Los orígenes del Comunismo
Alain de Benoist
Autor de una biografía de Lenin y de una interesante historia del Partido Comunista
Francés Gérard Walter publicó en el verano de 1974, pocos meses antes de su muerte, un
ensayo sobre Los orígenes del comunismo, obra que había estado recopilando desde 1931.
En esta obra monumental, que presenta las bases doctrinales e históricas del
"comunismo primitivo", Gérard Walter hace apelación a la Biblia, al Talmud y a
la literatura apócrifa judía y cristiana, a los escritos de los padres de la Iglesia y a
los filósofos y poetas grecolatinos, que son presentados, mediante una montaña de citas,
con una sobriedad que les hace todavía más convincentes.
La "defensa de los pobres y los oprimidos", la exaltación del "justo
sufriente", la justificación de la lucha del débil contra el poderoso, del pobre
contra el rico, etc., es la constante principal de la literatura profética judía.
Gérard Walter divisa en el Libro de los salmos el primer esbozo de un poderoso mito: la
lucha de clases.
Nivelación general
En esta literatura, explica Walter, el pobre no se define como un desprovisto, o, al
menos, no solamente como tal. En cuanto pobre, disfruta en su pobreza. Es pobre y se
ratifica en su pobreza: desea permanecer pobre, pues estima que su estado es el único que
verdaderamente complace a Dios. En otros términos: el pobre es declarado
"justo" por el único mérito de su pobreza, de igual modo que el rico es
censurado por desagradar a Dios en virtud misma de su riqueza.
Ahora bien, aquí abajo, mientras el rico obtiene todas las ventajas, el pobre ha de comer
un pan mojado en lágrimas. Una tal situación, para poder ser soportada, debe poder ser
justificada. De ahí esta explicación: <<El pobre soporta esta escandalosa
injusticia porque tiene la firme y absoluta convicción de que ha de venir el día en que
Dios le dará una revancha incuestionable>>. Esta revancha le será dada en el otro
mundo. La existencia de Dios la garantiza.
El segundo libro de los Oráculos sibilinos ofrece esta descripción del Reino futuro:
<<No habrá más muros ni fronteras. Todos vivirán en común y la riqueza será un
bien inútil. No habrá ni pobres ni ricos, ni tiranos ni esclavos, ni grandes ni
pequeños, ni reyes ni súbditos, sino que todos serán iguales>>.
Los profetas son unánimes en su condena de los <<grandes de la tierra>>, y en
cargar contra ellos todas las iniquidades. Samuel, que en los Hechos de los Apóstoles es
contemplado como <<el primero de los profetas>>, desarrolla una violenta
<<propaganda anticapitalista>>. En los escritos de Samuel se encuentra la
primera crítica del régimen monárquico.
<<He aquí el ideal del profetismo judío -declara Gérard Walter-: una especie de
nivelación general que hará desaparecer todas las distinciones de clase y que dará
lugar a la creación de una sociedad uniforme en la cual serán desterrados todos los
privilegios. Este sentimiento igualitario va de la mano con la animosidad irreducible
respecto a los ricos y los poderosos, que no serán admitidos en el reino del
futuro>>.
El Libro de Henoc desarrolla la idea de la necesidad de exterminar a los malvados,
precisando que éstos se reparten en tres categorías: los reyes, los poderosos y
<<aquellos que poseen la tierra>>. Isaías exclama: <<¡Preparad la
masacre de los hijos, a causa de las iniquidades de los padres!>>. Jeremías imagina
las futuras víctimas bajo la forma de <<ovejas a degollar>> y recomienda al
Eterno preparar sus víctimas <<el día de la carnicería>>.
Gérard Walter también detecta <<tendencias comunistas>> en el Evangelio de
san Lucas (que opone, en este aspecto, al de Juan, Marcos y Mateo), el cual revela, en
efecto, una <<apología de la pobreza>> y una insistencia muy particular en
los antagonismos sociales. <<Al que te quita tu manto -afirma Lucas- no le impidas
tomar también la túnica>> (VI, 29). <<El Evangelio de Lucas insiste en
numerosas ocasiones -escribe Gérard Walter- sobre la certidumbre de que el Padre celeste
no dejará perecer de hambre ni de sed a sus hijos bienamados, así como que hay que
olvidar definitivamente la propiedad privada y borrar de la memoria toda noción de
diferencia entre lo "mío" y lo "tuyo"...>>
La Epístola de Santiago acusa a los ricos de explotar a los artesanos y acaparar los
capitales, y les pone en guardia para cuando sean llamados <<el día de la
matanza>>. <<Es así como Santiago se representa el día del Juicio Final
-subraya Gérard Walter-: una especie dee inmenso matadero al cual serán arrastrados
millares y millares de adinerados bien gruesos y alimentados>>.
En las primeras comunidades cristianas, los principio de la comunidad de bienes y la
abolición de la propiedad privada son dignos de admiración. Sin embargo, como confirma
una lectura atenta de las Epístolas de san Pablo, y pese a las presiones de los líderes
de la Iglesia, son más una excepción enfrentada a la realidad que una norma general.
