7 MARAVILLAS DEL MUNDO ANTIGUO
1. OLIMPIA

La estatua de Zeus

El mítico escultor Fidias es el responsable de la primera maravilla de la lista. Corría el año 430 a.C.. Despechado porque en Atenas le habían acusado de quedarse con dinero público, se refugió en Olimpia en la península del Peloponeso. Era todo un desplante, ya que la rivalidad existente entonces entre Atenas y Olimpia era muy importante. Olimpia no era una ciudad, sino un santuario. Allí sólo vivían sacerdotes, estaba prohibido entrar armado y cada cuatro años se celebraban unos juegos capaces de detener las guerras.

Y en el corazón de Olimpia, en el templo de Zeus, el escultor se enfrentó a la que, según los testimonios, resultaría una de sus mejores obras: la representación de Zeus, el padre de los dioses, el más poderoso inquilino del Olimpo. Con marfil y oro, durante ocho años, el artista trabajó para esculpir una estatua aterradora de puro espectacular, de 12 m. de alto, casi como una casa de cuatro pisos, representaba al dios sentado en un trono de cedro.

A los griegos de a pie, los que no eran sacerdotes, únicamente se les permitía verla desde lejos, en la penumbra de un templo iluminado tan sólo con antorchas. "aun los seres irracionales deben conmoverse a la vista de Zeus", escribió un poeta de la época. Se supone que Fidias quiso al dios enfadado con el ceño fruncido. Aunque nadie ha dicho si lo quiso porque recordaba a los atenienses. Y los griegos creían que cuando Zeus se enfadaba temblaba el mundo. Con todo, la majestad de la estatua no fue suficiente para evitar su destrucción 800 años después en Istanbul, adonde había sido trasladada. Pero todavía existe, en Olimpia, el taller donde el escultor erigió a su dios. Aún se ven por el suelo esquirlas de marfil y los moldes que sirvieron para trabajar el oro.

2. ÉFESO

El templo de Artemisa

Un tirano de la ciudad de Éfeso de nombre Pitágoras, consultó al oráculo de Delfos a fin de saber qué diablos tenía que hacer para eliminar a un enemigo político que le hacía la vida imposible. Los dioses, que al parecer contestaban entonces a todo tipo de cuestiones, le respondieron que construyera un templo.

Y Pitágoras mandó erigir, en palabras de un historiador griego, "lo más perfecto que había salido de la mano del hombre": el templo de la diosa Artemisa, en Éfeso.

Cuatro veces más grande que el Partenón de Atenas, de parecida factura, medía 30 metros de altura, y se construyó enteramente de mármol, desde las columnas que lo sustentaban hasta las tejas que lo coronaban.

Las bases de las 120 columnas se adornaron con reproducciones de la diosa talladas en cedro, ébano y marfil. Tardó 120 años en terminarse. Enclavado a 10 kms. de la costa, los navegantes lo veían desde el mar. Un loco llamado Heróstrato se propuso incendiarlo para pasar a la historia. Y logró las dos cosas. Se reconstruyó varias veces, lo visitaron miles de peregrinos, y lo alabaron los viajeros más cultos de la época.

En el año 263, los godos irrumpieron en la historia, asolan Éfeso y también echan por tierra el templo. Ahora, sólo los cimientos recuerdas al viajero con imaginación que está ante la segunda maravilla del mundo. Nadie ha sabido aclarar qué fue por fin del enemigo político de Pitágoras.

3. HALICARNASO

El mausoleo

Murió el rey Masulo de Caria en el 350 a.C. en la ciudad griega de Halicarnaso (ahora estaría en Turquía). Artemisa, su viuda (y algunos mal pensados dicen que también su hija), mordida por el dolor, se bebió las cenizas del difunto, según la leyenda, que, eso sí, asegura que la reina amaba como nadie a su marido.

