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Empezó como un hecho curioso. Creció con la crisis económica.
Y explotó cuando millones de personas, casi de un día para el otro, se
volcaron a buscar allí su alimento. Hoy, el sistema del trueque está en
el momento de mayor crisis: casi la mitad de los clubes del conurbano
desaparecieron y miles de personas dejaron de abastecerse en esta economía
informal.
"Estamos funcionando al 40% si lo comparamos con lo que sucedió entre
octubre del año pasado y abril de este año cuando había más de un millón
de socios", dice Rubén Ravera, uno de los creadores de la Red Global de
Trueque. Y aclara que si bien muchos dan por muerto o agonizante al trueque
"nosotros decimos que está en crisis de crecimiento. Es un momento de
cambios".
Según los fundadores del sistema, las causas de este quiebre fueron la
falsificación indiscriminada de créditos (la moneda social con la que
se realiza el intercambio), los robos y el "acoso mediático".
La falsificación fue mucho más alta que lo estimado y alcanzó en la mayoría
de los clubes (o nodos) al 90% del circulante. Esta inyección externa
de créditos fue uno de los factores de la inflación que hubo en el sistema
que elevó sus precios hasta 40 veces su valor original. Sobre todo en
los artículos de primera necesidad. Un litro de aceite que normalmente
estaba a 7 créditos llegó a costar 300 (cada crédito equivale a un peso
en algunos clubes; y a 50 centavos, en otros).
Los tickets falsos hicieron que fuera necesario recrear la moneda con
un papel distinto, y con medidas de seguridad que lo hicieran casi inviolable.
Estos nuevos créditos —que circulan desde hace un mes— ya
están siendo cambiados en todos los nodos del país. Para quienes no acumularon,
el cambio es lineal: los viejos por los nuevos. Pero los que acumularon
grandes cantidades de créditos no recibirán la misma cantidad de nuevos
bonos porque se les aplica una suerte de devaluación que responde a un
cálculo logarítmico. Se calcula que los créditos nuevos —según los
creadores del sistema— tienen una devaluación mensual del 1%.
La falsificación no fue lo único que perjudicó el sistema. Hacia adentro
también hubo quienes desvirtuaron la idea del trueque para convertir su
moneda social en una moneda de especulación y no de intercambio. Y además,
llegaron otros vicios de la economía formal: aparecieron "arbolitos" en
las puertas de los trueques que vendían créditos. Algo que el sistema
tiene expresamente prohibido.
Ravera, Carlos De Sanzo y Horacio Covas, los creadores de la Red Global,
denunciaron un complot en contra del trueque. Según ellos, estos "ataques
despiadados" condujeron al desprestigio mismo del sistema y a la fractura
en la confianza colectiva, el pilar que lo sostiene.
Aun así, el trueque sigue teniendo casi medio millón de asociados, que
pueden adquirir productos con créditos, hacer viajes de turismo, poner
en marcha un microemprendimiento, ir al médico, al dentista, o simplemente,
cortarse el pelo. Incluso, en algunos municipios se pueden pagar los impuestos
con estos ticktes.
"Volver a los orígenes es la fórmula que rescatamos en esta instancia",
dicen Ravera, De Sanzo y Covas. Retornar, de alguna manera, a aquella
primera reunión en un garaje de Bernal, el 1° de mayo de 1995, cuando
unas veinte personas se juntaron para intercambiar productos.
La idea original era darle un rostro humano a la economía, buscar un sistema
alternativo, llegar a que el dinero formal no hiciera falta para obtener
productos y servicios apoyados en la filosofía del intercambio. Retornar
a la necesidad de producir y consumir al mismo tiempo.
Octubre de 2001 marcó el comienzo de esta crisis. A partir de allí, miles
y miles de personas, sobre todo del conurbano que se quedaban sin trabajo
y sin comida, fueron a los clubes de trueque como la única salida a su
subsistencia. Así, se empezaron a abrir nodos "como si fueran canchas
de paddle", define Ravera.
Y en muchos casos, esas aperturas fueron más una iniciativa privada que
fue masificándose hasta hacerse incontrolable. "Se armaban los clubes
como si fuera algo de moda, para obtener réditos personales y nada tenía
que ver con una economía informal", se lamenta Ravera, repasando la vorágine
vivida en los últimos meses. "La gente confundió solidaridad con asistencialismo",
dice. Pero hace la salvedad de que, en esos meses, el trueque fue el único
sustento para muchos desposeídos y hambrientos.
