Futuro y prospectiva

 
           

Quien teme al porvenir y se refugia en el pasado y el presente, pierde el derecho a la felicidad

           

Entrevista con el doctor Antonio Alonso Concheiro

 
           
Jorge Ramírez      
           

Antonio Alonso Concheiro es doctor en Ingeniería de Control por el Imperial College of Science and Technology, de Londres, Inglaterra. Fue director del Centro de Estudios Prospectivos de la Fundación Javier Barros Serra y es socio consultor de Analítica Consultores, sc. También fungió como director de la revista Este País y responsable de la unidad operativa del proyecto "Visión México 2025", iniciativa con apoyo presidencial que servirá de base para la planeación de largo plazo del gobierno federal.

Antonio Alonso es uno de los estudiosos del futuro más competentes del país y uno de los más prestigiosos en el orden internacional. Ha sido consultor de numerosos proyectos de investigación de futuros, entre los que se cuenta "Jalisco a futuro", realizado por el ceed y publicado por la Universidad de Guadalajara. Entre sus muchos trabajos podemos citar: "Estudios del siglo xxi" (en colaboración con Gerald O. Barney); "Una prospectiva del sector alimentario mexicano y sus implicaciones para la ciencia y la tecnología"; "Alternativas energéticas" (en colaboración con Luis Rodríguez Viqueira); "Información y telecomunicaciones" (en colaboración con Federico Kuhlmann) y, el más reciente, "México 2030" (coordinado junto con Julio Millán). Esta entrevista fue realizada en agosto de este año por Jorge Ramírez exclusivamente para este dossier.

 

 

La prospectiva todavía no goza del pleno reconocimiento de las comunidades académicas o de los líderes sociales. Proliferan los malentendidos y la suspicacia. Muchos creen, erróneamente, que es una disciplina que elabora pronósticos y la calidad de sus resultados se mide en función de lo acertado que resulten éstos con el paso del tiempo. ¿Qué es en su opinión la prospectiva?

Prospectiva, término acuñado en los años cincuenta del siglo pasado por el educador y hombre de negocios francés Gaston Berger, viene del latín pro, adelante, y spectare, mirar. Se trata pues de un campo de estudio que intenta mirar hacia adelante en el tiempo, de reflexionar sobre los futuros, así, en plural, para hacer hincapié en que no hay un futuro único, sino sólo posibilidades o alternativas, muchas, de futuro. La prospectiva trata de representar el porvenir idealmente o de crearlo en la imaginación; trata pues de construir imágenes de futuro, de anticiparlo, pero sólo en el sentido de conjeturar sobre él. Es de hecho, como sugiere el título de uno de sus padres pioneros, Bertrand de Jouvenel, el arte (o artesanía) de la conjetura anticipatoria.

La prospectiva no pretende predecir (anunciar algo que sucederá), ni adivinar (predecir o descubrir lo futuro por medio de agüeros o sortilegios), ni pronosticar (conocer lo futuro por ciertos indicios), ni profetizar (anunciar las cosas futuras a partir de un don sobrenatural). La prospectiva no debe confundirse con estos términos; es algo distinto, una especulación educada sobre el porvenir, que incluye como propósito una posible mejor comprensión del presente con la ayuda de imágenes sobre el futuro. Busca no lo que será, sino lo que podría ser o desearíamos que fuese.

Así, al menos dos cosas distinguen a la prospectiva de las artes adivinatorias: primero, el empleo de la razón, que permite hacer explícitos los mecanismos empleados para analizar el futuro y potencialmente repetibles los ejercicios de análisis; segundo, esa intención de explorar el futuro (señalar cómo podría ser) y no predecirlo de modo necesario (asegurar que será de alguna manera). Si predecir con certeza fuese posible, seguramente ésa sería una de las tareas de la prospectiva. Pero también, si predecir con certeza fuese posible, ello significaría que tendríamos un destino fijo, único e inalterable, lo que no dejaría espacio alguno para la voluntad y el actuar humano en la construcción del futuro, por lo que todo ejercicio de modificación de la realidad sería inútil. La prospectiva es, pues, el ejercicio sistemático de la imaginación y la razón sobre el futuro, con base en el postulado de que imaginar de manera razonada el futuro es siempre el primer paso para empezar a construirlo. Ello no significa que se trate de limitar lo imaginado a sólo aquello que la razón convencional aceptaría como posible. Se trata de explorar con libertad, y hacer explícitas las estructuras lógicas de pensamiento que están detrás del discurso prospectivo. Se trata de explorar el vasto territorio entre lo establecido y la poesía. Se trata de reducir el azar, y prever razonada y razonablemente la posible evolución de lo estudiado al paso del tiempo y el efecto que podrían tener sobre el objeto de estudio distintas acciones aplicadas a él o a su entorno.

