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La prospectiva todavía no goza del pleno reconocimiento de las
comunidades académicas o de los líderes sociales. Proliferan los
malentendidos y la suspicacia. Muchos creen, erróneamente, que es una
disciplina que elabora pronósticos y la calidad de sus resultados se
mide en función de lo acertado que resulten éstos con el paso del
tiempo. ¿Qué es en su opinión la prospectiva?
Prospectiva, término acuñado en los años cincuenta del siglo pasado por
el educador y hombre de negocios francés Gaston Berger, viene del latín
pro, adelante, y spectare, mirar. Se trata pues de un campo
de estudio que intenta mirar hacia adelante en el tiempo, de reflexionar
sobre los futuros, así, en plural, para hacer hincapié en que no hay un
futuro único, sino sólo posibilidades o alternativas, muchas, de futuro.
La prospectiva trata de representar el porvenir idealmente o de crearlo en
la imaginación; trata pues de construir imágenes de futuro, de
anticiparlo, pero sólo en el sentido de conjeturar sobre él. Es de hecho,
como sugiere el título de uno de sus padres pioneros, Bertrand de
Jouvenel, el arte (o artesanía) de la conjetura anticipatoria.
La prospectiva no pretende predecir (anunciar algo que sucederá), ni
adivinar (predecir o descubrir lo futuro por medio de agüeros o
sortilegios), ni pronosticar (conocer lo futuro por ciertos indicios), ni
profetizar (anunciar las cosas futuras a partir de un don sobrenatural).
La prospectiva no debe confundirse con estos términos; es algo distinto,
una especulación educada sobre el porvenir, que incluye como propósito una
posible mejor comprensión del presente con la ayuda de imágenes sobre el
futuro. Busca no lo que será, sino lo que podría ser o desearíamos que
fuese.
Así, al menos dos cosas distinguen a la prospectiva de las artes
adivinatorias: primero, el empleo de la razón, que permite hacer
explícitos los mecanismos empleados para analizar el futuro y
potencialmente repetibles los ejercicios de análisis; segundo, esa
intención de explorar el futuro (señalar cómo podría ser) y no predecirlo
de modo necesario (asegurar que será de alguna manera). Si predecir con
certeza fuese posible, seguramente ésa sería una de las tareas de la
prospectiva. Pero también, si predecir con certeza fuese posible, ello
significaría que tendríamos un destino fijo, único e inalterable, lo que
no dejaría espacio alguno para la voluntad y el actuar humano en la
construcción del futuro, por lo que todo ejercicio de modificación de la
realidad sería inútil. La prospectiva es, pues, el ejercicio sistemático
de la imaginación y la razón sobre el futuro, con base en el postulado de
que imaginar de manera razonada el futuro es siempre el primer paso para
empezar a construirlo. Ello no significa que se trate de limitar lo
imaginado a sólo aquello que la razón convencional aceptaría como posible.
Se trata de explorar con libertad, y hacer explícitas las estructuras
lógicas de pensamiento que están detrás del discurso prospectivo. Se trata
de explorar el vasto territorio entre lo establecido y la poesía. Se trata
de reducir el azar, y prever razonada y razonablemente la posible
evolución de lo estudiado al paso del tiempo y el efecto que podrían tener
sobre el objeto de estudio distintas acciones aplicadas a él o a su
entorno.
