"ESTUVE mirando -dice el profeta Daniel- hasta que fueron puestas sillas:
y un Anciano de grande edad se sentó, cuyo vestido era blanco como
la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su silla llama de fuego,
sus ruedas fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía
de delante de él: millares de millares le servían, y millones
de millones asistían delante de él: el Juez se sentó
y los libros se abrieron." (Daniel 7: 9, 10.)
Así se presentó a la visión del profeta el día
grande y solemne en que los caracteres y vidas de los hombres habrán
de ser revistados ante el Juez de toda la tierra, y en que a todos los
hombres se les dará "conforme a sus obras." El Anciano de días
es Dios, el Padre. El salmista dice: "Antes que naciesen los montes, y
formases la tierra y el mundo, y desde el siglo y hasta el siglo, tú
eres Dios." (Salmo 90: 2.) Es él, Autor de todo ser y de toda ley,
quien debe presidir en el juicio. Y "millares de millares . . . y millones
de millones" de santos ángeles, como ministros y testigos, están
presentes en este gran tribunal.
"Y he aquí en las nubes del cielo como un hijo de hombre que
venía, y llegó hasta el Anciano de grande edad, e hiciéronle
llegar delante de él. Y fuéle dado señorío,
y gloria, y reino; y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron;
su señorío, señorío eterno, que no será
transitorio, y su reino no se corromperá." (Daniel 7: 13, 1 4.)
La venida de Cristo descrita aquí no es su segunda venida a la tierra.
El viene hacia el Anciano de días en el cielo para recibir el dominio
y la gloria, y un reino, que le será dado a la conclusión
de su obra de mediador. Es esta venida, y no su segundo advenimiento a
la tierra, la que la profecía predijo que había de realizarse
al fin de los 2.300 534 días, en 1844. Acompañado por ángeles
celestiales, nuestro gran Sumo Sacerdote entra en el lugar santísimo,
y allí, en la presencia de Dios, da principio a los últimos
actos de su ministerio en beneficio del hombre, a saber, cumplir la obra
del juicio y hacer expiación por todos aquellos que resulten tener
derecho a ella.
En el rito típico, sólo aquellos que se habían
presentado ante Dios arrepintiéndose y confesando sus pecados, y
cuyas iniquidades eran llevadas al santuario por medio de la sangre del
holocausto, tenían participación en el servicio del día
de las expiaciones. Así en el gran día de la expiación
final y del juicio, los únicos casos que se consideran son los de
quienes hayan profesado ser hijos de Dios. El juicio de los impíos
es obra distinta y se verificará en fecha posterior. "Es tiempo
de que el juicio comience de la casa de Dios: y si primero comienza por
nosotros, ¿qué será el fin de aquellos que no obedecen
al evangelio?" (1 Pedro 4: 17.)
Los libros del cielo, en los cuales están consignados los nombres
y los actos de los hombres, determinarán los fallos del juicio.
El profeta Daniel dice: "El Juez se sentó, y los libros se abrieron."
San Juan, describiendo la misma escena en el Apocalipsis, agrega: "Y otro
libro fue abierto, el cual es de la vida: y fueron juzgados los muertos
por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras."
(Apocalipsis 20: 12.)
El libro de la vida contiene los nombres de todos los que entraron
alguna vez en el servicio de Dios. Jesús dijo a sus discípulos:
"Gozaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos." (S.
Lucas 10: 20.) San Pablo habla de sus fieles compañeros de trabajo,
"cuyos nombres están en el libro de la vida." (Filipenses 4: 3.)
Daniel, vislumbrando un "tiempo de angustia, cual nunca fue," declara que
el pueblo de Dios será librado, es decir, "todos los que se hallaren
escritos en el libro." (Daniel 12: 1.) Y San Juan dice en el Apocalipsis
que sólo entrarán en la ciudad de Dios aquellos cuyos nombres
"están escritos en el libro de la vida del Cordero." (Apoc. 21:
27.) 535
Delante de Dios está escrito "un libro de memoria," en el cual
quedan consignadas las buenas obras de "los que temen a Jehová,
y de los que piensan en su nombre." (Malaquías 3: 16, V.M.) Sus
palabras de fe, sus actos de amor, están registrados en el cielo.
