¿Cuánto cuesta ser como Mingo?

Por Mariana Hernández
mariannehz@hotmail.com

Martes 10 de junio de 2003
Recomiendo a los lectores regresar de tanto en tanto a este texto, pues está siendo renovado a medida que se van produciendo nuevos datos y nuevos razonamientos.

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¡Tenemos que buscar un poco de muertos, coño!

José Domingo “Mingo” Blanco
en conversación telefónica con su señora madre, 5 de junio de 2003

Para oír o bajar el audio de la conversación de Mingo con su madre haga clic aquí


Mingo
Normalmente uno imagina que los malvados tienen una motivación: dinero, poder, placeres, etc., que al menos explique, aunque no justifique, su conducta. Hay algún estímulo para sus acciones, algo van a ganar con ellas. Y mientras más alto el aliciente, pues peor la acción que están dispuestos a emprender.

Porque para hacer el mal se necesita un motivo, a menos que entonces sí exista el mal por el mal, así como el arte por el arte. Uno presume que Mingo debe estar ganando algo con esas actitudes en que se muestra dispuesto a buscar “¡un poco de muertos, coño!”. Porque si no, entonces lo hace de malvado puro.

¿Cómo se llega hasta ese punto en que se habla de muertos con la misma impavidez con que se habla de exterminar chiripas? A uno le decían, y no lo creía, que hay reuniones de conspiración de la oposición en que se cuentan los muertos de modo parecido: se habla de miles de muertos como se habla de costos en dinero o en horas. De aquí a Valencia son x horas por tierra. Ese pastel necesita 400 gramos de harina. Tumbar a Chávez puede costar unos diez mil muertos. Costos. Menores. Si fuera dinero les dolería más seguramente, porque entonces estaríamos hablando de palabras mayores, no de piches seres humanos.

Más o menos lo mismo que cuando César Miguel Rondón manipuló al público inventando un damnificado tapiado durante los deslaves de Vargas en diciembre de 1999. Trataba de balbucir respuestas a las objeciones obvias: ¿cómo tenía señal si estaba tapiado bajo masas de concreto en un sótano? ¿Cómo le duraba tantos días la batería del móvil celular? Seguramente se preguntó, en su cálculo diabólico, cuántos muertos harían falta para aumentar la audiencia de su programa y entonces inventó a este damnificado (por cierto chofer de Nelson Rivera, como se descubrió más tarde, el secuaz de Miguel Henrique Otero), lo que implicaba, en aquellas horas dramáticas, desviar cuadrillas de salvamento para nada. O sí, para aumentar la audiencia, que bien vale unos cuantos muertos, como los que seguramente dejaron de salvarse por esa falsa maniobra. ¿Qué importa? ¿Eran gentes? Para Rondón no. Tampoco lo son para Mingo, ¿apostamos? Eran cosas, cifras, cantidades. Y en este caso indeterminables. Igual da matar gente para aumentar la audiencia que para salir de Chávez, cuestión de escala y de escalar posiciones.

A Mingo no le importa cuántos agentes hubieran muerto si Henry Vivas, entonces director de la Policía Metropolitana, hubiese intentado rescatarla, en ese momento intervenida por el ejército.

Siempre he concebido la ética como un límite que se pone uno en los medios para alcanzar sus aspiraciones. Quiero un cargo, un automóvil, los favores de algún galán, y entonces lo procuro, pero ahí está el punto: ¿estoy en disposición de matar por ello? ¿Estoy en disposición de robar? ¿Estoy en disposición de traicionar a mi mejor amiga? ¿Estoy en disposición de ofender a Dios? ¿De violar principios? ¿De poner en peligro la seguridad de terceros para obtener la guinda de la torta? ¿Arruinar la vida de alguien para pasar una noche, o varias, con un galán? Tiene que haber un punto en donde uno detenga su ambición y diga: “No, a ese precio no”. Ésa es la ética.

Mingo no. Con tal de que Chávez caiga está dispuesto a “¡buscar un poco de muertos, coño!”. ¿Dónde aprendió a ser así? Parece que no fue con su madre, una señora antichavista que en todo momento exhibe una actitud comedida y hasta da buenos consejos de ética profesional a su hijo. ¿Cuánto está ganando Mingo para estar dispuesto a tanto? ¿Cuánto dinero se necesita para financiar semejante atrocidad? ¿Tanto gana para tanto?


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