En muchos clubes, además, se produjo desabastecimiento de los productos
básicos y la gente terminaba perdiendo dinero: gastaba pesos en comprar
harina, por ejemplo, para hacer una torta y llevarla al trueque. A cambio
recibía créditos que muchas veces no le servían para nada. No podían adquirir
harina en los nodos porque no había. Y lo mismo pasaba con otros insumos
básicos como el aceite o las verduras.
"Se produjo una gran desconfianza en la gente —dice Ravera—.
Ahora es necesario reconstruir la red con los verdaderos ''prosumidores''
y revalorizar nuestra moneda". El quiebre actual significó el cierre de
casi la mitad de esos nodos que funcionaban en el Gran Buenos Aires, la
zona de mayor influencia. Y para sus creadores, esa fractura sirvió: "Nos
sometió a severas reflexiones".
Como una respuesta pendular, ahora los clubes están pasando por una instancia
más cerrada y hermética, según Ravera. Y hay tres reglas de oro que se
deben cumplir para que el trueque reviva. La primera es que el que no
produce no entra a un club. Regla que se había flexibilizado en los meses
pasados debido a la demanda de comida. Los socios, además, deberán ser
los principales defensores de la paridad 1 crédito = 1 peso, para evitar
la especulación. Y lo más importante: todos los socios de la red tienen
la obligación de denunciar la venta de créditos.
Tiempos de cambio. Tiempos de revisión. Tiempo de volver al origen para
poder seguir avanzando.
Alba
Piotto, Clarin, 17 de octubre de 2002
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MESAS
VACIAS. EN "LA BERNALESA", EL CLUB PIONERO DEL TRUEQUE,
CADA VEZ HAY MENOS GENTE. AYER SOLO SE HABILITARON 40 PUESTOS. (Foto:
Pablo Cerolini)
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"Si se corrigen errores, es posible seguir"
"Va
a costar levantar el sistema, pero hay que insistir. En la época
del trueque lindo, renové toda mi casa, visité muchos lugares
y conseguíamos más cosas", dice Adelma, de 67 años.
Ella y su marido van todos los miércoles al club de La Bernalesa,
en Bernal, que esta semana habilitó solo 40 mesas, cuando hace
un mes los puestos ocupados eran 180.
A pesar
de la crisis, insiste en traer artesanías en hierro que hace su
esposo en un taller de Burzaco; y unas herramientas para jardín
que le da un vecino, dueño de una fábrica que cerró
cuando se comenzaron a importar esos elementos.
"Lo
que pasa es que yo traigo mercadería que la gente quiere, pero
ahora tengo dificultades para encontrar lo que yo necesito, entonces opté
por aceptar créditos si es que hay algún producto que quiero",
explica, mientras muestra un nutrido puñado de créditos.
Adelma
tiene varias explicaciones para los problemas que atraviesa el sistema
del trueque: "La televisión nos mató, empezó
a venir gente poco recomendable, y ahora descreen, desconfían.
Cuando vieron que era posible hacer negocios, ''inflacionaron'' el trueque,
y después las falsificaciones hicieron el mayor daño. Pero
ahora hay que volver", indica.
Las dificultades
están a la vista en La Bernalesa, la mayoría de las mesas
están desocupadas y no hay variedad de productos. Pero los testimonios
coinciden en señalar que "si se corrigen errores, es posible
seguir con el trueque". Los sábados, en este local de Quilmes
funciona otro club donde se habilitan entre 250 y 350 mesas, pero en el
último mes hubo 100 mesas menos.
Ya con
sus artesanías en metal ordenadas, Adelma explica: "Toda la
ropa que tiene puesta se refiere a su marido es del trueque,
y se mal acostumbró porque hay días que no ve nada bueno
y se queja", cuenta.
"Un
sistema con límites de abastecimiento"
El fenómeno del trueque fue bastante estudiado y discutido desde
su creación. Y, sobre todo, desde mediados de 2001 y los primeros
meses de este año, cuando en forma paralela a la desarticulación
laboral y social, tuvo un auge descomunal. Los números lo dicen todo:
a fines de 2000 había unos 250 clubes en el conurbano y 150.000 socios.
