BAJO LA MASCARA
Por Hollis Mason

Presentamos un nuevo fragmento de BAJO LA MASCARA. En este capítulo, Hollis Mason nos habla de la crisis de los 50 y el nacimiento de los superhéroes. Reproducido con permiso del autor. Traducción de Dunia Gras.

V.

1949: Sally Júpiter se casa con Lurence Schexnyder. ¿Podéis identificar las caras famosas entre la gente?

Los Minutemen no se reunieron en los 50 para ninguna fiesta de Navidad como hicimos en los 40, y quizás así fuera mejor. La década que siguió a la desbandada del grupo fue fría y estéril, tanto para mí en particular como para los justicieros enmascarados en general. Y parecía que iba a durar siempre.

Creo que lo peor fue la tardía toma de conciencia de que sólo éramos una moda, algo
con que rellenar las columnas vacías de los periódicos entre el Hula-Hoop y Rita Hayworm. Desde que Sally Júpiter se casó con su manager, sus incansables e ingeniosos éxitos publicitarios se esfumaron. Reconocía que la época del aventurero enmascarado se acabó -aunque nosotros no queríamos verlo- y se había ido mientras todo funcionaba aún bien. En consecuencia, nuestras hazañas eran cada vez más ignoradas. Y cuando no, hablaban de ellas en tono jocoso. Recuerdo un montón de chistes sobre vigilantes encapuchados que circulaban a principios de los 50. El más suave insinuaba que nos llamaban Minutemen por nuestro rendimiento en la cama. Había cantidad de chistes verdes sobre Sally Júpiter. Lo sé porque ella misma me los contó la última vez que la vi.

Sally tuvo en 1950 un bebé al que le llamaron Laurel Jane, y parece que fue justo entonces cuando comenzaron sus problemas conyugales. De esto ya se ha hablado largamente, así que prefiero no repetirlo aquí. Basta decir que el matrimonio acabó en 1956, y desde entonces Sally ha hecho un magnífico trabajo al convertir a su hija en una brillante y valiente joven de la que cualquier madre estaría orgullosa.

El problema de esa década en concreto es que las cosas comenzaron a ponerse serias en ese momento. Aunque era curioso que cuanto peor se ponía el panorama, mejor parecía irle al Comediante. De todos nosotros, era el único que aún salía en las primeras páginas, e incluso en los titulares. Por la importancia de su servicio al ejército hizo buenos contactos con el gobierno, y a veces parecía que querían hacer de él una especie de símbolo patriótico. Durante la caza de brujas, todo el mundo sabía de qué parte estaba el Comediante, políticamente hablando.

Eso es más de lo que se podía decir del resto de nosotros. Todos tuvimos que testificar ante el Comité de Actividades Anti-Americanas, y nos forzaron a revelar nuestras verdaderas identidades a uno de sus representantes. Pasar por el tubo no nos trajo problemas inmediatos a la mayoría. El capitán Metrópolis con sus excelentes informes militares y yo con mis servicios en el cuerpo de policía, estábamos más o menos ya fuera de sospecha. Polilla tuvo más dificultades, debido a ciertos amigos izquierdosos que se hizo en su época de estudiante. También pasó, pero las investigaciones eran lentas y duras, y creo que fue esa presión que tuvo que soportar lo que le impulsó a beber, y lo que le ha llevado a su actual estado mental. Sólo Justicia Encapuchada se negó a testificar, porque no podía revelar su verdadera identidad a nadie. Cuando lo presionaron, desapareció... o algo así. Desaparecer no es ningún problema para un héroe disfrazado, sólo tienes que sacarte el disfraz. Parecía que Justicia Encapuchada prefería retirarse antes que revelar su identidad, cosa que las autoridades aceptaron de buen grado.

(izquierda) Justicia Encapuchada (derecha) Rolf Müller. ¿Eran el mismo hombre?

El único detalle sobre la desaparición del primer aventurero enmascarado de América que aún me atormenta es algo trivial, y quizás ni siquiera conectado en absoluto. Salió en un artículo del New Frontiersman, casi un año después de que Justicia Encapuchada se esfumara. El autor mencionaba la desaparición de un famoso forzudo de circo de la época llamado Rolf Müller, que había dejado su trabajo por mandato del Subcomité del Senado. Tres meses más tarde, un cuerpo en avanzado estado de descomposición identificado como el de Müller apareció en la playa tras haber sido arrastrado por el mar desde Bostón. A Müller, si aceptamos que era el cuerpo de ese famoso levantador de pesos, le dispararon en la cabeza. El artículo decía que ese Müller, cuya familia era de Alemania del Este, había huido por miedo a ser descubierto cuando la caza de comunistas estaba en su punto álgido. El artículo también insinuaba que probablemente Müller había sido ejecutado por sus propios superiores, los rojos.

