EPÍLOGO
A partir del 6 de marzo de 1937
comienza la Batalla de Pozoblanco y con ella la que se puede llamar segunda época
de Joaquín Pérez Salas, etapa que será tratada en esta obra de una
forma resumida. Su victoria en esta batalla y la posterior contraofensiva
que le siguió, debidas en gran parte a sus propios méritos, la describe su
hermano Jesús en su obra Guerra en España (1936-1939):
La
defensa de Pozoblanco es la más brillante página de nuestra Guerra Civil y la
única victoria republicana que se debió, en gran parte, a las excepcionales
cualidades del jefe que mandaba el sector. Éste, a pesar de haber sido
autorizado para evacuar Pozoblanco, que el E.M.C. consideraba imposible de
defender, dados los escasos elementos de que disponía, se negó terminantemente
a abandonar el pueblo efectuando una resistencia increíble. Gracias a su
tenacidad y cualidades de buen Jefe, pues a su indiscutible valía profesional,
unía una entereza de carácter verdaderamente prodigiosa y un valor personal a
toda prueba, logró inculcar a sus fuerzas el entusiasmo que él sentía por la
causa, haciéndoles ver la importancia que tenía Almadén, para lo que era
preciso no perder Pozoblanco. Sus esfuerzos se vieron coronados por el éxito más
rotundo, pues no sólo consiguió defender el pueblo, sino que empleando algunos
refuerzos que le fueron enviados, contraatacó con tal ímpetu, qué hizo
retroceder al enemigo más allá de su línea de partida al iniciarse ésta
ofensiva. El terreno perdido quedó recuperado, infligiéndose al enemigo
numerosas bajas y una gran pérdida de material, que quedó en nuestras manos.
Tan grande fue el quebranto del adversario, que durante varios meses estuvo
inactivo en todo ese frente, renunciando a sus propósitos ofensivos sobre Almadén.
Que no exagero dejándome llevar de mi afecto fraternal, al ensalzar la conducta
del teniente coronel Pérez Salas, lo de muestra el calificativo de
“glorioso” con que fue ese jefe designado por el entonces Presidente del
Consejo y Ministro de Defensa en los partes publicados por la prensa. Si se
tiene en cuenta la parquedad en las palabras y aun más en los elogios del señor
Largo Caballero, se comprenderá hasta que punto llegó la admiración del
Presidente por la hazaña de Pozoblanco. Ni antes ni después, en el curso de la
guerra, ha sido designado en tal forma ningún jefe, debido a que las pequeñas
victorias que obtuvimos, no fueron de decisiones personales, sino obra de
conjunto. Solamente meses más tarde, algunos jefes de milicias comunistas, que
llegaron por ironías de nuestra guerra y del destino, a mandar cuerpos de ejército
y uno de ellos hasta ejército, fueron encomiásticamente citados y elevados a
la categoría de héroes, por la prensa de su partido; pero ello sólo obedecía
a fines de propaganda, pues todos sabíamos que no existían tales héroes, y,
mucho menos, tales jefes capacitados.
Por esa misma razón, la prensa no afecta al
partido comunista, se abstenía de propagar las heroicidades de esos jefes de
milicias y no desmentía la escandalosamente falsa información al no permitírselo
la censura, porque además hubiesen sido declarados reos de alta traición y de
derrotismo, si se hubieran atrevido a ello los periodistas. No fue sólo el
Gobierno por boca de su Presidente y la prensa de todos los matices, quienes
rindieron homenaje a la defensa de Pozoblanco y particularmente al jefe de
aquellas fuerzas; el mismo enemigo, significó su respeto por este jefe, cosa
insólita tratándose de quienes se habían sublevado contra la República y que
en todo momento calumniaban con burdos ataques a sus hombres más
representativos. El general Queipo de Llano, que mandaba el ejército que atacó
Pozoblanco, en sus charlas diarias por radio de Sevilla dijo repetidas veces:
“Lástima que tan buen jefe como es Pérez Salas esté al lado de los rojos.
Siento mucho tener que fusilarlo, pero me veré obligado a hacerlo”. Esto lo
anunciaba cuando, sitiado Pozoblanco, creía poder hacerlo prisionero.
En
el texto escrito por Jesús en su exilio de México en 1947, se deja ver el carácter
anticomunista de los dos hermanos Pérez Salas. Esto no impide que muchos años
más tarde el periodista y escritor comunista, Ilyá Ehrenburg, - en su obra Gentes,
años vida - que visitó a don
Joaquín en Pozoblanco por estas fechas, escribiese sobre él:
Pero
los republicanos retenían Pozoblanco. Los mandaba el coronel de carrera Pérez
Salas, cortés a la antigua usanza, y el cabello cano. Es difícil comprender a
la gente por su aspecto; yo lo miraba y pensaba: si en el tren hubiera tenido
enfrente a una persona así ¿ habría comprendido de lo que es capaz?. Pérez
Salas me dijo: “No soy comunista ni anarquista, sino sabe usted, un español
de lo más normal. Pero ¿qué podía hacer?, ¡Pegarse un tiro no es honrado!.
Ve usted, desde esta trinchera nos tiroteábamos. Dos ametralladoras... ellos
tenían nueve baterías. Pero no crea que es jactancia, se lo digo: no teníamos
otra salida. Entiendo poco de política, pero soy español y me gusta la
libertad.
El
periodista, ya de vuelta a Valencia, continua más adelante: Atravesamos la
Mancha. Seguramente en aquella venta había pernoctado el caballero de la triste
figura. Pensé en aquel libro, que amaba desde la infancia. Naturalmente, Don
Quijote se ha traducido a todos los idiomas y ha emocionado a personas situadas
a miles de kilómetros de la Mancha, pero sólo un español podía escribir
semejante libro:
“La libertad Sancho, es uno de los valores
más valiosos que derrama el cielo sobre la gente; ningún tesoro puede
compararse con ella; ni los que se esconden en las entrañas de la tierra ni los
que se ocultan en el fondo de los mares... y, por el contrario la prisión es la
más grande de todas las desgracias que pueden sucederle a un hombre”. En vano
había preguntado al viejo coronel en qué libertad pensaba; en realidad, había
dicho que era español, el Don Quijote de Pozoblanco, el Don Quijote de 1937...
Con
esta última frase de Ehrenburg, en ningún caso peyorativa, Joaquín Pérez
Salas EL DON QUIJOTE DE POZOBLANCO, nos lega para la posteridad la unión entre
un pueblo y un militar que supieron resistir, detener y después contraatacar, -
al grito de ¡No pasarán! como en Madrid – la ofensiva de Queipo de Llano,
cuando todo el mundo consideraba la batalla perdida.