Respecto al problema de la propiedad privada, los grandes autores se encuentran muy
divididos. Justino afirma que los fieles de su tiempo <<Hacen un honor el tomar sus
cosas en común>>. Basilio escribe: <<Quien ama a su prójimo como a sí mismo
no debe poseer más que su prójimo>>. Agustín y Cipriano proclaman la fraternidad
y la igualdad universales. Tertuliano, en su Apología, escribe: <<Despreciamos el
siglo. Sabemos renunciar gustosamente a los bienes de la tierra ante la visión de los
bienes celestes>>. Pero también precisa: <<Yo daría a quienquiera lo que me
pidiese, sí, pero a título de limosna, no a título de exigencia>>.
La tesis contraria es defendida, no sin habilidad, por Teodoreto de Cirene, Ireneo,
Lactancio y Clemente de Alejandría.
Dos concepciones de la fe se enfrentan aquí. La una es de carácter gnóstico. Tiene sus
orígenes en ciertas frases y palabras expresadas por Cristo, e implica una completa
ruptura con el mundo y la total renuncia a los bienes de la tierra (esta tendencia tomará
la primacía en Marción y entre los maniqueos). La otra retoma el espíritu del Antiguo
testamento, sustituyendo la noción judía de caridad por aquella, más radical, del
rechazo de un mundo juzgado malvado.
Gérard Walter no pretende evidentemente reducir el "comunismo primitivo"
únicamente a la doctrina judeocristiana. Pero subraya los puntos de convergencia,
numerosísimos, existentes, y presenta los documentos con que pueden contar los comunistas
del presente.
A partir de la alta Edad Medida, el "ideal comunista" será reivindicado sobre
todo por los gnósticos y por los fundadores del monacato. La alianza entre el trono y el
altar, solución del "compromiso constantiniano" (In hoc signo vinces),
arrojará provisionalmente al igualitarismo a los campos del cisma y la herejía.
Únicamente los monjes en sus conventos mantendrán vivo el espíritu del cristianismo
primitivo, despojándose de sus bienes para vivir en "comunidad".
Los revolucionarios
En el mundo grecolatino, las tendencias "comunistas" igualitarias son más
raras. Completamente ausentes del mundo religioso, no aparecen más que en algunos textos
literarios o filosóficos. En Grecia, las utopías de Faleas de Calcedonia e Hipodemo de
Mileto pretendían menos instaurar una justicia universal trascendente que mejorar el
funcionamiento administrativo la polis concreta. Entre las obras que se aproximan a esta
corriente, no podemos dejar de citar ciertas comedias de Aristófanes, numerosos diálogos
de Platón, la leyenda del Siglo de Oro, la Crónica Sagrada de Ehvémeres y, sobre todo,
la Ciudad del Sol de Jambulos, que contiene en germen todo lo que retomarán Tomás Moro y
Campanella.
En contra de una idea muy extendida, aunque falsa, el régimen espartano nopuede, en
ningún sentido, definirse como un sistema igualitario: los homoioi (los
"iguales") es un título honorífico para definir a los miembros de la libre
asamblea de los mejores.
Hablando de los guerreros y de los guardianes del Estado, Platón escribe en su
República: <<Ninguno de ellos posee nada en propiedad excepto lo absolutamente
necesario>>. La propiedad privada, según el filósofo ateniense, debe ser reservada
a la tercera clase de ciudadanos, los "trabajadores".
Rousseau, experto en la materia, diría: <<Cuando leo Las Leyes de Platón, me
parece viajar al país de las quimeras>>.
En Roma, en el año 486 antes de nuestra era, el cónsul Casio Espurio se hizo abogado de
una reforma financiera que preveía la expropiación estatal de ciertos patricios
corruptos. Su intento fracasó y las tornas cambiaron: condenado a la pena capital, Casio
Espurio fue precipitado desde lo alto de la roca Tarpeya. Ninguna voz se elevó para
salvarlo.
Durante el siglo II antes de nuestra era, los hermanos Graco, Cayo y Tiberio, fueron
igualmente condenados a muerte y cayeron víctimas de sus ilusiones. Inspirándose en
Plutarco, la tradición democrática hará de sus vidas un relato moralizante.
A fin de cuentas, las primeras sublevaciones revolucionarias son poco más que revueltas
de esclavos: revuelta de Eunoxio y Salvio en Sicilia, en el año -88; la guerra de los
gladiadores, con Espartaco, entre los años -73 y -71.
Espartaco, de quien Karl Marx hizo uno de sus héroes predilectos, era originario de
Tracia. Soldado, desertor, prisionero de guerra, salteador de caminos y, en fin,
gladiador, logró levantar un ejército de esclavos y desclasados de toda condición que
llegó a contar con 70.000 hombres, con los que marchó sobre Roma. Derrotado por Licinio
Craso, murió con las armas en la mano, <<y por culpa de la mala organización de su
tropa>>, comentaría Salustio.