Capítulo
II:
D.
JOSÉ SÁNCHEZ GUERRA Y LA SUBLEVACIÓN DE LOS ARTILLEROS EN VALENCIA (1929)
El conflicto artillero de 1926, aunque resuelto favorablemente para Primo
de Rivera, no lo fue asimismo para los artilleros, que siguieron conspirando,
hasta conseguir la caída del dictador. En 1929 la Gran Depresión Económica
afectaba ya a España, la caída de la peseta, la corrupción y el favoritismo,
le granjearon al Gobierno cada vez mas enemigos, tanto militares como civiles y
con ello los movimientos de subversión.
Para comienzos de 1929 están prácticamente ultimados todos los detalles del
movimiento contra Primo de Rivera. La conspiración cuenta con el asentimiento
de algunos generales y guarniciones, y la rebelión debe de estallar simultáneamente
en varias ciudades, lanzándose las tropas a la calle la noche del 28 al 29 de
enero de una forma simultánea sin esperar que sean otras poblaciones las que
inicien la lucha.[1]
La
figura principal del movimiento rebelde de los artilleros, será don José Sánchez
Guerra, jefe del partido conservador y expresidente del consejo de ministros,
exiliado en París desde dos años antes en 1927. Conozcamos un resumen de sus
datos biográficos: Nacido en Cabra (Córdoba) en
1859. Estudió derecho y como periodista dirigió “La revista de España” y
“El Español”. Fue diputado por
Cabra a partir de 1886. Amigo y colaborador de Maura, pasó del partido liberal
al conservador. Ocupa el ministerio de Gobernación en el 1º gabinete de Maura
en 1903-1904 y con Dato (1913-1915 y 1917), ministro de fomento en 1908. Presidió
el penúltimo Gobierno antes del advenimiento de la Dictadura, de marzo a
diciembre de 1922: restableció las garantías constitucionales, y en un intento
de terminar con el terrorismo oficial destituyó a Martínez Anido y Arlegui,
gobernador y jefe de policía de Barcelona respectivamente, pero las
responsabilidades derivadas del desastre de Anual le obligaron a dimitir. Se
mantuvo alejado de la política al proclamarse la Dictadura, y al crearse en
1927 la Asamblea Consultiva, en lugar de un parlamento elegido en las urnas por
el electorado y sin discriminación, emigró a Francia en un gesto de protesta.
El
origen de que don José Sánchez Guerra llegase a aceptar la jefatura del
movimiento de los artilleros, se inicia cuando el dictador publica en el mes de
septiembre el decreto de convocatoria para crear la Asamblea Consultiva. Sánchez
Guerra camino de Francia el 13 de septiembre de 1927 escribe en San Sebastián
un extenso documento en el que fija no solo su posición individual, sino la de
cuantos políticos constitucionales han colaborado hasta este momento con don
Alfonso XIII. El documento termina así: Las ideas para mí son esos apellidos, constitucional y parlamentario,
de que habla Dato. Si se cierran todos los caminos, si resultan definitivamente
proscritos en España, yo procuraré por todos los medios restaurarlos,
repatriarlos y, si no lo consiguiera, entonces, haciendo los sacrificios
necesarios, iría o iré a buscarlos donde ellos puedan estar y yo tenga la
seguridad de encontrarlos. Y
don José cumplió su palabra: “Desde París, donde fija su residencia, trata
de organizar un movimiento cívico-militar cuyo fin es derribar a la Dictadura y
llamar a Cortes Constituyentes. Al frente de ese movimiento se pone quien fuera
presidente del Consejo de Ministros. En la faz militar aparecía de nuevo el
general Francisco Aguilera – implicado con anterioridad en la Sanjuanada de
1926 - y
comprometida, casi en su totalidad, el Arma de Artillería, que de esa forma
intentaba vengar los agravios que le infiriera el dictador. En esta sublevación
participaban los generales Castro Girona que debía de ponerse al frente de la
sublevación en Valencia; Cabanellas, que debía hacerlo en Madrid; López Ochoa
en Barcelona y Queipo de Llano en Murcia. El alzamiento debería
iniciarse por sublevación escalonada de guarniciones en las provincias,
teniendo su base principal en Valencia, para desplazarse de allí a Madrid. De
las comprometidas solo cumplió la de Ciudad Real.[3]
Los oponentes a la Dictadura, habían
fijado en Valencia, su esperanza como lugar culminante para dar un cambio total
a la vida política del país. No sólo el arma de Artillería, sino otros
cuerpos, así como elementos civiles de la Alianza Republicana y de la CNT
coadyuvarían al éxito de la empresa. Se consideró como lo mejor, que la
sublevación se produjera sincronizada, en varias ciudades, y no esperar el
triunfo de una para rebelarse en las otras. Con todo, Valencia, con su tradición
republicana, estaba llamada a desempeñar un principalísimo papel. Además,
para captarse la voluntad de las clases burguesas, se estimó conveniente
ofrecer la jefatura del movimiento al exiliado político conservador don José Sánchez
Guerra. Distintos elementos militares y civiles tantearon la posibilidad de que,
Castro Girona, acaudillara a las fuerzas sublevadas. Era un prestigioso militar
distinguido en la campaña de Marruecos, y contaba con la incondicional adhesión
de las guarniciones bajo su mando. Castro Girona, se había mostrado reacio, en
distintas ocasiones, a que se involucrara el Ejercito en los actos organizados
por la Unión Patriótica, pues públicamente había mostrado su apoliticismo
y ecuanimidad.