La
Batalla de Pozoblanco que comienza en su primera fase – desde el 6 al 31 de
marzo de 1937 – y termina en su segunda fase, – desde el 1 al 24 de abril
– tiene también su poeta-cantor en la figura del poeta Pedro Garfias que
intervino en ella como comisario del Batallón Villafranca. A aquellas horas
decisivas pertenecen dos de sus mejores poemas “Defensa de Pozoblanco” y
“Liberación de Pozoblanco”, dedicados a sus protagonistas, tanto a la
población:
“Pozoblanco, Pozoblanco
no
serás nunca de Queipo.
Te defienden los soldados
del Ejército del Pueblo”.
Como al jefe militar que
supo mantener la resistencia don Joaquín Pérez Salas:
Para tí, jefe de todos,
jefe siempre de tus nervios,
Pérez
Salas
un saludo y un respeto.
Pozoblanco, blanco y rojo
será siempre nuestro y nuestro.
Lo defienden los soldados
del Ejército del Pueblo.
Para terminar con el poema
“Liberación de Pozoblanco” con un canto a la destrucción y heróica
defensa de la población:
“¡Ay Pozoblanco del alma!
¡Como quiero tus escombros
y
tu pecho desgarrado
y tus cuatro miembros rotos!
Del montón de tus ruinas
Salió el pueblo victorioso.
Muerte y vida se fundieron
En tu cuerpo, blanco y rojo.
Cuando el uno de abril comienza la
contraofensiva, llegan en ayuda de Pozoblanco las Brigadas Internacionales: la
XIII BI al mando del “General Gómez”, Wilhelm Zaisser y el 20 Batallón
Internacional, éste último al mando de Aldo Morandi. De nuevo nos encontramos
en la provincia de Córdoba con Morandi, un personaje que, como don Joaquín,
pasó la mayor parte de la guerra en tierras cordobesas, sin que se conozca si
llegó a apreciar la comarca como lo hizo Pérez Salas. La llegada de los
interbrigadistas a un Pozoblanco semidestruido lo relata Andréu Castells en su
obra Las brigadas internacionales de la guerra de España:
El
1 de abril llegó a Pedroche, villa a unos 8 Km. al noroeste de Pozoblanco,
reforzada por los batallones españoles Otumba y Juan Marco. En este sector -
defendido por numerosos mineros de Almadén y Pozoblanco - quedó sellada la
amistad entre los brigadistas y los mineros. Pasará el tiempo. Las Brigadas
Internacionales irán sufriendo pérdidas graves, irá menguando su prestigio,
pero cuando a principios de 1938 llega a Almadén y a Chillón la 129 B.I, que
fue la última constituida, será tratada por los mineros de ambos pueblos con
una cordialidad excepcional.
La
XIII B.I atravesó Pozoblanco, un pueblo arruinado por los bombardeos aéreos y
casi evacuado de población civil. No quedaba ni un solo edificio idenne. Las líneas
telefónicas y eléctricas se encontraban abatidas por calles y caminos. El día
3 de abril los interbrigadistas tomaron posiciones a unos 46 Km. al oeste de
Pozoblanco: operó conjuntamente con la 86 Brigada española y el 20 Batallón
Internacional. El plan era atacar los villorrios de Valsequillo, La Granjuela y
Los Blázquez, a fin de amenazar Peñarroya importante centro minero y metalúrgico.
No
es tema para este libro la actuación de las Brigadas Internacionales en el
frente de Pozoblanco. Consiguieron victorias, pero no tomaron su objetivo más
inmediato, Peñarroya: Después de ataques y contraataques de ambos contendientes, no
modificaron este frente que quedará totalmente estabilizado el 14 de junio
hasta el final de la guerra. Poco después, el 30 de junio la XIII B.I y el 20
Bat.Int se trasladaron a Albacete para reorganizarse y dirigirse a continuación
hacia la gran ofensiva de Brunete. Habían permanecido en tierras cordobesas
tres meses. Sin embargo, Aldo Morandi se quedaría al mando de la 86 Brigada,
teniendo su cuartel general en el pueblo de Belalcázar, y como su jefe
superior, a Joaquín Pérez Salas.
En la reorganización efectuada a finales de
mayo de 1937 nació el VIII Cuerpo de Ejército, cuyo mando desempeñará don
Joaquín, con sede en Pozoblanco. Entre los meses de mayo y septiembre de 1937,
se suceden una serie de ofensivas del lado republicano con el objeto de tomar la
cuenca minera de Peñarroya, para desde allí conquistar Córdoba. La guerra se
limitó a durísimos combates en la que ninguno de los contendientes logró
victorias sobre el otro. Se luchaba por la conquista de una serie de cerros y
sierras, que unas veces se ganaban, y otras se perdían con gran número de
bajas en ambos bandos y que dejaron en el recuerdo de los combatientes, nombres
sonoros y sangrientos como los de: La Chimorra, Sierra Grana, Cerro Mulva,
Peña Águila, Peñón de Peñarroya etc.
El mando republicano se había marcado como
objetivo el desgaste de la línea Peñarroya-Fuenteobejuna-La granja, con vistas
a una operación futura de la que era partidario don Joaquín, y que más tarde
se realizaría con el nombre de “Plan P”, en enero de 1939, cuando la guerra
ya estaba perdida y daría origen a la última batalla de la República: la
Batalla de Valsequillo. La operación consistía en aprovechar un profundo
entrante dentro de las líneas enemigas y realizar un corte que dejase la España
nacionalista dividida en dos. Este era el plan según relata Jesús Pérez
Salas:
Basta
con echar una ojeada al mapa de España para ver que, partiendo de nuestras
posiciones próximas a Don Benito, Campanario, Cabeza de Buey, etc., se podía
lanzar una ofensiva, después de acumular en ese frente los elementos de
que disponíamos, que aprovechando la sorpresa y la circunstancia de hallarse
los rebeldes enfrascados en su ofensiva contra Bilbao, consiguiera apoderarse de
Mérida y de Badajoz, estableciendo una línea defensiva contra los inevitables
contraataques que habían de producirse después. Esa línea tenía, como foso
de separación, el río Guadiana.
