21 de Junio
SAN LUIS GONZAGA
joven religioso (1568-1591)
"Hago saber a vuestra señoría reverendísima, que le entrego lo que más quiero
en este mundo y la mayor esperanza que tenía para la conservación de esta mi
casa...". Así escribía el Marqués de Castiglione y conde de Tanasentena, padre
del joven Luis Gonzaga, al General de la Compañía de Jesús, Padre Claudio Aquaviva,
al ingresar nuestro Santo joven en el noviciado de San Andrés de Roma.
Fue Luis el mayor de los ocho hijos nacidos del matrimonio Ferrante Gonzaga.
De muy niño parecía que su camino iba a ser el de las armas, ya que le encantaba
tratar con los soldados y hasta tomar en su mano alguna de las armas que podía.
En cierta ocasión hasta llegó a quemarse su rostro por estar demasiado cerca
de un cañón al disparar. Trataba con los soldados y criados y de ellos aprendió
algunas palabrotas que pronto el ayo hubo de corregir con dureza. Su padre,
el Sr. Marqués, estaba contento pensando en que haría ilustre su apellido y
su rango en la carrera militar. Pero otros eran los designios de Dios.
Pronto Luis demostró lo que iba a ser: la oración y la vida de dura mortificación
llenaban todo su día. Su padre, para quitarle de la cabeza aquella vida demasiado
piadosa, lo envió a Florencia para que con su hermano Rodolfo que era el que
le seguía en edad, pudiera ser atraído por la vida fastuosa que llevaban los
Médicis. Aquí hace Luis, en la Iglesia de los Servitas, el voto de castidad
para siempre al Señor.
Vuelto a Castiglione se entregó a la oración y vida ascética más todavía que
en Florencia. Los criados le atisbaban para quedar admirados de las horas que
pasaba en la oración y en la maceración de su cuerpo. Con este género de vida
quería contrarrestar el lujo y vida fácil que estaba obligado a llevar. Bien
podían llamarle las gentes "el ángel de Castiglione", "el lirio de Italia" o
"el ángel con cuerpo o cuerpo hecho de ángel".
Tendría doce añitos cuando dicen los autores que ya llegó a la cumbre de la
contemplación. Pasaba largas horas ensimismado en la oración y trato divino.
Huía siempre que podía de todos los pasatiempos mundanos y de todos los festejos
que era natural que abundaran en su ambiente y en su misma casa. Durante toda
su vida llorará lo que él llamaba pecados de su juventud y no fueron otros que
algunas palabrotas que aprendió de la soldadesca sin entender siquiera su significado.
Cuenta un criado que cuando le llamaban con su título de príncipe y señor, les
decía con gran amabilidad: "Servir a Dios es harto más glorioso que poseer todos
los principados de la tierra".
Era el heredero del Principado de Mantua y Príncipe del Sacro Imperio. Con
su virtud extraordinaria había dejado atónitas a las cortes de Madrid, Florencia,
Pavía, Mantua... y a pesar de ello no se sentía atraído por tantas vanidades,
y solía repetir: ¿"Qué es todo esto para la eternidad? Señor, ayúdame a no olvidar
nunca el fin para el cual me has creado".
Mientras estaba en Madrid, como paje en la corte de Felipe II, ante el altar
de Nuestra Señora del Buen Consejo, se siente llamado a ingresar en la Compañía
de Jesús en el mismo día de la Asunción de 1583. Consigue el permiso de su padre
que tanto se resistía y abdica el Principado en favor de su hermano. Se entrega
del todo en el noviciado a adquirir las virtudes religiosas. No pierde nunca
la presencia de Dios. Hasta quiere despertar a cada hora durante la noche para
renovarla. Hace grandes progresos en los estudios, pero antes de llegar al sacerdocio,
a sus 23 años, volaba al cielo, fruto de su gran caridad. Era el 21 de junio
de 1591.
Volver al inicio