Cuenta una leyenda que en el incario, habiendo llegado Huayna Capac, uno de los soberanos más esclarecidos que tuvo el imperio, hasta las cercanías de la montaña conocida con el nombre de Sumaj Orcko (Cerro Hermoso), en un recorrido por sus dominios no ocultó su asombro ante la imponente mole y ordenó su explotación con el fin de acrecentar los tesoros de los templos. No bien empezaron los nativos a trabajar los ricos filones de plata, llegó a sus oídos una estruendosa voz que decía: Ama orckoychejqchu colqueta cay orckomanta, chaycka ujcunapataj. “No saquen la plata de este cerro porque es para otros dueños”.

 

Los indios de Cantumarca, a donde había ido a reposare! Inca, buscando el bálsamo de las aguas termales que abundan en la región, tenían también otro nombre para la montaña: “Photojsi”, pues alegaban que cuando quisieron horadarlo en busca de mineral, hizo un gran ruido. Pero el fonema Potoj, como asienta Mario Chacón Torres, no significa estruendo en quechua, pero si en aymara, de manera que la historia del cerro sería anterior a la dominación de los incas, cuando las tierras de la altiplanicie eran señoreadas por los aymaras. A los indios les parecía que la montaña era también una mujer y la llamaron Coya, equivalente a Reina. ¿Acaso era casual que junto a la mole de roca estuviera como un vástago suyo un cerro pequeño, llamado Guayna Potosí, que quiere decir Potosí el mozo?

Los españoles bautizaron al cerro y a la ciudad que atropelladamente se formaría en sus faldas como Potosí y ése es el nombre que ha alcanzado difusión universal, como sinónimo de extravagante riqueza.

Cuando llegaron los españoles el cerro estaba cubierto de arbustos y matorrales espinosos. En las cumbres dominaba el ichu (stipa pungens), paja brava, de color marrón y múltiples usos pues servía para alimento de llamas y alpacas, y para techos y paredes. En las faldas, florecían otras especies de plantas nativas, la kehuiña (polilepsis incana), la yareta (azorella glabra) y yaretilla (Pyenophylium) que se usaron ampliamente en la labor minera como combustible para las miles de guairas, hornos indígenas de fundición, que en los primeros años de explotación iluminaban el cerro con sus luces dándole un aspecto fascinante.

El agotamiento de esos recursos vegetales, unido a la utilización sistemática de mitayos que horadaban túneles y socavones en busca del mineral, cada vez más esquivo, dio origen a otra leyenda y un nombre más para el cerro. Decían los indios que los colores marrón y gris que mostraba la montaña cubierta paresa capa vegetal e incluso amarillo brillante y verde de la yareta, fue cambiando paulatinamente a medida que morían los mitayos en la montaña, hasta que el cerro quedó teñido de rojo. Desde entonces por la sangre derramada en sus entrañas lo llamaron Wuila Ckollo: Cerro de sangre, pues Wuila en aymara equivale a sangre.  

Las fabulosas riquezas que las entrañas del cerro guardaban habrían de ser largamente explotadas por la corona española, que sufrió con ellas un hartazgo malsano. El metal argentífero financió las guerras sostenidas por la Casa de los Habsburgo en Flandes, Francia, Alemania, Italia, el Mediterráneo contra el gran Turco, las costas de Inglaterra y dio un formidable impulso al establecimiento de la economía precapitalista en Europa revolucionando ¡os pre­cios, mientras que en España, el exceso de oferta de plata fue tal que desató un proceso inflacionario y paradógicamente constituyó un factor para la decadencia de la agricultura y la industria en aquel país.

Dentro del territorio de Charcas, incontables fueron las “entradas” que con financiamiento potosino hicieron atrevidos capitanes en busca del Dorado o el “Gran Paititi”, presuntamente escondido en los llanos orientales.