El futuro es un ente escurridizo y difícil de estudiar. El pasado
pertenece al mundo de la memoria, de los hechos (declaraciones precisas
sobre la realidad) y el presente, a la acción. El futuro es el terreno de
la imaginación y la voluntad, de los objetivos y los sueños. La historia
se encarga del pasado y tiene como tareas la recreación, la recuperación
de lo ocurrido; en principio, aunque también imagina, puede aspirar a
emplear algún criterio de verdad para validar sus hallazgos (recordemos al
poeta español Antonio Machado, quien escribió que "se miente más de la
cuenta por falta de fantasía; también la verdad se inventa). La
prospectiva, que se encarga del futuro, como si fuese historia en sentido
temporal invertido, debe ocuparse de la invención, la creatividad, la
voluntad, los deseos, los miedos y lo posible. Como la ciencia y la
poesía, la prospectiva inventa y explora mundos, pero para ella los
criterios de verdad carecen de sentido. ¿Cómo juzgar la bondad de un
estudio de prospectiva por lo acertado de sus pronósticos cuando su
propósito no es pronosticar? Hacerlo es como juzgar a la metafísica por
sus desaciertos en materia de química, o la física por sus desaciertos en
materia política. Tanto el análisis del pasado como el del futuro son
indispensables para comprender el presente. Y aunque ello se reconoce en
el caso del primero, con, por ejemplo, múltiples cursos de historia en
nuestro sistema educativo, desde la educación básica hasta las
licenciaturas, se ignora brutalmente en el caso del segundo.
La década de los setenta puede considerarse, en mi opinión, el
momento de despegue de la prospectiva en México. Podemos advertir en
aquellos años algunos incentivos muy poderosos para ese despegue: el
gran impacto que tuvo la publicación del libro Los límites del
crecimiento, o el efecto psicológico que pudo haber tenido la
proximidad relativa, desde luego de la llegada del año 2000.
¿Hubo estos incentivos? ¿Qué otra clase de incentivos se dieron para que
se originara este despegue?
Los setenta del siglo pasado son, en efecto, la época en que la
prospectiva como tal empieza a echar raíces en México. Sin duda, ello
representa un retraso con relación a lo ocurrido en otras partes del
mundo. El interés por anticipar el futuro es tan antiguo como el hombre
mismo. Por ende, la historia de los esfuerzos y las especulaciones
anticipatorias es inmensamente rica: desde los oráculos de las
civilizaciones antiguas hasta los escritos de hg Wells a principios del
siglo xx, pasando por los grandes utopistas, como Tomás Moro, o los
trabajos de Thomas Malthus, e incluso Carlos Marx. Pero no es sino hasta
la segunda guerra mundial, y luego a principios de la guerra fría cuando
dichos esfuerzos y especulaciones empiezan a hacerse de manera
sistemática. A partir de los años cuarenta y cincuenta surgen las dos
grandes corrientes básicas de especulación sobre el futuro que aún corren
en nuestros días: la primera anglosajona, en buena parte de carácter
proyectivo (el futuro como prolongación del futuro), centrada sobre todo
en la anticipación tecnológica (Technological Forecasting), que se
desarrolla con la denominación de "Estudios de los futuros" (Futures
Studies) fundamentalmente en Estados Unidos y, en sus orígenes, muy
vinculada a la industria militar; y la segunda francesa, con una mayor
carga social y cultural, más comprehensiva, de carácter más especulativo,
que se desarrolla con la denominación de "Prospectiva"
(Prospective), muy vinculada en sus orígenes a los esfuerzos de
desarrollo y ordenamiento territorial y de reconstrucción de una Europa
devastada por la guerra.
Para los años sesenta ambas corrientes se mostraban ya con gran fuerza.
