Capítulo
IV:
LA
SEGUNDA REPUBLICA: LAS REFORMAS MILITARES DE
AZAÑA
La rápida proclamación de la República
el 14 de abril de 1931 - nada más conocerse los primeros resultados de las
elecciones en las principales ciudades del país -, cogió desprevenidos tanto a
monárquicos como republicanos. Quien mejor para reconocer el hecho, que el
Presidente del Gobierno almirante Aznar, que al ser preguntado por los
periodistas, si había crisis, declaro: ¿
Que más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y
amanece republicano? Jesús Pérez Salas relata los sucesos de esta
forma:
La proclamación de la República con el
consiguiente traspaso de poderes, se efectúo en un orden perfecto, sin que
ocurrieran disturbios en parte alguna de España: no hubo pues el derramamiento
de sangre que acompaña generalmente el alumbramiento de nuevos regímenes. La
instauración de la República Española no pudo ser más democrática y pacífica;
los monárquicos, siempre más papistas que el Papa, abandonaron España
indignados ante la actitud adoptada por el Rey. Debió proclamar - decían - el
estado de guerra e imponerse por medio de la fuerza, ya que unas elecciones
municipales no podían en modo alguno motivar un cambio de régimen. ¿Pudo el
Rey hacer lo que esos monárquicos le aconsejaron?. De ningún modo. El Ejército,
única fuerza que existía en condiciones de poder imponer la voluntad real al
país, no estaba dispuesto a salir a la calle en defensa de un soberano que no
tenía ninguna simpatía entre la oficialidad y, mucho menos, después de
haberse manifestado tan claramente la voluntad nacional.[i]
Los
hermanos Joaquín y Jesús Pérez Salas, que junto a otros muchos, venían
conspirando y rebelándose desde 1925, para volver a la senda constitucional,
habían conseguido sus objetivos: La caída de la dictadura, la desaparición de
la Monarquía y la proclamación de la República de la que eran fieles
partidarios. A partir de entonces seguirían caminos distintos. Jesús, debido a
su amistad con el coronel Maciá y con Companys, llegó a ostentar cargos políticos
en la Consejería de Gobernación de la Generalidad de Cataluña; incluso siguió
formando parte en movimientos conspiratorios, que le conducirían al exilio por
su participación en los sucesos de la Revolución de Octubre de 1934 en Cataluña.
En cambio, don Joaquín, nunca quiso actuar en política, durante todo este
periodo: se contentó con ser un fiel militar republicano.
Según
Mª Teresa Suero al poco tiempo de proclamarse la República, Pérez Salas
rechazó varios cargos políticos:
Este, (don Joaquín) que nunca quiso actuar
en política, recibió el ofrecimiento, durante la República, de diversos
cargos, entre ellos el de Gobernador Civil de Valencia. El comandante, alejado
de cargos y partidos, se limitó a ser un militar republicano. Según
Urbano Orad de la Torre, en sus “Memorias” inéditas recogidas por Mª
Teresa Suero, el ofrecimiento del cargo se produjo de la siguiente forma:
Alcalá Zamora, en mayo de 1931, le llamó a
la Presidencia del Gobierno y le dijo que pidiera un cargo; Pérez Salas,
disponible en Valencia, contestó que deseaba ser destinado a su Arma en esta
capital. Al insistir el presidente señalando que esto se daba por hecho y que
se refería a un cargo político - agregado militar a una Embajada o gobernador
civil -, el militar replicó: “Yo soy comandante de Artillería y solo deseo
ejercer ese mando, pues de lo demás no se nada, y no puedo aceptar cargos para
cuyo desempeño reconozco mi absoluta ignorancia”[ii]
Este
corto extracto de Orad de la Torre, permiten analizar otras características de
la personalidad de don Joaquín Pérez Salas. En primer lugar, el hecho de que
el nuevo Presidente del Gobierno lo llamase a su despacho para ofrecerle un
cargo político, nos da una idea del papel importante que tuvo en los
movimientos contra la dictadura y la monarquía. Cargo que curiosamente, no le
ofrecieron a su hermano Jesús.
El segundo aspecto a analizar, da a conocer
la dignidad, la sencillez de don
Joaquín, al no querer aceptar un cargo - que por otra parte, bien merecido se
lo tenía desde mi punto de vista, por su participación en el advenimiento de
la República- para el cual según él, no estaba preparado. Cosa que no sucedió
con otros muchos, que sin estar preparados, sí lo aceptaron, perjudicando de
alguna forma la buena marcha de la República.