Esta operación que Largo Caballero tenía proyectada antes de su caída
y para la cual los rusos negaron el concurso de la aviación, fue propuesta
repetidas veces por el que posteriormente fue jefe del Ejército de Extremadura
teniente coronel Pérez Salas. Para ser aceptada por el E.M., tenía el grave
inconveniente de que cuantos elementos se enviaran a ese frente, entre ellos las
unidades comunistas, ya que sin éstas no podían emprenderse operaciones pues
así lo imponía “el partido”, tenían que ponerse a las órdenes del jefe
de aquel ejército, a quien conocían sobradamente, para saber que no iba a
tolerar distingos entre las unidades, dando a cada cual objetivos adecuados a
sus posibilidades. Pensar en aquellos momentos que Modesto, Lister y “el
Campesino” iban a operar a las órdenes de Pérez Salas, era soñar. Claro que
este jefe reunía condiciones de sobra para mandar, no a estos oficiales de
milicias ineptos y sin ninguna cualidad relevante, sino a fuerzas regulares bien
organizadas y dotadas de mandos profesionales; pero el no ser comunista era un
defecto tan grande, que anulaba todas las excelentes cualidades de Pérez Salas.
El
acoso de los comunistas contra don Joaquín fue cada vez más en aumento. Las
pintadas en las paredes acusándolo de “fascista” no le impresionan, ni
siquiera las denuncias de sus enemigos ante el Gobierno de Valencia, pero
finalmente consiguieron que se marchase de Pozoblanco. Un testigo de excepción
fue Andrés Muñoz Calero, camillero en esta época en el Hospital de Sangre. En
su artículo titulado “Don Joaquín Pérez Salas” comenta: Nos
llamaba la atención el hecho de que en los muros del hospital, en las paredes
de su propio despacho aparecían injurias, insultos procacidades contra él -
entre ellas “fascista”-. Las leía, sin duda, pero no les concedía atención.
Allí seguían con su ánimo de ofensa, hacia el hombre bueno, gracias al cual
se vivía con mayor sensación de amparo. En su artículo, Muñoz Calero,
atribuye la destitución de don Joaquín, a un capitán - desgraciadamente no
cita su nombre - que había presentado denuncia contra él, ante el Gobierno de
Valencia
Finalmente
la “caída” de don Joaquín, tan anhelada por los comunistas, se
produjo en forma de destitución. Siguiendo a Mª Teresa Suero Roca: El 15 de
noviembre se hizo cargo del Ejército de Extremadura, y cesó el 29, destituido
por haberse negado a trasladar su cuartel general de Pozoblanco a Almadén, como
ordenaba el Estado Mayor Central.
Pero
más explícito en los motivos que “justificaron” la destitución de su
hermano, lo explica Jesús Pérez Salas cuando escribe en su obra “Guerra en
España 1936-1939”:
Mi
asombro no tuvo límites al enterarme por boca del mismo Díaz Tendero que la
destitución fue debida a desobediencia por parte de mi hermano. Consistió, en
suma, la desobediencia en negarse a trasladar su Cuartel General que lo tenía
en Pozoblanco, a Almadén donde lo había fijado el E.M.C. El empeño por
tenerlo en Pozoblanco obedecía no solamente a razones de índole sentimental
por lo que Pozoblanco tenía de atracción para él, sino porque ejercía desde
aquella población cierta acción en la moral de las tropas, que con tanto tesón,
la habían defendido. Sin embargo, para Jesús la verdad de la destitución
de su hermano era otra: Otro acto de
desobediencia de mi hermano mucho más importante para Rojo consistió en no
cumplir órdenes dadas por éste para que fuera puesto en libertad el comandante
de milicias Francisco del Castillo, comunista acérrimo... y que estaba a
disposición de un juez por falta grave de abandono de destino y desobediencia.
Para terminar después con el motivo real que tuvo Vicente Rojo para
destituirlo: Era éste el consabido deseo
de suprimir a todo el que impidiera la comunistización del ejército. De
esta forma el 29 de noviembre de 1937, don Joaquín abandonaba Pozoblanco y era
sustituido en el mando del Ejército de Extremadura, por el comunista teniente
coronel Burillo. Los comunistas habían conseguido sus objetivos.
Don Joaquín, al ser destituido del mando
del Ejército de Extremadura vuelve de nuevo a Valencia, donde fue
nombrado jefe de la Reserva General de Artillería en dicha ciudad, para
ser designado poco después, jefe principal de artillería en el Ejército
de Maniobras. Desde su cargo, siguió velando por la seguridad de sus oficiales
frente a la ingerencia comunista, lo que le llevó a enfrentarse con el
comandante de milicias Lister, que pretendía fusilar, sin previo juicio, a uno
de sus capitanes durante la retirada de Morella en marzo de 1938. Para salvarlo
– según escribe su hermano Jesús - decidió ir a visitar a Lister:
Para
exponerle con toda claridad la cuestión, advirtiéndole, que si algo le ocurría
“ilegalmente” a cualquier oficial a sus órdenes, le haría responsable de
ello, estando dispuesto a emplear iguales procedimientos, ya que por lo visto,
para Lister no existían poderes superiores.
Cuando
manifestó su decisión de ir a visitar a Lister en su puesto de mando, todo el
E.M. del Ejército e incluso Menéndez, le aconsejaron que no lo hiciera, pues
nadie respondería de lo que pudiera sucederle. A pesar de las advertencias, mi
hermano fue a ver a Lister sin que nada le ocurriera. Pero, según me contó mi
propio hermano, cuando salió, tuvo la sensación de que los de la guardia
personal de Lister, que se encontraba a la entrada de la cueva que le servía de
puesto de mando y que estaba formada por hombres de su confianza y dispuestos a
todo, iban a dispararle por la espalda. Esta confesión por parte de un hombre
de la entereza de mi hermano Joaquín, dice más que todo cuanto yo pudiera
expresar. Que un jefe del Ejército y su E.M., puedan creer con cierto
fundamento, que un jefe de C.D.E. sea capaz de mandar a asesinar al jefe
principal de Artillería, es circunstancia que revela el grado de descomposición
que existía. Claro que no causará sorpresa cuanto digo, aunque si es probable
que no guste a muchos. Pero necesito hacerlo para llegar a la conclusión que me
he propuesto al redactar estas notas. En estos
párrafos Jesús Pérez Salas refleja su carácter anticomunista, al igual que
lo era también su hermano Joaquín. Tan grande era su anticomunismo, que al
final de su libro, - desde luego equivocadamente - le echaría toda la culpa de
la pérdida de la guerra al Partido Comunista.