A esto se refiere Nehemías cuando dice: "¡Acuérdate
de mí, oh Dios mío, . . . y no borres mis obras piadosas
que he hecho por la Casa de mi Dios!" (Nehemías 13: 14, V.M.) En
el "libro de memoria" de Dios, todo acto de justicia está inmortalizado.
Toda tentación resistida, todo pecado vencido, toda palabra de tierna
compasión, están fielmente consignados, y apuntados también
todo acto de sacrificio, todo padecimiento y todo pesar sufridos por causa
de Cristo. El salmista dice: "Tú cuentas los pasos de mi vida errante:
pon mis lágrimas en tu redoma: ¿no están en tu libro?"
(Salmo 56: 8, V.M.)
Hay además un registro en el cual figuran los pecados de los
hombres. "Pues que Dios traerá toda obra a juicio juntamente con
toda cosa encubierta, sea buena o sea mala." (Eclesiastés 12: 14,
V.M.) "De toda palabra ociosa que hablaren los hombres, darán cuenta
en el día del juicio." Dice el Salvador: "Por tus palabras
serás justificado, y por tus palabras serás condenado."
(S. Mateo 12: 36, 37, V.M.) Los propósitos y motivos secretos aparecen
en el registro infalible, pues Dios "sacará a luz las obras encubiertas
de las tinieblas, y pondrá de manifiesto los propósitos de
los corazones." (1 Corintios 4: 5, V.M.) "He aquí que esto está
escrito delante de mí: . . . vuestras iniquidades y las iniquidades
de vuestros padres juntamente, dice Jehová." (Isaías
65: 6, 7, V.M.)
La obra de cada uno pasa bajo la mirada de Dios, y es registrada e
imputada ya como señal de fidelidad ya de infidelidad. Frente a
cada nombre, en los libros del cielo, aparecen, con terrible exactitud,
cada mala palabra, cada acto egoísta, cada deber descuidado, y cada
pecado secreto, con todas las tretas arteras. Las admoniciones o reconvenciones
divinas despreciadas, los momentos perdidos, las oportunidades desperdiciadas,
536 la influencia ejercida para bien o para mal, con sus abarcantes resultados,
todo fue registrado por el ángel anotador.
La idea que tenía de Dios resulta envilecida a semejanza de la
humanidad caída, pues el sacerdote hace el papel de representante
de Dios. Esta confesión degradante de hombre a hombre es la fuente
secreta de la cual ha brotado gran parte del mal que está corrompiendo
al mundo y lo está preparando para la destrucción final.
Sin embargo, para todo aquel a quien le agrada satisfacer sus malas tendencias,
es más fácil confesarse con un pobre mortal que abrir su
alma a Dios. Es más grato a la naturaleza humana hacer penitencia
que renunciar al pecado; es más fácil mortificar la carne
usando cilicios, ortigas y cadenas desgarradoras que renunciar a los deseos
carnales. Harto pesado es el yugo que el corazón carnal está
dispuesto a cargar antes de doblegarse al yugo de Cristo.
Hay una semejanza sorprendente entre la iglesia de Roma y la iglesia
judaica del tiempo del primer advenimiento de Cristo. Mientras los judíos
pisoteaban secretamente todos los principios de la ley de Dios, en lo exterior
eran estrictamente rigurosos en la observancia de los preceptos de ella,
recargándola con exacciones y tradiciones que hacían difícil
y pesado el cumplir con ella. Así como los judíos profesaban
reverenciar la ley, así también los romanistas dicen reverenciar
la cruz. Exaltan el símbolo de los sufrimientos de Cristo, al par
que niegan con sus vidas a Aquel a quien ese símbolo representa.
Los papistas colocan la cruz sobre sus iglesias, sobre sus altares
y sobre sus vestiduras. Por todas partes se ve la insignia de la cruz.
Por todas partes se la honra y exalta exteriormente. Pero las enseñanzas
de Cristo están sepultadas bajo un montón de tradiciones
absurdas, interpretaciones falsas y exacciones rigurosas. Las palabras
del Salvador respecto a los judíos hipócritas se aplican
con mayor razón aún a los jefes de la iglesia católica
romana: "Atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen
sobre los hombros de los hombres; 625 pero ellos mismos no quieren moverlas
con un dedo suyo." (S. Mateo 23: 4, V.M.) Almas concienzudas quedan presa
constante del terror, temiendo la ira de un Dios ofendido, mientras muchos
de los dignatarios de la iglesia viven en el lujo y los placeres sensuales.
