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Capítulo I: EL CONFLICTO ARTILLERO DE 1926

 

v:shapes="_x0000_s1026"      Un aspecto poco conocido en la provincia de Córdoba sobre la vida de don Joaquín es su participación en las distintas sublevaciones que durante los años veinte y principios de los treinta se realizaron contra la dictadura de Primo de Rivera y el gobierno del general Berenguer. El que sé podría llamar “Conflicto Artillero”, que se inicia en toda España en 1926, será el tema de este capítulo. A este le seguirá otro que tratará de la rebelión de los artilleros en Valencia en 1929, para terminar con la “Sublevación de Jaca” en 1930, sublevaciones todas ellas en las que don Joaquín intervino   directa o indirectamente.

      La vida profesional de don Joaquín, se desarrolla en gran parte en Valencia. Su trayectoria militar ha sido comentada por Mª Teresa Suero Roca en su articulo Un general de la República. Joaquín Pérez Salas:

Cuadro de texto: Miguel  Primo de Rivera. Orla que le dedican sus partidarios        Nacido en Sevilla en 1886, ingresó en 1905 en la Academia de Artillería; al abandonarla en 1910 con el numero 1 de su promoción, como primer teniente pasó a Valladolid, Valencia y, en 1912, a la zona de Melilla, volviendo después a Valladolid y Valencia. Ascendió en 1916 a capitán, y tras un breve paso por las Comandancias de Artillería de Larache y el Ferror y por el 11º Regimiento Montado de Artillería en Valencia, fue destinado en 1919 a la comisión investigadora de la industria civil de la 3ª Región. Al año siguiente, se crearon las Comisiones Regionales de Movilización, y Pérez Salas quedaba en la comisión de Movilización de Industrias Civiles de la 3ª Región. En 1927, asciende a comandante y es destinado al 6º Regimiento de Artillería Ligera en Paterna (Valencia).Ya instalada la República, es designado en julio de 1931, jefe del Parque Divisionario de Artillería nº 3 de nueva creación  en Valencia, y en 1934 era destinado al Regimiento de Artillería nº 6 en Murcia. Finalmente y en 1936, algo antes de que estallara la guerra, al Regimiento de Artillería Ligera nº 5, en Valencia[1] desde donde contribuye a sofocar la rebelión militar.

       Uno de los principales problemas que tuvo la dictadura de Primo de Rivera fue el conocido como el conflicto artillero. El conflicto estalló a raíz de la supresión de la escala cerrada por el Decreto del 9 de junio de 1926, y se agravó con motivo del Decreto del 26 de julio, que establecía el ascenso por elección.[2] Guillermo Cabanellas justifica el origen del conflicto de esta forma: Los artilleros han mantenido siempre el principio de la escala cerrada, que rechaza tanto ascensos por méritos de guerra como por elección. Estos últimos fueron establecidos por Primo de Rivera. El Real Decreto del 16 de junio de 1926 que determinaba recompensas en tiempo de guerra, fue resistido por el Arma de Artillería, estimando que afectaba a un compromiso de honor, adquirido desde su ingreso en la Academia Militar, de no aceptar otra forma de ascenso que el del más riguroso escalafón.[3] Don Joaquín, al igual que todos los artilleros, al terminar sus estudios en la Academia, firmó en el libro de honor de la misma, comprometiéndose a aceptar en su Arma la escala cerrada. El que llegó a ser general del Ejército Popular, Antonio Cordón, - que fue su compañero de armas en Pozoblanco durante la Guerra Civil - relata en sus memorias la ceremonia de la firma en el libro de honor de la Academia:

Cuadro de texto: Antonio Cordón García        Los nuevos tenientes pasamos después de la ceremonia (Jura de Bandera) al despacho del coronel para firmar en el libro de honor. Desde 1901, centenares de artilleros habían puesto sus firmas en aquel voluminoso tomo en cuya primera página estaban escritas estas palabras que se referían a la que se denominaba escala cerrada: “Los artilleros que firman este álbum se resuelven a mantener entre sí, ofreciendo por su honor a renunciar a todo ascenso que obtengan en el Cuerpo o en vacante de general a este asignada y no le corresponda por rigurosa antigüedad”.