En
esta creencia, solicitaron su participación en la conjura personas de absoluta
confianza, pero el general Castro Girona mantuvo una actitud ambigua. No parecía
dispuesto a denunciar a los conspiradores, y mucho menos a detenerlos, pero
tampoco quería complicaciones, salvo en el caso de que el movimiento triunfara.
Pese a ello, se señaló la fecha del 26 de enero para sacar la tropa a
la calle. En toda España estaban comprometidos 21 regimientos de artillería -
entre ellos el de Ciudad Real -, más otras fuerzas de Infantería, Caballería
e Ingenieros. Al surgir ciertas dificultades se demoró la fecha de la sublevación
para el día 28.[5]
Había que traer desde París, a don José Sánchez Guerra, que allí se
encontraba.. Un barco, el Onsala de 1500 toneladas se encargaría de llevarlo a
España. Pero una tempestad que retrasa unas horas el arribo al puerto francés
de Port Vendres del barco que ha de llevarle a la capital levantina, el político
no llega a Valencia hasta el día 29, es decir, con 24 horas de retraso.
Mientras tanto, los comprometidos en Valencia no se deciden a sublevarse sin la
presencia del político conservador. Su hijo, Rafael Sánchez Guerra, llegó a
Valencia, procedente de Madrid, para sumarse al alzamiento. Pero no pudo hacer
otra cosa que establecer relación con algunos comprometidos
en la sedición y por consejo de algunos de ellos visitar a Castro Girona para
exponerle lo que ocurría e invitarle a ponerse al frente de los conjurados,
cosa a la que no se comprometió.[6]
El 29 de enero a las 4 de la mañana, la guarnición de Ciudad Real tal y
como estaba previsto, se levanta en armas. El Regimiento de Artillería Ligera nº
6, mandado por el coronel Joaquín Paz Faraldo, ocupa los lugares estratégicos
de la capital y procede además a detener los trenes.[7] Los jefes y oficiales
del regimiento de Artillería, con la complicidad de un grupo de paisanos,
ocuparon los edificios oficiales y los bancos, y desarmaron a la Guardia Civil y
a la Policía.[8] Las fuerzas gubernamentales al mando del general Orgaz, se
dirigen desde Madrid contra los artilleros levantados en armas. Aparatos de
aviación arrojan sobre la ciudad una proclama firmada por el general Primo de
Rivera: Esta
proclama es el leal aviso que el gobierno envía a los sublevados para que
inmediatamente que lo reciban se repongan a sus deberes y prendan e incluso
fusilen a aquellos que los han conducido a esta situación de traicionar a sus
deberes. Cuando en horas de la noche los mandos militares de Ciudad Real
toman conocimiento de que el movimiento ha fracasado se ocupan de reintegrar la
fuerza a los cuarteles y esperan la llegada de la columna que manda el general
Orgaz, al que se entregan sin ofrecer resistencia alguna. Los jefes y oficiales
sublevados fueron detenidos y sometidos después a Consejo de Guerra.