Poco días después, tras las pérdidas de
Morella y Lérida el 4 de abril de 1938, y ante la apurada situación en que se
hallaba el frente del Pirineo, donde parecía inminente la pérdida de Seo de
Urgel, don Joaquín fue nombrado jefe de la agrupación compuesta por tropas del
recién organizado 10º C.D.E., que mandaba el comandante Trigueros y por otras
que orgánicamente pertenecían al
18º C.D.E., del que era jefe el comandante de milicias Del Barrio, Secretario
General del P.S.U.C. El nuevo destino de don Joaquín, se realizó tras una
fuerte discusión – presenciada por su hermano Jesús - entre Rojo y
el teniente coronel Fuentes, inspector de Artillería, pues ambos querían
disponer de él. Alegaba Rojo la necesidad de una persona de las condiciones de
Pérez Salas para salvar la situación creada. A ello se oponía el segundo, que
también lo necesitaba y consideraba una locura alejarlo en aquellos momentos de
su puesto. Lo sucedido en aquellas fechas lo relata Jesús:
En cuanto se hizo cargo mi hermano del nuevo
mando, decidió realizar una operación ofensiva de carácter local, encaminada
a abrir un camino por donde pudiera retirarse la 43ª división que, como ya ha
sido expuesto había quedado aislada, y poder así recuperarla reintegrándola
en su C.D.E. Por jefes presentes en el sector, supe la excelente impresión que
esto produjo, al ver que no se contentaba con organizar defensivamente su zona,
evitando la caída de Seo de Urgel, sino que se decidía por la ofensiva, aún
cuando ésta fuese muy limitada.
En el momento de la operación, falló la
colaboración de las fuerzas del 18º C.D.E., que estaban afectas tácticamente
a la agrupación, y, por consiguiente, bajo las órdenes del jefe de ésta. La
operación no pudo realizarse, por lo que mi hermano dio parte por escrito del
comandante Del Barrio, que fue quien impidió el empleo de dicha unidad. Como se
trataba de un jefe de milicias, que era al mismo tiempo un líder comunista, no
ocurrió nada. Únicamente el teniente coronel Pérez Salas, tuvo que dejar el
mando, indignado ante tal estado de cosas. Una vez más el militar profesional
resultaba vencido por un jefe político. Mi hermano regresó a Barcelona sin
tener nada que hacer, mientras Rojo se dedicaba a la organización más
partidista que nadie pudiera soñar del ejército de Cataluña. Para llegar a
este fin no era necesario tanta discusión encaminada a quitar a mi hermano del
Ejercito de Maniobra. Finalmente
la 43ª división, para no ser copada, tuvo que cruzar la frontera francesa y
desde este país volver de nuevo a la España republicana. La denuncia de don
Joaquín no sirvió de nada e indignado por lo sucedido, dejo el mando y marchó
a Barcelona.
La conquista de Teruel por los republicanos
fue recibida de forma eufórica, pero ésta, no era nada comparada con las pérdidas
de todo el Norte y parte de Cataluña. Un mes después los nacionalistas
recuperaban Teruel, y su pérdida arrastraba consigo la caída del Ministro de
Defensa, Indalecio Prieto, que dimitió. A su vez, cesaba de
sus cargos en el Ministerio,
entre ellos el de reciente Subsecretario de Defensa interino, Jesús Pérez
Salas, sustituido por comunista Antonio Cordón. El nuevo Subsecretario, de
acuerdo con Rojo, creyó conveniente lanzar la primera propuesta de recompensas
al estilo de África, – es decir, ascender por méritos de guerra – lo que
no había hecho su antecesor Bolaños. De esta forma, eran ascendidos a
coroneles los dos hermanos Pérez Salas. El 5 de marzo ascendía don Joaquín en
contra de su voluntad – él, que siempre fue partidario de la Escala Cerrada
– y como respuesta, escribió entonces a su antiguo conocido y ahora
Subsecretario Cordón rogándole que fuese anulado su ascenso, que no creía
merecer, y diciéndole que a cambio del ascenso, había solicitado la
“Laureada de Madrid” para sus tropas por las operaciones de Pozoblanco. Cordón
no contestó, y el nuevo coronel fue a visitarle para hablar nuevamente del
tema. Lo sucedido lo relata Antonio Cordón en su obra Trayectoria.
Memorias de un militar republicano:
Creo que fue poco antes de mi viaje a la
zona Centro-Sur cuando vino a verme Pérez Salas a la Subsecretaría. Hasta
entonces, desde mi salida de Andújar, no había tenido más noticias directas
de él que una carta muy “respetuosa” y muy original en la que me rogaba
fuese anulado el ascenso que por entonces le había concedido, pues no se
consideraba merecedor de él. En cambio, decía, había solicitado que le fuera
concedida la Laureada de Madrid, la más alta condecoración de la República,
por las operaciones de Pozoblanco. En nuestro campo, tal laureada sustituía a
la Laureada de San Fernando...
No había contestado a la carta de Pérez
Salas, entre otras cosas, porque yo no tenía facultad para conceder ni anular
los ascensos, lo que sin duda no ignoraba mi compañero. Pero en la declaración
que hice sobre la concesión de la Laureada a Pérez Salas, como testigo que había
sido de su actuación en Pozoblanco en
mi cargo de jefe de operaciones del Ejército del Sur - declaración que fue
unida a otras, en el expediente abierto por el consejo de la orden, con la cual
yo nada tenía que ver - había elogiado su conducta y expuesto mi opinión
francamente favorable a que le fuera concedida tan importante recompensa.
Precisamente, para hablarme de eso venía Pérez Salas. Me dijo con acento de
timidez, que si había solicitado la condecoración era porque esa era la única
manera que veía para que “fuera condecorado Pozoblanco”, y, dando muchas
vueltas al asunto, añadió que, aunque comprendía que “por otras razones”
quizás yo no declarase favorablemente, estaba seguro
de que no lo haría en contra. Como respuesta, me limité a pedir a la Secretaría
una copia de mi informe y se la di a leer a Pérez Salas. Vi reflejarse la emoción
que le causaba la lectura. Terminada esta, me tendió la copia diciéndome
simplemente
- Gracias
- Como verás, no eres muy justo al estimar
“las razones” que tenemos los comunistas para proceder rectamente.
Este es el único testimonio que se conoce,
hasta ahora, de que fuese intención suya se le concediese a “su Pozoblanco”
la Laureada de Madrid. Por estas fechas del mes de mayo, visitó en Barcelona a
Negrin y a don Manuel Azaña. La visita al primero la relata A. Cordón:
Negrin me había indicado que invitase a Pérez Salas en su nombre a
comer con él. Cumplí el encargo, y pedí a Pérez Salas que para ir a comer
con el presidente se pusiera las insignias. Me prometió hacerlo.
Yo debía acompañarlo en la comida con el
presidente y, quedamos en que viniera a buscarme el día y la hora que debíamos
de ir. Cuando llegó, a la hora exacta, miré primero sus bocamangas y después
a él con reproche. Se disculpó:
-Perdóname. Es algo superior a mis fuerzas.
Y
se presentó a Negrin sin barras que debía llevar.
