Aun
cayendo en lo que Lewis Hanke ha llamado “la fiebre potosina” o sea
la tendencia a glorificar y magnificar todo lo relativo al cerro, muchos
contemporáneos de su esplendor pensaron que nada igual se había
producido antes. El Padre Joseph de Acosta en su Historia Natural y
Moral de las Indias (1590) dice: ... “en el modo que está dicho se
descubrió Potosí, ordenando la Divina Providencia para felicidad de
España, que la mayor riqueza que se sabe haya habido en el mundo,
estuviese oculta y que se manifestase en tiempo en que el Emperador
Carlos V de glorioso nombre , tenía el imperio y los reinos de España
y los señoríos de Indias”.
En
su Memorial de las Historias del Nuevo Mundo (Lima. 1630), Buenaventura
Salinas y Córdova afirma enfático: (Potosí) Vive para cumplir tan
peregrinos deseos, como tiene España; vive para apagar las ansias de
todas las naciones extranjeras, que llegan a agotar sus dilatados senos;
vive para rebenque del turco, para envidia del Moro, para temblor de
Flandes y terror de Inglaterra; vive, vive columna y obelisco de la fe.
Fray
Antonio de la Calancha en su crónica Moralizadora de la orden de San
Agustín (1638-1653) dice del cerro que “Es único en la opulencia,
primero en la majestad, último fin de la codicia". Muy aficionado
a la astrología, añade que “Predominan en Potosí los signos de Libra
y Venus, y así son los más que inclinan a los que allí habitan a ser
codiciosos, amigos de música y festines, y trabajadores por adquirir
riquezas, y algo dados a gustos venéreos. Sus planetas son Júpiter y
Mercurio: éste inclina a que sean sabios, prudentes e inteligentes en
sus comercios y contrataciones, y por Júpiter, magnánimos y de ánimos
liberales”.
Antonio
de León Pinelo, autor de El Paraíso en el Nuevo Mundo (1650), obra en
la que sitúa el Edén en Iquitos, sobre la ribera del Amazonas, basándose
en las cifras ofrecidas por Luis Capoche, sostiene puntillosamente que
con la plata ya extraída del cerro podría haberse hecho un puente o
camino de 2000 leguas de largo, 14 varas de ancho y 4 dedos de espesor;
hasta España.
En
la Francia demediados del siglo XVIII la iglesia católica hizo serios
esfuerzos para contrarrestar las ideas que iban a plasmarse luego en la
Enciclopedia promovida por Diderot y D' Alemhert. Parte de ese trabajó
fue El Gran Diccionario Histórico en diez tomos, publicado en Paris y
luego en Madrid, en 1750 y en el que figuran dos páginas dedicadas a
Potosí que dan idea de la fama que el sitio había alcanzado en las
cortes europeas. Dicen algunos de sus párrafos: ‘Potosí, ciudad del reino
del Perú, en la provincia de los Charcas, hacia el Trópico de
Capricornio, la llaman los españoles Ciudad Imperial, puede ser por
causa de sus riquezas (...). Se cuentan en ella 4.000 casas bien
edificadas y con muchos altos. Las iglesias son magníficas, y ricamente
adornadas, y sobre todo las de los religiosos, habiendo muchos conventos
de diversas órdenes. Pueblan esta ciudad. españoles, extranjeros,
naturales del país, negros, mestizos, y mulatos. Los mestizos han
nacido de un español y de una salvaje, por usar del término riguroso,
y los mulatos, de un español y de una negra. En esta ciudad se cuentan
cerca de 4.000 españoles naturales capaces de tomar las armas. Los
mestizos componen casi
otro
tanto número, y son muy astutos; pero no se exponen gustosos a las
ocasiones, y visten ordinariamente tres tapalotodos a justacorps de piel
de búfalo uno sobre otro, de modo que una espada no puede penetrarlos.
En la ciudad no hay muchos extranjeros, y los tales son holandeses,
irlandeses, genoveses, y franceses que pasan por navarros, y vizcaynos.
(...) Los salvajes negros o los mulatos que sirven a los españoles, están
vestidos como ellos, y pueden usar armas. En esta ciudad reglan lo político
24 regidores, además del corregidor ~ el presidente de las Charcas,
quienes dirigen y gobiernan los negocios a la moda de España.
Exceptuando estos dos ministros principales, tanto en Potosí, como en
cualquier otra parte de la América, los caballeros y los hidalgos
tienen libertad de meterse en comerciar; y se dice hay algunos que
tienen, o por decir que tenían tres o cuatro millones de caudal. El común
del pueblo vive también con bastante comodidad, pero son muy fieros y
soberbios. Se ven andar siempre vestidos de tela de oro y plata de
escarlata, y de todo género de raso guarnecido de encajes de oro. Las
mujeres de los hidalgos, y las de los ciudadanos, están contenidas aún
más que en España. Sus casas están muy bien adornadas y todos en
general se sirven de vajillas de plata (...) La mejor plata de todas las
Indias Occidentales es la de Potosí; y aunque se ha sacado una
asombrosa cantidad de plata, de las minas en que se evidencia el metal,
y que el día de hoy están casi agotadas, se encuentra de él en
abundancia en los parajes que aún no se han trabajado”.
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