      Los jóvenes veíamos en la escala cerrada un freno que nosotros mismos, nos imponíamos al desarrollo de nuestra carrera, y que hacía que el número de generales de Artillería o de Ingenieros, cuerpo en el que estaba también establecido el compromiso de ascender sólo por antigüedad, fuese proporcionalmente mucho menor que el procedente de Infantería o Caballería. Admitíamos, sin embargo, la necesidad de implantar esa escala como único medio de impedir el favoritismo que imperaba ya en la cuestión de ascensos por méritos de guerra o por elección. Considerábamos la escala cerrada como un mal menor necesario para prevalecer la justicia en el Ejército, y para mantener, como consecuencia, su unidad y su prestigio, esa ‘propia estimación’ que hablan las famosas Ordenanzas de Carlos III”.

Cuadro de texto: General  Weyler implicado en la Sanjuanada         Cuando me llegó mi turno y firmé en el libro como los demás no podía imaginar que 10 años más tarde, como consecuencia de esa firma, habría de ver truncada mi carrera militar para reanudarla solo años después en el Ejército Español que mereció pasar a la historia con el calificativo de Popular.[4]         

      Don Joaquín, cumplió siempre con su compromiso de seguir la escala cerrada, incluso durante la Guerra Civil, al no aceptar en 1938 su ascenso a coronel. Posiblemente, el dictador se viese presionado en su decisión por la gran influencia de los llamados ‘Militares africanistas’ como Franco, Sanjurjo, Millán Astray etc. siempre ávidos de Recompensas para ascender de la forma que fuese. Y por supuesto también el favoritismo del Monarca, para recompensar a los miembros de su camarilla y al circulo de sus amistades.

      Los artilleros, rápidamente protestaron contra el decreto del 26 de julio que iba contra su compromiso de honor de aceptar la escala cerrada. Designado por los jefes y oficiales de Artillería, el general Fabriciano Haro intentó parlamentar con el general Primo de Rivera, que siguió tozudo en su intransigencia: en principio el dictador cedió ante la demanda de los artilleros, temeroso de la conspiración en la que aparecían como cabezas visibles los generales Weyler y Aguilera[5]. Pero vencida la tentativa de sublevación, no tuvo inconveniente en afrontar, más obstinado que antes, al arma de Artillería[6]. Se recabó la intervención del rey, se recurrió a los tribunales. El conflictivo problema era espinoso. El marqués de Estella se mostró terne, y al final los artilleros prefirieron ir a la reserva antes que ascender. A pesar de todo, el gobierno ascendió a varios artilleros, y estos renunciaron.[7]

Cuadro de texto: Guerra de  África. Entrada a la posición de Monte Arruit destruida        En una asamblea celebrada en Madrid el 20 de agosto, se da cuenta del fracaso de las negociaciones, y los artilleros deciden declararse en rebeldía contra el gobierno, ordenando el acuartelamiento de las tropas y la incorporación inmediata de los jefes y oficiales del Arma que se encuentran con licencia[8].Como consecuencia de esto, el Rey firmó un decreto el 5 de septiembre de 1926, en el que se declaraba el Estado de Guerra en todo el país y se advierte que serían declarados rebeldes todos aquellos que no acatasen el decreto. Se suspende de empleo y sueldo a todos los jefes y oficiales de la escala activa de artillería, y se les prohíbe el uso del uniforme, al mismo tiempo que se releva a los militares de cualquier empleo y cuerpo del deber de obediencia a los artilleros, “pudiendo detenerles y entregarles a las autoridades legítimas cuando traten de imponer el fuero del que se les desposee por este decreto”. La medida que produce profunda impresión en toda España, va acompañada de la orden de incautación de todos los cuarteles e instalaciones de Artillería.[9] Dicho de otra manera, se disuelve el arma de artillería y se cierra la Academia de Segovia. La orden se cumple, pero no sin que se produzcan dolorosos choques  armados en distintos lugares, esencialmente en la ciudadela de Pamplona - donde resultan muertos, un teniente, un sargento y un soldado - y en la Academia de Segovia.

Cuadro de texto: El quinto se despide de sus familiares. Guerra de África        Como era de esperar, Joaquín Pérez Salas se unió a sus compañeros en la rebelión contra el Gobierno. En aquellas fechas, estaba destinado como capitán en la Comisión de Movilización de Industrias Civiles en Valencia. Se conoce muy poco de su actuación en esta su primera rebelión. De cómo sucedieron los hechos se sigue el relato de Jesús Pérez Salas, muy posiblemente tomado de las conversaciones que tuvo con su hermano Joaquín:

      El arma de Artillería mantenía la escala cerrada desde hacia muchos años, cosa que era para ellos un “noli me tangere”. Primo de Rivera creyó que los partidarios de la escala abierta, que indudablemente existían en el arma aunque en número reducido, se opondrían a cualquier intento de rebeldía al serles impuestos los ascensos fuera de antigüedad. Su error fue grande, ya que la unión entre los artilleros se mantuvo perfecta y absoluta. El arma de Artillería se puso como un solo hombre, enfrente del dictador quien decretó su disolución y dejó en libertad a la tropa para que abandonara los cuarteles y desobedeciera a los oficiales, germen de indisciplina que fue creado por el propio Primo de Rivera. Esta desdichada orden fue inútil, pues los soldados de artillería continuaron en los cuarteles dispuestos a actuar como se les ordenara.