Y como si todo esto fuese poco, Felipe II instruyó que a partir de 1580, año de la segunda fundación de Buenos Aires, la Caja real de Potosí "situara" anualmente en lo sucesivo y sin necesidad de que se repitiera la orden, 280.000 pesos para Buenos Aires y 212.000 pesos para la capitanía general de Chile, suma con la que se cubrían también los gastos de guerra contra los araucanos. Estas cifras, hasta las postrimerías del régimen colonial, nunca dejaron de enviarse y por el contrario, se incrementaron en el caso de Buenos Aires, cuando arreciaban los conflictos en la frontera brasileña al norte (Potosí envió 900.000 pesos para la ejecución del tratado de limites con el Portugal en 1750) o con franceses e ingleses en Las Malvinas, a quienes se expulsó con plata potosina, pues la expedición de reconquista armada en 1770 demandó .328.834 pesos pagados íntegramente por las Cajas reales de Potosí. En alguna ocasión también se atendió con recursos potosinos los gastos de la corona en las Filipinas.

Lo de Las Malvinas es tan novelesco que parece ficción. Ese conjunto de islotes rocosos que provocaron una guerra entre Argentina e Inglaterra en abril de 1982, y que hoy no ofrecen más que agua fresca y hatos de ovejas, a finales del siglo XVIII no tenían otro atractivo que el de su relativa proximidad a la costa Argentina y el estrecho de Magallanes, puerta al Pacífico. Allí también podían saciar su sed los marineros. No habrían ingresado a la historia de no haber existido el imán de Potosí. El culpable fue Francisco Drac (Sir Francis Drake), que con una fragata y dos embarcaciones menores se dio el lujo de bordear todo el territorio colonial español, desde Panamá hasta Tierra del Fuego, Chile, Perú y el litoral mexicano, volviendo a Inglaterra por el Índico y el Atlántico, El corregidor de Atacama avisó a Potosí del paso de las naves inglesas y desde allí se envió otro chasqui hasta Lima. Creció en Madrid la preocupación por reforzar Buenos Aires como puesto militar y también Santiago al sur, para evitar que los piratas ingleses desembarcaran en esos sitios. La presa, en la mente de unos y otros, era Potosí. Fe ahí por qué fueron los franceses los primeros que se instalaron en las Malvinas, en 1764, buscando un sitio estratégico que no fuera advertido desde Buenos Aires y desde donde pudiesen pasar mercaderías de contrabando al mercado potosino, bordeando el extremo sur del continente, hasta Antofagasta o Arica. Los ingleses, que se apodera­ron dos años después de una parte de las islas, abrigaban el mismo propósito.

Porque había quienes codiciaban a Potosí, otros lo esquilmaban para defenderlo, pero en todo caso, era el centro del sistema de producción de semejante poder económico, el lugar donde la plata extraída era convertida en lingotes y moneda para su exportación. De ahí que el cerro y la villa hubieran sido exaltados por los cronistas e historiadores con adjetivos superlativos como Monte Excelso o Cerro Madre de América, que novelistas como Cervantes divulgaran la frase: "Vale un Potosí”, los diccionarios ingleses emplearan “As rich as Potosí’ (tan rico como Potosí) cual sinónimo de opulencia, que cuatro ciudades y poblaciones del Brasil, ocho de Colombia, una de España, dos de Estados Unidos de América, dos de Nicaragua, dos de la Argentina y cinco de México, lleven el mismo nombre de la ciudad fundada en los Andes bolivianos en 1545, y que la montaña figurara incluso en el antiguo mapa chino del Padre Ricci con el nombre Pi-tu-shi.

Aun cayendo en lo que Lewis Hanke ha llamado “la fiebre potosina” o sea la tendencia a glorificar y magnificar todo lo relativo al cerro, muchos contemporáneos de su esplendor pensaron que nada igual se había producido antes. El Padre Joseph de Acosta en su Historia Natural y Moral de las Indias (1590) dice: ... “en el modo que está dicho se descubrió Potosí, ordenando la Divina Providencia para felicidad de España, que la mayor riqueza que se sabe haya habido en el mundo, estuviese oculta y que se manifestase en tiempo en que el Emperador Carlos V de glorioso nombre , tenía el imperio y los reinos de España y los señoríos de Indias”.