El culto de las imágenes y reliquias, la invocación de
los santos y la exaltación del papa son artificios de Satanás
para alejar de Dios y de su Hijo el espíritu del pueblo. Para asegurar
su ruina, se esfuerza en distraer su atención del Único que
puede asegurarles la salvación. Dirigirá las almas hacia
cualquier objeto que pueda substituir a Aquel que dijo: "¡Venid a
mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os daré
descanso!" (S. Mateo 11: 28, V.M.)
Satanás se esfuerza siempre en presentar de un modo falso el
carácter de Dios, la naturaleza del pecado y las verdaderas consecuencias
que tendrá la gran controversia. Sus sofismas debilitan el sentimiento
de obligación para con la ley divina y dan a los hombres libertad
para pecar. Al mismo tiempo les hace aceptar falsas ideas acerca de Dios,
de suerte que le miran con temor y odio más bien que con amor. Atribuye
al Creador la crueldad inherente a su propio carácter, la incorpora
en sistemas religiosos y le da expresión en diversas formas de culto.
Sucede así que las inteligencias de los hombres son cegadas y Satanás
se vale de ellos como de sus agentes para hacer la guerra a Dios. Debido
a conceptos erróneos de los atributos de Dios, las naciones paganas
fueron inducidas a creer que los sacrificios humanos eran necesarios para
asegurarse el favor divino; y perpetráronse horrendas crueldades
bajo las diversas formas de la idolatría.
La iglesia católica romana, al unir las formas del paganismo
con las del cristianismo, y al presentar el carácter de Dios bajo
falsos colores, como lo presentaba el paganismo, recurrió a prácticas
no menos crueles, horrorosas y repugnantes. En tiempo de la supremacía
romana, había instrumentos de tortura para obligar a los hombres
a aceptar sus doctrinas. Existía la hoguera para los que no querían
hacer concesiones a sus 626 exigencias. Hubo horribles matanzas de tal
magnitud que nunca será conocida hasta que sea manifestada en el
día del juicio. Dignatarios de la iglesia, dirigidos por su maestro
Satanás, se afanaban por idear nuevos refinamientos de tortura que
hicieran padecer lo indecible sin poner término a la vida de la
víctima. En muchos casos el proceso infernal se repetía hasta
los límites extremos de la resistencia humana, de manera que la
naturaleza quedaba rendida y la víctima suspiraba por la muerte
como por dulce alivio.
Tal era la suerte de los adversarios de Roma. Para sus adherentes disponía
de la disciplina del azote, del tormento del hambre y de la sed, y de las
mortificaciones corporales más lastimeras que se puedan imaginar.
Para asegurarse el favor del cielo, los penitentes violaban las leyes de
Dios al violar las leyes de la naturaleza. Se les enseñaba a disolver
los lazos que Dios instituyó para bendecir y amenizar la estada
del hombre en la tierra. Los cementerios encierran millones de víctimas
que se pasaron la vida luchando en vano para dominar los afectos naturales,
para refrenar como ofensivos a Dios todo pensamiento y sentimiento de simpatía
hacia sus semejantes.
Si deseamos comprender la resuelta crueldad de Satanás, manifestada
en el curso de los siglos, no entre los que jamás oyeron hablar
de Dios, sino en el corazón mismo de la cristiandad y por toda su
extensión, no tenemos más que echar una mirada en la historia
del romanismo. Por medio de ese gigantesco sistema de engaño, el
príncipe del mal consigue su objeto de deshonrar a Dios y de hacer
al hombre miserable. Y si consideramos lo bien que logra enmascararse y
hacer su obra por medio de los jefes de la iglesia, nos daremos mejor cuenta
del motivo de su antipatía por la Biblia. Siempre que sea leído
este libro, la misericordia y el amor de Dios saltarán a la vista,
y se echará de ver que Dios no impone a los hombres ninguna de aquellas
pesadas cargas. Todo lo que él pide es un corazón contrito
y un espíritu humilde y obediente.
4. CS Págs. 449-451,462.
El Conflicto de los Siglos, Págs. 449-451,462.
