Hwww.oocities.org/espanol/revista_serfeliz/narracion2.htmwww.oocities.org/espanol/revista_serfeliz/narracion2.htm.delayedxuJj-OKtext/htmlWj-b.HSat, 22 Sep 2001 04:21:37 GMTMozilla/4.5 (compatible; HTTrack 3.0x; Windows 98)en, *uJj- LA NARRACION 2
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Los que pasaban por la mañana, decían que estaba allí cuando ellos pasaron; los que lo hacían cuando el sol alcanzaba su cenit decían lo mismo y los que rondaban el lugar al anochecer, afirmaban ver lo que todos los demás.

Nadie le podía dar una explicación lógica al suceso ni nadie conocía el motivo de aquel hombre solitario. Los trenes habían dejado de transitar por aquellos raíles hacía ya muchos años y las propias vías representaban ese abandono, mostrándose totalmente inservibles, oxidadas y medio camufladas entre los rastrojos. Entonces ¿por qué aquel hombre las miraba con tal obstinación allí sentado junto a ellas?

Pasaron más años, cayeron más lluvias y soplaron innumerables vientos. La Luna cambió de forma cien veces y el sol saltó de este a oeste varios millares y el hombre seguía allí, siempre en el mismo lugar pero, al igual que en tiempos anteriores, nadie se había atrevido a acercarse e indagar sus motivos.

Después de tantos años, el suceso había adquirido rasgos de leyenda. El viejo seguía allí sentado y todos parecían convencidos de que allí seguiría para siempre. Con el paso del tiempo se había vuelto tan natural su presencia que parecía no caber la posibilidad de que un día ya no estuviera allí en su acostumbrada posición.

La superstición, el halo misterioso que aquel hombre había creado era ya indestructible y si se diese el caso de que cualquier curioso, ya fuera nativo o extranjero, intentase la aventura de esclarecer el misterio, nadie se lo iba a permitir. Incluso los no contagiados por aquella creencia popular, aquellos que estaban convencidos de que no había misterio alguno y de que todo tenía una explicación, no se atrevían a tomar una determinación para aclarar todo aquella historia. Sabían que si lo hacían, si intentaban convencer del error en que se encontraba la mayoría de sus paisanos, nadie los creería.

Si, por el contrario, decidían actuar por su cuenta y eran descubiertos, sabían que sus vidas correrían peligro, ya que eran plenamente conscientes de la fuerza y el poder que el miedo y la superstición puede alcanzar en la mente humana. También sabían que si osaban alterar la leyenda, se les atribuiría todas las desgracias posteriores: las largas sequías, las lluvias torrenciales, la muerte de un niño, el granizo estival. Cualquier accidente por fortuito que este fuera, sería, para las gentes de la comarca, consecuencia lógica de su insensata acción. Por ello se resignaban y vivían en la esperanza de que un día todo terminaría de forma natural, sin forzarlo.

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