Resumen
de Documentos Sobre El Carácter
del
Coaching Ontológico
Newfield
Consulting
Consolidado Por: Ulises Silva Méndez
EL
CARÁCTER DEL COACHING ONTOLÓGICO
El coaching ontológico empresarial es una práctica emergente, un nuevo oficio que surge del reconocimiento de las insuficiencias que exhibe el rol del directivo en las organizaciones para poder responder adecuadamente a los desafíos que enfrenta. El directivo debe expandir la capacidad de desempeño de su gente y conferirles mayores espacios de autonomía para que logren comportamientos en los que muestren lo mejor de sí mismos.
Nuestras acciones
determinan nuestros resultados. Toda modificación de nuestras acciones que
conduce a un mejoramiento de nuestros resultados, la llamamos
aprendizaje. Llamamos aprendizaje de primer orden, es aquella
modalidad de aprendizaje que busca expandir nuestra capacidad de acción,
manteniendo constante el tipo de observador que somos. Una segunda modalidad de
aprendizaje que llamamos aprendizaje de segundo orden. En este caso, en
vez de intervenir buscando una modificación directa en nuestra capacidad de
acción, nos concentramos en transformar el tipo de observador que somos. Decimos
que esta segunda modalidad de aprendizaje es una intervención ontológica.
Con este término sólo queremos decir que en ella se compromete y transforma
nuestra forma particular de ser. En
la medida que entendemos el aprendizaje como la expansión de nuestra capacidad
de acción efectiva, reconocemos también que el aprendizaje es una de las
estrategias más importantes en la creación de quienes somos,
El coaching ontológico no es un proceso terapéutico, sino un proceso de aprendizaje. Optar por el coaching no significa suponer que algo anda mal conmigo, sino simplemente reconocer que hay cosas que no sé. En el coaching, si bien el rol del coach es activo, al final de cuentas quién conduce el proceso es el coachado - la validación del coaching la proporciona el coachado. El coaching se funda en el principio de la autonomía de coachado. Es él quién decide, quién opta, quién en último término resuelve.
Normalmente hacemos una petición de coaching porque tenemos un quiebre. Algo no está funcionando en nuestra vida, en nuestro trabajo, y no sabemos cómo hacernos cargo de ello. El observador que somos no es suficientemente competente para mostrarnos lo que debemos hacer. Es el coachado quien convierte a alguien en coach al darle a esa persona el permiso para involucrarse en una interacción con él en la cual está dispuesto a exponerse como persona.
El
rol del coach es conferido por el coachado sobre la base de la confianza.
La
confianza puede ser vista tanto desde el dominio de la emocionalidad del
coachado -- y, por lo tanto, como una emoción que lo acompaña --, como desde el
dominio de los juicios que éste hace sobre el coach muy particularmente el
juicio de que el coach no tiene otra agenda que la de servir al coachado en la
resolución de su quiebre. No es posible hacer coaching sin el permiso del
coachado. Pero este permiso se desplaza según oscilen la confianza y la
autoridad hacia el coach.
La
declaración de quiebre
implica sostener que algo no funciona, que algo anda mal, que hay cosas que no
nos gustan y que quisiéramos que fueran diferentes y tenemos que tener,
simultáneamente, el juicio de que no sabemos cómo hacernos cargo de ello.
El
observador que somos no es suficientemente competente para mostrarnos lo que
debemos hacer. Sólo existen quiebres -- solemos también llamarlos problemas --
para un observador determinado. Los llamamos quiebres y no problemas al menos
por dos razones En primer lugar porque ellos marcan una interrupción en el fluir
de nuestra vida. En segundo lugar, es el observador que somos el que declara que
algo es un quiebre. El quiebre revela al
observador. La misma experiencia puede constituir un quiebre para alguien y
no serlo para otra persona. O puede ser un quiebre bajo ciertas circunstancias y
no serlo bajo otras. Por lo tanto, podemos decir que todo quiebre es una apertura al alma de la
persona que lo declara como tal.
La
forma de ser de una entidad remite a su comportamiento, el segundo principio de la ontología del
lenguaje: la acción genera
ser. Podemos explicar el comportamiento de una determinada entidad por
referencia a su estructura, como
también podemos hacerlo por referencia a su historia.
Es
necesario examinar la importancia de la estructura de relaciones dentro del
sistema (o los sistemas) a los que pertenecen las personas, sistemas de los que
ellas son miembros o componentes. Los seres humanos, nos dice Buber, somos seres
dialógicos. Somos de acuerdo al tipo de relaciones, de conversaciones y
diálogos, que mantenemos con otros. Una regla fundamental que debe considerarse
aquí es que un sistema sólo puede
realizar lo que su estructura le permite. Observando a los seres humanos,
Maturana postuló que, como seres biológicos, sólo pueden hacer lo que su
estructura biológica les permite.
Decimos
que un sistema es plástico cuando puede cambiar y su estructura es capaz
de conservar el cambio. Al hablar de la plasticidad de la persona estamos
sosteniendo, en otras palabras, que ella puede aprender. Llegamos nuevamente a esa bella
circularidad que caracteriza a la persona: actuamos de acuerdo a cómo somos
(estructura actual), pero esas mismas acciones nos permiten convertirnos en
alguien diferente (nueva estructura). El coaching ontológico es posible
debido a la plasticidad de la persona.
Mientras
mejor conozcamos nuestra estructura, tanto mejor podremos usar nuestra libertad
para transformarnos. Es responsabilidad del coach cuidar las expectativas de
transformación del coachado de manera de mantenerlas dentro de los márgenes de
lo que es posible. Consideramos que la ontología del lenguaje está basada en
una comprensión extremadamente poderosa de las posibilidades humanas y tiene un
amplio margen de intervención, pero no puede ir más allá de sus propios límites.
No puede lograrlo todo. Cada persona tiene límites estructurales para su
transformación.
Para
explicar el comportamiento debemos recurrir a la estructura. Pero para explicar
la estructura necesitamos la historia. La regla fundamental es la siguiente: la estructura de un sistema es el resultado
de su historia. La historia, por otro lado, no la podemos cambiar. Podemos
reinterpretarla, pero los hechos y experiencias que se registraron en el pasado
estarán allí inamoviblemente hagamos lo que hagamos. La estructura, sin embargo,
si podemos cambiarla y al hacerlo estamos interviniendo en el presente para
construir la historia del futuro. Los seres humanos somos seres históricos.