Bastantes de los nuevos gobernadores civiles
nombrados por el Gobierno Republicano no supieron estar a la altura de las
circunstancias que requería el nuevo régimen. El periodista y escritor ruso
Ilyá Ehrenburg, que visitaba España en 1931, critica de una forma dura -
bastante exagerada, pero en algunos casos real- el nombramiento y la actuación
de estos primeros gobernadores civiles:
La República mandó a las provincias a sus
nuevos gobernadores: periodistas, abogadillos. La cosa parecía un cuento de
hadas. Caballeros que todavía ayer sesteaban en los sofás de los cafés de
Madrid preocupados por la busca y captura de un duro, viéndose convertidos de
la noche a la mañana, como por encanto, en sátrapas omnipotentes. De lo que
venían a ser sus nuevos feudos no tenían mas que el recuerdo confuso desde los
bancos de la escuela. Un abogado cualquiera de Asturias, después de estrechar
la mano de sus amigos, tomaba el tren y se marchaba a gobernar una provincia de
Extremadura. Se desató la competencia. Pero el gobernador de Sevilla los achicó
a todos aprovechando una delación, averiguó que en la casa de Cornelio, un
cafetín, se alojaba un supuesto estado mayor de los revolucionarios armados.
Mandó sitiar la casa por fuerza de artillería y los cañones dispararon 22
proyectiles contra el mísero edificio, una vez desalojado. Después de esta
“Batalla”, fue ya presa fácil arrestar a un centenar de obreros y clausurar
los odiados sindicatos.[iii]
Tampoco el gobernador de la vecina Córdoba
perdía el tiempo. El 11 de agosto ordenó la clausura de 31 sindicatos obreros.
La cárcel de Córdoba vino a convertirse en la sucursal de la Confederación
Nacional de Trabajo. En la provincia de Córdoba sólo funcionan ahora los
sindicatos socialistas. El gobernador les quitó de en medio bonitamente sus
peligrosos competidores. Desde luego los hechos que relata Ehrenburg son
ciertos. En aquella época también en la comarca cordobesa de Los Pedroches
ocurrieron también los sucesos de Villanueva de Córdoba, en octubre de 1931,
con la rebelión de los jornaleros, sofocada también por el Ejército, enviado
por el gobernador civil; hechos relatados por Francisco Moreno
en “La república y la guerra civil en Córdoba”. Desde mi punto de
vista don Joaquín hizo bien en no aceptar el cargo, aunque de haberlo hecho no
hubiera tenido este comportamiento y, posiblemente lo hubiese hecho mejor.
El último aspecto a tratar de la respuesta
que le dio a don Niceto, es el carácter apolítico de don Joaquín y su fuerte
espíritu militar. Para él existía una clara separación entre lo político y
lo militar, sin injerencia entre ambos poderes, posición que mantendría
siempre con mayor o menor fortuna a lo largo de su vida. Ya veremos más
adelante, como a partir de 1937 en plena guerra civil se enfrentaría al Partido
Comunista, por querer politizar éste, al ejército. Enfrentamiento en el que
saldría perdiendo.
Al
proclamarse la República el 14 de abril, se formó un Gobierno Provisional
presidido por don Niceto Alcalá Zamora. Éste gobierno tuvo la composición
heterogénea correspondiente a la diversidad de partidos que encarnaron el
movimiento revolucionario. El 28 de Junio se celebraron elecciones generales
para elegir las Cortes constituyentes y otra vez el cuerpo electoral puso de
manifiesto su adhesión a la República, dando un triunfo rotundo a las
candidaturas de izquierda. Don Manuel Azaña sería nombrado Presidente del
Gobierno, que retuvo también la cartera de Guerra. A mediados de noviembre como
candidato oficial y único, don Niceto fue elegido Presidente de la República. [iv]
Don
Manuel Azaña como ministro de la Guerra empezaría en el mismo año de 1931 lo
que se conoce con el nombre de “Reformas militares de Azaña”. En palabras
de Jesús Pérez Salas este era el malestar del ejército por dichas reformas:
El ejército esperaba con
verdadera ansiedad la resolución
de su pleito interno, mediante la anulación de los empleos concedidos por
elección y méritos de guerra. Era este el argumento más eficaz que empleábamos
para sumar adeptos en las conspiraciones contra la dictadura, pues por habérmelo
así concedido personalmente los hombres que habían de asumir la dirección del
nuevo régimen, podía asegurar a mis compañeros que serían anuladas cuantas
disposiciones promulgó en contra de sus verdaderos intereses la Dictadura. Me
consta que el señor Azaña estaba dispuesto a hacerlo en toda su amplitud.