La entrevista con Azaña, a la que le seguiría
dos días más tarde la que le hizo también su hermano Jesús, la relata Suero
Roca recogida de la obra Guerra en España:
Uno de aquellos días había visitado a Azaña, que sentía por él
amistad y consideración, y a petición suya le expuso su punto de vista sobre
la situación: para ganar la guerra era preciso cambiar radicalmente la política
militar, reorganizando el Ejército y suprimiendo las atribuciones del
comisariado, cuyo control sobre los mandos creaba la desconfianza de la tropa
hacia éstos y les impedía ejercer debidamente su misión; las grandes unidades
tenían que ser mandadas por jefes profesionales, que debían seleccionar a los
demás mandos teniendo presente exclusivamente su capacidad militar. Había que
reducir el número de unidades a fin de ahorrar mandos y de que las plantillas
estuvieran completas, cosa que hasta ahora nunca había sucedido. Esta era su
opinión, compartida por Jesús y Guarner, y sin duda por muchos otros, y también
por el propio Azaña, que nada podía hacer para ponerla en practica.
El 15 de mayo, cuando distraía sus ocios en
Barcelona, recibió un despacho del E.M.C. en el que se le comunicaba su
nombramiento para jefe del Ejército de Andalucía en sustitución del coronel
Casado, que había pasado a mandar el del Centro. Grande fue su sorpresa –
relata su hermano Jesús – por la forma anómala de nombrarlo sin consultarlo
previamente con el interesado. Pero teniendo en cuenta lo que le había sucedido
anteriormente en el Ejército de Extremadura y en el Pirineo, y el seguro
enfrentamiento que tendría con los comunistas al prohibirles todo tipo de
proselitismo en el Ejército, no aceptó y presentó la renuncia por escrito al
Ministerio de Defensa. En el documento, que leyó a su hermano Jesús, amparándose
en el socorrido pretexto de su estado de salud, explicaba con toda crudeza, el
por qué de su decisión. No se le ocultaba la gravedad de lo que decía; pero,
como siempre, estaba resuelto a afrontar todas las consecuencias de sus actos. Según él, era imposible ejercer ningún mando en las condiciones
predominantes en el Ejército. La
primera impresión que produjo el documento en las altas esferas fue de asombro,
por el atrevimiento que significaba, y como consecuencia hubo intentos de
proceder contra él. Pero recapacitaron, y se dio por no recibido.
De esta forma, el Ministerio se consideró por no enterado y no se tomaron
medidas contra él.
También
en la obra de Carlos Rojas, La guerra Civil vista por los exiliados, se
da a conocer la valía militar de don Joaquín, cuando fue propuesto como Jefe
del Estado Mayor Central: En su informe, redactado por el coronel Vicente
Guarner y presentado por el Comité Central de la FAI al Gobierno el 20 de
agosto de 1938, pídese la sustitución de Rojo, en la jefatura del Estado Mayor
Central, por Joaquín Pérez Salas. Desde luego, dicha sustitución no se
produjo debido al apoyo que los consejeros soviéticos tuvieron con Miaja y
Vicente Rojo, pese a que con anterioridad a la guerra, ambos perteneciesen a la
UME.
No
obstante, haber renunciado al mando del Ejército de Andalucía, en el momento
en que surgieron problemas graves en ese frente, no dudó en acudir en su
auxilio voluntariamente. Cuando a mediados de agosto de 1938, don Joaquín
vuelve a Pozoblanco ya había sucedido, a finales de julio, el desastre del
cierre de la bolsa de la Serena y destituido Burillo por su ineptitud. El motivo
de su llegada fue a consecuencia de un nuevo ataque nacionalista, que comienza
el 9 de agosto, y conocido como la ofensiva del recodo del Zújar. En palabras
de su hermano Jesús:
Ante la amenaza que la ofensiva facciosa
originaba, temiéndose la pérdida de Almadén, mi hermano, olvidando pasadas
ofensa, solicitó y obtuvo el mando del VIII CDE, que él había creado.
Semejante actitud de quien había mandado aquel ejército, prestándose a mandar
él mismo unidades inferiores, en los momentos difíciles, prueba el alto espíritu
que le animaba y el cariño que sentía por aquel sector del frente.
El
18 de agosto se produce la contraofensiva republicana con el apoyo de don Joaquín,
y volviéndose a recuperar en pocos días casi todo el terreno perdido. El
coronel Prada, nuevo jefe del Ejército de Extremadura, ordena a Pérez Salas
uno de sus “viejos sueños”, la conquista de la ciudad de Córdoba, pero
como en ocasiones anteriores, no pudo conseguirlo. El 19 de octubre cesa en el
mando el coronel Prada, y Pérez Salas se hace cargo del mismo de forma
accidental. Siguiendo con la obra de su hermano Jesús: En sustitución
de Burillo se nombró al coronel Prada, quien a su vez fue relevado por el
general Escobar. Es muy probable que mi hermano hubiera aceptado ese mando a
pesar de todo; pero tuvieron buen
cuidado de no ofrecérselo, precisamente porque era el sitio donde podía ser
mas útil. Para
terminar, tal vez, influido por su amor fraternal y a consecuencia de la muerte
de su hermano, con estas excesivas e injustas palabras: Un fascista
colocado en los puestos de dirección de nuestra guerra, no hubiese hecho tanto
daño como el que hicieron aquellos comunistas disfrazados de republicanos. El
23 de octubre, con el nombramiento del general Escobar como nuevo jefe del Ejército
de Extremadura, don Joaquín, deja para siempre las tierras de la comarca de los
Pedroches.
Después de su marcha del frente de
Extremadura, se sabe muy poco de su vida. Entre las pocas referencias conocidas,
una de ellas la escribe su hermano Jesús: Tan
pronto como quedó contenido el ataque y fueron consolidadas las líneas, volvió
mi hermano al ostracismo, del que no salió en el resto de la guerra, hasta que
en los últimos días fue nombrado jefe de la base naval de Cartagena. Desde luego, ninguno de los dos hermanos Pérez
Salas, Joaquín ni Jesús, intervinieron en la batalla del Ebro. Con la derrota
y el desgaste sufridos en esta batalla, las puertas de Cataluña quedaban
abiertas al Ejército Nacionalista y fue entonces, entre el 5 de enero y el 4 de
febrero, cuando se llevó a cabo la tan esperada ofensiva hacia Badajoz, con
objeto de cortar la zona nacionalista. Diseñado por Vicente Rojo con el nombre
de “Plan P”, la llamada “Ofensiva de Extremadura”, llegaba tardíamente
y se realizaba ahora de forma urgente para aliviar la situación que se preveía
crítica sobre Cataluña. Comenzaba en tierras cordobesas la última gran
batalla de la República, conocida por distintos autores como la batalla de Peñarroya
o de Valsequillo y que no conseguiría detener el avance nacionalista hacía
Cataluña. Se desconoce si don Joaquín, que se encontraba en Valencia, solicitó
de alguna forma su incorporación en esta ofensiva en aquellas tierras que tanto
quería y conocía. Su hermano no cita en sus memorias este posible deseo de
incorporación. La ofensiva nacionalista prosiguió en Cataluña y Jesús Pérez
Salas, que se encontraba en aquel frente, tuvo que pasar a
Francia en el mes de enero donde pasó varios meses en un campo de
concentración, y desde allí a México exiliado hasta el final de su vida.