En su Memorial de las Historias del Nuevo Mundo (Lima. 1630), Buenaventura Salinas y Córdova afirma enfático: (Potosí) Vive para cumplir tan peregrinos deseos, como tiene España; vive para apagar las ansias de todas las naciones extranjeras, que llegan a agotar sus dilatados senos; vive para rebenque del turco, para envidia del Moro, para temblor de Flandes y terror de Inglaterra; vive, vive columna y obelisco de la fe.

Fray Antonio de la Calancha en su crónica Moralizadora de la orden de San Agustín (1638-1653) dice del cerro que “Es único en la opulencia, primero en la majestad, último fin de la codicia". Muy aficionado a la astrología, añade que “Predominan en Potosí los signos de Libra y Venus, y así son los más que inclinan a los que allí habitan a ser codiciosos, amigos de música y festines, y trabajadores por adquirir riquezas, y algo dados a gustos venéreos. Sus planetas son Júpiter y Mercurio: éste inclina a que sean sabios, prudentes e inteligentes en sus comercios y contrataciones, y por Júpiter, magnánimos y de ánimos liberales”.

Antonio de León Pinelo, autor de El Paraíso en el Nuevo Mundo (1650), obra en la que sitúa el Edén en Iquitos, sobre la ribera del Amazonas, basándose en las cifras ofrecidas por Luis Capoche, sostiene puntillosamente que con la plata ya extraída del cerro podría haberse hecho un puente o camino de 2000 leguas de largo, 14 varas de ancho y 4 dedos de espesor; hasta España.

En la Francia demediados del siglo XVIII la iglesia católica hizo serios esfuerzos para contrarrestar las ideas que iban a plasmarse luego en la Enciclopedia promovida por Diderot y D' Alemhert. Parte de ese trabajó fue El Gran Diccionario Histórico en diez tomos, publicado en Paris y luego en Madrid, en 1750 y en el que figuran dos páginas dedicadas a Potosí que dan idea de la fama que el sitio había alcanzado en las cortes europeas. Dicen algunos de sus párrafos: ‘Potosí, ciudad del reino del Perú, en la provincia de los Charcas, hacia el Trópico de Capricornio, la llaman los españoles Ciudad Imperial, puede ser por causa de sus riquezas (...). Se cuentan en ella 4.000 casas bien edificadas y con muchos altos. Las iglesias son magníficas, y ricamente adornadas, y sobre todo las de los religiosos, habiendo muchos conventos de diversas órdenes. Pueblan esta ciudad. españoles, extranjeros, naturales del país, negros, mestizos, y mulatos. Los mestizos han nacido de un español y de una salvaje, por usar del término riguroso, y los mulatos, de un español y de una negra. En esta ciudad se cuentan cerca de 4.000 españoles naturales capaces de tomar las armas. Los mestizos componen casi otro tanto número, y son muy astutos; pero no se exponen gustosos a las ocasiones, y visten ordinariamente tres tapalotodos a justacorps de piel de búfalo uno sobre otro, de modo que una espada no puede penetrarlos. En la ciudad no hay muchos extranjeros, y los tales son holandeses, irlandeses, genoveses, y franceses que pasan por navarros, y vizcaynos. (...) Los salvajes negros o los mulatos que sirven a los españoles, están vestidos como ellos, y pueden usar armas. En esta ciudad reglan lo político 24 regidores, además del corregidor ~ el presidente de las Charcas, quienes dirigen y gobiernan los negocios a la moda de España. Exceptuando estos dos ministros principales, tanto en Potosí, como en cualquier otra parte de la América, los caballeros y los hidalgos tienen libertad de meterse en comerciar; y se dice hay algunos que tienen, o por decir que tenían tres o cuatro millones de caudal. El común del pueblo vive también con bastante comodidad, pero son muy fieros y soberbios. Se ven andar siempre vestidos de tela de oro y plata de escarlata, y de todo género de raso guarnecido de encajes de oro. Las mujeres de los hidalgos, y las de los ciudadanos, están contenidas aún más que en España. Sus casas están muy bien adornadas y todos en general se sirven de vajillas de plata (...) La mejor plata de todas las Indias Occidentales es la de Potosí; y aunque se ha sacado una asombrosa cantidad de plata, de las minas en que se evidencia el metal, y que el día de hoy están casi agotadas, se encuentra de él en abundancia en los parajes que aún no se han trabajado”.