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El Club
del Trueque cumplió ayer sus primeros siete años estrenando predio, con
trocadores llegados desde diversas provincias y con un signo de los tiempos
para combatir: la suba de precios. Sí, también en esta economía informal,
que ya cuenta con 5 millones de adeptos en todo el país, hay quienes intentan
algunos vicios especulativos.
Pero al menos ayer, en una vieja fábrica textil de Bernal —La Bernalesa,
donde comenzó todo este movimiento— el antídoto era no gastar "créditos"
de más. Y que el libre juego de la oferta y la demanda regule los precios.
Como siempre fue. Y el ejercicio fue dando resultados. La salsa de tomates
que llegó a tocar los 20 créditos (unos 20 pesos de la moneda formal),
enseguida bajó la cotización.
Pero además, el aniversario trajo una noticia para los trocadores de Quilmes:
por un convenio firmado ayer entre la Red Global del Trueque y ese municipio,
se podrán pagar tasas municipales con prestaciones de servicio. "Esto
significa que el trueque es una herramienta válida. Es plantear una nueva
ley donde nadie quede excluido por no tener dinero", dijo Rubén Ravela,
uno de los que fundaron el Club del Trueque en 1995. A partir de esta
semana, podrán pagarse con servicios las deudas por tasas municipales
anteriores al año 2000. Para eso, habrá un registro en el que los interesados
(albañiles, pintores, profesionales) irán generando créditos para saldar
sus deudas.
Viajes de turismo, autos, terrenos, papas, tortas, dulces caseros, electrodomésticos,
servicios médicos, asesoría jurídica, divorcios, peluquería... El sistema
de trueque creció mucho desde aquella primera reunión, en un garaje privado
de Bernal, donde un puñado de personas se propuso "dar por muerta la moneda
bancaria".
Fue el 1° de mayo de 1995. Y la cantidad de adhesiones creció en proporción
a la exclusión en la que iban cayendo millones de argentinos. Ayer, La
Bernalesa era una pequeña muestra. Además de cumplir años, el nodo estrenaba
sede en uno de los galpones donde funcionó una algodonera del mismo nombre,
ubicada en la Rioja y Martín Rodríguez. En unas extraordinarias 6 horas
(los trueques no duran más de 3), pasaron por allí unas 30.000 personas.
Algunas habían viajado desde Córdoba, San Juan, Mendoza, Misiones, La
Pampa con sus productos. Traían la ilusión de acumular créditos (una moneda
social) que les permitan comprar materia prima, seguir produciendo, y
hacerle frente a la pobreza o el desempleo. (Ver aparte)
Sin embargo, muchos prefirieron no intercambiar nada por cuestiones de
mercado: los altos precios que proponían los trocadores locales. Por ejemplo,
los que llegaron desde Jardín América, Misiones, trajeron sillones artesanales
hechos con madera y un entramado de papel reciclado. Rústicos y llamativos,
los muebles quedaron allí. En Misiones se hubieran vendido a 150 créditos
(unos 150 pesos). Ayer, en La Bernalesa, eso hubiera sido regalarlos:
en la mesa vecina, una mujer ofrecía una muñeca por 100 créditos; una
cuna de bebé se vendía a 500, y un joven tasó un par de zapatillas a 400
créditos. "Los precios están muy altos", se asombró Patricia Romano, que
había llegado desde La Pampa. Y comparó: "Acá, por el azúcar te piden
10 créditos, allá está a 1,5 créditos".
"Entre otras cosas, los desajustes se deben a que hay personas que vienen
con la mentalidad de la economía formal. Lo que hay que hacer es no adquirir
los productos caros", sostenía Patricia Colombres, encargada de prensa
de la Red Global.
Pero además, para paliar el aumento de la harina, el azúcar y el aceite
en el mercado formal, la Red Global hizo un Fondo de Inversión entre varios
clubes de trueque. Y eso permite que las personas que van a trocar se
puedan llevar un "pack" de azúcar, yerba, harina y aceite por 10 créditos.