Mientras tanto, sus dos hermanos, Manuel y Joaquín, continuaban en Valencia sin
sospechar el trágico fin que les esperaba.
En la noche del 5 al 6 de marzo de 1939,
cuando la guerra ya estaba totalmente perdida, el coronel Casado protagonizó en
Madrid un golpe de estado, apoyado por la facción socialista de Besteiro y por
los anarquistas, a través de uno de sus principales líderes, Cipriano Mera. Se
desconoce, hasta ahora, si don Joaquín formó parte de los conjurados en la
iniciación del golpe de Estado. Lo que sí se sabe, es que los dos hermanos,
Manuel y Joaquín, - Jesús se encontraba en Francia – apoyaron a los
golpistas, teniendo en cuenta además su carácter anticomunista. En su obra Guerra
en España, Jesús,
cita de forma indirecta este apoyo a la Junta de Defensa por parte de sus
hermanos y negando a la vez, que la apoyasen por complacer a Casado y a los
anarquistas, según creía Vicente Rojo:
Rojo, midiendo la moral política de los
militares profesionales por la suya, cree que hombres de la historia de mis
hermanos Manuel y Joaquín, de Menéndez jefe del Ejército de Levante, de
Escobar jefe del Ejército d Extremadura, de Moriones jefe del de Andalucía, de
Menoyos, de Jiménez Canito y de tantos otros, iban a sumarse al movimiento,
solamente por complacer a Casado y por favorecer a los anarquistas. ¿Cómo es
posible llegar a decir tanto disparate?. Por lo demás nadie excepto los
colaboradores de Rojo en la injusticia, pueden tomar en serio esta estupidez.
No
obstante, la opinión de Jesús hay que reconocer que tras rendirse a Casado el
12 de marzo el ultimo bastión comunista, el mismo día 14, la agrupación
Socialista Madrileña decreta la expulsión de Negrín y Álvarez del Vayo por
favorecer a los comunistas; el mismo Casado impone al Ejército de la República
una nueva promesa de fidelidad; anulará los ascensos y combinaciones militares
de Juan Negrín y desterrará la simbología marxista del aparato castrense:
estrellas rojas en el uniforme y el saludo con el puño cerrado. Y unido a todo
esto, el cese en el mando y orden de prisión - expedido en telegrama a todas
las poblaciones de dominio republicano - de todos los jefes y oficiales
comunistas del Ejército Republicano. Factores todos estos que debían de ser
del agrado de don Joaquín y de los que era ferviente partidario.
De la intervención de Pérez Salas en
aquella “guerra civil” dentro de la zona republicana solamente conozco una
referencia, en este caso, de Ricardo de la Cierva: La
agrupación de divisiones republicanas del teniente coronel Joaquín Pérez
Salas combina bien su progresión con el Cuerpo de Ejército de Cipriano Mera;
en la mañana del 10 de marzo estas tropas del Consejo de Defensa recuperan la
“Posición Jaca” y dejan a las brigadas comunistas entre dos fuegos. Parece dudosa la afirmación del historiador De la
Cierva, teniendo en cuenta que don Joaquín se encontraba el 8 o el 9 de marzo
en Cartagena donde la Junta le designó para ocupar la jefatura de la Base
Naval. Además de que en sus obras confunde a veces los nombres, de los hermanos
Pérez Salas, en las distintas fases de la guerra.
En las mismas fechas que sucede el golpe de
Casado se produce la sublevación de Cartagena. La rebelión se produce a
consecuencia del nombramiento del comunista Francisco Galán. Cuando en la noche
del 4 al 5 de marzo Galán asume el mando de la Base, se produce una sublevación
al grito de ¡por España y por la paz!, que rápidamente es desbordado adquiriendo un signo
claramente franquista al grito de ¡Viva Franco, arriba España!. En
el torbellino de las horas siguientes se enfrenta, dialécticamente y por las
armas, tres facciones: la progubernamental o negrinista de mayoría comunista;
los antinegrinistas pero republicanos que advierten con estupor el sesgo
franquista de una sublevación que ellos han desatado pero que no pueden
controlar. Y por último, los franquistas de viejo y nuevo cuño, partidarios
sin más de entregar la ciudad a Franco.
Durante todo el día 5, la ciudad estará en
poder de la facción franquista, que impone claramente su hegemonía: se
apoderan de la emisora de la flota republicana, lanzan mensajes de ayuda al
cuartel general de Franco. En sus manos están las baterías de costa, el
arsenal, Capitanía, Regimiento naval y Parque de Artillería. Si bien el
coronel de Artillería, Armentia, parece ser el jefe de los sublevados, sus
convenciones republicanas le desplazaran por el general de Infantería de Marina
retirado Rafael Barrionuevo, franquista. Al medio día, la flota, ante el cariz
que tomaba la sublevación y conminada a abandonar Cartagena bajo la amenaza de
los disparos de las baterías de costa en manos rebeldes, decide salir del
puerto y hacerse a la mar. Finalmente, la flota al mando del Almirante Buiza y
con él a bordo Francisco Galán, – que a duras penas logra salvar su vida –
consuma la deserción y decide internarse en el puerto de Bizerta, privando así
a la República de los últimos y vitales medios de evacuación.
En la tarde del día 5 se produce el
desenlace definitivo. La Brigada 205, al mando de Artemio Precioso, tanques de
Archena y fuerzas de aviación de San Javier se lanzan al asalto de la ciudad. A
lo largo del día 6 continúan los combates y los focos de resistencia rebelde
van cayendo uno a uno. Al finalizar el día, la ciudad ha sido recuperada para
el Gobierno. Pero, paradójicamente, el Gobierno que los mandó ya no existe. El
golpe de Casado ha triunfado en Madrid y Negrín se ha exiliado. Todavía el día
7 se producirá un hecho trágico no previsto por la flota franquista ante las
noticias que le llegan, se aproxima a Cartagena, pero desiste de un desembarco
ante el nuevo cariz progubernamental de la situación. Pero uno de los barcos,
que iba rezagado y con anticuados medios radiotelegráficos, el Castillo
de Olite, no se
percibió de la nueva situación, y cuando maniobraba en las proximidades del
puerto fue abatido por los disparos de la batería de costas La Paroja. Como
consecuencia de la explosión y del naufragio murieron más de un millar de sus
ocupantes y varios cientos de prisioneros.