De golpe, creció a 5.800 clubes con un millón de personas
intercambiando productos. Y de allí empezó a caer.
"Aun
reconociendo que el trueque pudo cumplir una función sustitutiva,
encontró límites de abastecimiento para conformar las expectativas
de las necesidades básicas de las familias", evaluó
Jorge Marchini, profesor de Economía de la Universidad de Buenos
Aires.
En su
trabajo "Trueque: auge, crisis y perspectivas", el economista
sostuvo que el fenómeno nuevo que trajo el trueque debido
a la explosión de la crisis y la situación de emergencia
fue que se instaló en las zonas urbanas. Pero que ese impacto tuvo
su contracara: "La urbanización trajo un enorme cambio cultural
e inhibe objetivamente la vuelta simple hacia una economía de subsistencia
en la cual prevalezca la autoproducción".
Según
Marchini, fueron varios los factores que hicieron que hoy el trueque se
encuentre en crisis. Entre otros, porque no satisfizo las condiciones
mínimas que requería la gente (en los clubes de trueque
faltaban verduras, frutas). Y porque los insumos básicos, como
la harina, tampoco se encontraban en el trueque y había que buscarlos
en el mercado formal, con dinero.
"La
falta de abastecimiento de productos básicos, con la insatisfacción
por la incapacidad de compra de los créditos y la inflación,
fueron los motivos centrales de la caída de la concurrencia",
planteó.
La falsificación
y la credibilidad del sistema también contribuyeron a la desconfianza
y frustración. "El desafío del trueque en este momento
es ser un ámbito para formar mayor capacidad de producción,
de sociabilización, de búsquedas de alternativas. Es importante
saber que con el trueque no se puede solucionar todo, no se puede convertir
en una economía cerrada", dijo Marchini a Clarín.
De todos
modos, sostuvo, "es un elemento extraordinario porque puede satisfacer
una parte de la canasta familiar. La pregunta que debe hacerse es: ¿Hasta
dónde llega este sistema para dar respuesta a la gente?".
"Al
final, perdía plata"
A fines
del año pasado, Cecilia Vásquez una ama de casa de
39 años empezó a ir a un club de trueque que se acababa
de abrir a dos cuadras de su casa, en Villa Crámer, Bernal. Cecilia
se entusiasmó y empezó a elaborar comida. Su especialidad
fueron las tortas.
"Se
me iban de las manos, y yo pensaba ''qué bien, cómo se vende
acá''", pero no me daba cuenta de que a cambio yo traía
papelitos a mi casa", cuenta ahora, cuando ya dejó de ir al
club.
En realidad,
a Cecilia los créditos que le daban por sus tortas no le servían
demasiado. Para elaborar comidas, ella necesitaba harina, azúcar,
aceite, que iba y compraba en el almacén. Invertía pesos.
A cambio, se quedaba con créditos que no la ayudaban a reponer
la inversión. Porque no había insumos o porque, en algunos
clubes, se llegó al absurdo de pedir 300 créditos por 1
litro de aceite.
Cecilia
vivió en carne propia las consecuencias del auge explosivo y de
la crisis del trueque. Entre diciembre y marzo, en su barrio se llegaron
a abrir hasta seis clubes en un radio de pocas manzanas. Al trueque iban
todos los vecinos. Pero además, y sobre todo, la necesidad empezaba
a tener rostros concretos: "Me impresionó mucho ver gente
que llevaba limones o naranjas para el trueque y con los créditos
que les daban comían. Pasaban hambre de verdad".
Pero enseguida
empezaron a circular los créditos falsos, empezaron a faltar insumos,
los precios se fueron por las nubes y Cecilia comenzó a desconfiar
del sistema. "Tuve que dejar de preparar las tortas porque al final
perdía plata", dice. Y al poco tiempo prefirió alejarse.
Lo mismo
les sucedió a otros cientos de personas que ingresaron a los clubes
a fines del año pasado. Y los nodos, así como proliferaron,
se fueron cerrando. Hoy en Villa Crámer, el barrio de Cecilia,
ya no queda ninguno: "Para mí fue una desilusión".
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