Velos que velan realidades

¿Por qué el velo islámico amenaza y el de las monjas católicas no?

Mariana Hernández
marianahz@gmail.com

Domingo 21 de octubre de 2007
Recomiendo a los lectores regresar de tanto en tanto a este texto, pues está siendo renovado a medida que se van produciendo nuevos datos y nuevos razonamientos.

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En tiempos de confrontaciones los signos se pueden volver motivo de hostilidades capaces de conducir a la violencia. Una bandera, una consigna, el fez turco cuando Mustafá Kemal lo prohibió en 1925 como signo de feudalismo, etc.

Desde hace años en Europa se discute con vehemencia si es correcto que las niñas musulmanas entren veladas a la escuela. Se adopta el esquema europeísimo de la discusión bizantina sobre la exhibición de signos religiosos exteriores, crucifijos, estrellas de David, velos islámicos. Pretextos para estorbar el velo de las musulmanas, dictando de paso lecciones de intolerancia a los niños cristianos. Hay algún escolástico que alega en favor de las religiosas cristianas que el velo monjil corresponde a una profesión y no a un modelo para todas las mujeres. Según esto se trata de una especialización, como la bata del médico y la médica, o algo así. Pero es un signo religioso, no simplemente profesional, porque la profesión médica no es religiosa, sino seglar –aunque la palabra profesión se refiera a un remoto régimen religioso, en que cada profesión profesaba, precisamente, tal como hacen aún los religiosos y religiosas.

¿Qué significa el velo? Muchas cosas, pero una de ellas es patente. El cuerpo femenino es tabú en las culturas de origen judeocristiano. El velo monjil no es más que un rastro del velo tradicional del Medio Oriente, portado por judías primero, por cristianas después y finalmente por las musulmanas, que son prácticamente las únicas que lo conservan. Las cristianas usan velo de vez en cuando incluso más como coquetería que como pudor. Las judías lo abandonaron hace tiempos inmemoriales aunque algunas ortodoxas casadas lo llevan como signo de su compromiso y de respeto por su esposo. Las cristianas lo conservaron primero entre las religiosas y luego en el templo, donde era obligatorio llevar un velo o mantilla.


Tapada limeña según Pancho Fierro.
En América hay las llamadas “chinas poblanas” en México y en el Perú hubo las “tapadas”, cubiertas de la cabeza a los pies, salvo cara y manos, como las monjas y hasta más porque sólo dejaban ver un ojo. Curiosamente la Iglesia se opuso a esta costumbre, que duró tres siglos en Lima. Se dice, sin pruebas, que es una influencia musulmana, pero aquello comenzó en Lima en 1560, cuando ya había avanzado el dominio español. Si es de influencia musulmana, como tantas otras cosas, ¿por qué no surgió desde el comienzo? ¿Cómo pudo ser musulmán algo si la Iglesia de la Contrarreforma tenía tanto celo para cuidar la recta doctrina? Lo cierto es que el velo permitía ciertas picardías y libertades a sus portadoras, amén de coquetería. El uso llegó hasta 1860, cuando se extinguió a favor de las modas francesas. Esto nos muestra que el velo no es siempre respuesta al tabú del cuerpo femenino.

El caso de la china poblana es más complejo, porque se supone que fue una esclava hindú vendida en México y que siguió usando su sarí y su manto, dando origen al rebozo de las chinas poblanas, según la leyenda. Esta mujer, llamada Mirra y luego Catarina de San Juan, se hizo monja cuando la manumitieron.

Suponen algunos que la cabellera de la mujer es el modo en que el vello púbico se vuelve público y por eso hay que cubrirlo, porque según eso el cuerpo femenino conduce al desorden social si no se lo mantiene a raya a punta de velo y encierro, pues la calle es espacio masculino, “mujer, métete pa dentro”, dice la copla popular, “porque de noche no sale la mujer de fundamento”, etc. Mujer de su casa se opone a “mujer de la calle”, sinónimo de prostituta. No es lo mismo decir “hombre público” que “mujer pública”, etc. No sé, en todo caso el velo simboliza pudor. Niega la identidad en algunos países, como la burqa afgana, que tapa todo, o el velo de la cara en algunos países islámicos, para no hablar de las tapadas limeñas. No se sabe quién es la que lo porta, sólo se sabe que es mujer y sólo tiene identidad para su amo y marido y demás allegados. En Irán usan chador, que deja ver la cara, y no se dan la mano hombres y mujeres salvo, supongo, marido y mujer. Los médicos no pueden ver el cuerpo de las musulmanas, al menos de las que no se han laicizado.

Las aristócratas chinas usaban zapatos que les reducían el pie para obligarlas a caminar acompañadas de una sirvienta. Era signo de aristocracia, pero también era una opresión, como los tacones de las occidentales, signo de poder pero también de opresión y hasta de holocausto de la salud. Como el velo, el tacón es un signo ambiguo.

Se dan las explicaciones más retorcidas para justificar el rechazo del velo islámico y no el de las monjas cristianas, que las hay protestantes y ortodoxas griegas y rusas. Las monjas budistas visten trajes de colores vivos que una monja cristiana no osaría portar, y van descalzas y rapadas.

Las monjas descalzas católicas viven bajo estricta clausura y sólo se habla de las “carmelitas descalzas”, cuya “descalcez” se limita al uso de sandalias. Sólo algunas se toman en serio lo de la pata pelada, tanto como cilicio, disciplina y demás tradiciones que vienen de tiempos remotos y tal vez legendarios. En la India las monjas católicas van descalzas como tanta gente hindú.