La sublevación en la ciudad había terminado. El mismo día 7, Bernal,
jefe de la base de operaciones de Cartagena dirige al Sr. Consejero de Defensa
el siguiente telegrama: El movimiento de los sublevados de Cartagena,
ciudad y cercanías, a la hora de redactar este parte, ha terminado totalmente,
lográndose totalmente todos los objetivos y quedando por tanto terminado dicho
movimiento insurreccional. Al mismo tiempo, todas las fuerzas cumplimentan a V.E.
y demás miembros de ese Consejo de Defensa nacional.
La sublevación había sido aplastada, pero con un buen número de víctimas.
Según la obra de Santos Juliá, Víctimas de la guerra civil,
estas fueron las bajas por muerte:
En Cartagena hubo 16 muertos en acción de
guerra. Luis Romero aporta una relación nominal de 44 prisioneros fusilados y
25 cadáveres sin identificar entre los sublevados. El autor que con mayor
profundidad ha tratado esta cuestión es Manuel Martínez Pastor, que cifra en
61 los muertos por los sucesos de marzo en Cartagena ciudad. Aún hubo un número
significativo de bajas en la 206 Brigada gubernamental durante la operación de
recuperar el control de la plaza. Posteriormente, normalizada la situación en
la plaza en los días 8 y 9 bajo el mando del coronel Pérez Salas, hubo
represalias. A todos
los anteriormente citados habría que añadir los 1100 muertos por el
hundimiento del Castillo de Olite, aunque fuese por acción de guerra.
Cuando don Joaquín llega a Cartagena, el día
8 ó 9 de marzo, la sublevación ya ha sido aplastada y reducida la represión.
Siguiendo con el historiador Juan Martínez Leal en su obra El esfuerzo de
guerra de Cartagena, Base Naval de la República,
esta sería la
actuación de don Joaquín:
Lo que resta hasta el final de la guerra no es más que la espera de lo
inevitable. El coronel Joaquín Pérez Salas, en nombre del Consejo Nacional de
Defensa, asumió el mando y no permitió represalias por los sucesos relatados.
En la noche del 28 al 29 de marzo salieron a la calle los mismos que días atrás
habían sido vencidos, junto a supervivientes de la tragedia del Olite. Al
anochecer del día 29, mientras el petrolero Campillo salía del arsenal cargado
de republicanos hacia el exilio, tropas de la IV División Navarra tomaban
efectivamente la ciudad. La guerra había terminado.
Aunque algunos historiadores
han escrito que don Joaquín continuó
por algunos días con la represión, no parece ser cierto. Para Suero Roca: La
calma se había restablecido en la noche del 7 al 8. El coronel liberó a los
presos de la sublevación, cortó todo tipo de represalias y pacificó la
ciudad; nombró nuevas autoridades y no tuvo problemas con los comunistas. De la misma opinión es Palmiro Togliatti en su obra Escritos sobre
España cuando escribe: Pérez Salas pasó a ser efectivamente, unos días
más tarde, comandante de la Base; liberó a los rebeldes encarcelados y se
opuso a la evacuación de profugos republicanos por un barco inglés.
Más explícito es su hermano Jesús, en su
obra Guerra en España:
El nuevo jefe de la Base Naval ordenó la
resistencia a todo trance, alegando que Cartagena era el último baluarte de la
República y que no debía entregarse sin combatir. No lo consiguió a causa del
estado moral de las fuerzas y de su escaso número. En tales circunstancias
preparó Joaquín Pérez Salas, la partida de cuantos quisieran salir, en un
barco que al efecto se hallaba dispuesto. Iba éste mandado por uno de los
oficiales que se encontraban presos, a causa de sus simpatías fascistas.
El jefe de la Base se trasladó
al muelle para despedir a los que se marchaban y cuando todos creían que él
también partiría, expresó su decisión de quedarse, por creer que era su
deber hacerlo. Sabía demasiado lo que eso significaba, pues en diversas
ocasiones me lo había manifestado. No desconocía que los facciosos nunca le
perdonarían su actuación el 19 de julio y su contribución al sostenimiento de
la guerra, y aunque aquellos sentían respeto por él, no ignoraba el final que
le esperaba. Después de cuatro meses de prisión, fue sentenciado a muerte, y
fusilado el cuatro de agosto de 1939.
En su obra Memorias de un miliciano,
Emiliano Mascaraque,
relata la última conversación telefónica que tuvo con don Joaquín desde
Puertollano, a finales del mes de marzo, cuando los nacionalistas empezaban a
ocupar la comarca de Los Pedroches:
No obstante, pude desde la Comandancia,
ponerme en contacto telefónico con nuestro muy estimado don Joaquín, a la sazón
jefe de la Base Naval de Cartagena. En la conferencia que mantuvimos, tan
cordial como siempre, me preguntó por la situación en nuestro frente. Le
expliqué lo que podía colegir al participarle el lugar desde donde le hablaba,
con tan solo el cuartel general sin más control de fuerzas. Delante de nosotros
no debía quedar nadie organizado, por los síntomas que apreciábamos y las
referencias que nos llegaban.
-Hasta ahora – me dijo – tenía la
esperanza de volver por ahí para continuar la lucha hasta el final con el
triunfo de la legitimidad republicana; por lo que me dice, va a ser difícil ya.
Si usted cree necesario de marchar al extranjero, llegado el caso, ya sabe que
para usted como para cualquier otro amigo que venga con usted puede contar
conmigo.
Hasta el último momento, nos esperó un
barco que tenía disponible y que él no quiso utilizar. Parece que tuvo
intenciones de suicidarse y se lo impidieron los jefes y compañeros que le
acompañaban no dejándolo sólo ni un momento. Yo, al igual que otros amigos,
permanecimos hasta última hora con nuestro jefe inmediato, que confiaba
en nosotros, por lo que no tuvimos ocasión, por carecer de medios
propios, de llegar a Cartagena... ¡Cómo hubiera gozado con realizar mi deseo
de ir a saludarlo a Cartagena!. Por
supuesto que don Joaquín ayudó en cuanto pudo a sus subalternos
facilitándole su huida de España, entre ellos a Ildefonso Castro
comandante del Batallón Pozoblanco que al ir a embarcar se dirigió a él
diciendo: ¡Don Joaquín, usted tambien se vendrá con nosotros!, a
lo que le respondió: ¡No, yo me quedo aquí!. También, hay que reconocer que no les dio
facilidades a los dirigentes comunistas para exiliarse, – según la opinión
de Togliatti y otros – pero también es cierto que los jefes del PCE disponían
de más medios para huir, y que dejaron a la mayoría de sus mandos subalternos
en España sin posibilidad de escapar, desde luego, por culpa del golpe de
Casado.