Cuadro de texto: Alfonso XIII        Ante la gravedad de la situación, el ministro de guerra ordenó que fuerzas de infantería y caballería fuesen a posesionarse de los cuarteles de Artillería, deteniendo a la oficialidad. Esta orden pudo cumplimentarse sin derramamiento de sangre por haber dispuesto los dirigentes del movimiento que no se hiciera resistencia alguna, puesto que el Rey les había dado seguridad de que todo se arreglaría a satisfacción del Arma... Conscientes de la responsabilidad que podían contraer y siendo mucho más conscientes que quienes ordenaron la ocupación de sus cuarteles, no quisieron dar lugar los astilleros a una lucha fratricida. Ellos confiaban en la solidaridad de las otras armas, esperando se negarían a cumplimentar semejante orden, sin darse cuenta de que en infantería y caballería, especialmente en la primera, estaban muy divididos los oficiales y de que los mandos adictos a Primo de Rivera sabrían aprovechar el disgusto que había producido en la oficialidad la actitud inhibitoria de los artilleros, cuando se debatía en todos los demás oficiales el mismo problema que a ellos se les acababa de plantear. Con su ayuda hubiera triunfado la oficialidad sana de Ejercito  y ellos hubieran quedado libres de lo que después le sucedió.

Cuadro de texto: Primo de Rivera con el Rey y su primer Directorio        Para hacerse cargo de los cuarteles fueron designados los jefes y capitanes que habían manifestado más rencores contra los artilleros... Si el Arma de Artillería se hubiera revelado en favor de la vuelta a la normalidad constitucional, hubiera encontrado el apoyo entusiasta de la mayoría del país. El Gobierno triunfó, pero sólo aparentemente, pues lo cierto era que la dictadura había recibido una herida mortal que marcaba el principio de su fin. Meses después de decretada la disolución de la Artillería, el dictador se vio obligado, por imperativo de las circunstancias, a readmitir a la mayor parte de los oficiales de artillería que habían sido dados de baja en el Ejército, quedando solo fuera del cuerpo los considerados como más peligrosos. Para reingresar, fue trámite obligado la firma de su adhesión al Gobierno; todos los jefes y oficiales lo hicieron, siguiendo directivas que se le habían trazado, aunque firmaron la adhesión  con visible repugnancia y sin considerarse obligados a mantenerla por la forma que se les imponía.[10]

      Este extracto de la obra de Jesús Pérez Salas demuestra el gesto de indignación y de impotencia de los artilleros contra el dictador. Efectivamente, siguiendo a María Teresa Suero Roca: La negativa de Primo de Rivera y El Rey hizo crecer la indignación y finalmente el dictador el 5 de septiembre decretó la disolución del Arma de Artillería. Con ello Pérez Salas, al igual que sus compañeros, quedó suspenso de empleo y sueldo. La insostenible situación creada, obligó a primo de Rivera a readmitir a la mayoría de los artilleros, y el 17 de noviembre fue alzada la suspensión que pesaba sobre ellos. El 9 de diciembre le era alzada a Pérez Salas, que pronto ascendería a comandante y era destinado al sexto Regimiento de Artillería Ligera en Paterna, Valencia.[11]

