Cádiz, dicen que es la ciudad más antigua de occidente. Si nos paramos a definir el concepto de ciudad, de lo urbano, éste no se puede separar de lo que se ha considerado como el germen de las sociedades modernas: la división del trabajo y la consiguiente aparición de las clases sociales.
Hacia la Turdetania emigraron, en su día,
los fenicios que se recorrieron todo el Mediterráneo con una peligrosa
navegación de cabotaje que les obligaba, de alguna u otra manera, a
poner sus vidas en manos de los dioses. La riqueza que emanaba del sur peninsular,
y de Gadir en particular, así como la posibilidad de establecer negocios,
y hacerse cada vez más ricos y poderosos, constituían los verdaderos
vientos impulsores de aquellas velas que arribaban a nuestras playas.
Gadir, situada en los albores del Estrecho, se encontraba en una posición
geoestratégica indiscutible. A las riquezas agropecuarias se le añadían
las ingentes cantidades de metales preciosos, principalmente plata, que se
hallaban en las estribaciones de la cordillera Bética. La mano de obra
indígena era una realidad que tampoco se podía desdeñar
a la hora de idear un emporio comercial fenicio. Los trabajadores de la antigüedad
gaditana eran apreciados, en todo el mundo conocido, por su voluntariedad
y capacidad de sacrificio que incluso el ilustre Pomponio Mela resaltó
en alguno de sus escritos. Y es que, amigos nuestros, desde aquí sospechamos
que el mismísimo Hércules, aquel que unió los pilares
hipotéticos del Estrecho después de un ingente esfuerzo propio,
más bien, de las deidades más poderosas era oriundo de Erecteia,
o lo que es lo mismo, el actual barrio del Pópulo.
No sabemos si en la actualidad los cananeos de Tiro y Sidón pondrían
rumbo a la Caleta, sin duda, los yacimientos argentarios que codiciaban se
encuentran bien agotados, la agricultura y la ganadería ya no son lo
que eran, y la pesca... que decir de la pesca. Sin embargo los gaditanos siguen
ahí, con sus ganas de luchar, de buscarse la vida, de triunfar ganandose,
simplemente, el pan de los suyos. Miles de gaditanos, postrados en las piedras
caleteras y en las balaustradas del Genovés oteando el horizonte, esperan
con ilusión que algún día, como hace 3000 años,
aparezca ese barco que les cambie la vida. Hoy en día la incesante
guardia se alivia con cursos, expectativas de oposiciones o trabajos sumergidos.
Sin embargo falta lo esencial, añoramos aquellos fenicios que, arriesgando
mucho, apostaron por esta tierra y sus gentes. Desde estas letras nos gustaría
dar unos mensajes a esos tirios: el mar por el que navegáis os conducirá
a un faro, el de San Sebastián, no lo vayáis a pasar por alto,
él os conducirá a un yacimiento de grandes tesoros que con formas
humanas honradas os esperan con ilusión vigilantes en la bahía.
Sin más preámbulos damos paso a la historia escrita, un pasado que no nos conviene olvidar para no acometer sus errores en el presente. Deseamos que les sea de muy buen provecho.