El estudio Los límites del crecimiento, publicado en 1972 y
patrocinado por el recién nacido Club de Roma, continúa y amplía los
esfuerzos pioneros de modelado y simulación por computadora de los sesenta
de Jay W Forrester en el mit de Boston, Estados Unidos, que un año antes
publicó su obra Dinámicas del mundo (World Dynamics). Es el
deseo de exploración y ampliación de los usos de la también recién nacida
tecnología informática el que propicia dicho estudio, cuyo paradigma
responde a la corriente anglosajona y que pertenece a la corriente
malthusiana, a pesar de que el Club de Roma se debió al impulso de un
ilustre italiano, el empresario Aurelio Peccei. Sin duda, Los límites
del crecimiento tuvo un enorme impacto en todo el mundo, incluido
México. Pero no fue el único esfuerzo propiciador de los estudios de
prospectiva. En Francia se había fundado ya, en 1960, el grupo Futuribles,
una asociación promovida por Bertrand de Jouvenel que tuvo enorme impacto
y que empezó a publicar la revista Futuribles, la cual sigue
apareciendo y promoviendo la prospectiva. Se había creado también, en
1967, la Federación Mundial de Estudios de los Futuros (wfsf), con una
membresía plural y multinacional, que a través de sus congresos propició
un intenso intercambio entre la comunidad de los estudiosos del futuro, y
en Estados Unidos se había establecido (en 1966) la Sociedad Mundial del
Futuro (wfs), más centrada en dicho país a pesar de su nombre, que al poco
tiempo empezó a publicar su revista The Futurist. A fines de la
década de los setenta hubo también otros esfuerzos que tuvieron
repercusiones importantes, como los trabajos de Gerald O. Barney, quien
publicó en 1980 su conocida e influyente obra Global 2000. Informe al
presidente Carter.
Sin embargo, en nuestro país las condiciones fueron otras. México vivía
(y en buena parte sigue viviendo) un ritmo en el que el país se
reinventaba cada sexenio. El largo plazo a lo sumo alcanzaba el término de
cada administración federal. Con todo, en 1975 Emilio Rosenblueth, uno de
los más insignes ingenieros de nuestro país y sin duda un visionario,
decidió destinar el dinero de uno de los muchos premios que recibió en su
carrera como fondo semilla para la creación de una institución que se
dedicase de manera exclusiva a estudiar el futuro: la Fundación Javier
Barros Sierra. En ésta participó, entre otros, Víctor Urquidi, un
destacado economista, entonces presidente de El Colegio de México, quien
era miembro del Club de Roma.
La Fundación Javier Barros Serra tuvo un papel decisivo durante
los años setenta en el impulso del pensamiento prospectivo en México.
Con el paso del tiempo, incluso, la aportación que hicieron los
investigadores aglutinados en esta asociación civil se pondera todavía
más, dada la intensidad de sus actividades y los trabajos que generaron,
los cuales no han tenido parangón en nuestro país. ¿Qué factores
incidieron para que aquella fundación pudiera desarrollar esta
tarea?
En primer lugar, en la segunda mitad de los setenta y principios de los
ochenta el país vivía el agotamiento de su modelo de desarrollo y estaba
en el aire la necesidad de contar con proyectos alternativos de país. Ello
propició que empezase a haber interés por explorar los futuros de largo
plazo de diferentes temas. Por otra parte, Emilio Rosenblueth fue capaz de
convocar alrededor de la Fundación Javier Barros Sierra a un muy destacado
y plural grupo de personalidades del mundo académico, del sector público y
del sector privado. Entre ellos, cabe destacar, como ya señalé, a Víctor
Urquidi, también a Fernando Solana, Teodoro González de León, Daniel Díaz
Díaz, Octavio Paz, Carlos Abedrop Dávila, Jaime Constantiner, Daniel Ruiz
Fernández y Gilberto Borja, entre otros. La feliz combinación de
habilidades, activos y campos de formación de este grupo, su comprensión
de las necesidades y posibilidades de los procesos de investigación, más
el clima de total respeto a la libertad de pensamiento establecido dentro
de la fundación, se unieron al entusiasmo de Felipe Lara Rosano, su primer
director, para que la institución tuviese un primer periodo de importante
auge en la promoción de los estudios de prospectiva. La tarea no fue
fácil, porque se trataba de abrir brecha en un campo hasta entonces
prácticamente desconocido en México.
Lo que llama la atención del desarrollo de la prospectiva en
México fue la súbita caída de sus actividades en los años ochenta y
principios de los noventa. Supongo que la situación económica del país
fue un factor de gran peso para esta ralentización. Pero también hubo
una especie de "desplome" del interés nacional e internacional en los
estudios de futuro. Nos gustaría saber cuál es su lectura sobre este
punto.