Somos el producto de nuestra historia. Pero también somos los constructores de
nuestra historia.
Los
seres humanos actuamos desde la historia (siempre mediados por nuestra
estructura presente), pero también actuamos desde fuera de ella: desde una
visión del futuro que es distinta a la del pasado. Tenemos la capacidad de
sepultar nuestros pasados. A ese lugar fuera de la historia, lo llamamos la nada. A partir de la nada, rompemos
viejos patrones de comportamiento, creamos e innovamos, asumimos nuevos riesgos,
improvisamos y participamos en nuevos juegos. La historia siempre aporta pesadez
a nuestro ser, la nada lo hace más liviano. Un buen coach ontológico sabe jugar
con ambos y está siempre aportando una cuota de levedad en el coaching. En la
levedad del ser reside nuestro mayor poder para superarnos y
transformarnos.
El
coaching ontológico opera con la estructura del observador como sustento de
nuestro comportamiento y forma de ser.
El observador que somos remite a tres dominios primarios, tres áreas de
observación separables: la corporalidad, la emocionalidad y el lenguaje. No se
trata de tres dominios completamente aislados y autónomos. Lo que acontezca al
nivel de la corporalidad arrastra la emocionalidad y el lenguaje. Lo que sucede
en la emocionalidad, se expresa en nuestras posturas corporales y en el tipo de
cuentos que nos contamos. Lo que nos decimos a nosotros mismos y le decimos a
otros, asimismo lo que escuchamos, impacta nuestro cuerpo y emocionalidad. Corporalidad, emocionalidad y lenguaje
tienden a ser coherentes.
Esta
tendencia a la coherencia de los tres dominios primarios, nos permite hablar de
la particular estructura de coherencia
del observador que somos. La práctica del coaching ontológico se dirige a
detectar (en rigor, a interpretar) la particular estructura de coherencia del
coachado y a intervenir en ella con el objetivo de modificarla. Ese es uno de
sus objetivos operativos centrales: identificar y transformar la estructura de
coherencia del coachado para que éste, en función de sus inquietudes, pueda
observar aquello que le lleva a generar los resultados que rechaza y a tomar las
acciones pertinentes para producir resultados diferentes y
favorables.
Cuando
una persona declara un quiebre y solicita coaching, ello hace perfectamente
sentido en términos de la estructura de coherencia que caracteriza al coachado.
Una vez que interpretamos su estructura de coherencia, entendemos por qué él
tiene el quiebre que declara y por qué no es capaz de hacerse cargo por si mismo
de ese quiebre. El quiebre es una grieta
en la estructura de coherencia del coachado.
Podemos
decir que el coach no se encuentra, en la persona del coachado, con una sola
persona, sino con dos: la persona que el coachado ha sido y sigue siendo, y la
persona que el coachado quisiera ser y todavía no es
En
un entorno en cambio permanente,
tanto
los individuos como las organizaciones que lo conforman se ven acechados por el
peligro constante de perder su viabilidad.
La
respuesta a este desafío la llamamos aprendizaje. Por aprendizaje entendemos
la capacidad de autotransformación de una determinada entidad, sea ésta un
individuo o una organización, de manera de asegurar su viabilidad y expandir sus
posibilidades de éxito, Aprendizaje,
sostenemos, es la expansión de nuestra capacidad de acción efectiva. Los
procesos conducentes a incrementar la capacidad de acción efectiva de las
organizaciones los llamamos procesos de aprendizaje organizacional. El aprendizaje organizacional requiere
traducirse en aprendizaje individual. Si los individuos no modifican la
manera como actúan, tampoco se modificará el actuar de la
organización.
Una
de las funciones más importantes de un directivo, de un gerente, sea el convertir acciones individuales en acción
organizacional, en acción que responde a los objetivos declarados por la
organización y no a los objetivos que sus miembros puedan declarar de acuerdo a
sus inquietudes individuales específicas.
La
organización se constituye en un sistema, con determinados objetivos y con una
estructura (aspectos políticos, aspectos funcionales, y la esfera de normas del
personal) para asegurar su cumplimiento. Toda acción individual al interior de
la organización se enmarca dentro del sistema que ésta es y se encuentra
determinada por su estructura. . La
estructura del sistema es un primer determinante del comportamiento
individual. Un mismo individuo exhibirá diferencias en su comportamiento al
desenvolverse en dos organizaciones distintas.
Si
queremos producir aprendizaje organizacional -- aprendizaje que, como dijimos,
siempre se traduce en aprendizaje individual -- muchas veces es necesario
detenerse a transformar la estructura del sistema, antes incluso de detenerse a
cambiar directamente las acciones individuales. Esta es una de las razones por
la que no es posible reducir el aprendizaje organizacional a aprendizaje
individual.
Implica
lo anterior que es necesario despreciar la importancia de la capacitación para
dedicarse a acometer transformaciones estructurales? De ninguna forma. En primer
lugar, porque para realizar las transformaciones estructurales es muchas veces
necesario capacitar a quienes deban emprender tales acciones. Quienes pueden
transformar la estructura normalmente necesitan pasar por un proceso de
aprendizaje, de transformación individual,
de expansión de su capacidad inicial de acción, para poder emprender con
efectividad las acciones de cambio estructural requeridas. Lo importante en este
caso es orientar el aprendizaje hacia
las acciones de transformación estructural de los líderes y directivos de la
organización y no quedarse en intentos que se limitan al ámbito de sus
comportamientos individuales aislados.
La capacidad de aprendizaje individual no es ilimitada. Nuestras posibilidades para aprender reconocen un “techo”, existen al interior de un horizonte acotado. Este fenómeno lo llamamos el horizonte del aprendizaje individual posible. ¿Qué otros factores limitan el aprendizaje individual? Respondemos: las limitaciones propias del tipo de observador que es el individuo. Sostenemos que el observador que es todo individuo es el segundo gran determinante del comportamiento individual. Toda acción resulta del tipo de observador que uno es. Todo observador tiene limitaciones. No existe un observador sin límites.