El futuro es un ente escurridizo y difícil de estudiar. El pasado pertenece al mundo de la memoria, de los hechos (declaraciones precisas sobre la realidad) y el presente, a la acción. El futuro es el terreno de la imaginación y la voluntad, de los objetivos y los sueños. La historia se encarga del pasado y tiene como tareas la recreación, la recuperación de lo ocurrido; en principio, aunque también imagina, puede aspirar a emplear algún criterio de verdad para validar sus hallazgos (recordemos al poeta español Antonio Machado, quien escribió que "se miente más de la cuenta por falta de fantasía; también la verdad se inventa). La prospectiva, que se encarga del futuro, como si fuese historia en sentido temporal invertido, debe ocuparse de la invención, la creatividad, la voluntad, los deseos, los miedos y lo posible. Como la ciencia y la poesía, la prospectiva inventa y explora mundos, pero para ella los criterios de verdad carecen de sentido. ¿Cómo juzgar la bondad de un estudio de prospectiva por lo acertado de sus pronósticos cuando su propósito no es pronosticar? Hacerlo es como juzgar a la metafísica por sus desaciertos en materia de química, o la física por sus desaciertos en materia política. Tanto el análisis del pasado como el del futuro son indispensables para comprender el presente. Y aunque ello se reconoce en el caso del primero, con, por ejemplo, múltiples cursos de historia en nuestro sistema educativo, desde la educación básica hasta las licenciaturas, se ignora brutalmente en el caso del segundo.

 

La década de los setenta puede considerarse, en mi opinión, el momento de despegue de la prospectiva en México. Podemos advertir en aquellos años algunos incentivos muy poderosos para ese despegue: el gran impacto que tuvo la publicación del libro Los límites del crecimiento, o el efecto psicológico que pudo haber tenido la proximidad ­relativa, desde luego­ de la llegada del año 2000. ¿Hubo estos incentivos? ¿Qué otra clase de incentivos se dieron para que se originara este despegue?

Los setenta del siglo pasado son, en efecto, la época en que la prospectiva como tal empieza a echar raíces en México. Sin duda, ello representa un retraso con relación a lo ocurrido en otras partes del mundo. El interés por anticipar el futuro es tan antiguo como el hombre mismo. Por ende, la historia de los esfuerzos y las especulaciones anticipatorias es inmensamente rica: desde los oráculos de las civilizaciones antiguas hasta los escritos de hg Wells a principios del siglo xx, pasando por los grandes utopistas, como Tomás Moro, o los trabajos de Thomas Malthus, e incluso Carlos Marx. Pero no es sino hasta la segunda guerra mundial, y luego a principios de la guerra fría cuando dichos esfuerzos y especulaciones empiezan a hacerse de manera sistemática. A partir de los años cuarenta y cincuenta surgen las dos grandes corrientes básicas de especulación sobre el futuro que aún corren en nuestros días: la primera anglosajona, en buena parte de carácter proyectivo (el futuro como prolongación del futuro), centrada sobre todo en la anticipación tecnológica (Technological Forecasting), que se desarrolla con la denominación de "Estudios de los futuros" (Futures Studies) fundamentalmente en Estados Unidos y, en sus orígenes, muy vinculada a la industria militar; y la segunda francesa, con una mayor carga social y cultural, más comprehensiva, de carácter más especulativo, que se desarrolla con la denominación de "Prospectiva" (Prospective), muy vinculada en sus orígenes a los esfuerzos de desarrollo y ordenamiento territorial y de reconstrucción de una Europa devastada por la guerra.

Para los años sesenta ambas corrientes se mostraban ya con gran fuerza. El estudio Los límites del crecimiento, publicado en 1972 y patrocinado por el recién nacido Club de Roma, continúa y amplía los esfuerzos pioneros de modelado y simulación por computadora de los sesenta de Jay W Forrester en el mit de Boston, Estados Unidos, que un año antes publicó su obra Dinámicas del mundo (World Dynamics). Es el deseo de exploración y ampliación de los usos de la también recién nacida tecnología informática el que propicia dicho estudio, cuyo paradigma responde a la corriente anglosajona y que pertenece a la corriente malthusiana, a pesar de que el Club de Roma se debió al impulso de un ilustre italiano, el empresario Aurelio Peccei. Sin duda, Los límites del crecimiento tuvo un enorme impacto en todo el mundo, incluido México. Pero no fue el único esfuerzo propiciador de los estudios de prospectiva. En Francia se había fundado ya, en 1960, el grupo Futuribles, una asociación promovida por Bertrand de Jouvenel que tuvo enorme impacto y que empezó a publicar la revista Futuribles, la cual sigue apareciendo y promoviendo la prospectiva. Se había creado también, en 1967, la Federación Mundial de Estudios de los Futuros (wfsf), con una membresía plural y multinacional, que a través de sus congresos propició un intenso intercambio entre la comunidad de los estudiosos del futuro, y en Estados Unidos se había establecido (en 1966) la Sociedad Mundial del Futuro (wfs), más centrada en dicho país a pesar de su nombre, que al poco tiempo empezó a publicar su revista The Futurist. A fines de la década de los setenta hubo también otros esfuerzos que tuvieron repercusiones importantes, como los trabajos de Gerald O. Barney, quien publicó en 1980 su conocida e influyente obra Global 2000. Informe al presidente Carter.