Todavía en esas tardías fechas, prestó un
señalado servicio a su país. Desde Madrid, ya ocupado, el mando nacional
ordena al comandante militar republicano, Joaquín Pérez Salas, que custodie el
tesoro encerrado en el polvorín de la Algameca Grande, para lo cual tomó las
oportunas medidas que evitasen los saqueos de los últimos días. Mientras los
prisioneros del Castillo de Olite se preparan para el asalto de la Base Naval y
la ciudad de Murcia. El día 28 notificó a las autoridades que la guerra estaba
perdida, aconsejándoles que permanecieran en sus puestos para evitar desórdenes,
y el 29 se lanzaron otra vez a la calle los quintacolumnistas, sin hallar la
menor oposición. Ese mismo día don Joaquín fue detenido en su casa, donde se
le quitó un rifle que aún conservaba, y fue encarcelado en el castillo de San
Julián y después en el cuartel Jaime I en Murcia.
La personalidad de don Joaquín, la refleja
Mª Teresa Suero Roca:
Pérez Salas fue uno de los jefes más
destacados con que contó la República y de más acusada personalidad. Dotado
de extraordinarias cualidades de capacidad profesional y valor, entereza de carácter
y una gran rectitud, protegió a las familias
de militares detenidos o combatientes enemigos y asimismo a las monjas de
un convento de Pozoblanco, que sirvieron en su cuartel general. Detestaba al
Estado Mayor, la burocracia, los consejeros soviéticos y los comisarios, siendo
muy famosa su frase: “Ganaremos la guerra a pesar de los comisarios”. En
invierno usaba todavía la capa azul, abandonada por la mayoría de los
militares, y en ella conservaba, aun después de sus ascensos, la vieja estrella
de comandante; nunca ostentó las nuevas insignias de Ejército republicano, por
considerar que quienes debían cambiarlas eran los sublevados, no los que servían
a un Gobierno legal. Sumamente respetuoso con sus subordinados, gozaba del
aprecio y admiración de estos y de sus compañeros. Poseía una prodigiosa
memoria, y era muy rígido en lo que consideraba el cumplimiento del deber.
En
buena lógica, al terminar la guerra, las personas a quien don Joaquín protegió,
se prestaron a ayudarle y a avalarle, como escribe Mª Teresa Suero Roca: Sometido
a consejo de guerra, se le condenó a pena de muerte por el delito de rebelión
militar. Infinidad de personas de derechas a las que había protegido le
proporcionaron avales, pero los destruyó. Rechazó las proposiciones de
conmutación de pena y toda clase de ayuda, incluso la de su hermano Julio.
Por supuesto, desde Pozoblanco, también se le enviaron avales. Sin embargo, en
los archivos del pueblo no se conservan copias, cosa que es frecuente en otros
casos, lo que lleva a la conclusión de que no debieron de ser muchos, y así se
mantendrá mientras alguien demuestre lo contrario
Desde luego, el mejor
testimonio para aclarar la causa por la que “ayudó a las personas de
derechas”, nos lo da él mismo en su juicio. En la obra de su hermano Jesús,
titulada “Guerra en España (1936-1939)”, se hace referencia a un artículo
del ex-ministro republicano Augusto Barcia titulado “Pérez Salas”, donde se
recoge un fragmento de dicho juicio
“Dice
el fiscal que le acusa ante el consejo de guerra: Tengo que reconocer en
justicia, y en descargo del más alto responsable de los acusados, que fue en
ocasiones amparador de mucha gente de orden y que salvó más de una vida, de
las personas adictas a la causa de la España, una, libre, y redimida.
“Terminó
pidiendo la pena de muerte para Pérez Salas.
“Llegó
el momento procesal, en el que el presidente hizo la pregunta obligada, ¿Alguno
de los procesados tiene algo que manifestar?. “Si”, dice Pérez Salas.
”Hable el acusado”, agrega el presidente.
“Pérez Salas, de pie, erguido, con voz
clara y palabra firme, dijo:
He de rechazar, diría ofendido, si eso que
llamáis fiscal pudiera ofenderme, que yo fui defensor excepcional, en algunas
ocasiones, de mucha gente de orden y que salve más de una vida de personas
adictas a vuestra causa. Esto, por ser falso, dicho así, y ser injurioso, tal y
como lo expuso ese fiscal, no puedo consentirlo en silencio, Yo no defendí a
nadie. Fue la Ley de la República, igual para todos, y que a nadie perseguía
por sus ideas. La observé, la cumplí estrictamente, y si fuerzas conservadoras
se salvaron al amparo de la Ley, que se lo agradezcan a la República. Yo me
limité a obedecerla”.
Don Joaquín, de esta forma, ante aquel
tribunal que lo condenó - y que según algunos autores insultó- hizo de su
ayuda a los familiares de los “fascistas” una profesión de fe y de lealtad
a la causa republicana
No se conoce el texto completo del juicio de don Joaquín, pero difícilmente
podía conmutársele la pena de muerte. El historiador inglés Michael Alpert,
en su obra El ejército republicano en la guerra civil,
analiza los motivos por los que fue condenado a muerte, a pesar de haber
protegido a muchas personas de derechas, y escribe que estaba considerado como
“indeseable” entre los nacionalistas. Sin embargo, no cita en su obra que
rechazó todos los avales incluso la ayuda de su hermano Julio, a quien
ni siquiera permitió que lo
visitase en la prisión. Estos hechos nos confirman que don Joaquín no quería vivir. Según la
opinión de algunas personas - sin que se pueda confirmar su certeza -, decía
que “el destino de un militar
como él, que había perdido la guerra, solamente se solucionaba con la muerte
por fusilamiento”. Y
posiblemente tuviesen razón. Una persona que se sublevó dos veces contra la
dictadura de Primo de Rivera, enemigo del régimen monárquico, ferviente demócrata
y republicano, que además no quiso exiliarse, ¿cómo iba a poder vivir en la
dictadura franquista, que acabó con todas las libertades y los ideales en las
que él creía?.
Y finalmente así sucedió, en el cementerio
de Murcia, en palabras de Mª Teresa Suero Roca: En
la madrugada del 4 de agosto se cumpliría la fatídica sentencia: Pérez Salas
se descalzó para morir pisando tierra española y se negó a que le vendaran
los ojos. Sus
últimas palabras fueron: ¡Viva la República!. De esta forma moriría este hombre ejemplar, demócrata
y republicano, que tanto quiso a nuestra tierra.
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