Siempre le di vueltas a eso. Müller desapareció casi al mismo tiempo que Justicia Encapuchada, y los hombres tenían una complexión similar. Si el cuerpo que llegó arrastrado por las aguas desde Bostón pertenecía a Müller o no, no lo sé, pero ni él ni Justicia Encapuchada volvieron a ser vistos u oídos desde entonces. ¿Eran el mismo hombre?. Si lo eran. ¿Estaban realmente muertos? Si lo estaban, ¿quién los mató? ¿Trabajaba realmente Justicia Encapuchada para los rojos?. No lo sé. La vida real es confusa, inconsistente, y raras veces se resuelven sus enigmas. Me ha llevado mucho tiempo darme cuenta.

Uno de los mayores problemas de los héroes enmascarados por aquel entonces era la ausencia de criminales de cierta categoría. No supimos lo mucho que necesitábamos a esos tipos hasta que empezaron a escasear. Sabes, si tu eres el único que insiste en reaparecer con un disfraz, pareces algo estúpido. Si los villanos se apuntaban también, ya no estaba tan mal, pero sin ellos era algo embarazoso. Nunca hubieron tantos criminales disfrazados como héroes, pero a finales de los 40 esta diferencia se acentuó.

La mayoría de nuestros enemigos dejaron sus disfraces y sus «carreras», y los demás optaron por un camino más provechoso y menos llamativo. La nueva generación de villanos, a pesar de sus pintorescos nombres, eran hombres ordinarios con trajes de ejecutivo metidos en asuntos de drogas y prostitución. Eso no quiere decir que no nos trajeran problemas... qué va, sólo que ya no era tan «divertido» luchar con ellos. Todos los casos en los que trabajé durante los 50 eran sórdidos y deprimentes y a menudo tan horribles que te helaban la sangre. No sé qué pasaba... una extraña sensación flotaba en el ambiente. Como si algún elemento esencial en nuestras vidas, las de todos, desapareciera antes de darnos cuenta. No creo poder describirlo por completo, a no ser quizás a alguien que recuerde la increíble alegría que todos sentimos tras la guerra: era como si hubiéramos superado lo peor que el siglo XX podía depararnos, habíamos resistido. Nos sentíamos como si de veras nos hubiésemos ganado a pulso la paz y la prosperidad hasta, al menos, el año 2000. Este optimismo se mantuvo durante todos los 40 principios de los 50, pero a mediados de esta década las cosas empezaron a ir mal, y amenazaba tormenta.

En parte fueron los beatnicks, los músicos de jazz y los poetas, condenando abiertamente los valores americanos cada vez que abrían la boca. ¿Habíamos luchado por nuestro país para que nuestras hijas gritaran y se desmayaran por tipos con esas pintas y ese ruido?. Con toda esta repentina agitación, justo cuando pensábamos que lo teníamos todo controlado, era imposible vivir en los 50 sin presentir la inminente catástrofe que se cernía sobre todo el país, sobre todo el mundo. Algunos pensaron que eran los ovnis, pero no fue eso lo que se nos estaba echando encima. Sino la década de los 60.

Los 60, con las minifaldas y los Beatles, fueron una época clave por algo que trajeron a la Humanidad... su nombre: Dr. Manhattan. La llegada del Dr. Manhattan dejó anticuados los términos de «héroe enmascarado» y «aventurero disfrazado», así como a los individuos que los describían. Una nueva palabra había entrado en el idioma americano, y también un nuevo e impresionante concepto había entrado en nuestras mentes. Era el nacimiento del superhéroe.

La existencia del Dr. Manhattan se anunció en todo el mundo en Marzo de 1960, y no creo que hubiera nadie en el planeta que no sintiera ese mismo revoltillo de emociones cuando oyó las noticias. Y entre esta maraña de sensaciones estaba el escepticismo. La idea de un ser que podía atravesar las paredes, trasladarlas de un lugar a otro sin cubrir esa distancia físicamente y arreglar las cosas sólo con pensarlo era totalmente imposible. Por otra parte, quien nos presentaba esas noticias era nuestro propio gobierno. La sospecha de que se lo hubieran inventado también era improbable, y ante esta contradicción, fue cada vez más fácil aceptar esa especie de sueño irreal de las imágenes de los telediarios: un hombre azul derritiendo un tanque con un movimiento de su mano, los fragmentos de un rifle desmontado flotando misteriosamente en el aire sin que nadie los tocara. Una vez aceptado como real, sin embargo, tales cosas no se hicieron más fáciles de digerir. Si aceptas como real que las partes de un rifle floten también has de aceptar de alguna manera que todo lo que considerabas como cierto quizás sea falso. Esa peculiar sensación es algo con lo que la mayoría de nosotros tuvo que aprender a vivir con los años, pero aún subsiste.