Sin embargo, en nuestro país las condiciones fueron otras. México vivía (y en buena parte sigue viviendo) un ritmo en el que el país se reinventaba cada sexenio. El largo plazo a lo sumo alcanzaba el término de cada administración federal. Con todo, en 1975 Emilio Rosenblueth, uno de los más insignes ingenieros de nuestro país y sin duda un visionario, decidió destinar el dinero de uno de los muchos premios que recibió en su carrera como fondo semilla para la creación de una institución que se dedicase de manera exclusiva a estudiar el futuro: la Fundación Javier Barros Sierra. En ésta participó, entre otros, Víctor Urquidi, un destacado economista, entonces presidente de El Colegio de México, quien era miembro del Club de Roma.

 

La Fundación Javier Barros Serra tuvo un papel decisivo durante los años setenta en el impulso del pensamiento prospectivo en México. Con el paso del tiempo, incluso, la aportación que hicieron los investigadores aglutinados en esta asociación civil se pondera todavía más, dada la intensidad de sus actividades y los trabajos que generaron, los cuales no han tenido parangón en nuestro país. ¿Qué factores incidieron para que aquella fundación pudiera desarrollar esta tarea?

En primer lugar, en la segunda mitad de los setenta y principios de los ochenta el país vivía el agotamiento de su modelo de desarrollo y estaba en el aire la necesidad de contar con proyectos alternativos de país. Ello propició que empezase a haber interés por explorar los futuros de largo plazo de diferentes temas. Por otra parte, Emilio Rosenblueth fue capaz de convocar alrededor de la Fundación Javier Barros Sierra a un muy destacado y plural grupo de personalidades del mundo académico, del sector público y del sector privado. Entre ellos, cabe destacar, como ya señalé, a Víctor Urquidi, también a Fernando Solana, Teodoro González de León, Daniel Díaz Díaz, Octavio Paz, Carlos Abedrop Dávila, Jaime Constantiner, Daniel Ruiz Fernández y Gilberto Borja, entre otros. La feliz combinación de habilidades, activos y campos de formación de este grupo, su comprensión de las necesidades y posibilidades de los procesos de investigación, más el clima de total respeto a la libertad de pensamiento establecido dentro de la fundación, se unieron al entusiasmo de Felipe Lara Rosano, su primer director, para que la institución tuviese un primer periodo de importante auge en la promoción de los estudios de prospectiva. La tarea no fue fácil, porque se trataba de abrir brecha en un campo hasta entonces prácticamente desconocido en México.

 

Lo que llama la atención del desarrollo de la prospectiva en México fue la súbita caída de sus actividades en los años ochenta y principios de los noventa. Supongo que la situación económica del país fue un factor de gran peso para esta ralentización. Pero también hubo una especie de "desplome" del interés nacional e internacional en los estudios de futuro. Nos gustaría saber cuál es su lectura sobre este punto.

En el orden mundial resulta difícil apreciar de manera clara un descenso significativo en las actividades de prospectiva durante los noventa. En esta década se constituyen grupos que a la postre han resultado muy importantes, como el Foro de Estudios sobre los Futuros de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (ocde), encabezado por Wolfgang Michalsky, que durante toda la década tuvo actividades con una dinámica creciente. El número de libros y publicaciones en general sobre los futuros de largo plazo tuvieron un crecimiento considerable. Sin embargo, lo que es un hecho innegable fue el creciente desinterés en la prospectiva por parte de los gobiernos de los países desarrollados, en particular Estados Unidos y el Reino Unido. Las políticas reaganianas y thacherianas, que entre sus ejes de acción ponderaban la dinámica de los mercados por encima de todo, rechazaban de manera activa y tajante la planeación, a la que interpretaban como un proceso de intervención indeseable sobre la operación de éstos. Esta postura, sin duda, afectó también negativamente la prospectiva, y redujo los apoyos para su desarrollo.

En el ámbito nacional las pocas organizaciones pioneras en el campo de la prospectiva, como la Fundación Javier Barros Sierra, tuvieron una baja importante en sus actividades. En buena medida ello se debió a las dificultades para conseguir los fondos necesarios para seguir operando con el mismo nivel de intensidad. Algunos de los personajes que les habían brindado su apoyo dejaron de tener posiciones desde las cuales pudieran seguir allegándoles recursos. Además, algunas de dichas organizaciones pioneras reorientaron sus labores y algunas más se dedicaron a la planeación y el análisis de la realidad nacional. Y el clima internacional contrario a la planeación también cobró su factura en nuestro país tan dado a seguir las modas de los países líderes. Sin embargo, algunas organizaciones, como el Capítulo México del Club de Roma, continuaron manifestando su interés y realizando actividades, si bien modestas, en prospectiva.