El
observador que somos ha llegado al límite de su capacidad para discernir lo que
acontece y para poder iniciar un proceso de aprendizaje orientado a rectificar
la situación. ¿Significa lo anterior que la situación no tiene salida?
¿Significa que no hay solución al problema?.
Es
en estas condiciones en las que surge la
alternativa del “coaching”. El coaching precisamente surge como una
posibilidad cuando enfrentamos el juicio de que tenemos un problema que no somos
capaces de resolver y donde pareciera que no hay caminos para hacerse cargo de
él. El coaching apunta a un lugar diferente. Busca develar el tipo de observador
que es un individuo particular, como asimismo busca detectar cómo esa particular
forma de observar, asociada con nuestra particular forma de ser, contribuye a
que tengamos determinados problemas y que no nos sea posible resolverlos. El
aprendizaje que resulta de este tipo de intervención lo llamamos aprendizaje de segundo
orden
El
coaching es una alternativa importante para promover el aprendizaje dentro de la
organización. Se hace cargo de manera específica de uno de los problemas que
limita el aprendizaje individual, a decir, las barreras que le impone al
aprendizaje el tipo de observador que es cada individuo.
“En la
organización del futuro tendremos tres tipos de personas. Tendremos la inmensa
mayoría que son quienes agregan valor, la gente que hace el trabajo real, sea
éste rutinario o altamente creativo. Tendremos un grupo pequeño de coaches para
darles apoyo y servirles de facilitadores. Y tendremos un puñado de líderes, que
son quienes dirigen la organización” y que, como vimos, deberán incorporar en su
labor muchas de las competencias del coach. Tres tipos de miembros dentro de la
organización: quienes hacen el trabajo real, los coaches y los
directivos/coaches.
En
el nuevo esquema pierde muchas veces sentido hablar incluso de subordinados.
El directivo se transforma en un facilitador del desempeño de su gente.
Él los sirve a ellos para que no sólo rindan de acuerdo a sus máximas
posibilidades, sino para que estén un proceso permanente de superación y
aprendizaje. En este nuevo esquema, las competencias del coach resultan
decisivas para el directivo. A través de ellas, éste se está preguntando
constantemente por lo que restringe las acciones de su gente, declarando
insuficiencias y quiebres en sus desempeños, fijando nuevas metas, disolviendo
cualquier traba que pueda resentir la posibilidad de desempeños superiores.
Hemos
señalado que el coaching ontológico es un proceso de aprendizaje a través
del cual transformamos el tipo de observador que somos con la ayuda de una
persona que sirve de coach. El coaching ontológico es un proceso
conversacional.
Esta
etapa suele iniciarse con una declaración de quiebre.
Junto con la declaración de quiebre, la persona suele declarar también la
necesidad de que otra persona le sirva de coach. En esta fase inicial, el
coachado suele conferirle al coach la necesaria autoridad para que lo ayude,
como suele también otorgarle la confianza necesaria para que éste asuma ese
rol.
Llevar
a cabo procesos de coaching dentro del espacio de trabajo y, particularmente,
cuando en ellos está involucrado, en una u otra capacidad, quién ejerce una
función formal de autoridad, es algo que requiere de un diseño
especial.
El
contexto es el factor más importante de toda interacción de
coaching.
Ninguna competencia específica se iguala en importancia al rol que juega el
contexto. El contexto no es sólo, por lo tanto, un espacio dentro del cual se
desarrolla la acción. Es, a la vez, un producto de las acciones que se
realizan.
El
factor más importante de todo contexto es la emocionalidad,
al punto que podemos señalar que un contexto se mide y se entiende de acuerdo a
la emocionalidad que irradia.
Pero
no es posible reducir el contexto a mera emocionalidad. Se debe prestar especial
atención al contexto físico en el que se realice el proceso de coaching.
En ciertos lugares, el coaching puede resultar particularmente difícil o pesado,
mientras que en otros, toma un vuelo inesperado y genera otros resultados.
Dado
que el coaching es un proceso abierto, es importante que el coach verifique si
cuenta con el permiso de parte del coachado para conducir su indagación y hasta
donde puede llegar en ella.
El
punto de partida del proceso de coaching propiamente tal es el quiebre. Salvo
condiciones excepcionales, como las examinadas arriba, normalmente el quiebre lo
declara el coachado. Cuando ello sucede, le corresponde al coach identificar con
claridad cual es el quiebre declarado. Muchas veces, el proceso de apertura del
coaching se realiza tan rápido que ambos, tanto el coach como el coachado, no se
dan el trabajo de asegurarse que coinciden en saber cual es el quiebre de apertura. La etapa
introductoria debe concluir con la clara identificación de este quiebre
inicial.
Para
tener un quiebre se requieren dos elementos que se fusionan: una determinada
situación o experiencia y una forma de interpretarla.
Situación e interpretación representan dos dominios diferentes que no pueden
confundirse. Y al procurar identificar un quiebre, ambos tienen que estar
presentes. Humberto Maturana nos insiste en esta necesidad de separar el
fenómeno de su interpretación, o la experiencia de su explicación.
La interpretación no pertenece al fenómeno, la explicación no pertenece a la
experiencia.
Tener
un quiebre es hacer un juicio de una situación o experiencia,
juicio que precisamente convierte tal situación o experiencia en el quiebre
declarado. Mientras no nos entregue esos juicios, no conocemos el quiebre,
mientras no conozcamos los hechos, no podremos iniciar la interacción de
coaching.
La
separación de la experiencia de su explicación,
de los hechos de su interpretación, es uno de los recursos importantes del
coaching. Siempre importante que conozca tanto los hechos como los juicios que
conforman el quiebre y que los mantenga separados.
Una
vez que el quiebre ha sido identificado, podemos dar por cerrada la etapa
introductoria del proceso de coaching.
La
interpretación es la segunda etapa del proceso de coaching. Lo que se busca en
ella es desplazarse del quiebre declarado hacia una mejor comprensión
(interpretación) de la estructura de coherencia que caracteriza al coachado y
que hace, primero, que la situación apuntada sea un quiebre para él y, segundo,
que no esté en condiciones de resolverla por si solo.