En el orden mundial resulta difícil apreciar de manera clara un
descenso significativo en las actividades de prospectiva durante los
noventa. En esta década se constituyen grupos que a la postre han
resultado muy importantes, como el Foro de Estudios sobre los Futuros de
la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (ocde),
encabezado por Wolfgang Michalsky, que durante toda la década tuvo
actividades con una dinámica creciente. El número de libros y
publicaciones en general sobre los futuros de largo plazo tuvieron un
crecimiento considerable. Sin embargo, lo que es un hecho innegable fue el
creciente desinterés en la prospectiva por parte de los gobiernos de los
países desarrollados, en particular Estados Unidos y el Reino Unido. Las
políticas reaganianas y thacherianas, que entre sus ejes de acción
ponderaban la dinámica de los mercados por encima de todo, rechazaban de
manera activa y tajante la planeación, a la que interpretaban como un
proceso de intervención indeseable sobre la operación de éstos. Esta
postura, sin duda, afectó también negativamente la prospectiva, y redujo
los apoyos para su desarrollo.
En el ámbito nacional las pocas organizaciones pioneras en el campo de
la prospectiva, como la Fundación Javier Barros Sierra, tuvieron una baja
importante en sus actividades. En buena medida ello se debió a las
dificultades para conseguir los fondos necesarios para seguir operando con
el mismo nivel de intensidad. Algunos de los personajes que les habían
brindado su apoyo dejaron de tener posiciones desde las cuales pudieran
seguir allegándoles recursos. Además, algunas de dichas organizaciones
pioneras reorientaron sus labores y algunas más se dedicaron a la
planeación y el análisis de la realidad nacional. Y el clima internacional
contrario a la planeación también cobró su factura en nuestro país tan
dado a seguir las modas de los países líderes. Sin embargo, algunas
organizaciones, como el Capítulo México del Club de Roma, continuaron
manifestando su interés y realizando actividades, si bien modestas, en
prospectiva.
Por otra parte, empezó a haber interés en el desarrollo de estudios de
prospectiva en otros sectores y con otras organizaciones. El Instituto
Tecnológico de Monterrey creó centros de estudios estratégicos que
promovieron estudios estatales de gran visión y largo plazo. Entre éstos
destacan los realizados en Chihuahua y en Guanajuato. Es cierto que ambos
están más cercanos a la planeación estratégica, y se orientan más a la
acción que a la reflexión sobre el futuro, pero aún así tienen un fuerte
contenido prospectivo. Entre otros esfuerzos notables está el proyecto
"Jalisco a futuro" que realizó la Universidad de Guadalajara. Durante los
noventa surgieron organizaciones con líneas de consultoría y asesoría en
prospectiva, lo mismo empresas privadas, como Analítica Consultores, sc,
donde yo laboro, o la empresa Prospective (pdm de México), encabezada por
Juan Huerta, que asociaciones como el Capítulo México de la World Future
Society, que preside Julio Millán.
Como los ciclos económicos, la prospectiva en nuestro país parece
atravesar periodos de depresión y luego de bonanza. Hoy se advierte un
repunte del interés por explorar el futuro. En los últimos años, han
aparecido diversos estudios que dan fe de esta bonanza, en los que
usted, por cierto, ha desempeñado un papel clave como "México 2030" o
"Jalisco a futuro", en el plano regional, por citar algunos. ¿A qué
obedece este nuevo impulso e interés por comprender el largo plazo de
nuestra sociedad?
Hoy, como en la segunda mitad de los setenta del siglo pasado, México
está urgido de nuevos modelos de país. La transición hacia la democracia
ha producido un clima esperanzador. El país está inmerso en un clima de
cambio. Pero muchos sectores y personas se preguntan cada vez con más
intensidad, un cambio ¿hacia dónde o hacia qué? Buena parte de las
estructuras vigentes responden al México del pasado y no acaban de
montarse en el tránsito hacia un nuevo país. Y el nuevo país que a veces
se dibuja (o desdibuja, si se quiere) no resulta del todo halagüeño. El
modelo neoliberal, que se planteaba como la panacea para resolver los
problemas de desarrollo de nuestro país, y de otros como el nuestro,
muestra ya síntomas claros de incapacidad y genera ya respuestas vigorosas
en contra. La adopción de la bandera de libertad individual al extremo
empezó a agravar problemas de justicia social que todavía tenían
expedientes muy abiertos. Todo ello lleva a preguntarnos sobre qué podría
depararnos el futuro.