Por otra parte, empezó a haber interés en el desarrollo de estudios de prospectiva en otros sectores y con otras organizaciones. El Instituto Tecnológico de Monterrey creó centros de estudios estratégicos que promovieron estudios estatales de gran visión y largo plazo. Entre éstos destacan los realizados en Chihuahua y en Guanajuato. Es cierto que ambos están más cercanos a la planeación estratégica, y se orientan más a la acción que a la reflexión sobre el futuro, pero aún así tienen un fuerte contenido prospectivo. Entre otros esfuerzos notables está el proyecto "Jalisco a futuro" que realizó la Universidad de Guadalajara. Durante los noventa surgieron organizaciones con líneas de consultoría y asesoría en prospectiva, lo mismo empresas privadas, como Analítica Consultores, sc, donde yo laboro, o la empresa Prospective (pdm de México), encabezada por Juan Huerta, que asociaciones como el Capítulo México de la World Future Society, que preside Julio Millán.

 

Como los ciclos económicos, la prospectiva en nuestro país parece atravesar periodos de depresión y luego de bonanza. Hoy se advierte un repunte del interés por explorar el futuro. En los últimos años, han aparecido diversos estudios que dan fe de esta bonanza, en los que usted, por cierto, ha desempeñado un papel clave como "México 2030" o "Jalisco a futuro", en el plano regional, por citar algunos. ¿A qué obedece este nuevo impulso e interés por comprender el largo plazo de nuestra sociedad?

Hoy, como en la segunda mitad de los setenta del siglo pasado, México está urgido de nuevos modelos de país. La transición hacia la democracia ha producido un clima esperanzador. El país está inmerso en un clima de cambio. Pero muchos sectores y personas se preguntan cada vez con más intensidad, un cambio ¿hacia dónde o hacia qué? Buena parte de las estructuras vigentes responden al México del pasado y no acaban de montarse en el tránsito hacia un nuevo país. Y el nuevo país que a veces se dibuja (o desdibuja, si se quiere) no resulta del todo halagüeño. El modelo neoliberal, que se planteaba como la panacea para resolver los problemas de desarrollo de nuestro país, y de otros como el nuestro, muestra ya síntomas claros de incapacidad y genera ya respuestas vigorosas en contra. La adopción de la bandera de libertad individual al extremo empezó a agravar problemas de justicia social que todavía tenían expedientes muy abiertos. Todo ello lleva a preguntarnos sobre qué podría depararnos el futuro.

Por otra parte, a escala mundial se vive un clima de conflictos y turbulencia económica, política y social cada vez más difícil de comprender cabalmente. La realidad se está volviendo cada vez más compleja y nuestros modelos para explicar su comportamiento cada vez más insuficientes. El pensador inglés Thomas Hobbes escribió que "el infierno es la verdad vista demasiado tarde". Pues bien, hoy no anticiparla es verla a destiempo.

Asimismo, los incipientes patrones de descentralización están otorgando nuevas responsabilidades y capacidad de decisión a las regiones y los estados. Los actores locales sienten que su futuro no está ya fuera de su alcance y en manos de un agente externo, el gobierno federal. Así, resulta natural que se pregunten cada vez con mayor intensidad hacia dónde quieren y pueden transitar en el futuro.

 

La prospectiva ha sido bien acogida por el ámbito empresarial privado, sobre todo en el de las grandes organizaciones. De hecho, una corriente de reflexión y elaboración de los estudios de futuro, en estos momentos muy influyente, como es la planeación por escenarios, se ha desarrollado casi en exclusiva en el campo de la teoría y la gestión de empresas. Algo similar no se aprecia en el espacio del sector público, principalmente en nuestro país. Con excepciones, desde luego, lo que se advierte es desinterés e indiferencia. ¿Por qué la administración pública y los gobiernos no tienen el interés suficiente por la planeación de largo plazo?

Antes de responder a la pregunta conviene calificar algunas de las afirmaciones que la anteceden. La elaboración de escenarios está difundida lo mismo entre las empresas privadas que entre el sector público y otras organizaciones no lucrativas. Es cierto que algunas grandes empresas, como la petrolera Shell, han sido pioneras en el desarrollo y uso de las técnicas de escenarios. Pero creo que fuera de éstas también mucho se ha hecho por diseñar dichas técnicas.

