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LA
CEREMONIA SE LLEVO A CABO EN UN COUNTRY DE PILAR
Una Máxima deslumbrante fue dama de honor en la boda de su amiga
Estuvo
acompañada por su esposo, el príncipe Guillermo, pero sin la
hija. Durante el día hizo shopping, fue a una muestra de arte y visitó
a amigos.
La tarde otoñal fue de lo más apacible
en el country Martindale, de Pilar: algunos hombres jugaron al golf, otros
al polo. Las mujeres, al tenis, y los chicos anduvieron en bicicleta por las
calles sinuosas. Nada especial. Hasta que se puso el sol y bajo las estrellas
empezaron a aparecer guardias de seguridad por todos lados. No era para menos:
estaba por celebrarse una boda en la capilla, y entre los invitados estaban
Máxima Zorreguieta y su esposo, el príncipe heredero de Holanda,
Guillermo Alejandro.
Justamente este evento es el que trajo a la pareja
real a Buenos Aires. Es que la novia, Samantha Deane, es la mejor amiga de
Máxima. Y el novio, Frederik Rengers, es un barón holandés
amigo del príncipe. Cuentan que este noviazgo nació en febrero
del 2002, cuando Máxima se casó en Amsterdam.
La pareja real, hospedada en la residencia del embajador
de Holanda, llegó a Martindale en un Mercedes Benz gris metalizado
con chapa diplomática. Eran las 18.15 cuando la rubia entró
del brazo del príncipe a la capilla Santa Margarita de Escocia. Espléndida,
Máxima lucía un vestido verde musgo de gasa, largo, de corte
irregular. En sus hombros, un chal de seda natural. Nada de joyas y muy poco
maquillaje. Guillermo estaba de negro, pero con una corbata amarillo furioso.
En la pequeña capilla sonaba el Canon de Pachelbel,
la música de la película Gente como uno, de Robert Redford.
Y afuera, los comentarios, también eran de ese tenor: muchos vecinos
del country se acercaron para ver a los novios, a la pareja real y a los invitados
holandeses, que llegaron en tres combis blancas. Incluso, varios vecinos llevaron
sus cámaras para sacarle fotos a la princesa.
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La
boda (mitad protestante, mitad católica) se celebró en inglés
y castellano. Comenzó a las 19.10, y los 240 invitados tuvieron que apretarse
mucho para entrar en la capillita, que estaba toda cubierta de flores blancas
(margaritas, conejitos, azucenas), pero que tenía sólo 50 asientos.
Después,
los invitados caminaron unos metros hasta el Club House. Allí se había
anexado una enorme carpa blanca, donde se hizo la recepción y la fiesta.
El
catering estuvo a cargo de la empresa Carmen Deane, que es una tía
de Samantha, la novia amiga de Máxima.
"Los
novios pidieron que toda la comida sea muy sencilla, simple y en base a productos
argentinos. Hicieron mucho hincapié en que no hubiera nada estrafalario",
contó a Clarín Marta Aran Ros, encargada del evento.
Y
así fue nomás: el menú comenzó con bocaditos fríos
y calientes, la mayoría en base a jamón. El plato principal
fue lomo glaceado con crostata de papas y zanahorias al limón. De postre,
sinfonía de naranjas, con sirop de naranjas y romero. Por supuesto,
acompañado con vinos blancos, tintos, champán, whisky y lemoncello.
Todo
terminó a la medianoche. Los comentarios de los conocidos dicen que
la flamante pareja se va a ir de luna de miel al sur argentino, y hablan de
Villa La Angostura. Después se van a vivir a Londres.
En
cuanto a Máxima —fue dama de honor— y Guillermo, ayer fueron
a la boda sin su beba de cinco meses, la princesa Catharina Amalia. Y se estima
que los tres volverán a Amsterdam en dos o tres días.
Mañana
con agenda completa
El
día empezó bastante temprano para Máxima. A las nueve
de la mañana salió de la residencia del embajador holandés
en Buenos Aires, Robert Jan Van Houtum, en Avenida del Libertador al 2.800,
para iniciar un intenso circuito de compras, visitas sociales y esparcimiento
cultural. Eso sí: sola, sin el príncipe Guillermo Alejandro
ni la beba Catharina Amalia. Y con una sonrisa radiante y permanente dibujada
en el rostro. ¿Look? Sencillísimo. Pollera de jean, camisa blanca,
chal bordó y un cinturón ancho de cuero.
La
primera escala del tour fue en el Patio Bullrich. Seguida a discretísima
distancia por dos custodios, recorrió distintos locales, consultó
precios y compró algunos regalos como cualquier hija de vecino.
Luego
pasó por el Hotel Alvear, donde tomó un café, y se dio
un rato para disfrutar de las obras de arte del Malba, donde hay una excelente
muestra con obras del dadaísmo y el surrealismo además de la
colección permanente de arte latinoamericano del siglo XX. Por último,
fue a visitar allegados a un edificio de Ruggieri entre Cabello y Las Heras.
A las tres menos cuarto, cargada de bolsas, Máxima subió al
Mercedes Benz gris que la llevó de vuelta a la residencia del embajador.
Por Mariana Iglesias, Clarin, 8 de mayo de 2004
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