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María Isabel Magarelli la vecina la había tentado varias veces con acercarse
al club del trueque, pero a ella la idea no la seducía para nada. Es que,
con su taller de lencería fina, le iba bien. Pero hace tres años, cuando
la recesión empezó a apretar, todo cambió y con la vecina fueron juntas
a La Bernalesa, una fábrica de Quilmes devenida en sede central del trueque.
Ahora agradece aquella visita que le cambió la vida y dice que si no fuera
por los "créditos" que recibe ahí, su familia prácticamente no podría
comer.
"Yo estudiaba Ciencias Económicas en la facultad y la verdad es que no
veía la viabilidad de este sistema; por eso me resistía a entrar. Pero
la crisis dejó a mi esposo sin trabajo, me obligó a dejar los estudios
a mí, a abandonar la prepaga de toda la familia y a cambiar a los chicos
del colegio. Entonces me metí de lleno en esto del trueque", cuenta Isabel.
La experiencia fue más que exitosa.
Así, desde hace tres años, el matrimonio tiene un stand en la vieja fábrica
de Quilmes. Allí, cada martes y sábado llevan unos 40 conjuntos de ropa
interior, que cuestan entre 25 y 40 créditos cada uno. "En un día normal
vendemos entre 15 y 20 conjuntos; esto es: ganamos entre 600 y 700 créditos",
explica la mujer de 39 años.
Con esos Tickets Trueque, la familia compra absolutamente toda la comida
que consumen y la ropa que usan. "Después de vender mi mercadería canjeo
los créditos por huevos, harina, zapatos, remeras. Y como no siempre hay
de todo, en este sistema lo básico es cultivar el arte de la previsión:
cuando aparece un producto que no es muy habitual, como los champignones
o la ciboulette, hay que surtirse y guardar", explica Isabel.
El matrimonio que vive en el Barrio San José de Temperley tiene tres hijos:
Facundo (de 16 años), Mariano (de 11) y Danila (de 10). Y los chicos también
ya se acostumbraron al sistema. "Ellos me hacen la listita y yo les compro
todo con los créditos: los útiles para la escuela, las zapatillas y hasta
los playstation, que son jueguitos de video", dice la mujer. Isabel conserva
el viejo sistema de venta a través de revendedoras. "No gano mucho con
eso, pero son los únicos pesos de verdad que entran en la casa y los usamos
para pagar los impuestos", explica.
La marca de lencería fina que fabrican Isabel y su esposo es ''Rumba''.
"Estamos muy contentos por haber ingresado a este sistema; no es perfecto,
porque a veces uno no consigue exactamente lo que quería, pero es muy
práctico y a nosotros nos da de comer. Nos salvó la vida"..
Clarin,
Jueves 14 de febrero de 2002
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