BAJO LA MASCARA
Por Hollis Mason

Presentamos aquí fragmentos de BAJO LA MASCARA. En estos nuevos capítulos, Hollis Mason habla de la formación de los Minutemen. Reproducido con permiso del autor. Traducción de Dunia Gras.

III.

Desde el día en que decidí dedicarme a esto de ser un aventurero disfrazado, hasta el momento en que me planté en la calle de noche con una máscara en la cara y las piernas al aire, pasaron tres meses. Tres meses de dudas y de temor al ridículo. Tres meses de duro entrenamiento en el gimnasio de la Policía. Tres meses pensando cómo demonios me iba a hacer yo mismo el traje.

Lo del traje era difícil, porque no podía empezar a diseñarlo hasta tener pensado un nombre. Esto me entretuvo un par de semanas, porque cada nombre que me venía a la cabeza me resultaba estúpido, y lo que yo realmente quería era algo tan excitante y dramático como «Justicia encapuchada».

De pronto uno de los policías con los que trabajaba me echó una mano sin saberlo. Me había invitado unas dos o tres veces a tomar unas cervezas después del trabajo, pero siempre le decía que no porque quería pasar el mayor tiempo posible dándole a los músculos en el gimnasio, para después irme directo a la cama, alrededor de las nueve en punto, y dormir de un tirón hasta las cinco de la mañana siguiente. Entonces me levantaba y volvía a entrenar un par de horas más antes de colgarme la placa y el uniforme, listo para mi trabajo diario. Después de rechazar de nuevo su oferta de la cerveza y el relax por eso de querer irme a la cama pronto, dejó ya de preguntármelo y le dio por llamarme «Buho nocturno», por puro sarcasmo, hasta que encontró por fin a otro con quien beber.

«Buho nocturno». Me gustó. Ahora todo lo que faltaba era el disfraz.

El traje de un aventurero enmascarado es una de esas cosas en las que nadie se para a pensar realmente. ¿Debía llevar capa o no? ¿Debía ser grueso y blindado para protegerme o flexible y ligero para maniobrar? ¿Qué tipo de máscara debía ponerme? ¿Los colores brillantes te convierten en un blanco más fácil que los oscuros? Todo esto eran puntos a considerar.

De pronto, me decidí por un diseño que me dejaba los brazos y las piernas en libertad, mientras me protegía el cuerpo y la cabeza con una guerrera de cuero, una cota de malla ligera y un protector sobre la malla en la cabeza. Probé con una capa, recordando cómo la usaba The Shadow para esquivar las balas enemigas, dirigiéndolas hacia esa masa negra escurridiza e incorpórea. En la práctica, sin embargo, me restaba movilidad. Siempre estaba tropezando con ella o se me enredaba con todo, así que abandoné la idea y me hice el traje tan ceñido como pude.

Con la malla y el cuero en la cabeza ocultándome el pelo, vi que sólo necesitaba una pequeña máscara, un antifaz, para ocultar mi identidad, pero incluso esto presentaba problemas que se escapaban a primera vista. Mi primera máscara se unía a mi cara con la simple ayuda de un cordel, pero esto casi me mata en mi primera salida con el traje completo, cuando un borracho con un cuchillo me metió los dedos en los agujeros de los ojos y me la bajó de tal manera que no podía ver. Si hubiera estado menos entrenado y alerta, o si él hubiera estado menos borracho, mi carrera bien podría haber acabado entonces. Tal como estaba pude sacarme la máscara y desarmarle, confiando en que el alcohol nublaría cualquier clara reconstrucción de mi rostro. Después de eso, me dejé de cordeles y me pegué la máscara a la cara usando goma de maquillaje, de esa que usan los actores para engancharse las barbas falsas y los bigotes.

Me convertí en Búho Nocturno a principios de 1939, y aunque mis primeras apariciones no tenían nada de espectacular, llegaron a ser de gran interés para la prensa simplemente porque en 1939 disfrazarte para proteger a tu vecindario se había puesto de moda, con casi toda América al menos un poco interesada en el asunto. Un mes después de mi debut, una joven que se hacía llamar Silueta aparecía en los titulares desvelando las actividades de un sucio editor que traficaba en pornografía infantil, derribando a golpes al jefe y a sus dos fotógrafos en el proceso. Poco después de eso, empezaron a llegar de Connecticut los primeros informes sobre un hombre vestido como una polilla escurridiza, y un joven especialmente brutal y vicioso que, embutido en un pomposo traje amarillo, empezaba a limpiar la costa bajo el nombre de Comediante. A los doce meses de la dramática aparición pública del Comediante, había al menos otros siete vigilantes disfrazados trabajando aquí y allá por toda la Costa Oeste.

Estaba el Capitán Metrópolis, que aportó su conocimiento de la técnica militar y la estrategia en su intento de erradicar el crimen organizado en las áreas urbanas del interior, y que aún hoy sigue en activo.