Algunas
preguntas a hacerse son la siguiente: ¿qué le impide al coachado observar lo que
le permitiría hacerse cargo de la situación? ¿que le impide actuar? En otras
palabras, ¿que lo bloquea? Para responder a estas preguntas es necesario
remitirse a los tres dominios primarios de la estructura del observador:
corporalidad, emocionalidad y lenguaje.
Al
nivel de la corporalidad, podemos señalar que la manera como una persona
se para en el mundo, la forma como ella se desplaza y mueve en él, sus posturas,
gestos y movimientos, condicionan tanto la manera como observa el mundo, como
sus posibilidades de acción en él.
La
corporalidad es una dimensión crucial de la práctica del coaching Sin embargo,
las mayores trabas con las que se encuentran las personas para resolver algunos
de sus quiebres más importantes son las emociones y los juicios. Estos
son los materiales más importantes del trabajo del coach porque constituyen el núcleo del alma
humana.
Somos
de la manera particular que somos, por la emocionalidad que nos es propia y por
los juicios que hacemos en determinados dominios. Entre los dominios importantes
destacan los siguientes. En primer lugar, los juicios que hacemos con
respecto a nosotros mismos. Áreas criticas, por ejemplo, son la
autoconfianza, la dignidad personal y el amor a si mismo. Muchos de los
quiebres que enfrentamos en la vida suelen llevarnos a esas
áreas
En
segundo lugar, tenemos los juicios sobre el mundo, las posibilidades y
amenazas que consideramos que éste encierra. Una pregunta importante que
siempre debe hacerse el coach es qué es aquello que al coachado le importa en el
mundo en el que vive. ¿Cuales son sus inquietudes más importantes? ¿Cómo se
sitúa a si mismo en ese mundo? ¿Qué lugar o posición ocupa? Nuestros mundos
no sólo están poblados de objetos, también están habitados por personas. Es
importante procurar conocer los juicios que tenemos sobre los demás. Por
ejemplo, ¿quienes consideramos como posibilidad? ¿Quiénes consideramos como
amenaza? ¿En quienes confiamos? ¿En quienes desconfiamos? ¿Cómo separamos a unas
personas de otras?, etc.
En
tercer lugar, tenemos los juicios sobre la estructura de la temporalidad, la
tríada de pasado, presente y futuro. Nuevamente, aquí son muchas las
preguntas que podemos hacernos. Por ejemplo, ¿cuales son los juicios
principales con respecto a nuestro pasado? ¿Lo juzgamos positiva o
negativamente? ¿Cuales son las experiencias del pasado que juzgamos más
importantes en nuestras vidas? ¿por qué? ¿cuales son las conversaciones que
arrastramos del pasado que todavía no hemos podido cerrar? ¿Qué nos ha impedido
hacerlo? Preguntas equivalentes podemos hacer con respecto al presente y al
futuro. Todas ellas ayudan a comprender nuestra manera de
ser.
Es
tarea de coach identificar estos juicios y emociones que conforman los límites
del alma humana, mostrar los efectos que ellos ejercen en nuestras vidas y
trabajar para sustituirlos por otros desde los cuales se expandan nuestras
posibilidades.
La
experiencia del coaching nos obliga a visitar el espacio de nuestra nada, del
no-ser que somos. Nos
coloca al borde de lo que suele presentársenos como un precipicio, como el
peligro de la desintegración, donde cuerpo, emocionalidad y lenguaje, “no nos
dan”, como si quedaran cortos. Pero lo que el coaching nos muestra es que esa
experiencia de la nada es un espejismo, una ilusión perversa tras la cual se
esconden las inmensas posibilidades de ser y que descubrimos al cruzar la
frontera. En efecto, al transitar en ese espacio de la nada dejamos parte del
ser que somos, hay una parte del ser que somos que se sacrifica, pero se
sacrifica en pos de la creación.
Hemos
destacado reiteradamente la importancia de las emociones y los juicios en la
práctica de coaching. Es necesario reconocer, sin embargo, que no toda emoción
ni todo juicio tienen la misma relevancia. Hay emociones y juicios asociados a
cualquier situación, los hay de diferente intensidad y gravitación, los hay más
distantes y más cercanos a la forma particular de ser de una persona. Por lo
tanto, creemos importante introducir una distinción que nos permita hacernos
cargo de esta diferencia. Hablaremos, por un lado, de las emociones y juicios maestros de una
persona. Por ellos entendemos aquellas emociones y juicios que definen su
particular forma de ser y que se encuentra en la base de múltiples otras
emociones y otros juicios. De alguna forma, ellos sustentan la existencia
global de un individuo. Aquellas emociones y aquellos juicios que resultan
de los primeros, que están más directamente asociados a circunstancias
coyunturales y que son, por lo tanto, más específicos y temporales los
llamaremos emociones y juicios
secundarios.
El
coach debe procurar desplazarse del quiebre declarado y de las emociones y
juicios secundarios que suelen acompañarlo a un nivel de mayor profundidad en el
que comienzan a reconocerse las emociones y juicios maestros. Una vez alcanzados
estas emociones y estos juicios maestros el coach comienza a sentir que cuenta
con las piezas claves de la estructura de coherencia del coachado.
El
camino del coaching hace uso de varios procedimientos y técnicas.
¿Qué
es la intuición?
Hablamos de intuición cuando creemos saber algo sin saber por qué lo sabemos y
de donde viene ese conocimiento. La intuición existe precisamente porque sabemos
más de lo que creemos saber, aunque no sepamos de donde lo sabemos. Nuestra
conciencia no es el único lugar donde almacenamos conocimiento. Nuestras
experiencias van dejando rastros. El conjunto de nuestras experiencias que
provienen de nuestras relaciones con otros hace de reserva de un extenso
conocimiento intuitivo y ellas son de gran valor para generar hipótesis, sugerir
caminos a seguir y otros caminos que evitar.
Una
vez que echamos mano a la intuición para producir hipótesis, es prudente
intentar corroborarlas. El proceso de corroboración en el coaching suele
ser indirecto. Es necesario distinguir entre las preguntas que el coach se
formula a sí mismo para guiar la conversación de coaching y las preguntas que
éste le formula al coachado. No siempre se corresponden y muy a menudo no deben
hacerlo. El coaching no es sobre explicaciones. Las explicaciones muchas veces
matan el coaching. Lo que el coach debe hacer es “mostrarle” al coachado lo que
acontece con él, las consecuencias de sus acciones.