No podemos extrañarnos del todo que el interés por los estudios de prospectiva en el sector público no sea tan intenso como sería deseable (lo mismo en México que en otros países). Los políticos, que luego son funcionarios públicos, dependen de procesos electorales en los que las promesas de solución a los problemas de corto plazo, los inmediatos, los que viven los electores día con día, resultan más decisivos, por mucho, que las visiones estratégicas de largo plazo. Su permanencia en los cargos públicos, al no haber funcionarios de carrera, está casi siempre limitada a un plazo corto. Por ende, no existen incentivos adecuados para que piensen en el largo plazo. Su visión estratégica es con frecuencia la que se refiere a su desarrollo personal y no al del asunto que tienen encomendado. Por otra parte, los casos que dichos funcionarios enfrentan suelen requerir respuestas inmediatas y tantos recursos como haya disponibles. Lo urgente (corto plazo) se convierte en competidor eficaz de lo importante (largo plazo). El Fondo de Cultura Económica publicó hace unos años un libro interesante e importante de Yehezkel Dror, otro de los pioneros de la prospectiva, en el que analiza los problemas de las estructuras de gobierno para incorporar el largo plazo en sus deliberaciones y procesos de toma de decisiones, y en el que plantea recomendaciones específicas para superarlos.

En México, la situación es hoy menos mala que en el pasado. Con la administración del presidente Vicente Fox, el gobierno federal ha mostrado un interés renovado en la prospectiva. Por una parte, la Presidencia de la República ha promovido que las diferentes secretarías de Estado incorporen en sus planes de desarrollo una visión de largo plazo. Por otra, la propia Presidencia ha apoyado la formulación y lanzamiento de un proyecto denominado "México Visión 2025", que pretende confeccionar escenarios sobre la posible y deseable evolución del país y sus regiones entre hoy y el año 2025, y que entiendo está en ejecución. Dos personajes clave en el impulso de esta bienvenida postura visionaria del gobierno mexicano han sido Eduardo Sojo y Carlos Flores, quienes habían participado antes en el proyecto de gran visión de Guanajuato. Hay también signos alentadores en otras organizaciones de carácter público. El Instituto Mexicano del Petróleo completó hace poco un estudio de prospectiva sobre la investigación en el sector energético, y el Instituto Politécnico Nacional está poniendo en marcha un ambicioso proyecto de prospectiva institucional. Lo anterior no implica que las aguas hayan llegado ya a su nivel deseado. Falta mucho por hacer tanto en cantidad como en calidad. Pero se hace camino al andar.

 

Hace un par de años, bajo su coordinación, se publicó el libro México 2030, estudio que no tiene paralelo en la investigación de futuros en nuestro país por el espectro de temáticas que abarca y por la calidad de las colaboraciones. ¿Cuáles son los principales hallazgos que ofrece esta obra sobre la situación del país en las próximas décadas?

La iniciativa de elaborar un libro como México 2030. Nuevo siglo, nuevo país surgió de una serie de conversaciones con Julio Millán Bojalil, un destacado empresario y consultor entusiasta de la prospectiva, con quien yo había tenido la oportunidad de colaborar durante algunos años en diversos proyectos. Convencimos, de manera rápida y sin ninguna dificultad por cierto, a Miguel de la Madrid, entonces director del Fondo de Cultura Económica, que la idea de reunir a un grupo de pensadores destacados para que reflexionasen y escribiesen sobre los futuros de diversos sectores del país tenía mérito. De hecho, el fondo había iniciado ya, en colaboración con la Fundación Javier Barros Sierra, una serie sobre prospectiva, en la que se había publicado un excelente pequeño libro de Eleonora Masini, una de las pioneras, por lo que incursionar en este campo no le resultaba novedoso. Un pequeño grupo de empresarios, integrado por Carlos Abedrop, Carlos Slim, José Mendoza y el propio Julio, aportaron los recursos económicos necesarios para la realización y publicación de la obra.

Sin duda, México 2030 tiene mucho valor por las imágenes que ofrecen sus autores sobre los futuros de largo plazo de una amplia gama de temas. Todos ellos son analistas y estudiosos de primerísimo nivel. Sin embargo, y a pesar de las múltiples reuniones colectivas que sostuvimos durante la elaboración de los textos para propiciar que hubiese un intercambio de ideas e imágenes entre ellos, la articulación entre temas dista mucho de lo que sería deseable para la construcción de una visión integral sobre los futuros del país. A pesar de ello, cada uno de los capítulos nos ofrece un análisis sobre la evolución pasada, problemas y disyuntivas actuales, tendencias y posibles eventos portadores de futuro.

Dada la amplia gama de temas tratados y la riqueza de ideas e imágenes del futuro ofrecidas en cada caso, resulta difícil señalar los principales hallazgos del libro. Cualquier selección difícilmente haría justicia a su contenido. Con todo, puedo destacar que el libro nos muestra que no será haciendo más de lo mismo como construiremos un México mejor. Retrata a un país dinámico, inmerso en diversas transiciones, de carácter demográfico, económico, social, cultural, político, con grandes retos por superar, pero con opciones para hacerlo.