Esas personas eran dominadas por prejuicios y odios. La proclamación
de la venida inminente de Cristo les perturbaba la paz. Temían que
pudiese ser cierta, pero esperaban sin embargo que no lo fuese, y éste
era el motivo secreto de su lucha contra los adventistas y su fe.
La circunstancia de que unos pocos fanáticos se abrieran paso
entre las filas de los adventistas no era mayor razón para declarar
que el movimiento no era de Dios, que lo fue la presencia de fanáticos
y engañadores en la iglesia en días de San Pablo o de Lutero,
para condenar la obra de ambos. Despierte el pueblo de Dios de su somnolencia
y emprenda seriamente una obra de arrepentimiento y de reforma; escudriñe
las Escrituras para aprender la verdad tal cual es en Jesús; conságrese
por completo a Dios, y no faltarán pruebas de que Satanás
está activo y vigilante. Manifestará su poder por todos los
engaños posibles, y llamará en su ayuda a todos los ángeles
caídos de su reino.
No fue la proclamación del segundo advenimiento lo que dio origen
al fanatismo y a la división. Estos aparecieron en el verano de
1844, cuando los adventistas se encontraban en un estado de duda y perplejidad
con respecto a su situación real. La predicación del mensaje
del primer ángel y del "clamor de media noche," tendía directamente
a reprimir el fanatismo y la disensión. Los que participaban en
estos solemnes movimientos estaban en armonía; sus corazones estaban
llenos de amor mutuo y de amor hacia Jesús, a quien esperaban ver
pronto. Una sola fe y una sola esperanza bendita los elevaban por encima
de cualquier influencia humana, y les servían de escudo contra los
ataques de Satanás.
"Tardándose, pues, el esposo, cabecearon todas, y se durmieron.
Mas a la media noche fue oído el grito: ¡ He aquí que
viene el esposo ! ¡ salid a recibirle ! Entonces todas aquellas vírgenes
se levantaron y aderezaron sus lámparas." (S. Mateo 25: 5-7, V.M.)
En el verano de 1844, a mediados de la época comprendida entre el
tiempo en que se había supuesto primero 450 que terminarían
los 2.300 días y el otoño del mismo año, hasta donde
descubrieron después que se extendían, el mensaje fue proclamado
en los términos mismos de la Escritura: "¡He aquí que
viene el Esposo!"
Lo que condujo a este movimiento fue el haberse dado cuenta de que
el decreto de Artajerjes en pro de la restauración de Jerusalén,
el cual formaba el punto de partida del período de los 2.300 días,
empezó a regir en el otoño del año 457 ant. de C.,
y no a principios del año, como se había creído anteriormente.
Contando desde el otoño de 457, los 2.300 años concluían
en el otoño de 1844. (Véanse el diagrama de la pág.
374 y también el Apéndice.)
Los argumentos basados en los símbolos del Antiguo Testamento
indicaban también el otoño como el tiempo en que el acontecimiento
representado por la "purificación del santuario" debía verificarse.
Esto resultó muy claro cuando la atención se fijó
en el modo en que los símbolos relativos al primer advenimiento
de Cristo se habían cumplido.
La inmolación del cordero pascual prefiguraba la muerte de Cristo.
San Pablo dice: "Nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros."
(1 Corintios 5: 7.) La gavilla de las primicias del trigo, que era costumbre
mecer ante el Señor en tiempo de la Pascua, era figura típica
de la resurrección de Cristo. San Pablo dice, hablando de la resurrección
del Señor y de todo su pueblo: "Cristo las primicias; luego los
que son de Cristo, en su venida." (1 Corintios 15: 23.) Como la gavilla
de la ofrenda mecida, que era las primicias o los primeros granos maduros
recogidos antes de la cosecha, así también Cristo es primicias
de aquella inmortal cosecha de rescatados que en la resurrección
futura serán recogidos en el granero de Dios.