El
coaching ontológico es un arte,
no una ciencia que se rija por leyes estrictas o una tecnología que podamos
aplicar mecánicamente. El que sea un arte no desconoce que el coaching
ontológico se apoya en bases teóricas sólidas. Pero no basta con conocerlas
adecuadamente para transformarse en un buen coach.
Las
bases teóricas y el conjunto de competencias que surgen de ellas abren un camino
para enseñar esta disciplina y formar coaches que, de otra manera, no se
formarían, pero será siempre necesario advertir la importancia de aspectos
relacionados con la intuición, con la edad y las experiencias de vida del coach,
con su estructura de carácter (coherencia?) y forma de ser, con la práctica
recurrente en el ejercicio del coaching, etc. Todos estos factores influyen en
el adecuado desempeño del coach.
Otro
aspecto también gravitante en su desempeño es el haberse sometido él mismo a la
experiencia de coaching y haber estado en más de una oportunidad en el lugar del
coachado. De allí que normalmente insistamos que uno de los requisitos de un
programa de aprendizaje de coaching ontológico incluye el que aprendiz se abra a
la experiencia y, para ello, visite el espacio de su propia
nada.
Dentro
de las competencias destaca todo un territorio que se refiere a la reflexión en
la acción. El coach va permanentemente evaluando cada uno de los pasos que
ejecuta y, de acuerdo a la evaluación que haga, diseña las acciones sucesivas
que emprenderá. Este proceso lo hemos llamado el proceso de reflexión en la acción.
La noción de reflexión en la acción la hemos tomado de la propuesta realizada
por Donald Schön. Según su planteamiento, todo practicante, todo profesional,
requiere desarrollar competencias para reflexionar constantemente desde y
sobre su propia práctica. Debe ser capaz de identificar tanto lo que
funciona como lo que no funciona y lo que requiere ser modificado tanto en su
desempeño y el cómo en el desempeño de otros que tienen una práctica similar.
Preguntas como las siguientes son expresión de la reflexión en la acción.
¿Qué hice que produjo esa reacción positiva en el coachado? ¿Qué dije que
pareciera haberlo cerrado en la conversación? ¿Qué recurso me hizo falta en el
momento aquel donde sucedió tal o cual cosas? ¿Qué podría hacer ahora que
aconteció “x”? ¿cómo puedo hacerme cargo del problema que se acaba de
producir?, etc. Estas son preguntas que el coach requiere hacerse
constantemente. Muchas de ellas son preguntas que emergerán de manera casi
espontáneas durante el proceso. Ello no impide que podamos aprender a hacerlo
mejor.
De
allí, por ejemplo, la necesidad de acostumbrarnos a llenar una bitácora de registro y evaluación,
cada vez que completamos una interacción de coaching. El ciclo de la reflexión
en la acción comprende tres momentos diferentes que se suceden en el tiempo. Se
puede empezar por cualquiera de ellos. Estos momentos son los del diseño, la ejecución y la evaluación.
Mucho del virtuosismo del coach reside en su competencia para realizar el
ciclo con efectividad y, por lo tanto, para diseñar, ejecutar, evaluar y
rediseñar en el momento, sobre la marcha, mientras el proceso está
desplegándose.
Una
de las preguntas siempre presente en el ciclo de la reflexión en la acción es la
que evalúa las competencias que tenemos como coach para responder al desafío
particular que nos plantea el coachado. El coach no debe olvidar nunca su
responsabilidad de hacerse cargo del coachado. El coaching no es un juego
trivial. Si evaluamos que un determinado quiebre excede nuestras
competencias, el coach tiene la obligación de detener el coaching y
advertirle al coachado que no se siente plenamente capacitado para
servirlo.
Saber
detener a tiempo una interacción de coaching, aunque representa el
reconocimiento de algunas incompetencias, manifiesta sin embargo una competencia
importante: el coach está consciente y atento a sus propias
limitaciones.
La
herramienta principal en la etapa de la interpretación es la indagación.
A través de la indagación hablamos para escuchar. Su disposición básica es la
apertura hacia el otro. Un coach ontológico requiere ser altamente competente en
el escuchar. Quién no se sabe escuchar difícilmente podrá hacer
coaching.
Anteriormente
nos referíamos a los dominios en los que solemos encontrar las emociones y los
juicios maestros de las personas. Hablábamos de los dominios del si mismo, del
mundo y los demás, y de la estructura de la temporalidad. Ello representa un
primer mapa de ruta para este proceso de
indagación.
Entre
estas emocionalidades, cabe destacar algunas negativas como el miedo, la rabia,
el resentimiento y la tristeza.
Estas emociones que se constituyen en obstáculos para un adecuado fluir de la
vida y que conforman las fronteras de nuestra forma de ser, suelen ser
negativas.
Escuchamos
de acuerdo a como somos, de
acuerdo a las experiencias que hemos tenido en la vida. Nuestras heridas son uno
de nuestros más preciados activos cuando se trata de hacer coaching. No se hace
coaching desde la perfección. Se hace coaching desde nuestras
heridas.
Indagamos
haciendo preguntas.
Una pregunta es una petición donde lo que se pide es información. La
pregunta tiene, por lo tanto, todos
los elementos que conocemos de una petición.
Al
inicio se trata de preguntar para entender el quiebre. Aquí, no lo olvidemos,
tenemos que tener siempre en mente que nuestras preguntas deben estar
dirigidas en dos direcciones diferentes: la información de los hechos
(situaciones y experiencias) y la información de los juicios que el coachado
tiene sobre los primeros y que lo constituyen como
quiebre.
Una
vez que el quiebre ha sido identificado. Lo que ahora le interesa al coach es la
construcción del rompecabezas, el avanzar hacia su interpretación de la
estructura de coherencia del coachado que lo lleva a tener el quiebre que
declara. Se busca alcanzar cada vez una capa más profunda dentro de una misma
temática y seguir, por asociación, la cadena de emociones y juicios que nos
conducirán a detectar aquellos que son maestros y de los cuales cuelga
precisamente el quiebre. El coach experimentado sabe que el rompecabezas que
busca construir no tiene un número finito de piezas y que no se completará
jamás.