Perfila un México cuya población seguirá creciendo, pero con tasas decrecientes, y se acerca a su nivel de saturación; que está modificando de manera importante su estructura por grupos de edades y envejece, y que es cada vez más urbana. Esta transición demográfica abrirá diferentes ventanas de oportunidad, y reducirá la razón de dependencia y la demanda de ciertos servicios, como los de educación primaria. Pero también planteará nuevos retos, en particular el de generar cerca de un millón de empleos productivos por año, lo que sólo será posible con tasas de crecimiento económico anual medio mayores de cuatro por ciento. La transición demográfica es una especie de revolución silenciosa, gradual pero de gran impacto.

En lo económico plantea que continuará cambiando la importancia relativa de los grandes sectores de la producción, con una caída sostenida del sector agropecuario y un crecimiento del de servicios. Escenarios en los que las empresas nacionales parecen obligadas a ganar en productividad y competitividad, lo mismo dentro del país que fuera de él, y en los que el sistema financiero aparece débil y en proceso de modernización. Una economía futura, en fin, en la que el papel del Estado seguirá redefiniéndose, abriendo espacios a la participación del sector privado y otorgando a los mercados un papel predominante, en busca de un nuevo acomodo como promotor y regulador de las actividades productivas. La trayectoria económica reciente de nuestro país, con un producto interno bruto per cápita que apenas si ha crecido y donde los salarios se han deteriorado, y con una distribución de la riqueza cada vez más injusta y un número creciente de pobres, obliga a pensar en cambios importantes y a cobrar conciencia de que las próximas tres décadas serán cruciales para la reconstrucción de la economía nacional, en un entorno internacional que probablemente no será el más favorable.

El libro repasa también la transición política en la que México parece avanzar hacia un sistema democrático de representación cada vez más pulido, con elecciones más transparentes y legítimas, una competencia partidista más equitativa, un menor presidencialismo, corporativismo y clientelismo, y una participación ciudadana más vigilante. Una transición en la que además se perfila una nueva distribución de poder entre los tres poderes federales (más cercana a lo que marca la Constitución), la aparición de nuevos actores políticos tanto en el orden federal como estatal, y una presencia creciente de los estados y los municipios. Un proceso que no estará exento de dificultades y retrocesos, que ocurre en un vacío de cultura política ciudadana, en el que la competencia política no se centra en las plataformas y propuestas de acción, sino en la mercadotecnia, con posibles brotes de violencia organizada.

En lo social y cultural se trasluce un país con un creciente nivel educativo en el que la familia mexicana está reconfigurándose, reduciéndose de tamaño e incorporando de manera creciente nuevos prototipos de constitución (por ejemplo, las familias uniparentales) y modificando sus valores sociales. Una transición social en la que cabe esperar cambios en materia de salud y seguridad social, nuevos papeles para los medios de comunicación, nuevos modos de relaciones interpersonales, tal vez con una diferenciación geográfica más marcada en los patrones de comportamiento, mayor movilidad física, una mayor participación de la mujer en todos los ámbitos de la vida nacional, y cambios importantes en la filiación religiosa de un número creciente de mexicanos. Dicha transición probablemente ocurrirá en un ambiente en que la inseguridad personal podría ser una pesada carga y donde el narcotráfico y la corrupción difícilmente podrán ser erradicados o neutralizados.

Más allá de los escenarios particulares de cada campo, el libro muestra que quizá los tres rasgos principales en el futuro de nuestro país serán una complejidad creciente, una incertidumbre en aumento y altas tasas de cambio en prácticamente todos los ámbitos.

El libro muestra también la necesidad de explorar con más detalle los futuros de los temas tratados y la de incluir otros temas en las reflexiones prospectivas futuras (como los futuros alimentarios, energéticos, laborales, de la recreación, de género, etcétera) y de hacerlo de manera interrelacionada e integral. Muestra también que se requieren visiones prospectivas regionales y estatales. Los promedios a que obligan las visiones nacionales son insuficientes para

 


   

captar la riqueza de la diversidad nacional y las opciones y retos abiertos para las distintas regiones y entidades del país.

 

Una de las condiciones que caracteriza al país, y que con facilidad tendemos a perder de vista, es que se trata de una nación sobrepoblada. México ocupa el lugar undécimo entre los países más poblados del planeta. Es innegable que la cuestión demográfica será una de las principales fuerzas motrices del futuro del país. De acuerdo con su perspectiva, ¿de qué forma impactará el tema demográfico en el porvenir del país?

