Los ex hombres del Presidente

Por Mariana Hernández
mariannehz@mac.com

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Martes 13 de agosto de 2002

Recomiendo a los lectores regresar de tanto en tanto a este texto, pues está siendo renovado a medida que se van produciendo nuevos datos y nuevos razonamientos.

Tulio Álvarez, Francisco Arias Cárdenas, Alejandro Armas, Napoleón Bravo, Gustavo Cisneros, Isa Dobles, Hermann Escarrá, José Luis Farías, Hiram Gaviria, Pablo Medina, Luis Miquilena, Jorge Olavarría, Miguel Henrique Otero, Alfredo Peña, Carmen Ramia, Isaac y Vicente Pérez Recao, Manuel Rosendo, Jesús Urdaneta Hernández, Ángela Zago. La lista es larga. ¿Qué pasó con esa gente? Porque aún no se ha secado la tinta de sus soflamas chavistas y ahora andan con el mismo enardecimiento contra el “Proceso”. ¿Por qué Hugo Chávez provoca esos cambiazos tan fastuosos y al mismo tiempo monótonos? Gente que parecía quererse dejar matar por él ahora anda buscando verle el hueso.

Lo cierto es que uno no puede ser chavista hasta el punto de celebrarle a Chávez su irresponsable sentido de la amistad. Hasta ayer nomás Miquilena era su “padre”... Ángela Zago le dedicó un libro de ditirambos desmedidos titulado nada menos que La rebelión de los ángeles. Pero ninguno de esos amigotes abandonó sus procederes pringosos. Cuando Miquilena era atacado por Francisco Arias Cárdenas lo llamaba “lechero” porque una vez repartió leche cuando Rafael Caldera. Cuando le hablaban de Sociedad Civil preguntaba insolente y retrechero: “¿Con qué se come eso?”. Habló de excremento para referirse a la oposición, excremento en donde una señorona en un restaurante lujoso le dio la bienvenida, según chisme que llegó a mi monitor. Alfredo Peña daba vergüenza ajena defendiendo el gobierno de Chávez, repulsivamente vociferante igual que ahora. En su fase chavista Jorge Olavarría conminaba a Chávez a ser tan autoritario como luego lo acusó de ser, a pesar de que Chávez no se le convirtió en autoritario. Otero dirige un periódico, El Nacional, que en sus tiempos chavistas lo era tan encarnizadamente que los socarrones lo llamaban Granma. Era igual de rabioso que ahora, pero chavista. Mañana será quién sabe qué, hasta chavista otra vez, porque la política es así de moralmente inestable.

Uno entiende que alguien se decepcione de alguien, hasta de Chávez... Está bien, ya no les gusta el tipo por lo que sea. Por radical, porque tiene una verruga, porque no es político, porque canta mal, porque deja robar a unos sí y a otros también. Pero de ahí a desestructurar una vida entera de izquierda, como Miquilena, como Bandera Roja, como Pedro León Zapata, para pasarse con todas sus maletas a una conspiración de ultraderecha, vamos, hay varias galaxias de por medio. Douglas Bravo ha tenido al menos la decencia de decir que Carmona y Chávez son la misma cosa, pero no se ha puesto a la orden de Otto Reich para lo que guste mandar. Y ahí es donde me pregunto si esa gente fue realmente de izquierda alguna vez.

Claro, no debieran sorprenderme esos saltos ornamentales para nada. Total este es el país de Rómulo Betancourt, que se pasó para la CIA sin aguantar dos pedidas con tal de volver al poder. El país de Emeterio Gómez, el neoliberal más fumado que se conoce, al menos en el Sistema Solar. El país de Pedro León Zapata, que ha dedicado los últimos años de su vida a desmentir el resto de ella, igual que Miquilena. Tanto nadar para venir a ahogarse en la orilla. No tienen continencia ideológica y vuelvo a mi sospecha de que nunca fueron realmente de izquierda igual que ahora tampoco son nada.

Es más, forma parte de cierta cultura política venezolana de la viveza y la vileza, de la cotidianidad de que el inefable Carmelo Lauría llame a Tobías Carrero (¿o fue al revés?, who cares?, ¿qué, importa?) para que presionen e impresionen con un “toque” a una magistrada del Tribunal Supremo. Es la picaresca hispánica anidada entre algunos para mal de todos. Lo más indignante de todo esto es que nadie se indigna. A todo el mundo le parece de lo más normal que Miquilena presione a magistrados y jueces. Como dijo Francisco Herrera Luque: “Todo el mundo tiene derecho a meter su pichica [recipiente] en El [río] Guaire. Lo que se discute es la cantidad”. Lo que más duele es que muchos chavistas se indignan sólo porque Miquilena ahora está del otro lado y no les indignaba que hiciera esas mugres cuando estaba al lado de Chávez, como cambiar las listas de electores hasta última hora, lo que precipitó el desastre del 28, el 28... Para no hablar de Micabú y otros negociados antihigiénicos con Tobías Carrero, el financista de la campaña de Chávez.

Quisiera una vez más, como millones de venezolanos, que Chávez me oyera. Me dirijo a él o a algún íntimo suyo (que no esté pensando voltearlo también, por supuesto), que le pueda comunicar estas cosas. De todos modos tal vez no haga falta que me oiga, total él mismo reconoció ha unas semanas en su ¡Aló, Presidente!, que no tiene tino para escoger amigos. No sé si en el famoso librito Cómo ganar amigos y conservarlos hay algún consejo sobre el modo de elegirlos. Pero en alguna parte debe haberlo. Algún confesor, algún confidente, su esposa, su hija, yo qué sé.

La política, presidente Chávez, o amigo íntimo de Chávez, es difícil, aparatosa, llena de enemigos actuales y potenciales de toda clase. Léase Las 48 leyes del poder, de Robert Greene. Por ahí anda en español desde hace tiempo. Lo sé por el modo como ha vivido mi familia metida en eso desde hace siglos, en vaivenes bien lejanos de la santidad. Eso habla bien de Chávez, que es ingenuo como un novato, sin malicia como un principiante. Pero eso es peligrosísimo en política. ¿Cómo no iba a darse cuenta de la protervia de Miquilena luego del escándalo de Micabú? ¿Cómo no lo percibió en las reuniones confidenciales en donde Miquilena tiene que haber ventilado a las claras sus desaseos morales? ¿Por qué lo dejó ir tan lejos? ¿Por qué no lo largó a tiempo como a Olavarría? (Perdón, Olavarría fue al revés, como desde el principio Chávez no le dio la preeminencia que sí le dio a Miquilena, fue Olavarría el que largó a Chávez en cosa de horas).

¿Cómo no se dio cuenta de cómo era Peña? ¿Cómo no percibió a los Pérez Recao? ¿Nadie le contaba los malos manejos de Rosendo? ¿De la Zago y de su marido?

Porque, ¡vamos!, una cosa es ser inocente y otra... ¿Cómo llamarlo? Estas no son tonterías: el futuro de un país depende de cómo Chávez seleccione a sus futuros enemigos, que están a su alrededor en este momento, compañero Presidente. Chávez pidió una vez que lo llamáramos “Chávez Ojo Pelao”. Pero como que no podemos llamarlo así. Seguirá siendo inocente hasta que demuestre lo contrario.


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