Las
preguntas cumplen múltiples funciones en el proceso de coaching y no sólo la de
recabar información de parte del coachado. Y es importante tener esto en cuenta.
Muchas veces preguntamos, no tanto para tener información adicional, sino
para corroborar algunas de nuestras interpretaciones. Las preguntas
sirven como herramientas para disolver nuestro trasfondo de obviedad o lo que
consideramos de sentido común.
La
etapa de la interpretación se cierra cuando el coach juzga que ha logrado
construir los elementos básicos de la estructura de coherencia que conforma el
observador del coachado y que ya está en condiciones de intervenir en ella. A
partir de ello, el coach siente que entiende la modalidad particular de ser que
define a su interlocutor. El énfasis
principal de esta etapa ha estado puesto en la reconstrucción del ser. A su
término, el coach podría decirle al coachado, “Esta es tu manera de ser. Por
esto tienes este quiebre. Y por esto mismo no puedes hacerte cargo de él.
Mientras sigas así, será difícil que puedas resolverlo”.
La
etapa de la interpretación se funda en la primera parte del segundo principio de
la ontología del lenguaje, aquel que dice: “Actuamos de acuerdo a cómo
somos”.
¿Cuándo se llega a ese punto? ¿Cómo se sabe que efectivamente se llegó a él? Estas son preguntas que se nos hacen frecuentemente. Es muy difícil dar una respuesta precisa. Se llega a ese punto cuando el coach se considera satisfecho con lo que ha logrado construir. Es el juicio del coach el que determina que la etapa de la interpretación se ha completado.
Durante
esta etapa, la forma particular de ser del coach se ha replegado y su actividad
no ha impedido que quién ocupe todo el escenario sea el coachado. Ello ha
acontecido, en buena medida, porque el actuar del coach ha sido
fundamentalmente indagativo. En
su hablar él no ha tomado posiciones, sino que ha permitido el despliegue
extenso del ser del coachado.
El
cierre de esta etapa debe asegurar el cumplimiento de la regla de oro del
coaching ontológico: el coachado debe validar la interpretación construida por
el coach. Si el coach concluye con una interpretación que el coachado no
valida, ésta sirve de muy poco. No debemos olvidar nunca que el coach es un
facilitador. Quién lleva el principal timón del proceso no es él, a final de
cuentas es el coachado.
Es
importante reconocer que esta división del proceso de coaching en etapas tiene
un propósito heurístico, útil para su enseñanza, pero no se da con igual
claridad en la práctica. Es interesante notar que el tránsito de la etapa de la
interpretación a la etapa de la intervención se manifiesta normalmente como un
cambio de ritmo y emocionalidad en la conversación entre el coach y el
coachado.
Para
intervenir, el coach debe pararse fuera de la estructura de coherencia
del coachado, desde juicios y emocionalidades diferentes a los que éste
manifiesta.
Uno
de los rasgos más sobresalientes del coaching ontológico es el carácter que le
confiere a la acción humana. En la etapa de la intervención la acción
deviene central.
En
primer lugar, por cuanto el coach opera consciente del carácter activo y
transformador de su palabra y la utiliza en esta dirección. En esta etapa el
coach ya no tiene como objetivo principal el “hacer sentido” del coachado, sino
que busca más bien ayudarlo a generar sentidos nuevos. Mientras en la
etapa anterior, la palabra del coachado guiaba al coach en la construcción de su
interpretación, en esta etapa la relación se invierte y es la palabra del
coach la que guía al coachado en la construcción de nuevos sentidos. El
carácter generativo del lenguaje ahora se hace patente.
En
segundo lugar, la acción posee un papel protagónico no sólo por el papel
activo de la palabra del coach, sino también porque esta palabra está dirigida a
que el coachado pueda iniciar acciones que previamente le era posible
tomar. El objetivo de la etapa de intervención es la expansión de la
capacidad de acción del coachado.
En
la etapa de la interpretación, uno de los objetivos del coach es captar la forma
de ser del coachado a través de una indagación sostenida sobre sus experiencias,
sus formas de actuar y de reaccionar frente a diversos acontecimientos. Su
propósito es la progresiva construcción de una interpretación (una narrativa)
sobre la forma de ser del coachado. En la etapa de intervención su objetivo
es diferente. Contando con una interpretación sobre su forma de ser, el
coach busca es ayudar al coachado a desplazarse hacia una forma de ser
diferente. Para que ello suceda, es insuficiente que el coachado se limite a
modificar sus interpretaciones. Modificándolas, ello debe inducirlo a modificar
también su comportamiento, su manera de actuar. Al actuar de manera diferente,
tanto él como los demás, cambiarán las interpretaciones sobre su ser. Habrá
devenido en una persona distinta.
El
segundo principio de la ontología del lenguaje -- el principio de la
acción -- busca expresar de manera sucinta el punto anterior. Nos dice “No
sólo actuamos de acuerdo a como somos, y lo hacemos. También somos de acuerdo a
como actuamos. La acción genera ser”. En la etapa de la interpretación
nos sustentamos en la primera frase de este principio. Buscamos la forma de ser
del coachado que se revela en su actuar. Pero en la etapa de la
intervención, seguimos la segunda parte del principio. Buscamos la
generación de nuevas modalidades de ser a través de la acción.
La
relación entre la acción y el ser se manifiesta en el peso relativo que tienen,
en el proceso de coaching, pasado, presente y futuro. La centralidad de la
acción hace del proceso de coaching una experiencia liviana, poco amarrada
al pasado y fuertemente orientada hacia el futuro
Los
seres humanos, mientras estén vivos, tienen la posibilidad de modificar el
pasado, no a través de borrar lo ocurrido, cosa que no podemos, o incluso de
modificar nuestras interpretaciones sobre ello, lo que sí nos es posible, sino
generando nuevos acontecimientos. Estos nuevos acontecimientos van
progresivamente engrosando nuestro pasado y, al hacerlo, modifican su
significado.
