La
devoción al Corazón de María nació en el siglo XVII
como consecuencia del movimiento espiritual procedente de San Juan Eudes, en
correlación con el culto del Sagrado Corazón de Jesús,
a la liturgia como una conmemoración dentro de la Misa del Sagrado Corazón
antes de convertirse en el contenido fundamental de una fiesta especial, en
el siglo XIX.
En 1942, con ocasión del vigésimo quinto aniversario de las apariciones de Fátima, Pío XII consagraría el mundo al Corazón Inmaculado de María. «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón».
Esta reflexión de San Lucas en el evangelio de la infancia de Jesús sirve como telón de fondo a la liturgia de esta fiesta. Nos anima a adentrarnos en la «intimidad de María», como decían los maestros de la escuela francesa de espiritualidad, para participar en su acción de gracias y sobre todo, en su apertura con respecto a Dios. María es, en efecto la imagen de la Iglesia y el modelo de todo cristiano. Si el Señor ha preparado en ella «una digna morada al Espíritu Santo», cada cristiano es, asimismo, templo del Espíritu, y las tres divinas Personas quieren morar en él.
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