Estos símbolos se cumplieron no sólo en cuanto al acontecimiento
sino también en cuanto al tiempo. El día 14 del primer mes
de los judíos, el mismo día y el mismo mes en que quince
largos siglos antes el cordero pascual había sido inmolado, Cristo,
después de haber comido la pascua con sus 451 discípulos,
estableció la institución que debía conmemorar su
propia muerte como "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." En
aquella misma noche fue aprehendido por manos impías, para ser crucificado
e inmolado. Y como antitipo de la gavilla mecida, nuestro Señor
fue resucitado de entre los muertos al tercer día, "primicias de
los que durmieron," cual ejemplo de todos los justos que han de resucitar,
cuyo "vil cuerpo" "transformará" y hará "semejante a su cuerpo
glorioso." (1 Corintios 15: 20; Filipenses 3: 21, V.M.)
Asimismo los símbolos que se refieren al segundo advenimiento
deben cumplirse en el tiempo indicado por el ritual simbólico. Bajo
el régimen mosaico, la purificación del santuario, o sea
el gran día de la expiación, caía en el décimo
día del séptimo mes judío (Levítico 16:29 -
34), cuando el sumo sacerdote, habiendo hecho expiación por todo
Israel y habiendo quitado así sus pecados del santuario, salía
a bendecir al pueblo. Así se creyó que Cristo, nuestro Sumo
Sacerdote, aparecería para purificar la tierra por medio de la destrucción
del pecado y de los pecadores, y para conceder la inmortalidad a su pueblo
que le esperaba. El décimo día del séptimo mes, el
gran día de la expiación, el tiempo de la purificación
del santuario, el cual en el año 1844 caía en el 22 de octubre,
fue considerado como el día de la venida del Señor. Esto
estaba en consonancia con las pruebas ya presentadas, de que los 2.300
días terminarían en el otoño, y la conclusión
parecía irrebatible.
En la parábola de S. Mateo 25, el tiempo de espera y el cabeceo
son seguidos de la venida del esposo. Esto estaba de acuerdo con los argumentos
que se acaban de presentar, y que se basaban tanto en las profecías
como en los símbolos. Para muchos entrañaban gran poder convincente
de su verdad; y el "clamor de media noche" fue proclamado por miles de
creyentes.
Aceptar estas conclusiones equivalía a renunciar a los cómputos
anteriores de los períodos proféticos. Se había comprobado
que los 2.300 días principiaron cuando entró en vigor el
decreto de Artajerjes ordenando la restauración y edificación
de Jerusalén, en el otoño del año 457 ant. de C. Tomando
esto como punto de partida, había perfecta armonía en la
aplicación de todos los acontecimientos predichos en la explicación
de ese período hallada en Daniel 9:25 - 27. Sesenta y nueve semanas,
o los 483 primeros años de los 2.300 años debían alcanzar
hasta el Mesías, el Ungido; y el bautismo de Cristo y su unción
por el Espíritu Santo, en el año 27 de nuestra era, cumplían
exactamente la predicción. En medio de la septuagésima semana,
el Mesías había de ser muerto. Tres años y medio después
de su bautismo, Cristo fue crucificado, en la primavera del año
31. Las setenta semanas, o 490 años, les tocaban especialmente a
los judíos. Al fin del período, la nación selló
su rechazamiento de Cristo con la persecución de sus discípulos,
y los apóstoles se volvieron hacia los gentiles en el año
34 de nuestra era. Habiendo terminado entonces los 490 primeros años
de los 2.300, quedaban aún 1.810 años. Contando desde el
año 34, 1.810 años llegan a 1844. "Entonces -había
dicho el ángel- será purificado el Santuario." Era indudable
que todas las anteriores predicciones de la profecía se habían
cumplido en el tiempo señalado.
En ese cálculo, todo era claro y armonioso, menos la circunstancia
de que en 1844 no se veía acontecimiento alguno que correspondiese
a la purificación del santuario. Negar que los días terminaban
en esa fecha equivalía a confundir todo el asunto y a abandonar
creencias fundadas en el cumplimiento indudable de las profecías.
Pero Dios había dirigido a su pueblo en el gran movimiento adventista;
su poder y su gloria habían acompañado la obra, y él
no permitiría que ésta terminase en la obscuridad y en un
chasco, para que se la cubriese de oprobio como si fuese una mera excitación
mórbida y producto del fanatismo.
La ley de Dios es la regla por la cual los caracteres y las vidas de
los hombres serán probados en el juicio. Salomón dice: "Teme
a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es la suma del deber humano.