Según la historia, ordenó erigir un monumento a su memoria que quedó para siempre en los libros de arte y en todos los diccionarios del mundo como ejemplo de arquitectura funeraria. De planta cuadrada, se elevaba sobre un podio de más de cinco metros de alto, que sustentaban las 10 columnas por cara. La obra culminaba con una gran pirámide, en cuyo vértice se colocó una cuádriga de oro. Medía nada menos que 50 metros de alto, es decir, como una casa de 12 pisos. El destino final del mausoleo que dio nombre a todos los demás mausoleos del mundo es incierto. Algunos historiadores sostienen que los caballeros cristianos de la Orden de San Juan lo expoliaron a fondo en el siglo XIV. La Enciclopedia británica prefiere otra versión: un terremoto en el siglo XII lo derribó. Si alguien quiere perseguir lo que queda de la tercera maravilla del mundo, no le queda otra solución que acudir al British Museum, donde duermen algunas de las esculturas, o apuntarse al equipo de arqueólogos daneses que trabajan en la exhumación de los cimientos de la famosa tumba del rey Mausolo.

4. RODAS

El Coloso

Todos los barcos que alrededor del año 300 a.C. entraban por la bocana del puerto de la ciudad de Rodas, en Asia Menor, pasaban bajo las piernas del gigante de bronce.

El Coloso de Rodas, erigido por aquellos años a la gloria del dios Helios (sol), constituyó el soberbio emblema de una ciudad entera hasta que un terremoto lo derribó en el 220 a.C. No se sabe exactamente cómo era. Algunos lo pintan completamente desnudo y otros con un taparrabos muy de la época.

Pero sí se sabe con certeza que medía más de 30 m., que respondía a la proporción griega de la anatomía humana y que en una mano blandía una antorcha que por la noche se iluminaba con leña a fin de situar a los tripulantes de los barcos. Cuentan que uno podía introducirse por el talón y subirse, mediante una escalera interna, hasta el cuello.

El final del Coloso es triste y mercenario. Tras el terremoto, los ciudadanos de Rodas se negaron a erigirlo de nuevo. Unos dicen que por tacañería; otros, porque el oráculo de Delfos, que, como hemos visto, estaba en todo, había pronosticado desgracias sin fin para la ciudad en caso de que se volviera a poner en pie el gigante.

El bronce durmió 800 años esparcido por el puerto, hasta que un comerciante judío de Odessa se lo compró a los árabes que por entonces dominaban la ciudad. El judío de la historia necesitó 900 camellos para cargar con los restos de la maravilla, cuyo rastro se perdió para siempre rumbo al este. Los arqueólogos no renuncian a encontrar algún pedazo que escapara a la avaricia del comerciante. Aunque tal vez estén más cerca de él en una tienda de antigüedades donde vendan marmitas viejas de bronce que buceando en el fondo del mar. 

5. ALEJANDRÍA

El faro

En una isla llamada Pharos, distante siete kms. de la ciudad de Alejandría, el rey Ptolomeo II de Egipto mandó construir en el año 280 a.C. una torre que sirviera de guía a los barcos que comerciaban con la ciudad. Al trabajo se puso el orgulloso arquitecto Sostratos, que empleó los materiales más resistentes al agua: cristal, piedra y mármol. Medía 135 m, y se erigió en tres partes: la base, cuadrada; el cuerpo medio, octogonal y la parte superior, cilíndrica.

La luz conseguida por la combustión ininterrumpida de leña y resina se podía ver a más de 100 kms. La construcción se hizo tan famosa que a Egipto, durante este tiempo, se le llamaba Farius. Desde entonces, el nombre de la isla sobre la que se asentó sirve para designar en muchos idiomas las construcciones costeras que iluminan el camino a los barcos. Cuando terminó de construirse, Ptolomeo II mandó inscribir la siguiente frase: "Del rey Ptolomeo a los dioses sabios, como beneficio a los marinos".

Pero el arquitecto, del que ya sabemos que era muy orgulloso, y que no debía de llevarse muy bien con su señor, no estaba dispuesto a que su mejor obra se quedara sin su firma. Así que fijó la inscripción del rey en cemento, y con el tiempo se desgajó. Debajo del cemento apareció otra inscripción, esta vez grabada en mármol: "De Sostratos, hijo de Dexifanes, a los dioses sabios, como beneficio a los marinos". El inteligente arquitecto le había gastado una broma a la historia y, de paso, se había reído de Ptolomeo.