Por otra parte, a escala mundial se vive un clima de conflictos y
turbulencia económica, política y social cada vez más difícil de
comprender cabalmente. La realidad se está volviendo cada vez más compleja
y nuestros modelos para explicar su comportamiento cada vez más
insuficientes. El pensador inglés Thomas Hobbes escribió que "el infierno
es la verdad vista demasiado tarde". Pues bien, hoy no anticiparla es
verla a destiempo.
Asimismo, los incipientes patrones de descentralización están otorgando
nuevas responsabilidades y capacidad de decisión a las regiones y los
estados. Los actores locales sienten que su futuro no está ya fuera de su
alcance y en manos de un agente externo, el gobierno federal. Así, resulta
natural que se pregunten cada vez con mayor intensidad hacia dónde quieren
y pueden transitar en el futuro.
La prospectiva ha sido bien acogida por el ámbito empresarial
privado, sobre todo en el de las grandes organizaciones. De hecho, una
corriente de reflexión y elaboración de los estudios de futuro, en estos
momentos muy influyente, como es la planeación por escenarios, se ha
desarrollado casi en exclusiva en el campo de la teoría y la gestión de
empresas. Algo similar no se aprecia en el espacio del sector público,
principalmente en nuestro país. Con excepciones, desde luego, lo que se
advierte es desinterés e indiferencia. ¿Por qué la administración
pública y los gobiernos no tienen el interés suficiente por la
planeación de largo plazo?
Antes de responder a la pregunta conviene calificar algunas de las
afirmaciones que la anteceden. La elaboración de escenarios está difundida
lo mismo entre las empresas privadas que entre el sector público y otras
organizaciones no lucrativas. Es cierto que algunas grandes empresas, como
la petrolera Shell, han sido pioneras en el desarrollo y uso de las
técnicas de escenarios. Pero creo que fuera de éstas también mucho se ha
hecho por diseñar dichas técnicas.
No podemos extrañarnos del todo que el interés por los estudios de
prospectiva en el sector público no sea tan intenso como sería deseable
(lo mismo en México que en otros países). Los políticos, que luego son
funcionarios públicos, dependen de procesos electorales en los que las
promesas de solución a los problemas de corto plazo, los inmediatos, los
que viven los electores día con día, resultan más decisivos, por mucho,
que las visiones estratégicas de largo plazo. Su permanencia en los cargos
públicos, al no haber funcionarios de carrera, está casi siempre limitada
a un plazo corto. Por ende, no existen incentivos adecuados para que
piensen en el largo plazo. Su visión estratégica es con frecuencia la que
se refiere a su desarrollo personal y no al del asunto que tienen
encomendado. Por otra parte, los casos que dichos funcionarios enfrentan
suelen requerir respuestas inmediatas y tantos recursos como haya
disponibles. Lo urgente (corto plazo) se convierte en competidor eficaz de
lo importante (largo plazo). El Fondo de Cultura Económica publicó hace
unos años un libro interesante e importante de Yehezkel Dror, otro de los
pioneros de la prospectiva, en el que analiza los problemas de las
estructuras de gobierno para incorporar el largo plazo en sus
deliberaciones y procesos de toma de decisiones, y en el que plantea
recomendaciones específicas para superarlos.