Estaba Silk Spectre, ahora retirada y viviendo con su hija después de un frustrado y precipitado matrimonio, quizá la primera en darse cuenta de los beneficios comerciales que podía reportar eso de ser un aventurero enmascarado. Silk Spectre usó su fama como heroína principalmente para hacerse con las portadas de las revistas y potenciar su lucrativa carrera como modelo, pero creo que todos los que la conocimos la amamos un poquito y no le censurábamos que se buscara la vida. Creo que ninguno podía tirar la primera piedra.

Estaba Dólar Bill, que primero fue una estrella del atletismo universitario en Kansas para ser luego contratado como superhéroe casero por uno de los mayores bancos nacionales, cuando vieron que seguir la moda de los enmascarados y tener un héroe propio para guardar el dinero de sus dientes les daría una buena publicidad. Dólar Bill fue uno de los mejores y más rectos hombres que he conocido y su trágica muerte, tan joven, es algo que todavía me afecta cuando lo recuerdo.

Trataba de detener un atraco en uno de los bancos, cuando su capa se enredó en una de las puertas giratorias y le dispararon a quemarropa antes de poder liberarse. Los diseñadores contratados por el banco habían creado el traje para el máximo atractivo publicitario. Si él mismo se hubiera diseñado el traje habría tirado esa maldita estúpida capa, y seguiría vivo.

Estaban Polilla, Silueta y el Comediante, y estaba yo, todos con llamativos trajes de opereta y expresando la noción del Bien y del Mal con simples e infantiles términos mientras en Europa convertían a los seres humanos en jabón y en pantallas para lámparas. A veces nos respetaban, a veces nos, analizaban, y casi siempre se reían de nosotros, y a pesar de todo, no creo que los que hoy quedamos supervivientes sepamos por qué lo hicimos. Algunos por dinero o por tener publicidad. Algunos por una infantil excitación y algunos, en mi opinión, por otro tipo de excitación que era a la vez más adulta y también menos sana. Nos han llamado fascistas y pervertidos, y aunque hay algo de verdad en ambas acusaciones, ninguna de ellas es del todo cierta.

La primera Navidad de los Minutemen, 1939 (de izquierda a derecha Silueta, Silk Spectre, Comediante, Justicia Encapuchada, Capitán Metropolis -en el espejo-, Búho Nocturno, Polilla, Dólar Bill).

Sí, algunos eran radicales políticamente. Antes de Pearl Harbor oí que Justicia Encapuchada aprobaba abiertamente las actividades de Hitler y el Tercer Reich, y hay pruebas de que el Capitán Metrópolis hizo declaraciones sobre los negros y los hispanoamericanos, bastante incendiarias y racistas, cargos que son difíciles de discutir o negar.

Sí, y me atrevo a decir que algunos teníamos nuestros líos sexuales. Todo el mundo sabe lo que pasó con Silhouette, y aunque pueda ser de mal gusto revolver los hechos que rodean su muerte en el presente volumen, sirve de prueba para aquellos que la necesiten, de los elementos libidinosos de esos que corrían por ahí disfrazados.

Sí, algunos éramos inestables y neuróticos. Sólo una semana antes de escribir estas líneas, me notificaron que el hombre tras la máscara y las alas de Polilla, cuya verdadera identidad no puedo revelar, ha sido internado en un sanatorio mental después de una larga lucha con el alcohol y una total crisis nerviosa.

Sí, estábamos locos, éramos pervertidos, racistas, nazis, todas esas cosas que la gente decía. Pero también estábamos porque creíamos en ello. Tratábamos, como buenamente podíamos, de convertir nuestro país en un lugar mejor y más seguro en que vivir. Individualmente, cada uno por su parte, hicimos demasiadas cosas buenas en nuestras respectivas comunidades para ser ahora recordados por nuestras aberraciones, tanto sociales como sexuales o psicológicas.

Sólo cuando nos reuníamos empezaban de veras los problemas. A veces pienso que sin los Minutemen todos podríamos haber abandonado y dejarlo pronto. El aventurero enmascarado habría sido una especie en extinción.

Y el mundo no estaría en el lío en que se encuentra hoy.

IV.

No hay ningún misterio sobre cómo se conocieron los Minutemen. El Capitán Metrópolis escribió el agente de Sally Júpiter sugiriéndole una reunión con vistas a formar un grupo de aventureros enmascarados que podrían unir sus recursos y experiencia para combatir el crimen. El capitán siempre tuvo un concepto estratégico de la lucha contra el crimen, por eso comprendo que la idea se le ocurriera a él, aunque me sorprende que se esforzara en contactar con Sally. Era tan educado y reservado que los juramentos, la bebida y la forma de vestir de Sally lo debieron dejar sin palabras. Más tarde supe que fue sólo porque Sally era la única vigilante, lo suficiente-mente previsora como para tener un agente cuya dirección estaba en las páginas amarillas.

