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Las
notas que salen de los instrumentos de la Agrupación Los Quilmeños son
implacables. La canción que le pide a Macarena que le dé alegría a su
cuerpo aturde en el intento trunco de cemento y ladrillos por transformarse
en una fábrica. Abajo del techo de lo que pudo ser un galpón hay puestos
de todo. Cerca del mediodía son casi 5.000 las personas que se amontonan.
Un verdadero cambalache del siglo XXI. Donde se intercambian desde piedras
energéticas hasta tortas fritas. Pero con una característica: en el medio
no hay billetes.
Ayer, a 6 años de la primera reunión en un garaje de Bernal del Club del
Trueque, fueron 10.000 personas las que llegaron hasta el nuevo predio
en Quilmes. A metros de la avenida Calchaquí y Rodolfo López, en la estructura
que nunca pudo convertirse en una fábrica, hay gente de distintas partes
del país.
Esta es la primera "megaferia" en el lugar. Después la reunión se convertirá
en habitual. Se repetirán todos los martes y sábados desde las tres de
la tarde y los domingos a partir de las 10.
El "crédito" es la moneda de intercambio entre las 500.000 personas que
intervienen en toda la Argentina en la Red Global de Trueque Solidario.
Tienen forma de billete verde y no se pueden comprar con pesos. En su
parte de adelante dice: "Ticket Trueque" y hay de varios valores.
"Todos empezamos por lo mismo. Estábamos en la lona y habíamos perdido
la capacidad de compra. Acá el producto es lo que vale", dice a manera
de explicación Alcides Silveira, un periodista de Avellaneda que se enteró
del sistema por una nota en Clarín. "Para fijar el precio sirve la oferta
y la demanda. Si uno pone algo caro, nadie lo compra y se acabó".
En los 6 años de funcionamiento, la Red Global de Trueque Solidario creó
una economía paralela tan fuerte que ya sus organizadores no la llaman
informal.
"Es una economía social", explica Carlos De Sanzo, el dueño del garaje
en donde empezó este fenómeno. Dice que a este sector en otros países
se lo denomina "economía popular", porque surge espontáneamente de la
gente que busca generar un mercado a partir de las potencialidades de
cada uno.
Ayer, a la Red y a Quilmes también llegó uno de los primeros apoyos a
nivel nacional. En el Ministerio de Economía —en el área de la Pequeña
y Mediana Empresa— se creó una sección para la economía informal que busca
apoyar y también analizar este tipo de fenómenos.
Para los organizadores, las perspectivas de este sector son muy buenas.
"Por año se intercambian en la Red entre 400 y 600 millones de créditos,
es decir de pesos", explica De Sanzo. "Creemos que hasta fin de año, el
sistema crecerá un 80 por ciento en todo el país".
Aunque a la mayoría los acercó el desempleo y la recesión, para los organizadores
también intervienen otras variantes que favorecen este crecimiento.
Entre las ventajas, De Sanzo enumera que "se pueden intercambiar los productos
en cualquier parte del país. Es un mercado cara a cara. Y es para todos:
para el artesano y para el pequeño productor que vende tecnología de punta".
"¿Acá hay alguien que perdió a una suegra?", anuncia el locutor por los
parlantes. Y, sobre el pucho, se sincera: "La verdad que no es muy grave.
Es casi un beneficio". Al aviso, un hombre desde uno de los pasillos atestados
de gente contesta: "Yo regalo a mi mujer".
En la otra hilera de puestos, un señor de bigotes compra verduras para
un puchero "ideal para este día de lluvia", dice.
"Una pregunta —interrumpe una señora de jeans y pulóver de guardas— ¿tiene
pilas para relojes?
Al lado hay un puesto de faroles de acero. Y un poco más allá, una mujer
rubia y con labios finitos —dos líneas que resaltan más pintadas de rojo—
que vende canelones caseros.
La comida es uno de los productos que más se controlan en la Red Global
de Trueque Solidario. "Hay pautas bromatológicas que exigen la fecha de
elaboración", explican sus responsables.
También es lo que más hay, o al menos más huele, en el galpón de ladrillos
de Quilmes. Tortas fritas, sopa paraguaya, pastafrolas, pastelitos, pizzas.
Todo casero.
Pero también hay puestos que ofrecen miniturismo, ropa, zapatillas, caramelos
y artesanías. Un servicio de catering para fiestas montó una mesa con
candelabros, mantel blanco, canapés y un lechón con una manzana en el
centro.
No bien se pasa alguno de los escritorios de entrada —para hacerlo hay
que pagar un crédito y un peso que va para el alquiler— está Celia Anaconda.
Vende salsas de tomates pero —aclara— que tiene "dos filones fuertes:
hago depilación y trámites". Después de años de trabajar en empresas y
estudios contables, ahora vende lo que sabe hacer a través de la Red del
Trueque.
Otro caso es el de Mirta Espíndola, de 43 años. Está sentada en una mesa
redonda con un mantel amarillo en medio de la feria. Es vidente desde
los 4 años —dice— y cobra por su don. Cuenta que antes trabajaba en Capital
y en Punta del Este, pero que cuando se mudó a Quilmes pocos la conocían.
Una clienta le recomendó el sistema y ahí está sentada leyendo lo que
las cartas y los caracoles le dicen del porvenir.
"La principal preocupación de la gente es por los problemas económicos,
después vienen los temas de pareja", cuenta. Las leyes del trueque dicen
que hay que pagar 2 créditos para hacer una pregunta sobre lo que vendrá.
"¿Qué me preguntan? Hasta por el loro". E inmediatamente aclara: cada
uno tiene su preocupación.
Clarin,
Miércoles 2 de mayo de 2001
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