En defensa de San Francisco
Mikel Zuza Viniegra, Diario de Navarra, 20 de noviembre de 2003
¿Quién sería capaz de matar a un hombre de 98 años que a pesar de todos sus achaques sigue cumpliendo la labor que le fue encomendada? ¿Habrá alguien que lo haga sólo por la promesa de sustituirlo por otro mucho más joven?
Bueno, pues salvando todas las distancias eso es lo que pretenden hacer nuestras instituciones con las Escuelas de San Francisco. -¡Bah, si sólo es un edificio viejo...!-
No señor, no es sólo un edificio viejo, porque una escuela es una de las contadas construcciones humanas que puede presumir de tener y dar vida, la vida que le proporcionan todos los que reciben educación en ella, y que en este caso se desborda desde allí a todo el Casco Viejo, que por ser el corazón de Pamplona es quien más savia nueva necesita para sobrevivir.
Faltan sólo dos años para que las Escuelas cumplan un siglo de vida, y lo que debiera ser motivo de celebración ya camino de convertirse en la crónica de una muerte anunciada, pues olvidando consideraciones históricas (es en la actualidad el colegio más antiguo de Pamplona), estéticas (el edificio puede no gustar, pero sin duda responde a su protegido entorno mucho mejor que uno moderno), e incluso sentimentales (¿será posible no encontrar en el Ayuntamiento siquiera una persona, desde bedeles a concejales, que haya estudiado en San Francisco?) , se van a destruir para sustituirlas por la moderna biblioteca que Navarra necesita. Y este es otro factor para mí imperdonable: transformar los libros, que por definición son los ladrillos necesarios para construir una sociedad más libre, en una bola de demolición que arrase con un centro de enseñanza.
No puedo resistirme a recordar una carta enviada a esta misma sección por el llorado Antonio José Ruiz el pasado 24 de diciembre. En ella, a pesar de llevar toda su vida pidiendo una Filmoteca Navarra, rogaba por la conservación de San Francisco, y aun decía otras cosas de muy provechosa lectura en esta ciudad:
«¡Tirar! Parece que hemos nacido los pamploneses con el síndrome de tirar. Tiramos baluartes, murallas, revellines, palacios, casonas... ¡hasta cuándo! ¿Cuándo nos va a entrar el juicio de conservar? ¿Cuándo va dejar de llorar Pamplona por tantas cosas buenas que se pierden?».
Que una nueva biblioteca es urgente no hay quien lo niegue, pero no es de recibo que su construcción lleve aparejada la desaparición de un símbolo de la ciudad. ¿No hay otros sitios para construirla?
Cuando era pequeño me enseñaron -¿adivinan dónde?- que en el cancel del Ayuntamiento de Pamplona hay una inscripción que dice: «La puerta está abierta a todos, pero más el corazón». Si no paran este descabellado proyecto y las excavadoras reducen a polvo las Escuelas de San Francisco, que aprovechen el viaje y sustituyan la frase por esta otra: «La puerta está cerrada a todos. No tenemos corazón». Es mucho más fea, pero será mucho más cierta.