Pero, las presiones políticas y por los consejos de algunos jefes militares que
les rodeaban no llegó a realizarlo.
Lo cierto es que sólo fueron anulados los
ascensos por elección y un reducido número de los méritos de guerra; pero
estos últimos, en vez de volver a sus antiguos empleos, colocándose en el
lugar que debían ocupar en sus escalafones siguieron conservando los grados que
ostentaban, pero sin poder ascender al grado inmediatamente superior hasta
corresponderle ese ascenso por turno de antigüedad. Tal disposición era
contraria a los intereses de la República y absurda desde el punto de vista
estrictamente militar.[v]
El
siguiente problema que se le plantea a la República, y que urgía resolver, era
el excesivo numero de jefes y oficiales que existían en el Ejército, como
consecuencia de las campañas coloniales y de Marruecos. Don Manuel Azaña dictó
una disposición concediendo el retiro voluntario, en condiciones
extraordinariamente ventajosas, a cuantos lo solicitasen, logrando que casi un
50% de la oficialidad se acogiese a ella. Esto que pareció un triunfo del
Ministerio de la Guerra, resultó, poco después, el mayor peligro para el régimen
republicano. Desgraciadamente bastantes militares republicanos o de izquierdas,
- desengañados de la política de “ecuanimidad e indiferencia política” de
ceguera, habría que decir, que seguía Azaña respecto a los altos mandos del
Ejército - se retiraron acogiéndose a la Ley Azaña[vi].
De la misma opinión es Antonio Cordón:
Eso hizo que muchos militares que habían
defendido la implantación del nuevo régimen y habían aclamado jubilosamente
la proclamación de la República se marcharan del ejército desengañados.
Mientras tanto, como en repetidas ocasiones pudimos comprobar, por recomendación
de tales jefes - generales y jefes más reaccionarios, en su mayor parte
ex-legionarios y ex-regulares que seguían con sus cargos - muchos oficiales de
la misma “casta”, enemigos de la República, hacían promesa de fidelidad y
seguían en el Ejercito esperando la hora de faltar a su palabra[vii].Como
así sucedió con Franco, Mola, Queipo de Llano etc. que se sublevaron contra la
República el 18 de julio.
Otro
aspecto de las reformas militares de Azaña, que molestó bastante a la
oficialidad, fue el de fusionar las escalas activa y de reserva. Siguiendo a Jesús
Pérez Salas, opinión que también compartiría su hermano:
Diversas disposiciones dictadas
posteriormente vinieron a aumentar el descontento de la oficialidad. Una de
ellas fue la de fusionar, sin preparación previa las escalas activas y de
reserva, tratando de dar una solución a uno de los problemas más candentes que
existía en el ejército. La llamada escala de reserva, se componía de las
clases - sargentos y suboficiales - que por acumulación de años de servicio y
mediante unos cursos en las academias regimentales, eran ascendidos a oficiales.