 

En efecto, el número y características de los mexicanos será sin duda factor fundamental en la definición de los futuros de nuestro país. De la demografía dependerá la cantidad y calidad de la demanda de bienes y servicios y la capacidad de producción para satisfacerlas. A fin de cuentas, México será lo que seamos los mexicanos. Los cambios demográficos esperables presentarán retos y oportunidades importantes. Por ejemplo, en los próximos treinta años seguramente la razón de dependencia (esto es, la razón entre la población de menores de quince años y mayores de sesenta y cinco entre la población en edad de trabajar) se reducirá, lo que significa que habrá mejores condiciones para generar excedentes. El menor crecimiento de la población hará que la demanda de algunos bienes y servicios se reduzca tanto en términos relativos como absolutos. Tal será el caso de la educación básica, lo que podría permitir que, por primera vez en mucho tiempo, se prestase mayor atención a la calidad que a la cantidad de dicha educación. En el otro extremo, el inédito crecimiento de la población mayor de sesenta y cinco años podría representar un reto para el que la sociedad mexicana está hoy mal preparada. La continuación del proceso de urbanización podría representar lo mismo retos que oportunidades. Por una parte, podría significar una reducción importante en la dispersión geográfica de la población, lo que facilitaría la dotación de servicios básicos. Por otra, podría significar el crecimiento de los problemas ambientales y de descomposición del tejido social derivados de la concentración en enormes megalópolis. Por ejemplo, en treinta años, en la zona del Bajío, alrededor de León, Salamanca, Guanajuato, Silao, etcétera, podría constituirse la segunda ciudad más poblada del país.

En general, la disminución en la tasa de crecimiento demográfico será favorable, ya que permitirá un crecimiento más ordenado y facilitará la dotación de servicios. Sin embargo, difiero con la apreciación de que México es un país sobrepoblado. En los escenarios de mayor crecimiento demográfico que parece razonable suponer, la población nacional podría llegar en el año 2030 a unos ciento cincuenta millones de habitantes, o 1.5 veces más habitantes que en 2000 (las proyecciones del Consejo Nacional de Población estiman que nuestra población será en ese año cercana a los ciento treinta y dos millones). Aun con los ciento cincuenta millones de habitantes, la densidad de población de México sería cercana a 75 habitantes por kilómetro cuadrado, cifra inferior a la de la mayoría de los países europeos en la actualidad (por ejemplo, España tiene hoy una densidad de población de 80 habitantes por kilómetro cuadrado; Francia de 108; Italia de más de 190; y el Reino Unido de casi 250) y muy por debajo de la correspondiente a la mayoría de los países de Asia (China, casi 135 habitantes por kilómetro cuadrado; India de 320, y Japón de más de 335). Así, aún considerando sólo la mitad del territorio nacional como habitable, la densidad de población de México no resulta como para afirmar que el nuestro sea un país sobrepoblado.

Nuestra sobrepoblación es un mito derivado de nuestra incapacidad para crear hombres productivos, alimentado en parte por los miedos que nos han transmitido aquellos países que ven en nuestro crecimiento demográfico una amenaza para su nivel de vida y que se han encargado de convencernos de que es necesario estabilizar nuestra población. El crecimiento demográfico de Estados Unidos durante el siglo xix fue prácticamente igual al que tuvo nuestro país en el siglo xx. Hoy la población de Estados Unidos más que duplica la de México y sigue aumentando con suavidad. ¿Está por ello Estados Unidos sobrepoblado? ¿Alguien levanta la voz para pedirle que detenga su crecimiento demográfico?

Aún estamos lejos de alcanzar el nivel máximo de la capacidad de carga de nuestro país. Más aún, la riqueza de las naciones no está en la cantidad de recursos nacionales que poseen, sino en sus nacionales. Si cada mexicano fuese capaz de generar riqueza suficiente para satisfacer sus necesidades y conseguir excedentes, cuanto más mexicanos hubiese mejor. En mi opinión, nuestro objetivo no debe ser lograr una tasa de crecimiento cero, o una población estable y estable con el tamaño más bajo posible, sino reducir las tasas de crecimiento para que seamos capaces de alimentar y educar a los mexicanos para que sean productivos y poder crear los empleos que les permitan generar riqueza. Logrado esto, lo mejor sería que la población nacional continuase creciendo suave pero sostenidamente, hasta que las tasas de retorno de las inversiones necesarias para formar y emplear a los mexicanos dejasen de ser rentables.

 

Ha habido en las visiones sobre el futuro de las sociedades posiciones pesimistas y optimistas. En su opinión, al revisar el porvenir del país ¿tenemos más razones para ser optimistas que para ser pesimistas?