En
la noche del día 29 llegó a Valencia don José Sánchez Guerra. Su hijo le
puso al corriente de la indecisa actitud del general Castro Girona. Pero don José
no se arredró. Envió su hijo Rafael a entrevistarse de nuevo con el general
que le comunicó que la sublevación había fracasado en
Ciudad Real, se negó a mantener una conversación con don José y le
aconsejó que lo mejor era que el anciano político se volviera a Francia. Después
de un momento de indecisión, ya de madrugada, don José, su hijo Rafael y
otras
personas comprometidas en el alzamiento se presentan en el cuartel del 5º
Regimiento Ligero en cuyo Cuarto de Banderas le espera toda la oficialidad que
acoge con entusiasmo su presencia. Tras agradecer emocionado, los aplausos que
le tributaron los allí presentes, pronunció don José un brillante discurso Señores oficiales - se
expresó con voz ronca -: Es hora ya de
que luchemos por los fueros de nuestra dignidad. No comprendo que hombres que
visten ese glorioso uniforme soporten tanta humillación. Es preferible
morir
dignos que sufrir tamañas vejaciones, esas heridas en el honor, más dolorosas
que las que han teñido de sangre vuestros cuerpos... Añadió
el jefe conservador que España sufría la peor de las tiranías: la del
latrocinio y de la estafa. Se
refirió a los monopolios, a las concesiones abusivas. A la Deuda contraída, a
la ruina de la Hacienda... Elogió a los sublevados de Ciudad Real. E invitó a
la oficialidad
a ofrendar su vida por la Patria, como él hacia... Le aplaudieron mucho. Y les
leyó a continuación, un manifiesto que había redactado, dirigido al pueblo,
al ejército y a la marina[10]
Quienes
escuchan el manifiesto son partidarios de lanzar inmediatamente las tropas a la
calle. No faltan sin embargo, quienes consideran preciso conocer la actitud
adoptada por el Capitán General de la región. Sánchez Guerra escribe una
carta a Castro Girona pidiéndole que opte inmediatamente “entre permanecer al lado del
Gobierno... o prestar su nombre glorioso a un movimiento de cuyo triunfo estoy
seguro, pero que en todo caso redime la dignidad de todos y la historia habrá
de juzgar con simpatía...”. Castro
Girona se niega a recibir a los portadores de la carta, alegando que se
encuentra enfermo y en la cama. Pese a todo, los oficiales están decididos a
iniciar la rebelión, cuando se presenta en el cuartel el coronel Suero, jefe
del regimiento, que se opone, ya que el movimiento ha fracasado antes de
iniciarse por la actitud del Capitán General, asegurando no obstante al político
conservador la huida y la impunidad. Sánchez Guerra rechaza el ofrecimiento,
igual que rechaza el ofrecimiento de los exaltados de emprender, pese a todo, la
acción:
No quiero que aquí tengamos otra cuartelada
como la de San Gil – afirma -. Eso
no conduciría a nada y no me lo perdonaría nunca. No habiendo unión entre
ustedes, no es posible intentar algo.
Decidido
y resuelto marcha entonces a Capitanía General. Es recibido por Castro Girona,
al que acompaña el arzobispo de Valencia. Ambos le inducen a abandonar
Valencia. Con gesto sereno y digno, Sánchez Guerra insiste en considerarse
preso.
- Yo he venido aquí – dice
- a representar un drama, no un sainete.
La
rebelión había fracasado, y varios cientos de personas civiles y militares
fueron detenidas en toda España, entre ellas don Joaquín Pérez Salas, como
uno de los principales cabecillas del alzamiento. Don José y su hijo fueron
encerrados en las Torres de Cuarte, pero debido a su edad y las malas
condiciones de la prisión, al
siguiente día pasaron al cañonero Canalejas, y por último, al también
cañonero Dato, hasta que se celebró el
Consejo
de Guerra. El gobierno tomó rigurosas medidas represivas contra el cuerpo de
Artillería. Por segunda vez queda disuelta el arma de Artillería por Real
Decreto del 19 de febrero de 1929, en cuyo encabezamiento dice:
Disolución del Arma de Artillería “Vivero propicio al cultivo de
todas las rebeldías”, y prohibición del uso del uniforme a sus miembros.
También queda prohibido para los alumnos de la Academia de Artillería. Con
esto, quedaba también cerrada
la Academia de Segovia.[12]
Con respecto a don Joaquín, muy poco se sabe sobre su participación en
el alzamiento. Según su hermano Jesús fue bastante importante y, además
teniendo en cuenta la petición de condena que le hizo el fiscal. De su detención
y prisión, tampoco se conoce mucho. Posiblemente, el primer día, fuesen
encerrados todos los jefes y oficiales en las llamadas Torres de Cuarte, para
posteriormente cumplir prisión preventiva en cualquier regimiento hasta que se
celebrase el juicio. Para mas información se sigue la obra de su hermano Jesús
Pérez Salas:
Pasados los primeros meses de verdadera desorientación por parte de los
comprometidos en el frustrado movimiento, renació la confianza entre todos
ellos y se emprendieron nuevos
trabajos para derrocar a Primo de Rivera, y para restablecer en España
la normalidad constitucional. A fines del año 1929 se celebró en Valencia el
Consejo de Guerra que había de juzgar a Sánchez y a los jefes encartados,
encontrándose entre estos últimos como los más responsables, los comandantes
de artillería Montesinos y Pérez Salas. Las acusaciones del fiscal, eran
acogidas con marcado disgusto por la mayoría del público que llenaba la sala,
entre los que había numerosos oficiales, mientras que cualquier alusión hecha
por los defensores, tendiendo a demostrar la ilegalidad del Poder constituido,
base primordial de todas las defensas, provocaba murmullos de asentimiento, que
motivaban la aireada intervención del presidente del consejo, amenazando con
despejar la sala.