El agente de Sally (y, más tarde, su marido) era un astuto individuo llamado Laurence Schexnayder. Se dio cuenta de que sin la oportuna promoción para revitalizar el interés del público por la bandera, la moda de los héroes en paños menores se desvanecería, reduciendo a cero los contratos con la prensa de Silk Spectre. Por eso fue Schexnayder quien, a mediados de 1939, sugirió poner un gran anuncio en la Gazette pidiendo que surgieran otros hombres misteriosos.

Llegamos uno por uno en las semanas siguientes. Nos presentaron a Sally, al Capitán Metrópolis, los unos a los otros y a Laurence Schexnayder. Era muy organizado y profesional, y aunque sólo tenía unos treinta años, ya parecía muy maduro y repetable. Quizá porque era el único en la habitación que no llevaba pantalones cortos y leotardos. En otoño de 1939 ya estaba apalabrada toda la publicidad y los Minutemen nacieron por fin.

El verdadero misterio es cómo demonios nos las apañamos para permanecer juntos.

Eso de llevar un disfraz te da una personalidad muy peculiar, y las probabilidades de que ocho personalidades así se mantuvieran unidas eran de una entre un millón. Esto no quiere decir que alguno de nosotros no estuviera unido a alguien en particular, por supuesto. Sally intimó muy estrechamente con Justicia encapuchada, que era uno de los hombres más enormes que he visto en mi vida. Nunca supe su verdadero nombre, pero juraría que esas primeras noticias que lo comparaban con un púgil de lucha libre no iban desencaminadas.

Curiosamente, aunque Sally fuera siempre colgada de su brazo, él nunca se mostró muy interesado por ella. Creo que nunca le vi besarla, aunque quizá esto fuera por culpa de la máscara. De todas formas, empezaron a salir juntos, o algo así, después de la primera fiesta de Navidad de los Minutemen en 1939, que es la última vez que recuerdo habérnoslo pasado bien juntos. Después de eso, las cosas fueron mal. Había gusanos en la manzana, royéndola desde dentro.

El peor de todos era el Comediante.

El Comediante en el Sur del Pacífico, 1942.

Soy consciente de que aún está en activo y que incluso es muy respetado en algunos lugares, pero sé lo que sé y ese hombre es una desgracia para nuestra profesión. En 1940 asaltó sexualmente a Sally Júpiter en el vestuario de los Minutemen tras una reunión. Dejó el grupo poco después por mutuo acuerdo y con la mínima publicidad. Schexnayder había persuadido a Sally para que no presentara cargos contra él, por la buena imagen del grupo, y así lo hizo. El Comediante siguió su camino sin castigo... aunque fue malherido en una reyerta sin sentido un año después. Esto es lo que le decidió a cambiar su estúpido traje amarillo por la armadura de cuero que ahora lleva. Quiso hacerse un nombre como héroe del Pacífico, pero recuerdo todos esos morados en el cuerpo de Sally Júpiter y rezo a Dios por que América pueda encontrar un héroe mejor que ése.

Después las cosas empeoraron. En 1946, los periódicos revelaron que Silueta vivía con otra mujer como amante. Schexnayder nos persuadió para que la expulsáramos del grupo, y seis semanas más tarde fue asesinada, junto con su amante, por uno de sus antiguos enemigos. Dólar Bill fue acribillado, y en 1947 el grupo sufrió su más serio golpe cuando Sally dejó la lucha para casarse con su agente. Siempre pensamos que volvería, pero en 1949 tuvo una hija, y eso la obligaba de por vida. Con el tiempo, los que quedábamos dejamos de combatir el crimen. Ya no tenía chispa. Los villanos contra los que luchábamos estaban en prisión o se dedicaban a actividades con menos «glamour». Moloch, por ejemplo, que había empezado a los diecisiete años como mago de teatro, hasta convertirse en un ingenioso y elegante cerebro criminal con contactos subterráneos, gracias a su mundo de nightclubs, se había trasladado al crimen impersonal, como las drogas, el fraude financiero y los clubs de mala reputación a finales de los 40. Además, sólo quedábamos yo, Polilla, Justicia Encapuchada y el Capitán Metrópolis, sentados en una sala de reuniones que olía a moho ahora que no había ninguna mujer en el grupo. Ya no quedaba nadie interesante con quien luchar, ni nada interesante que decir. En 1949 se acabó el pastel. Por entonces, sin embargo, habíamos estado el suficiente tiempo juntos como para inspirar a la gente joven, que Dios los ampare, a seguir nuestros pasos.

Cartel publicitario de Moloch, 1937.

 

Los Minutemen estaban acabados, pero no importaba.

El daño ya estaba hecho.

(En los próximos capítulos de su biografía, Hollis Mason habla de los traumas de los años 50 y la necesidad de nuevos superhéroes.)

 


 

[Principal]