En Occidente desde los años 20 las mujeres han terminado por destaparse más que los hombres, en ruptura con la tradición milenaria de pudor femenino. Minifalda, sandalias, escotes, blusas y faldas transparentes, cabellera al viento, bikinis, hilo dental, tangas, etc. Esa impudicia nos hace mirar con recelo y hasta terror a las musulmanas tapadas de pies a cabeza, incluyendo el rostro. ¿Irán a poner una bomba por orden de Osama bin Laden? Algunas occidentales, cristianas o no, incluso se sienten amenazadas de que les puedan imponer velo y si van a ciertos países tienen que ponérselo. Oriana Fallaci desafió al ayatolá Jomeini quitándose delante del clérigo el chador que le impusieron para la entrevista. Jomeini la dejó hacer, total ella no era musulmana…

¿Qué hacer con el velo? La liberación femenina occidental exige la liberación del velo islámico y en general de cualquier velo y hasta de cualquier distinción entre sexos. Algunas feministas abandonan tacones y hasta falda y maquillaje. Se visten de hombre. ¿Les quitamos a fuer de feministas el velo también a las monjas?

A ver: quitarse o no el velo forma parte de la dinámica simbólica de cada cultura. Las católicas dejamos de usar velo en los templos, pero fue la Iglesia misma la que autorizó ese abandono y lo aceptamos por mayoría. No lo impusieron a las católicas los protestantes ni los shintoístas ni los budistas ni los ateos. Fuimos las católicas quienes decidimos eso. Desde el Concilio Vaticano II muchos curas y monjas se visten con ropa seglar porque quieren borrar las fronteras entre laicos y consagrados a Dios. Así ocurrirá, si ocurre algún día, con las chicas musulmanas. Serán ellas y no las invasiones imperiales las que abolirán el velo, que algunas seguirán usando, como aún hay una que otra viejita laica que se pone velo o mantilla para entrar en la iglesia. La mantilla, por cierto, se volvió instrumento de coquetería… El pudor forma parte de la coquetería femenina. Remedios, la bella, volvía locos a los hombres más allá de la muerte tapándose y destapándose el rostro, inocentemente, porque nunca fue coqueta. Su coquetería fue precisamente su falta de coquetería.

Es más, las imposiciones no hacen sino exacerbar ciertas costumbres que se pretende abolir. Las musulmanas habían abandonado el velo en Irán, en Iraq, en Europa, en Venezuela. Habían hasta relajado y abandonado su religión. Pero ahora uno las ve reafirmando a punta de velo su cultura negada, oprimida, injuriada, ofendida. Los judíos también exacerban sus signos externos, por fundamentalismo, por fe, o por las dos cosas. Todos menos los cristianos, porque los cristianos reafirmamos nuestra identidad a cañonazos y bombazos, Dios nos perdone. Lo hacemos en nombre de Dios, Quien habla personalmente con George Bush… A semejante locura conduce la fe cuando se descarrila y se pone donde no le corresponde. Seguimos cañoneando musulmanes como cuando las Cruzadas, Dios nos perdone y nos ilumine.

Si las religiosas abandonamos o no el velo, será suceso interno del sistema eclesiástico que lo rige. Sí, sorpresa, soy religiosa. Ya algunas religiosas lo han abandonado. Otras lo mantenemos como modo de proclamar nuestra condición de consagradas a Dios y hasta de predicar entre las jóvenes a la pesca de nuevas vocaciones, cada vez más escasas. Aunque esas vocaciones, mire usted qué cosa, no disminuyen en la misma proporción en los conventos más estrictos. De modo que el velo es parte de la catequesis y de la pesca de almas para Dios. Muchas jóvenes buscan precisamente esa ortodoxia que algunas propensiones liberales habían mitigado.

Me siento de lo más bien bajo el velo, lo percibo como una segunda naturaleza, como parte de mí y me inquietaría mucho que me lo quitasen. Por eso puedo imaginar la indignación de la musulmana a quien obligan a quitárselo. No lo siento como estigma sexual, aunque ése sea su origen remoto por allá en Galilea y otros parajes. No el único origen, por cierto, porque es ambiguo, la novia occidental se vela el rostro en la ceremonia nupcial para prometer una desnudez ulterior, así no sea virgen. Igual hace la joven soltera musulmana. Es el juego de taparse para destaparse, que no ocurre en las religiosas, que nos tapamos para no destaparnos más nunca.

No me siento oprimida por el velo, ni como mujer ni como nada. Hice voto de obediencia porque quise, de modo que en mí la obediencia no es opresión. Es una marca de sexo, ciertamente, pues los curas no llevan velo, salvo algunos monjes y algunos tocados litúrgicos casi nunca permanentes. O como la kipá de los judíos, hermana del solideo católico. Me sentiría mal sin velo, pero no porque me pueda sentir desnuda, porque en mi experiencia el velo no tiene dimensión pudorosa, al menos no lo siento así. Es más bien un uniforme que me identifica como religiosa, como el uniforme de los militares, de los futbolistas, de los policías y demás, pero además con una connotación religiosa que me agrada proclamar, aun dentro de la clausura, en medio de las demás monjas, que también llevan velo y todo lo demás que llevamos. Algunas religiosas llevan velo por la cara también, para negarse al mundo, para estar a solas con Dios. ¿Están oprimidas? No. Ellas escogieron su vida.

Mi velo precisamente me conduce a reconocer el derecho que tienen otras religiones de expresarse como a bien tengan, con velo o sin velo, rapadas o con el moño suelto, descalzas o calzadas. Todos son modos de acceder a Dios. Incluso los ateos, que acceden a Dios negándolo, que es otro cuento que demuestra una vez más que Dios está en todas partes, incluso entre los ateos.


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