Pues que Dios traerá toda obra a juicio." (Eclesiastés 12:
13, 14, V.M.) El apóstol Santiago amonesta a sus hermanos diciéndoles:
"Así hablad pues, y así obrad, como hombres que van a ser
juzgados por la ley de libertad." (Santiago 2: 12, V.M.)
Los que en el juicio "serán tenidos por dignos," tendrán
parte en la resurrección de los justos. Jesús dijo: "Los
que serán tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo venidero, y
la resurrección de entre los muertos, . . . son iguales a los ángeles,
y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección."
(S. Lucas 20: 35, 36, V.M.) Y además declara que "los que hicieron
bien saldrán a resurrección de vida." (S. Juan 5: 29.) Los
justos ya muertos no serán resucitados más que después
del juicio en el cual habrán sido juzgados dignos de la "resurrección
de vida." No estarán pues presentes en persona ante el tribunal
cuando sus registros sean examinados y sus causas falladas.
Jesús aparecerá como el abogado de ellos, para interceder
en su favor ante Dios. "Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para
con el Padre, a saber Jesucristo el justo." (1 Juan 2:1.) "Porque no entró
Cristo en un lugar santo hecho de mano, que es una mera representación
del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora delante de
Dios por nosotros." "Por lo cual también, puede salvar hasta lo
sumo a los que se acercan a Dios por medio de él, viviendo siempre
para interceder por ellos." (Hebreos 9: 24; 7: 25, V.M.)
A medida que los libros de memoria se van abriendo en el juicio, las
vidas de todos los que hayan creído en Jesús pasan ante Dios
para ser examinadas por él. Empezando con los que vivieron los primeros
en la tierra, nuestro Abogado presenta los casos de cada generación
sucesiva, y termina con los vivos. 537
Cada nombre es mencionado, cada caso cuidadosamente investigado. Habrá
nombres que serán aceptados, y otros rechazados. En caso de que
alguien tenga en los libros de memoria pecados de los cuales no se haya
arrepentido y que no hayan sido perdonados, su nombre será borrado
del libro de la vida, y la mención de sus buenas obras será
borrada de los registros de Dios. El Señor declaró a Moisés:
"Al que haya pecado contra mí, a éste borraré de mi
libro." (Éxodo 32: 33, V.M.) Y el profeta Ezequiel dice: "Si el
justo se apartare de su justicia, y cometiere maldad, . . . todas las justicias
que hizo no vendrán en memoria." (Ezequiel 18: 4.)
A todos los que se hayan arrepentido verdaderamente de su pecado, y
que hayan aceptado con fe la sangre de Cristo como su sacrificio expiatorio,
se les ha inscrito el perdón frente a sus nombres en los libros
del cielo; como llegaron a ser partícipes de la justicia de Cristo
y su carácter está en armonía con la ley de Dios,
sus pecados serán borrados, y ellos mismos serán juzgados
dignos de la vida eterna. El Señor declara por el profeta Isaías:
"Yo, yo soy aquel que borro tus transgresiones a causa de mí mismo,
y no me acordaré más de tus pecados." (Isaías 43:
25, V.M.) Jesús dijo: "El que venciere, será así revestido
de ropas blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, sino
confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus santos
ángeles." "A todo aquel, pues, que me confesare delante de los hombres,
le confesaré yo también delante de mi Padre que está
en los cielos. Pero a cualquiera que me negare delante de los hombres,
le negaré yo también delante de mi Padre que está
en los cielos." (Apocalipsis 3: 5; S. Mateo 10: 32, 33, V.M.)
Todo el más profundo interés manifestado entre los hombres
por los fallos de los tribunales terrenales no representa sino débilmente
el interés manifestado en los atrios celestiales cuando los nombres
inscritos en el libro de la vida desfilen ante el Juez de toda la tierra.
El divino Intercesor aboga por que a todos los que han vencido por la fe
en su sangre se les perdonen 538 sus transgresiones, a fin de que sean
restablecidos en su morada edénica y coronados con él coherederos
del "señorío primero." (Miqueas 4: 8.) Con sus esfuerzos
para engañar y tentar a nuestra raza, Satanás había
pensado frustrar el plan que Dios tenía al crear al hombre, pero
Cristo pide ahora que este plan sea llevado a cabo como si el hombre no
hubiese caído jamás. Pide para su pueblo, no sólo
el perdón y la justificación, plenos y completos, sino además
participación en su gloria y un asiento en su trono.
