.
Desde entonces, las Tierras Imperecederas se alejan de las esferas de la
existencia humana, colocando a dioses y elfos más allá de nuestro alcance y, sin
duda, la física del mundo se adapta a nuestro actual sentido del tiempo y el
espacio, de manera que la Tierra comienza a girar alrededor del Sol.