Por sus conocimientos técnicos limitados ocupaban con preferencia, los cargos
burocráticos en las unidades y estaban destinados, en gran mayoría, en las
cajas de reclutas y centros de movilización. Durante la dictadura de Primo de
Rivera, en el constante anhelo del dictador de dividir al Ejército, trató de
conseguirlo valiéndose de la escala de reserva, concediendo a esta en infantería
una plantilla de diez coroneles y un número proporcional de tenientes coroneles
y comandantes. Esto dio lugar a que jefes más modernos en el empleo respectivo
que los de la escala activa ascendieran rápidamente... Esta desigualdad quedaba
compensada, en cierto modo, por la diferencia de escalas, pero al fusionarlas
sin anular antes las plantillas señaladas por el dictador, se hacia mucho más
palpable la injusticia cometida.[viii]
Por
último, también ocasionó gran malestar entre la oficialidad, la determinación
del gobierno republicano de admitir en el ejército gran número de jefes y
oficiales dados de baja, por distintos motivos, como consecuencia de fallos
dictados por tribunales de honor, o por separación que era voluntaria
oficialmente, pero que había sido impuesta en realidad por los compañeros. La
casi totalidad de los expulsados lo fueron por invertidos o por malversación de
fondos, y su separación había sido exigida para evitar que, al juzgárseles,
recayera sobre el arma la mancha deducida de su falta. No obstante, la República
los admitió en él ejército, fundamentándose en que habían sido dados de
baja por motivos políticos o por enfrentarse con las Juntas de Defensa. Podían
contarse con los dedos de una mano los separados del Ejército por ideas políticas
y, aun estos, lo fueron por actuaciones prohibidas - los casos de Oscar Pérez
Solís, por dar mítines de propaganda socialista y el del coronel Maciá por
sus ideas catalanistas y separatistas -, pues el hecho de sustentar credos
antimonárquicos no era suficiente.
Los
oficiales republicanos, que desde principio de siglo votaban la candidatura
republicana, nunca fueron molestados ni siquiera mal vistos por sus compañeros,
que los conocían perfectamente. Únicamente para el ascenso al generalato, que
se efectuaba por elección, quedaban completamente descartados los coroneles no
afectos a la monarquía.[ix]
Como podemos observar las reformas llevadas
a cabo por don Manuel Azaña, no fueron del agrado de los militares. Este es el
juicio que Jesús Pérez Salas hace de ellas:
No he comprendido nunca que su ascensión a la
Presidencia del Gobierno (Azaña) fuera consecuencia de sus éxitos como
Ministro de la Guerra, ya que sus tan alabadas reformas militares si fueron un
acierto, aunque algo relativo, en su parte estrictamente profesional
constituyeron un tremendo fracaso político-militar.
La República que decretó la reducción de
las plantillas militares a la mitad y que concedió la Ley de Retiros alegando
que había exceso de oficiales, reintegró al Ejército a los expulsados con el
pretexto de que lo habían sido por móviles políticos. El descontento que
produjo esta absurda medida fue considerable, pues algunos de estos oficiales
que llevaban años separados del Ejército, habían rodado inducidos por el
plano inclinado del vicio, hasta llegar a lo mas bajo. El “barrio chino” de
Barcelona y sitios similares de otras poblaciones, eran los lugares preferidos
por estos expulsados del Ejército para exhibir sus degradantes vicios. Puede,
pues calcularse la violencia de los oficiales al encontrarse en los cuartos de
banderas y vestidos de uniforme, a los mismos que meses antes estaban alternando
con el hampa de Barcelona. La República debió de velar mucho más por el
prestigio del uniforme, sin el cual no existe ejército posible.[x]
El juicio un tanto duro, nos da a conocer la
mentalidad bastante “conservadora”, hasta cierto punto, de los
hermanos Pérez Salas. Al margen de su liberalidad y republicanismo, su forma de
concebir el Ejército, no distaba mucho en algunos puntos, de la mentalidad de
los militares rebeldes. No tiene nada de extraño que durante la Guerra Civil,
tuviesen serios problemas con el naciente y nuevo Ejército Popular que creó la
República.
[i] PÉREZ SALAS Jesús. Guerra
en España (1936-1939). Pág. 45. Imp. Grafos. México DF.
[ii] SUERO ROCA Mª Teresa. Un
general de la República. Joaquín Pérez Salas. Rev. “Tiempo de
Historia” nº 37. Pág.
107.
[iii]
EHRENBURG Ilyá. España República de trabajadores. Pág. 122-123.
Ed. Crítica, S.A.
[iv] MARTÍNEZ BARRIO Diego.
Memorias. Pág. 33. Ed. Planeta.
[v] PÉREZ SALAS Jesús. Guerra
en España (1936-1939). Pág. 47. Imp. Grafos. México DF, 1947.
[vii] CORDÓN Antonio.
Trayectoria. Memorias de un militar republicano. Pág. 168. Ed. Critica.
[viii] PÉREZ SALAS Jesús.
Guerra en España (1936-1939). Pág. 50-51. Imp. Grafos. México DF.
[x] PÉREZ SALAS Jesús. Guerra
en España (1936-1939). Pág. 53. Imp. Grafos. México DF.
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