En México, la situación es hoy menos mala que en el pasado. Con la
administración del presidente Vicente Fox, el gobierno federal ha mostrado
un interés renovado en la prospectiva. Por una parte, la Presidencia de la
República ha promovido que las diferentes secretarías de Estado incorporen
en sus planes de desarrollo una visión de largo plazo. Por otra, la propia
Presidencia ha apoyado la formulación y lanzamiento de un proyecto
denominado "México Visión 2025", que pretende confeccionar escenarios
sobre la posible y deseable evolución del país y sus regiones entre hoy y
el año 2025, y que entiendo está en ejecución. Dos personajes clave en el
impulso de esta bienvenida postura visionaria del gobierno mexicano han
sido Eduardo Sojo y Carlos Flores, quienes habían participado antes en el
proyecto de gran visión de Guanajuato. Hay también signos alentadores en
otras organizaciones de carácter público. El Instituto Mexicano del
Petróleo completó hace poco un estudio de prospectiva sobre la
investigación en el sector energético, y el Instituto Politécnico Nacional
está poniendo en marcha un ambicioso proyecto de prospectiva
institucional. Lo anterior no implica que las aguas hayan llegado ya a su
nivel deseado. Falta mucho por hacer tanto en cantidad como en calidad.
Pero se hace camino al andar.
Hace un par de años, bajo su coordinación, se publicó el libro
México 2030, estudio que no tiene paralelo en la investigación de
futuros en nuestro país por el espectro de temáticas que abarca y por la
calidad de las colaboraciones. ¿Cuáles son los principales hallazgos que
ofrece esta obra sobre la situación del país en las próximas
décadas?
La iniciativa de elaborar un libro como México 2030. Nuevo siglo,
nuevo país surgió de una serie de conversaciones con Julio Millán
Bojalil, un destacado empresario y consultor entusiasta de la prospectiva,
con quien yo había tenido la oportunidad de colaborar durante algunos años
en diversos proyectos. Convencimos, de manera rápida y sin ninguna
dificultad por cierto, a Miguel de la Madrid, entonces director del Fondo
de Cultura Económica, que la idea de reunir a un grupo de pensadores
destacados para que reflexionasen y escribiesen sobre los futuros de
diversos sectores del país tenía mérito. De hecho, el fondo había iniciado
ya, en colaboración con la Fundación Javier Barros Sierra, una serie sobre
prospectiva, en la que se había publicado un excelente pequeño libro de
Eleonora Masini, una de las pioneras, por lo que incursionar en este campo
no le resultaba novedoso. Un pequeño grupo de empresarios, integrado por
Carlos Abedrop, Carlos Slim, José Mendoza y el propio Julio, aportaron los
recursos económicos necesarios para la realización y publicación de la
obra.
Sin duda, México 2030 tiene mucho valor por las imágenes que
ofrecen sus autores sobre los futuros de largo plazo de una amplia gama de
temas. Todos ellos son analistas y estudiosos de primerísimo nivel. Sin
embargo, y a pesar de las múltiples reuniones colectivas que sostuvimos
durante la elaboración de los textos para propiciar que hubiese un
intercambio de ideas e imágenes entre ellos, la articulación entre temas
dista mucho de lo que sería deseable para la construcción de una visión
integral sobre los futuros del país. A pesar de ello, cada uno de los
capítulos nos ofrece un análisis sobre la evolución pasada, problemas y
disyuntivas actuales, tendencias y posibles eventos portadores de
futuro.
Dada la amplia gama de temas tratados y la riqueza de ideas e imágenes
del futuro ofrecidas en cada caso, resulta difícil señalar los principales
hallazgos del libro. Cualquier selección difícilmente haría justicia a su
contenido. Con todo, puedo destacar que el libro nos muestra que no será
haciendo más de lo mismo como construiremos un México mejor. Retrata a un
país dinámico, inmerso en diversas transiciones, de carácter demográfico,
económico, social, cultural, político, con grandes retos por superar, pero
con opciones para hacerlo.
