.../...
Los
que pasaban por la mañana, decían que estaba allí
cuando ellos pasaron; los que lo hacían cuando el sol alcanzaba
su cenit decían lo mismo y los que rondaban el lugar al anochecer,
afirmaban ver lo que todos los demás.
Nadie
le podía dar una explicación lógica al suceso
ni nadie conocía el motivo de aquel hombre solitario. Los
trenes habían dejado de transitar por aquellos raíles
hacía ya muchos años y las propias vías representaban
ese abandono, mostrándose totalmente inservibles, oxidadas
y medio camufladas entre los rastrojos. Entonces ¿por qué
aquel hombre las miraba con tal obstinación allí sentado
junto a ellas?
Pasaron
más años, cayeron más lluvias y soplaron innumerables
vientos. La Luna cambió de forma cien veces y el sol saltó
de este a oeste varios millares y el hombre seguía allí,
siempre en el mismo lugar pero, al igual que en tiempos anteriores,
nadie se había atrevido a acercarse e indagar sus motivos.
Después
de tantos años, el suceso había adquirido rasgos de
leyenda. El viejo seguía allí sentado y todos parecían
convencidos de que allí seguiría para siempre. Con
el paso del tiempo se había vuelto tan natural su presencia
que parecía no caber la posibilidad de que un día
ya no estuviera allí en su acostumbrada posición.
La
superstición, el halo misterioso que aquel hombre había
creado era ya indestructible y si se diese el caso de que cualquier
curioso, ya fuera nativo o extranjero, intentase la aventura de
esclarecer el misterio, nadie se lo iba a permitir. Incluso
los no contagiados por aquella creencia popular, aquellos que estaban
convencidos de que no había misterio alguno y de que todo
tenía una explicación, no se atrevían a tomar
una determinación para aclarar todo aquella historia. Sabían
que si lo hacían, si intentaban convencer del error en que
se encontraba la mayoría de sus paisanos, nadie los creería.
Si,
por el contrario, decidían actuar por su cuenta y eran descubiertos,
sabían que sus vidas correrían peligro, ya que eran
plenamente conscientes de la fuerza y el poder que el miedo y la
superstición puede alcanzar en la mente humana. También
sabían que si osaban alterar la leyenda, se les atribuiría
todas las desgracias posteriores: las largas sequías, las
lluvias torrenciales, la muerte de un niño, el granizo estival.
Cualquier accidente por fortuito que este fuera, sería, para
las gentes de la comarca, consecuencia lógica de su insensata
acción. Por ello se resignaban y vivían en la esperanza
de que un día todo terminaría de forma natural, sin
forzarlo.
.../...

|