Dicen que un pesimista no es más que un optimista bien informado. Sé que con frecuencia a quienes nos dedicamos a la prospectiva nos etiquetan como ilusos utópicos o como profetas del desastre. Yo no creo en ninguna de estas etiquetas. Creo más en leer la realidad de manera tan precisa y cruda como sea posible y de formular imágenes sobre el futuro capaces de conducir a la acción, a la construcción de un futuro mejor. Si teniendo información razonada plantease la posibilidad de un escenario en el que un sismo de gran intensidad provocara la destrucción de la ciudad de México, ¿sería por ello pesimista? Lo sería sólo si estimase que ni dibujando un escenario tal podría mover a los que deciden a tomar las previsiones del caso (por ejemplo, modificar los reglamentos de construcción para hacer más seguras las estructuras, preparar a la población en la mitigación de desastres, crear incentivos para que el crecimiento urbano se diese fuera de las áreas de mayor riesgo sísmico, etcétera). Mi pesimismo no estaría relacionado con los escenarios futuros construidos, sino con la falta de reacción frente a ellos. El informe del Club de Roma sobre Los límites del crecimiento planteó escenarios poco deseables a los que nos conduciría que el mundo continuase creciendo demográficamente, agotando los recursos naturales del planeta y contaminando el ambiente sin alterar los patrones de consumo. Gracias al impacto de tal estudio estamos alejándonos de sus escenarios más pesimistas.

Por otra parte, optimismo y pesimismo son términos que tienen que ver con la apariencia deseable o indeseable de los futuros imaginados. Y los deseos dependen de los valores (y los intereses). Lo que es deseable para algunos con frecuencia es indeseable para otros. La llamada "flexibilización del mercado de trabajo" seguramente es vista como algo deseable por los empresarios, quienes verían reducidos sus compromisos con los trabajadores (y por ende disminuirían sus costos); pero sin duda también es vista como indeseable (aunque dadas las condiciones actuales, quizá también como inescapable) por los trabajadores, que verían disminuidas sus prestaciones y seguridad laboral. De hecho, una de nuestras mayores preocupaciones debiera ser hoy el grado de polarización de la sociedad mexicana. Las ya frecuentes encuestas de todo tipo que se hacen públicas suelen mostrar segmentos comparables de la sociedad en los extremos opuestos de las respuestas. Nos dividimos casi a mitades sobre la deseabilidad o indeseabilidad de los eventos o decisiones más importantes.

 

El futuro no se predice, se construye. Éste es casi un axioma de la prospectiva. Para cerrar esta entrevista, nos gustaría saber si desde su punto de vista nuestra sociedad está haciendo lo necesario para construir su futuro, por reducir su carga de incertidumbre o de inercias.

Sería muy presuntuoso de mi parte siquiera intentar responder a esta pregunta. Para empezar, ¿quién puede decir cuál es el quehacer máximo posible para la construcción de un futuro? Y sólo contestando a ello podríamos intentar responder si hacemos lo necesario. En segundo término, nuestra sociedad (y cualesquiera otra) tiene muchos futuros posibles. Hacer sólo lo que ya hacemos y estamos acostumbrados a hacer es una forma de construirnos uno de esos futuros. Hacer algo distinto sería procurar construir otro futuro diferente. Por ende, supongo que la pregunta tiene cierta carga normativa y que debiera interpretar que se trata de si hacemos lo necesario para construir un futuro mejor. Ahí mi respuesta, personal, cargada de mis valores, me llevaría a contestar con un rotundo no. El presente nacional está cargado de injusticias, de marginación, de pobreza, de mortalidad innecesaria, que parecen crecer en lugar de disminuir. La felicidad de los mexicanos, el amor, la belleza y el buen humor, no están entre las prioridades nacionales. La solidaridad (no la de los programas asistenciales de administraciones federales pasadas, sino la real) ha sido sustituida por un feroz sentido de competencia. Hoy importa más el cómo que el qué o el para qué. Todo lo que no sea instrumental para el logro del bienestar material ha pasado a ser herramienta obsoleta para la búsqueda de la felicidad. No, no estamos haciendo lo suficiente para construir mi futuro deseado. Pero mis deseos pueden no ser los de los demás mexicanos.

En lo que sí creo ofrecer una respuesta categórica es en nuestra insuficiencia para imaginar futuros. Nombrar las cosas es el primer paso para convertirlas en realidad. Y nuestro lenguaje es aún mudo de imágenes alternativas de futuro, de proyectos de país en competencia. Octavio Paz escribió que los pueblos se conocen no sólo por su historia, sino también por sus proyectos. Y hasta ahora el nuestro ha sido miope en proyectos, que no son sino dibujos de realidades futuras. México, los estados de la república, los municipios, las empresas, los sindicatos, las organizaciones no gubernamentales debían pensar con mucha más frecuencia, rigor y dedicación en sus futuros posibles y deseables.

Quien teme y desdeña al porvenir y se refugia sólo en el pasado y el presente, pierde el derecho a la felicidad. Si nosotros renunciamos a imaginar, y por tanto a construir nuestro futuro, alguien más terminará por imponernos el que mejor convenga al suyo. No, no estamos haciendo lo suficiente. Por ello, la mera noticia de que el Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de Guadalajara podría implantar un programa permanente para pensar los futuros de Jalisco me llena de gozo. Mi enhorabuena y mis mejores deseos de éxito. Quedo en espera de las buenas noticias de su puesta en marcha.