Mientras Jesús intercede por los súbditos de su gracia,
Satanás los acusa ante Dios como transgresores. El gran seductor
procuró arrastrarlos al escepticismo, hacerles perder la confianza
en Dios, separarse de su amor y transgredir su ley. Ahora él señala
la historia de sus vidas, los defectos de carácter, la falta de
semejanza con Cristo, lo que deshonró a su Redentor, todos los pecados
que les indujo a cometer, y a causa de éstos los reclama como sus
súbditos.
Jesús no disculpa sus pecados, pero muestra su arrepentimiento
y su fe, y, reclamando el perdón para ellos, levanta sus manos heridas
ante el Padre y los santos ángeles, diciendo: Los conozco por sus
nombres. Los he grabado en las palmas de mis manos. "Los sacrificios de
Dios son el espíritu Quebrantado: al corazón contrito y humillado
no despreciarás tú, oh Dios." (Salmo 51: 17.) Y al acusador
de su pueblo le dice: "Jehová te reprenda, oh Satán; Jehová,
que ha escogido a Jerusalem, te reprenda. ¿No es éste un
tizón arrebatado del incendio?" (Zacarías 3: 2.) Cristo revestirá
a sus fieles con su propia justicia, para presentarlos a su Padre como
una "Iglesia gloriosa, no teniendo mancha, ni arruga, ni otra cosa semejante."
(Efesios 5: 27, V.M.) Sus nombres están inscritos en el libro de
la vida, y de estos escogidos está escrito: "Andarán conmigo
en vestiduras blancas; porque son dignos." (Apocalipsis 3: 4.)
Así se cumplirá de un modo completo la promesa del nuevo
pacto: "Perdonaré su iniquidad, y no me acordaré más
de sus 539 pecados. "En aquellos días y en ese tiempo, dice Jehová,
será buscada la iniquidad de Israel, y no la habrá, y los
pecados de Judá, mas no podrán ser hallados." "En aquel día
el Vástago de Jehová será espléndido y glorioso,
y el fruto de la tierra excelente y hermoso, para los escapados de Israel.
Y será que los que fueren dejados en Sión, y los que quedaren
en Jerusalem, serán llamados santos; es decir, todo aquel que está
inscrito para la vida en Jerusalem." (Jeremías 31: 34; 50: 20; Isaías
4: 2, 3, V.M.)
La obra del juicio investigador y el acto de borrar los pecados deben
realizarse antes del segundo advenimiento del Señor. En vista de
que los muertos han de ser juzgados según las cosas escritas en
los libros, es imposible que los pecados de los hombres sean borrados antes
del fin del juicio en que sus vidas han de ser examinadas. Pero el apóstol
Pedro dice terminantemente que los pecados de los creyentes serán
borrados "cuando vendrán los tiempos del refrigerio de la presencia
del Señor, y enviará a Jesucristo." (Hechos 3: 19,
20.) Cuando el juicio investigador haya concluido, Cristo vendrá
con su recompensa para dar a cada cual según sus obras.
En el servicio ritual típico el sumo sacerdote, hecha la propiciación
por Israel, salía y bendecía a la congregación. Así
también Cristo, una vez terminada su obra de mediador, aparecerá
"sin pecado . . . para la salvación" (Hebreos 9: 28, V.M.), para
bendecir con el don de la vida eterna a su pueblo que le espera. Así
como, al quitar los pecados del santuario, el sacerdote los confesaba sobre
la cabeza del macho cabrío emisario, así también Cristo
colocará todos estos pecados sobre Satanás, autor e instigador
del pecado. El macho cabrío emisario, que cargaba con los pecados
de Israel, era enviado "a tierra inhabitada" (Levítico 16: 22);
así también Satanás, cargado con la responsabilidad
de todos los pecados que ha hecho cometer al pueblo de Dios, será
confinado durante mil años en la tierra entonces desolada y sin
habitantes, y sufrirá finalmente la entera penalidad del pecado
en el fuego que destruirá 540 a todos los impíos. Así
el gran plan de la redención alcanzará su cumplimiento en
la extirpación final del pecado y la liberación de todos
los que estuvieron dispuestos a renunciar al mal.