Perfila un México cuya población seguirá creciendo, pero con tasas
decrecientes, y se acerca a su nivel de saturación; que está modificando
de manera importante su estructura por grupos de edades y envejece, y que
es cada vez más urbana. Esta transición demográfica abrirá diferentes
ventanas de oportunidad, y reducirá la razón de dependencia y la demanda
de ciertos servicios, como los de educación primaria. Pero también
planteará nuevos retos, en particular el de generar cerca de un millón de
empleos productivos por año, lo que sólo será posible con tasas de
crecimiento económico anual medio mayores de cuatro por ciento. La
transición demográfica es una especie de revolución silenciosa, gradual
pero de gran impacto.
En lo económico plantea que continuará cambiando la importancia
relativa de los grandes sectores de la producción, con una caída sostenida
del sector agropecuario y un crecimiento del de servicios. Escenarios en
los que las empresas nacionales parecen obligadas a ganar en productividad
y competitividad, lo mismo dentro del país que fuera de él, y en los que
el sistema financiero aparece débil y en proceso de modernización. Una
economía futura, en fin, en la que el papel del Estado seguirá
redefiniéndose, abriendo espacios a la participación del sector privado y
otorgando a los mercados un papel predominante, en busca de un nuevo
acomodo como promotor y regulador de las actividades productivas. La
trayectoria económica reciente de nuestro país, con un producto interno
bruto per cápita que apenas si ha crecido y donde los salarios se han
deteriorado, y con una distribución de la riqueza cada vez más injusta y
un número creciente de pobres, obliga a pensar en cambios importantes y a
cobrar conciencia de que las próximas tres décadas serán cruciales para la
reconstrucción de la economía nacional, en un entorno internacional que
probablemente no será el más favorable.
El libro repasa también la transición política en la que México parece
avanzar hacia un sistema democrático de representación cada vez más
pulido, con elecciones más transparentes y legítimas, una competencia
partidista más equitativa, un menor presidencialismo, corporativismo y
clientelismo, y una participación ciudadana más vigilante. Una transición
en la que además se perfila una nueva distribución de poder entre los tres
poderes federales (más cercana a lo que marca la Constitución), la
aparición de nuevos actores políticos tanto en el orden federal como
estatal, y una presencia creciente de los estados y los municipios. Un
proceso que no estará exento de dificultades y retrocesos, que ocurre en
un vacío de cultura política ciudadana, en el que la competencia política
no se centra en las plataformas y propuestas de acción, sino en la
mercadotecnia, con posibles brotes de violencia organizada.
En lo social y cultural se trasluce un país con un creciente nivel
educativo en el que la familia mexicana está reconfigurándose,
reduciéndose de tamaño e incorporando de manera creciente nuevos
prototipos de constitución (por ejemplo, las familias uniparentales) y
modificando sus valores sociales. Una transición social en la que cabe
esperar cambios en materia de salud y seguridad social, nuevos papeles
para los medios de comunicación, nuevos modos de relaciones
interpersonales, tal vez con una diferenciación geográfica más marcada en
los patrones de comportamiento, mayor movilidad física, una mayor
participación de la mujer en todos los ámbitos de la vida nacional, y
cambios importantes en la filiación religiosa de un número creciente de
mexicanos. Dicha transición probablemente ocurrirá en un ambiente en que
la inseguridad personal podría ser una pesada carga y donde el
narcotráfico y la corrupción difícilmente podrán ser erradicados o
neutralizados.
Más allá de los escenarios particulares de cada campo, el libro muestra
que quizá los tres rasgos principales en el futuro de nuestro país serán
una complejidad creciente, una incertidumbre en aumento y altas tasas de
cambio en prácticamente todos los ámbitos.
El libro muestra también la necesidad de explorar con más detalle los
futuros de los temas tratados y la de incluir otros temas en las
reflexiones prospectivas futuras (como los futuros alimentarios,
energéticos, laborales, de la recreación, de género, etcétera) y de
hacerlo de manera interrelacionada e integral. Muestra también que se
requieren visiones prospectivas regionales y estatales. Los promedios a
que obligan las visiones nacionales son insuficientes para |
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