Los defensores de los procesados, que habían
sido escogidos entre los mejores jurisconsultos españoles, demostraron
plenamente que no podía constituir delito alguno el intento de restablecer la
legalidad constitucional, y llegaron a insinuar que los acusados debían de
haber sido los jueces y no los componentes del Consejo. Esto puso de relieve la
poca fuerza que tenía la Dictadura.
Efectivamente,
un Consejo de Guerra presidido por el general Berenguer, y los también
generales José Riquelme, Ceferino Pérez, Manuel López de Rada y Manuel García
Benítez, juzga el 25 de octubre de 1929 a Sánchez Guerra[14] y a los 21
encartados en los sucesos de Valencia en el cuartel del Almirante. El sumario
constaba de 1600 folios, según Emilio Ayensa. El ex-
ministro don José Bergamín defendió a don José Sánchez Guerra. A su
hijo, don Luis Rodríguez de Viguri. A don Mariano Campos, don Niceto Alcalá
Zamora. Y otros letrados al resto de los procesados. El
fiscal, un comandante de infantería, solicitó del Tribunal la pena de seis años
y un día de prisión militar correccional para don José Sánchez Guerra; tres
años y un día para su hijo Rafael, y para los comandantes Ferrer y Pérez
Salas; dos años para don Miguel Mico y al teniente Corujedo y alférez Cullat,
y seis meses de arresto al resto de los encartados[15]. El 28 de octubre se hizo
pública la sentencia. Fue absuelto don José Sánchez Guerra y otros 17
procesados - entre ellos Joaquín Pérez Salas -. Se condenó a dos meses de
prisión al comandante Montesinos y a seis meses y un día al comandante Ferrer
y al teniente Cuñat. Al final el más perjudicado fue el general Castro Girona,
condenado por negligencia, a un año de prisión, pero se le indultó antes de
cumplir la pena. Mayor castigo fue impuesto a los sublevados de Ciudad Real, en
anterior Consejo de Guerra. Pena de muerte al coronel Paz y capitanes Marcide y
Zamarro, y reclusión perpetua a varios capitanes. Más adelante se atenuaron
las penas, y la del coronel Paz se redujo a 20 años[16]. Entre los sublevados
de Ciudad Real, se encontraba el capitán de artillería José Cifuentes Rey,
que haría toda la Guerra Civil, - gran parte de ella en Pozoblanco - a las
ordenes de Pérez Salas.
Poco
se sabe de don Joaquín, referente a su juicio. La desaparición del sumario, y
las pocas noticias que publica la prensa de la época, a la que no hemos podido
acceder, impiden
dar detalles. Según Mª Teresa Suero Roca: Al terminar el año se celebró
en Valencia el Consejo de Guerra que debía de juzgar como más responsables, a
Pérez Salas, Sánchez Guerra y el comandante Montesinos. El defensor de Pérez
Salas fue el militar y abogado Pardo Reina, que admiraba y sentía gran afecto
por él. (N) Algunos años después
Pardo Reina, fundador de la Unión Militar Española (UME), visitó a relevantes
jefes y oficiales, entre ellos Pérez Salas, para que formara parte de su
organización: el artillero se negó.
De esta forma don Joaquín quedó absuelto y en libertad. El 12 de febrero de
1930, Pérez Salas reingresó en el Arma en virtud de la amnistía decretada por
Berenguer, y el día 24 quedó disponible forzoso en Valencia.
Ante
la notoriedad de la conspiración, una vez absueltos los sublevados de Valencia,
el fallo equivalía casi a una adhesión tácita y póstuma del tribunal frente
a la condena de la Dictadura, lo que fue un duro golpe para el prestigio de
esta.[18]
Terminamos
el capitulo con un fragmento de la obra de Jesús Pérez Salas, justificando la
caída del Dictador: Un mes mas
tarde Primo de Rivera se vio obligado a preguntar a los capitanes generales si
todavía contaba con su apoyo; la ambigua contestación recibida fue la causa
aparente de su dimisión, ya que el fundamento real de la misma era la gravedad
de la situación, a la que Primo de Rivera no podía en modo alguno hacer
frente.[19]
Los
artilleros habían conseguido vengar su humillación, al caer el Dictador. A don
Joaquín, sólo le faltaba algo, la caída del Monarca y con ello la programación
de la República, a la que tanto apreció, cosa que sucedería poco tiempo después.
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