Virtus es la diosa de la calma
No sé si habrá dormido esta mañana
la niebla en el umbral de la rivera
del arroyo. Si habrá vencido la brisa
las ambarinas hojas de los álamos
erguidos a los pies de la colina.
No sé si el manso octubre habrá nacido
con la humedad doliente de la lluvia
un verde resplandor en la pradera,
si volarán a coro, alegres – cadenciosas,
desgranando azules y esmeraldas,
el antiguo robledo, las palomas.
No sé si es que el rocío enamorado
está sembrando de besos los tejados
si aún suena la campana
en el hueco carillón del campanario
llamando con su voz de badajo
a reunión. Si entre las peñas
anidan como siempre las cornejas.
No sé si el agua mansa se encabrita
cuando salta, cuando pule las piedras
con su mano de seda y de marfil,
si llega a extraviarse la luz bermeja
arrebolada al fiel del horizonte
como si fuera la mejilla sedosa
de una adolescente enamorada.
No sé si habrá un rebaño de vacas
resignadas, tranquilas, adornando
los campos escarchados por la bruma,
si están las madreselvas escalando los muros,
si los acebos sudan gotas de sangre;
dónde está, los jilgueros, si acaso los endrinos
muestran en dorada sazón
sus frutos dulciamargos como un beso robado
No sé si el robledal pinta de mil colores
el paisaje, si la mano del viento
lo desnuda, en danza lujuriosa
con ternura infinita, de sus hojas,
si suena un laberinto de trinos en las ramas,
si se encadenan las luces a las sombras.
Ni sé si eres un sueño o una duda,
si eres caricia y flor de mis recuerdos
o eres un paisaje reflejado en la memoria.
Jose Luis Abad Peña