El resto de emociones que acompañaron a la noticia fueron quizás más difíciles de identificar y clasificar. Era como si Santa Claus de repente fuera verdad después de todo. Junto con ese, y complementándolo, había una terrible y palpitante sensación de miedo e incertidumbre. Aunque era difícil de definirlo exactamente, si tengo que expresarlo en tres palabras, era algo así como: «Hemos sido reemplazados». Y no hablo sólo de los héroes disfrazados y sin poderes, aunque la aparición del Dr. Manhattan fue en verdad uno de los factores que reafirmó mi propia convicción de estar anticuado y mi definitiva decisión de colgar el asunto de los héroes. Así como los vigilantes enmascarados pasaron de moda, también en cierro sentido estaban desfasados todos y cada uno de los organismos vivientes del planeta. No creo que la sociedad supiera realmente lo que la llegada del Dr. Manhattan significaba, lo mucho que iba a cambiar cada detalle de nuestras vidas.

Aunque el Dr. Manhattan era el más destacado, con mucho, de la «Nueva Generación» de héroes disfrazados, no era ni el primero ni el último. En los últimos meses de 1958, los periódicos mencionaron que un negocio de opio y heroína había sido desmantelado por un joven aventurero llamado Ozymandias, que parecía haberse ganado cierta reputación en los círculos criminales por su implacable inteligencia sin límites, para no hablar de sus proezas atléticas.

Conocí al Dr. Manhattan y a Ozymandias en una fiesta de beneficiencia en Julio de 1960. Ozymandias parecía ser un joven simpático, y personalmente encontré al Dr. Manhattan un poco distante. Quizás fuera más por mi culpa que por la suya, ya que me era bastante difícil estar tranquilo al lado de ese tipo, aún después de recuperarme del shock de su presencia física. Es una extraña sensación... la primera vez que lo ves tu cerebro quiere gritar, fundirse y esconderse, para no aceptar que existe. Esto dura un par de minutos, y después él sigue ahí y no ha desaparecido, y al final lo aceptas porque está ahí de pie, hablándote, y después de un rato casi te parece normal.

Casi.

Además, en aquella fiesta de beneficiencia... creo que era de la Cruz Roja, por el hambre en la India... se me aclararon muchas cosas. Al observar el resto de aventureros, no me hizo feliz lo que vi: Ahí estaba el Comediante, imponiendo su insoportable personalidad y el humo de su repugnante cigarro a todos los de su alrededor. Ahí estaba Polilla, con un vaso en una mano, chapurreando palabras y emitiendo frases sin sentido. Ahí estaba el Capitán Metrópolis, echando barriga a pesar de un estricto régimen de las Fuerzas Aéreas Canadienses. Finalmente, dejando a un lado los dos héroes más jóvenes por un momento, ahí estaba yo: con cuarenta y seis años, empezando a sentirlos y aún tratando de conseguir algo en compañía de tipos que podían levantar una montaña chasqueando los dedos. Creo que fue en ese momento de reflexión cuando me decidí de una vez a colgar mi máscara y conseguir un trabajo normal. Me había tenido que retirar del cuerpo de policía por un tiempo, y empecé a preguntarme qué quería hacer ahora que el deseo de aventura palidecía finalmente. Volviendo la vista atrás, traté de buscar en mi pasado algo con que afrontar mi futuro.

Después de mucha reflexión, concluí que nunca había sido tan feliz como cuando ayudaba a papá a arreglar los obstinados motores allí en el patio de Moe Vernon. Tras una vida luchando contra el crimen, nada me parecía más dulce que pasar el resto de mis días tranquilamente arreglando viejos coches entre las paredes de mi propio taller de reparaciones.

En Mayo de ese mismo año, 1962, eso es exactamente lo que decidí hacer.

Me retiré. A arreglar coches. Seguramente para el resto de mi vida. Como yo lo veo, parte del arte de ser un héroe es saber cuando debes dejarlo, darte cuenta de que el juego ha terminado y todo ha cambiado y que no hay un lugar para tí en este nuevo y extraño panteón de tipos raros. El mundo sigue, y soy feliz observándolo desde mi sillón, con una cerveza al lado y el olor del aceite fresco aún en mis dedos.

Parte de mi felicidad me viene de saber que quizás haya salido algo positivo de mis veintitrés años bajo la máscara. Esta idea se me apareció en forma de carta de un joven cuyo nombre no puedo revelar. Me habló de su gran admiración por mis éxitos como Búho Nocturno y me propuso que, como me retiraba y no usaría ya el nombre, tal vez se lo podía prestar ya que quería seguir mi ejemplo en la lucha contra el crimen. He ido a su casa varias veces desde entonces y he visto la fabulosa tecnología que él quiere aportar para seguir la guerra contra el crimen. Estaba tan impresionado que no pude negarme a que usara el que yo siempre creí un estúpido nombre, así que cuando estas hojas se impriman puede ya haber un nuevo Búho Nocturno patrullando por las calles de Nueva York. Además, Sally Júpiter me cuenta que tan pronto como la pequeña Laurie se haga mayor, quiere ser una super-heroína como su mamá, así que, ¿quién sabe? Parece que de ser una novedad pasajera, el super-héroe ha pasado a formar pace de la vida americana. Y así continuará.

Para bien o para mal.

El próximo mes, reproduciremos una selección del importante libro del profesor Milton Glass «Dr. Manhattan: Superpoderes y superpoderes».


 

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