Cuadro de texto: Joaquín Pérez Salas   Cuadro de texto: El comandante Franco con Sanjurjo en África        Los hechos sucedidos para que los artilleros reingresasen de nuevo a su Arma, son algo más complicados de lo que sugiere Suero Roca. El decreto del 17 de noviembre fijaba las condiciones para la reincorporación de los afectados por el Decreto de Disolución. La instancia, debían de solicitarla individualmente, en un formulario en el que se comprometían a aceptar la reforma y ser fieles al Rey y al gobierno. Dado que los no afectados por el decreto de septiembre eran alrededor de 600, quedaban otros 1200 jefes y oficiales pendientes de su reincorporación. El plazo de presentación de las instancias se cerraba el 29 de noviembre y el 25 todavía no se había presentado ninguna, sin embargo, entre el día 27 y 29 la presión del Gobierno y sobre todo la del Rey junto a la falta de perceptivas de los artilleros llevaron a estos a pedir casi en bloques la readmisión. El conflicto se había solucionado, al menos aparentemente, pero el Rey quedaba profundamente implicado en el mismo. El dictador momentáneamente había ganado, pero fue una victoria pírrica, como decía el artillero monárquico Marqués de Hoyos: se convirtió así en enemigos irreconciliables del dictador y de la monarquía a crecidísimo número de jefes y oficiales de artillería y se ocasionó amargo desconcierto y desesperanza en los demás. De la misma opinión era otro artillero de ideología opuesta, Antonio Cordón: la indignación de los artilleros contra Primo de Rivera se extendía también al soberano, pues la mayoría, e incluso muchos monárquicos, estimaban que el Rey no debía haber firmado el decreto.[12] De aquí el desafecto de don Joaquín por la Monarquía y el origen de su carácter liberal y Republicano.

      Una vez incorporados los artilleros a sus cuarteles, la vida se normalizó, pero no olvidaron la humillación que habían sufrido y siguieron conspirando. El dictador con habilidad e inteligencia no extrema la represión contra los artilleros en 1926, las heridas entonces inferidas no han cicatrizado por completo. La más graves de las condenas dictadas  - la pena de muerte impuesta en consejo sumarísimo al coronel Marchesi, director de la Academia de Segovia - fue indultada inmediatamente y dos meses más tarde comienza a reorganizarse en cuerpo con la readmisión de jefes y oficiales, ratificada por un Real Decreto del 31 de diciembre de 1926, que declara “extinguidas todas las responsabilidades contraídas por los generales, jefes y oficiales de la escala activa y de reserva del Arma de Artillería con ocasión de los sucesos ocurridos durante el pasado mes de septiembre o como antecedente de ellos.[13]

      Si estas prudentes determinaciones calman un tanto los ánimos y dan a la gente una sensación de normalidad, las semanas de prisión sufridas por algunos, los cambios de residencias impuestas a otros y el hecho de no serle devuelto al Cuerpo todos los servicios que con anterioridad le pertenecen, mantienen y aún acrecientan el descontento de muchos artilleros. Ocurren algunos incidentes en la misma Academia de Segovia en diciembre de 1928, con ocasión de celebrarse el día de la patrona, y por los cuales son procesados varios cadetes. Para comienzos de 1929, están prácticamente ultimados todos los detalles del movimiento contra Primo de Rivera que se conocería con el nombre de “Movimiento Sánchez Guerra”, y que será el tema del capítulo siguiente.

 

 

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[1]SUERO ROCA, Mª Teresa. Un general del Ejercito Popular Joaquín Pérez Salas. Rev. “Tiempo de Historia” nº 37 p.106.

[2] GÓMEZ NAVARRO, J. Luis. El régimen de Primo de Rivera Pág. 381. Ed. Cátedra, S.A.

[3] CABANELLAS, Guillermo. La guerra de los mil días. Vol. 1º Pág. 139. Ed. Grijalbo, S.A.

[4] CORDÓN, Antonio. Trayectoria. Memorias de un militar republicano. Pág. 42-43. Ed. Crítica, S.A.

[5] Nota: Se refiere a la conspiración de “la Sanjuanada” que sucedió también por esas fechas.

[6] CABANELLAS, Guillermo. Preludio a la Guerra civil. Pág. 139. Ed. Planeta, S.A.

[7] FERNÁNDEZ RUA J.L. 50 años de vida política española (1923-1973) Tomo 1º.  Pág.146. Ed. Giner.

[8] GUZMAN Eduardo (de).1930 Historia de un año decisivo. Pág. 78. Ed. Tebas.

[9] Ídem. Pág. 78.

[10] PÉREZ SALAS, Jesús. Guerra en España (1936-1939). Pág. 36-37. Imp. Grafos. México DF, 1947.

[11] SUERO ROCA, Mª Teresa. Un General de la República: Joaquín Pérez Salas. Rev. ”Tiempo de Historia” nº 37 Pág. 106.

[12] GÓMEZ NAVARRO, J. Luis. El Régimen de Primo de Rivera. Pág. 385. Ed. Cátedra.

[13] GUZMÁN, Eduardo de. 1930 Historia política de un año decisivo. Pág. 91-91. Ed. Tebas.