El
coaching ontológico suscribe una mirada que se compromete con la levedad del ser
y en la que se le confiere a la acción y el futuro un papel
preponderante.
El
coaching ontológico mira también con mucha liviandad las historias que nos
contamos. Nuestras historias suelen ser un esfuerzo de hacer sentido de lo que
lo que ha acontecido y, como tal, suelen explicar, justificar, conferirle
razones a lo ya ocurrido. Si bien frente al pasado no somos libres, si
solemos serlo en el presente. La libertad sólo se conjuga en el presente.
No tiene pretérito. El criterio que rige el presente no es sólo el de la
necesidad, sino también el de la posibilidad. Y es en ese espacio, en el de la
posibilidad, que se sitúa el coaching ontológico. De allí que el coach suele
desconfiar de las historias que le cuenta el coachado para explicarse a si
mismo y su comportamiento.
No
olvidemos el primer principio de la ontología del lenguaje, el principio del
observador. Este sostiene que realmente “No sabemos como las cosas son. Sólo
sabemos como las observamos o como las interpretamos. Los seres humanos vivimos
en mundos interpretativos”. Toda historia, toda explicación no es sino una
interpretación posible, dentro de muchas otras. Nunca puede pretender ser la
explicación verdadera.
Hemos
señalado que un objetivo importante del coach es permitir que el coachado pueda
tomar acciones que no ha tomado en el pasado. Ello lo conducirá a nuevas
modalidades de ser.
Ello
normalmente implica dos desafíos difíciles. Por un lado, el coachado requiere
sacrificar aspectos de su forma de ser pasada y presente. Ello involucra un
desprendimiento del alma. Por otro lado, el coachado requiere también
desplazarse más allá de sí mismo y cruzar sus propios límites, aquellos límites
establecidos por su modalidad habitual de ser. Este desplazamiento le
significa moverse del espacio cómodo y conocido de su ser al espacio incierto y
desconocido de su no-ser. Cuando este desplazamiento es mirado desde el ser que
somos, muchas veces adquiere la sensación de lanzarse a un precipicio, al vacío,
al espacio de la nada en el que tememos desintegrarnos.
Siendo
ésta la situación, cabe entonces preguntarse por las condiciones que resultan
necesarias para que el coachado pueda efectuar dicho tránsito. ¿Cuales son
las condiciones que lo hacen viable? ¿Cuales son aquellas que el coach debe
proveer para que el coachado esté dispuesto a poner en cuestión su ser y optar
por el devenir?
La
condición de viabilidad más importante es la emocionalidad que requiere proveer
el coach.
El coach requiere tener claro que la salida del coachado a su quiebre lo
confronta a éste con el desafío de tomar acciones que no suelen ser parte de su
repertorio habitual de comportamiento. Para que pueda tomarlas, el coach
requiere proveerle al coachado las disposiciones adecuadas -- y, por tanto, las
emociones -- desde las cuales tales acciones devienen posibles.
Dentro
de los factores emocionales más destacados se encuentra la confianza del
coachado en el coach y el sentido de seguridad que éste último logre crearle
para que se libere del miedo y se atreva a tomar las acciones que lo pueden
conducir a hacerse cargo de su quiebre. Atento siempre a los requerimientos de
confianza y respeto, por lo demás complementarios, el coach ha ido
progresivamente desarticulando la estructura de coherencia del coachado,
profundizando su crisis y acentuando la necesidad de hacerse cargo de
ella.
De
la misma manera, a ido colocando los apoyos necesarios para que éste se atreva a
dar los pasos que lo conduzcan a un desplazamiento. Ello implica, por
ejemplo, trabajar con algunos de los juicios maestros del coachado, disolviendo
algunos, ablandando otros, sustituyendo varios, etc. Todo ese trabajo,
característico de esta etapa de intervención, va produciendo las condiciones
emocionales que, en un determinado momento, le permitirán al coachado
comprometerse con las acciones que le son necesarias para resolver su
quiebre.
La
resolución de su quiebre estará siempre,
en último término, en manos del coachado y no del coach. Éste ultimo sólo
es responsable por facilitar el proceso que conduzca al coachado a emprender el
tránsito.
Las
cuestiones que se someten al coaching ontológico no tienen “una” solución,
siempre permiten múltiples resoluciones.
No existe un sólo camino; hay todo un espectro de caminos
posibles.
El
coach requiere desplazarse con un alto grado de libertad. Su desenvolvimiento
estará condicionado no sólo por el conocimiento de estos principios, sino por
muchos otros factores. Entre ellos destacan su propia experiencia de vida, su
intuición, su confianza en sí mismo, su apertura al otro, su competencia para
indagar y escuchar al coachado, su capacidad para corregir sus presupuestos
iniciales o simplemente desprenderse de ellos, su aptitud para desenvolverse
teniendo en la mano simultáneamente varias interpretaciones posibles, su
paciencia para esperar sin desesperarse, su talento para observar y generar
emociones, su sensibilidad personal, etc.
Esta
dimensión creadora del coaching, tan dependiente de la sensibilidad personal del
coach -- al punto que lo que éste hace en su interacción con el coachado muchas
veces pareciera llevar su firma -- sin duda lo acerca a creación
artística
Por
otro lado, también cabe mirar al coaching como una de política del alma humana
en la que la dimensión artística antes subrayada se pone al servicio de generar
posibilidades y de trazar caminos viables, senderos conducentes, para lograr la
realización de ideales de vida, de sueños, fantasías y aspiraciones, y de nuevas
modalidades de convivencia. La política, no lo olvidemos, ha sido magistralmente
definida como “el arte de lo posible”.
El
coach debe escuchar los juicios y las emociones que buscan ganar nuevos espacios
y procurar conferirles una legitimidad y carta de ciudadanía a la que muchas
veces no han tenido acceso. Su trabajo consiste en facilitar que el coachado
pueda iniciar un proceso de desarticulación de antiguas coherencias y de
rearticulación de nuevas configuraciones que le permitan encarar en mejor forma
sus desafíos y ganar para sí una mayor satisfacción. Este proceso lo concebimos
como una política del alma humana.