En la Edad Media, los árabes cambian el fanal (la parte superior) por una mezquita. En 1375, el faro queda herido en un terremoto, y en 1477, el sultán mameluco Qa'id al-Bey decidió aprovechar sus ruinas para levantar una muralla. De confirmarse el hallazgo de los expertos franceses, el mundo asistiría a un auténtico milagro arqueológico.   

6. GIZAH

Las pirámides

Un proverbio árabe reza: "El tiempo lo resiste todo, pero las pirámides resisten al tiempo". Y es verdad. La única maravilla que aún se tiene por entero en pie es la más antigua: las tres pirámides erigidas a la orilla izquierda del Nilo, en una meseta rocosa, cerca de la localidad de Gizah.

Allí fueron enterrados Kheops, Khefrén y Mikerinos, tres reyes de la cuarta dinastía de los que poco más se sabe excepto que construyeron sus propias tumbas.

Las pirámides están ahí desde hace más de 4.000 años. La más grande y antigua, la de Kheops, mide 138 m. de altura.

Para completarla fueron necesarios más de dos millones de bloques de piedra caliza de dos toneladas cada uno. Sus caras se orientan a los puntos cardinales. Se las considera una obra maestra de la ingeniería humana, y aún hoy asombra la habilidad de estos hombres capaces de levantar tan grandiosa construcción con las máquinas de hace 4.000 años. Incluso hay quien sostiene que los extraterrestres echaron una mano, Otros apelan a la capacidad de persuasión de los latigazos de los capataces en las espaldas de loe esclavos para convencerles de que aquello era posible. Según el historiados Heródoto, que viajó por la zona en el 450 a.C., se emplearon 100.000 hombres durante 20 años para terminar la gran pirámide.

Aunque enteras, las pirámides no se han librado, como las otras maravillas, de los saqueadores, fieles a la lista prodigiosa como los arqueólogos: los pasadizos interiores, que constituían los accesos a las tumbas de los reyes y sus familias, presenciaron el robo de tesoros ya en época antigua.  

7. BABILONIA

Los jardines colgantes

Cada vez que alguien coloca ramas en cascada en un balcón o escalona el terreno de un parque a base de terrazas, probablemente está empleando le técnica utilizada en Babilonia hace más de 3.000 años por los jardineros e ingenieros de la más famosa de sus reinas: Semíramis.

Según el historiador Ctesias (conocido en el gremio por su calenturienta imaginación), la licenciosa Semíramis subió al trono tras matar a un rey y transformó de tal modo su ciudad, Babilonia, que desde entonces esta palabra es sinónimo de placer y lujo. La reina misma tenía por constumbre acostarse cada noche con un guerrero joven, al que ordenaba asesinar al amanecer para que no contara nada.

La capital del imperio era en tiempos de Semíramis una urbe redonda de 38 kms. de circunferencia con 101 puertas, salpicada de zigurats, esto es, de torres cilíndricas y de templos escalonados. Cuenta el historiador fantasioso que, Semíramis "horadó montañas y consiguió que el agua atravesara el desierto para llegar a la ciudad.

Hay quien sostiene que los jardines de la leyenda estaban situados en alguna de estas torres escalonadas, donde la vegetación caía de una terraza a otra. Un complejo sistema de riego contínuo se encargaba de mantenerlo todo eternamente florecido.

Todo esto flotaba en el vago terreno de la leyenda hasta que, a finales del siglo XIX un arqueólogo llamado Robert Koldewey encuentra en unas excavaciones en Babilonia restos de un edificio abovedado de aire extraño. En los días siguientes da con pedazos de fuentes o de pozos de noria, construcciones de una rara perfección técnica. Y en un minuto feliz descubre que está ante lo poco que queda de la séptima maravilla del mundo antiguo. Se duda de si fue la pecadora Semíramis quien los mandó construir o si fue el rey Nabucodonosor (como sostuvo Koldewey), 700 años después. Pero está claro que los jardines de Babilonia no se los inventó Ctesias.