Salud, Fuerza, UNIÓN

Según Robert Macoy y otros autores que han escrito sobre la Masonería, ésta es “… una Orden Moral instituida por hombres virtuosos con el loable deseo de recordarnos las más sublimes verdades, en medio de los más inocentes y aceptables placeres, cuyos fundamentos son libertad, fraternidad, amor y caridad. Es un bello sistema de moral oculto en alegorías e ilustrado con símbolos. Su centro (punto del cual los rayos se expanden y señalan a los discípulos el conocimiento del Gran Arquitecto del Universo y las leyes que El ha ordenado para su gobierno), es la verdad”.

La historia de Colombia se ha caracterizado por una continua lucha por territorio: Los primeros pobladores, sometidos a las inclemencias de la naturaleza, nunca pudieron alcanzar los índices de población suficientes para crear una identidad de nación. Así, cuando llegaron los conquistadores, los indígenas fueron víctimas fáciles de la invasión. Como el número de los invasores no era suficiente para hacer de este vasto territorio una tierra civilizable, trajeron esclavos de África y se aseguraron de que no tuvieran ningún derecho sobre la tierra. Después, por la época en que la Masonería llegaba al Nuevo Continente, surgió el movimiento criollo que le arrebató el territorio a la Corona Española pero no generó identidad nacional: después de la guerra contra el invasor, las repúblicas fundadas por Bolívar permanecieron en pugna por la posesión del territorio.

Y de esa época se dice que data la Gran Logia Más antigua del Caribe, que, según entiendo, era la soberana en esta parte del País (hasta 1921 la Logia Nieves del Ruiz Nº 2 pertenecía al Oriente de Cartagena). Pero como en Masonería los conceptos de soberanía y territorio no son lo mismo, en los años treintas fue posible crear una Gran Logia en Cali. Entonces mi Logia Madre empezó a formar parte de la Gran Logia Occidental de Colombia, que, en sus estatutos, declara ser “soberana sobre el territorio y los Masones de su jurisdicción”.

Vinieron los cincuentas, y los colombianos seguíamos peleándonos por el territorio. Recuerdo con horror las anécdotas que traía a la casa mi papá cuando llegaba de sus correrías comerciales por la región. Esta vez, la sangre se derramaba por cuenta de los conservadores y los liberales. Y, a pesar del ejército, la cosa no paró; cuando en los noventas empecé a asistir a las asambleas de Gran Logia, todavía nos daba temor viajar porque seguía vigente (como aún sigue) el peligro de ser secuestrado. Y hoy, por cuenta de la guerrilla, los narcos y los paramilitares, continúa la misma pugna por el territorio.

La única justificación medianamente válida de la existencia de tantas y pequeñas Grandes Logias en un mismo país es el argumento de la “diversidad cultural”. Somos distintos, sí; como me dijo un Hermano hace días, mientras en Cali toman champús aquí tomamos mazamorra; y mientras en Bogotá toman changua, en La Costa comen butifarra. Pero esa diversidad cultural es inocua cuando se vislumbra el ideal, inexistente en Colombia, de “Identidad Nacional”. Y la construcción de esa identidad, que no puede basarse en principios distintos a fraternidad, amor y caridad, es obligación de los masones. ¡Eso fue lo que juramos! Es nuestro deber trabajar por la identidad nacional, aunque conservemos nuestras características regionales.

Lo más grave fue que los Hijos de la Viuda, que pretendemos que en el mundo reinen principios de libertad, fraternidad, amor y caridad, seguimos confundiendo “ética” (bajo este concepto cabe con holgura el de “Identidad Nacional”) con “territorio”. Recuerdo una encarnizada Asamblea de Gran Logia en la que se discutía la solicitud de territorio que hicieron las Logias de Pereira; todavía está grabada en mis retinas la cara del Hermano que decía que todo se podía negociar, menos el territorio: ¡su mueca parecía la de un inquisidor! Ese día, en medio de la bisoñada, me di cuenta de que los principios que pregona la Masonería no nos han ayudado a desprendernos de nuestra nostalgia de gamonales; y ese mismo día supe que había llegado la hora de justificar la unión.

Como si se tratara de fincas, las muy numerosas Grandes Logias existentes en Colombia ejercen soberanía sobre el territorio; como si se tratara de condados medievales, ejercen soberanía sobre los Masones de sus respectivas jurisdicciones. Lo que no podrán nunca será ejercer soberanía sobre las conciencias. Y si en la memoria de todos está fresco el juramento que hicimos, de considerar hermanos nuestros a los demás Masones, no existe justificación moral para esta disgregación.

El territorio de Colombia sigue siendo el mismo, pero las distancias, medidas en tiempo, son más cortas (hoy, las aerolíneas pueden juntarnos en menos de dos horas y los computadores ponen en comunicación nuestras conciencias en segundos). Hoy están dadas las condiciones para que la Masonería, con mínima burocracia, sea soberana sobre las conciencias de los hombres; y esa soberanía nada tiene que ver con cargos, consejas o manipulaciones. La soberanía sería la consecuencia de que cada uno, como individuo, oriente sus pasos hacia la libertad, la fraternidad, el amor y la caridad. Así, la Gran Logia pasaría a ser sólo la oficina que nos pusiera en contacto con el resto del mundo y el Gran Maestro podría dejar de ser un pseudo-gobernante y pasar a ser el símbolo de la Identidad Masónica Nacional en medio de la Diversidad Cultural.

Luis Alfonso Mejía Echeverri
M.•. M.•.
Resp.•. Log.•. Nieves del Ruiz Nº 14
Vall.•. de Manizales
15 de Mayo, 2006

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