Hwww.oocities.org/espanol/revista_serfeliz/narracion.htmwww.oocities.org/espanol/revista_serfeliz/narracion.htm.delayedxoJ-OKtext/htmloW-b.HSat, 22 Sep 2001 04:21:21 GMTMozilla/4.5 (compatible; HTTrack 3.0x; Windows 98)en, *oJ- LA NARRACION
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EL HOMBRE DE LA VÍA

"Y los pueblos quedaron desiertos y los valles solitarios; los monstruos de cemento almacenaron a miles en un sólo metro cuadrado"

 

Sus casas hechas de adobe y barro unas, y de piedra otras, se podían contar sin gran esfuerzo. Desde cualquier punto las alcanzaba la mirada, envolviéndolas a todas de una sola vez.

A simple vista, nada tenía de particular aquel pueblito si lo observabas desde la llanura, pero al tiempo que te acercabas a su pequeño recinto, un creciente temor se apoderaba de uno. Casi imperceptible al principio, esa sensación extraña crecía cuando te acercabas a lo que ya no era sólo un simple grupo desordenado de casas. Ahora se podían observar ciertas peculiaridades.

De lo primero que uno se percataba era de su extraño emplazamiento en el centro mismo de la gran llanura, cuya única vegetación era el arbusto silvestre permanentemente sediento y ocre.

Una oxidada vía de ferrocarril recorría la llanura de sur a norte, pero no atravesaba el pueblo si no que, al aproximarse a él, formaba una gran curva en el centro mismo de la planicie, separándose de las casas como si evitara el pueblo de forma intencionada y alejándose unos centenares de metros de las construcciones más próximas.

Al otro lado del pueblo y aproximadamente a la misma distancia de las casas, había una pequeña colina en cuya cima asentaban sus viejos cimientos las ruinas de una hacienda, seguramente la de los antiguos señores y propietarios de las tierras circundantes.

Todo había sido abandonado. Todos se habían ido. Todos, menos un hombre; uno sólo de sus habitantes se había resistido a partir con aquel tren. Nadie de los que conocían su existencia sabían por qué aquel viejo se había quedado allí, ni tampoco nadie se había atrevido a preguntárselo: ni los antiguos habitantes del poblado, ni los esporádicos cazadores, ni los escasísimos excursionistas, ni siquiera los pastores que de muy tarde en tarde, trashumaban su sediento ganado en busca de tierras más fértiles.

Cuando hablaban de él, solían decirse que no comprendían cómo podía sobrevivir sin cultivar algún fruto de la tierra, sin criar animales o sin salir nunca de aquel lugar para ir en busca de algún alimento. Los que solían verlo, siempre lo hacían desde lejos e, invariablemente, lo habían visto en el mismo lugar: sentado junto a la vieja vía del tren, a un metro más o menos de los raíles y justo en el centro de la curva.

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