"La enorme suba de la harina de trigo impactó sobre la base de la pirámide
productiva del trueque", explicó Ravela.
En el puesto de "Sabores del Sur", María de los Angeles Kelez, ofertaba
su servicio de lunch para fiestas y bandejas de desayuno. "Pero también
están las románticas", aclaró. Por una bandeja con una botella de champán,
masas, dos copas y un juego de lencería fina, con transparencias y encaje,
pedía 150 créditos.
Era día de fiesta. Por el escenario pasaron cantantes, un grupo de baile,
una banda, murgueros. Un pibe rubiecito caminaba contento con su arco
y su flecha de madera. Con unos pocos créditos su mamá le dio el gusto.
Y Jorge Barreto también se quedó conforme: las artesanías que trajo desde
el Chaco, hechas por los aborígenes wichis, se le iban como pan caliente.
TESTIMONIO
"Cambió mi vida"
Cuando
Sonia Fernández (41) llegó al trueque, hace 7 años, no eran más que 50
personas. Ese día llevó frascos con morrones caseros y mermeladas de frutilla
que ella misma había hecho en su casa. Como estaba cerca la Navidad, con
los créditos que obtuvo compró regalos para el arbolito. "Esa reunión
se hizo en una sociedad de fomento de Bernal", recordó ayer en medio de
un mar de gente que se chocaba entre los pasillos. Lejos de aquella primera
experiencia, Sonia —casada y con dos hijos— dice del trueque que "cambió
mi vida y la de mi familia".
Al principio, su hija hacía ensaladas de fruta y su hijo llevaba panqueques
para trocar. "El setenta por ciento del ingreso familiar viene del trueque.
Y podemos darnos gustos que antes no podíamos, como salir de viaje o comprarnos
una buena prenda", contó.
HISTORIA DE VIDA El dulce sabor del
éxito Habían
salido el martes a las seis de la tarde y llegaron justo para cuando empezó
el trueque. A las 10. Eran 53. Todos de San Juan. De Jáchal, de San Martín,
de Anglaco, de Valle Fértil, de Rawson, de Albardón, de la capital sanjuanina.
Y era, para muchos, la primera vez que pisaban Buenos Aires.
Pero lo importante ayer era que habían cargado 2.500 kilos de alimentos
hechos artesanalmente. Jalea y dulce de membrillo, quinotos en almíbar,
alcayotas (un fruto parecido al membrillo, pero más fibroso), pan casero,
salsa de tomate, arrope, vino patero.
Hilda Caballero estaba fascinada. No le alcanzaban las manos para despachar
los dulces de membrillo a 15 créditos, por medio kilo. Para Hilda y otras
cinco familias de Jáchal, una localidad al norte de San Juan, era más
que una aventura, y un viaje tan largo como cansador.
"Nos decidimos hace una semana. Nos enteramos por la tele que se iba a
hacer este encuentro acá y dijimos por qué no hacemos algo para llevar.
Si nos va bien, seguimos", contó a Clarín.
Y al menos ayer, parecía que las expectativas habían sido superadas porque
en apenas un par de horas ya no había botellas de vino patero, los dulces
quedaban muy pocos, el arrope ni se veía.
"Los estamos haciendo por necesidad" se sinceró Hilda. "En Jáchal, el
membrillo, el tomate y la cebolla se tiran porque no te dan nada, el fruto
no vale nada", contó. Según dijo, en estos momentos por un kilo de membrillo
se está pagando cinco centavos. "Pero ahora no vale la pena ni cosecharlo".
Sin embargo, en cada casa de Jáchal hay un árbol de membrillo. Y el trueque
les abrió las puertas que el mercado formal les cerró. Sólo hubo tiempo
para volver al micro. Y convencer al chofer de dar una vueltita antes
de tomar la ruta.
Clarin,
Jueves 2 de mayo de 2002
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