El problema Agente - Principal
Javier Bonilla Castañeda

La humanidad ha lidiado con este problema desde tiempo inmemorial pero no ha sido sino hasta en tiempos recientes que éste se estudia formalmente.

Encontré un portal en Internet (quien lo quiera puede solicitármelo por correo) en el que se explica el problema del Agente-Principal con una claridad y capacidad de síntesis sorprendentes.

El problema se presenta tanto en el Gobierno como en las empresas privadas y parte de denominar “principal” a quien contrata a alguien más para ayudarle a cumplir su objetivo  y “agente” al contratado para este fin.

En el caso del Gobierno el “principal” es el pueblo de México, que contrata a sus gobernantes para cumplir eficientemente con las funciones básicas del Estado (léase proteger los derechos de propiedad y redistribuir el ingreso.)

Desde tiempos inmemoriales se presenta el problema de que los agentes, en este caso los servidores públicos, tienden a maximizar su bienestar personal y no el bienestar del país. Piénsese por ejemplo en una reforma que es necesaria pero políticamente riesgosa. El resultado en 99 de 100 casos será que el servidor público preferirá actuar de manera conservadora y proteger su puesto así se pague en menor bienestar para la sociedad.

En las empresas privadas sucede exactamente lo mismo.  Los dueños del capital contratan a empleados de todos niveles con el objetivo de maximizar la utilidad neta (o el EBITDA que está de moda), pero estos están también buscando maximizar su beneficio personal: desde el empleado corporativo que compra un lear-jet que la compañía no necesita pero que eleva su estatus, hasta el empleado que en lugar de trabajar cierra la puerta de su oficina para dormirse, atender asuntos personales o jugar “black-jack” en la computadora.

La paradoja de Zen dice que los incentivos de los agentes nunca estarán perfectamente alineados con los del principal al menos que el “bono” del agente sea el cien por ciento de la utilidad del principal, lo que, evidentemente, quiebra a este último.  Para mitigar esta paradoja se inventó la supervisión.

La supervisión, no obstante, tienen un costo. La información es imperfecta y costosa y como dice el mismo portal “el agente siempre intentará manipularla –en distintos grados- para confundir al principal”. De ahí que el principal en todos los casos tenga que buscar una combinación óptima entre delegar (si no delega nada no enfrenta el problema en cuestión) y ejecutar por cuenta propia. Ahora una noticia buena y una mala:

Afortunadamente existe algo que se llama “la moral” que mitiga también el problema “agente-principal”. Mientras más “moralmente” actúe una organización más eficiente será y mejor se cumplirán sus objetivos.

La mala es que existe un principio (establecido por Bertrand Russell) que dice que la ideología de todo hombre es aquel conjunto de ideas que le producen una buena opinión de sí mismo. Dada esta tendencia del hombre a auto-justificarse (a menor honestidad mayor tendencia a la auto-justificación) un agente puede convencerse a sí mismo de estar actuando éticamente aunque no sea el caso.

En otras palabras, los seres humanos tenemos una habilidad asombrosa para inventarnos un mundo que nos justifique a nosotros mismos que el impedir algo bueno para la organización o el país pero potencialmente malo para nosotros es, por la vía de una carambola de 8 bandas, en realidad malo para la organización o el país (o viceversa). Si la integridad y el rigor intelectual del agente es débil esto sucederá con mayor facilidad.

Los argumentos expuestos en la página concluyen que la paradoja de Zen es verdadera y que los incentivos por tanto nunca estarán perfectamente alineados.

Las organizaciones exitosas son aquellas que encuentran una buena combinación entre (esto ya lo digo yo, no la página): 1) los mecanismos de medición del desempeño de los agentes (información) 2) los grados de delegación/centralización de las decisiones y acciones por parte del principal 3) los mecanismos de recompensa del buen desempeño de los agentes y 4) la contratación de agentes con alta integridad o con pasión por “la cosa” (entendiendo por ello el objetivo de la organización).

Resulta bastante obvio por qué las organizaciones privadas tienden a funcionar mejor que las públicas: el principal está más cerca del agente que en el segundo caso. Ergo, ¿imaginan la dificultad para que el pueblo de México (o de cualquier país) y en este caso el principal, cumpla los requisitos arriba mencionados para hacer que los agentes operen en su beneficio?

Por eso son los países muy educados y las sociedades con altos estándares morales las que pueden darse el lujo de tener gobiernos grandes y no al revés, como comúnmente se piensa.
 

Javier Bonilla Castañeda es Socio Director de Quántica Consultores, radsol@prodigy.net.mx