Muchas
veces acontece que el trabajo del coach se oriente a buscar un punto de
inflexión donde concentrará su esfuerzo de intervención. Normalmente se trata de
localizar un determinado juicio maestro en cuyo alrededor se aglutinan otros
juicios y una gama de emociones, haciendo de obstáculo principal para la
resolución del quiebre seleccionado. El coach intuye que de lograr desmontar ese
juicio, ello puede generar un efecto importante de rearticulación de la
estructura de coherencia del coachado
No
existe “una” estrategia correcta de intervención. Sin embargo, es conveniente
enfatizar que el coach puede escoger siempre tres caminos de intervención. Los
tres caminos o dominios a los que nos referimos son el lenguaje, la
emocionalidad y la corporalidad. En la estructura de coherencia del coachado
los tres están comprometidos.
La
experiencia nos muestra que a menudo resulta más difícil trabajar desde el mismo
dominio al que pertenece el obstáculo que deseamos disolver.
En ese dominio el coachado suele haber desarrollado sus mayores defensas y
podemos encontrar una mayor resistencia al cambio. Al dirigir la intervención a
través de los otros dos dominios, sus resistencias suelen ser menores y
posiblemente comprobaremos que, desde posturas corporales diferentes, su
apertura a revisar juicios y cambiar su emocionalidad
aumenta.
Un
segundo criterio en la estrategia de intervención guarda relación con la
dinámica emocional de la interacción de coaching.
Así como la sintonía emocional entre el coach y el coachado es muy importante
para la etapa de la interpretación, pues ayuda a la apertura del coachado e
incide en la generación de confianza, ello no es siempre válido para la etapa de
la intervención. En ésta última, suele ser importante que el coach pueda
sustraerse de la emocionalidad del coachado y se coloque en un espacio emocional
diferente, asegurando no comprometer ni el respeto ni la confianza. Vamos a un
ejemplo. A menudo el coachado se relaciona con su quiebre desde la
gravedad. En la medida que el coachado pueda entrar en ese espacio
emocional de mayor liviandad, su apertura a la transformación aumentará. Hay
circunstancias en las que el coachado se relaciona con su quiebre desde el
cinismo. Declarando algo como un quiebre, lo maneja como si realmente no le
importara. Una estrategia efectiva para el coach es evitar caer en el cinismo
del coachado y operar afirmando una emocionalidad de seriedad ante ese mismo
quiebre. Al hacerlo, podrá incrementar el sentido de responsabilidad del
coachado. En ambos casos, vemos la importancia de que en la etapa de
intervención el coach pueda hacer de contrapunto emocional del
coachado.
Hemos
sostenido que el coaching es una experiencia de aprendizaje. Como todo
aprendizaje, requiere por lo tanto que aquello de nuevo que se ha producido se
mantenga y no se disuelva inmediatamente después. Es necesario que el
aprendizaje “se haga cuerpo” de tal manera que se transforme en una manera
habitual de ser y en repertorios de acción que se realicen con creciente
transparencia. Esto lo llamamos el proceso de “incorporación” que se
caracteriza por “hacer cuerpo” el aprendizaje
(“embodiment”).
Se
recomienda instituir algunas modalidades de seguimiento en las que el
coach pueda evaluar progresos y regresiones con respecto a lo alcanzado en las
sesiones de coaching iniciales. Pero además del seguimiento, los requerimientos
de “incorporación” suelen plantear algunas exigencias en el momento del cierre
de una interacción de coaching.
Toda
interacción de coaching debe llegar a término. Llega un momento en la que ésta
debe cerrarse. Corresponde plantearse entonces, ¿cuando es ese momento?
Nuevamente, esta es una respuesta que descansa fuertemente en el discernimiento
del coach. No hay un punto claro en el proceso en que pareciera que emerge
una señal diciendo “Pare”, como la que encontramos cuando
manejamos.
El
cierre es un proceso en el que el coach requiere “hacerse cargo” del
coachado para poder llegar al término de la interacción. No lo olvidemos, el
coaching es un proceso fundado en el amor.
Cuando
ello sucede, suelen registrarse algunos hechos de importancia que pueden ser
utilizados como indicadores de término. Dentro de estos indicadores nos interesa
destacar tres. En primer lugar, se suele observar una transformación en el
tipo de observador que es el coachado. Al finalizar el proceso de coaching,
éste observa su quiebre con otros ojos y gana el juicio de que tiene un camino
para hacerse cargo de él. La interacción ha producido un importante
desplazamiento en él.
En
segundo lugar, y muy relacionado con lo anterior, se constata una importante
modificación en la emocionalidad del coachado. Obviamente esto es una
manifestación del cambio del observador. Sin embargo, queremos destacarlo por
separado pues representa una de las señales más visibles que el coachado le
emite al coach. Pareciera que le hubieran levantado un peso de su espalda. Su
postura, su cara, sus ojos expresan este cambio de emocionalidad. El coach
percibe que el coachado ha ganado una mirada diferente con respecto al
futuro.
Por
último, el coachado muestra el compromiso de volcarse a la acción y tomar las
medidas que le permitirán encarar su quiebre. Suele ser importante que el
coach se asegure que la transformación de observador que se ha registrado sea
capaz de llevarse a la acción y que, por lo tanto, logren identificarse acciones
concretas a realizar.
Es
importante que coach esté consciente que existe una diferencia importante entre
el espacio en el que se desarrolló el coaching y el espacio en el que el
coachado tendrá que actuar.
Acciones que aparecen posibles en uno, puedo mostrarse bastante más difíciles en
el otro, donde el coachado se encuentra solo, sin el apoyo del coach. En este
último espacio, el de la vida efectiva, pueden por lo demás suceder cosas que no
siempre logran ser anticipadas en la interacción de
coaching.
Lo
anterior nos muestra que la interacción de coaching no siempre finaliza en el
momento del cierre. Luego que la interacción se dió por terminada, suele ser
conveniente que el coach vuelva su mirada y constate lo que sucedió luego del
cierre.
.En
resumen, el coach debe tener presente que los efectos de su interacción se
proyectan más allá del cierre y muchas veces de maneras que le pueden resultar
impredecibles. Es importante, por lo tanto, que verifique cuales fueron estos
efectos de manera que pueda hacerse cargo de ellos. Ellos siguen siendo
efectos sobre los cuales tiene responsabilidad.