Hwww.oocities.org/espanol/revista_serfeliz/narracion3.htmwww.oocities.org/espanol/revista_serfeliz/narracion3.htm.delayedxxJ`,OKtext/htmloW`,b.HSat, 22 Sep 2001 04:22:00 GMTMozilla/4.5 (compatible; HTTrack 3.0x; Windows 98)en, *xJ`, LA NARRACION 3
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Y un día sucedió. Y este fue un día que nunca olvidarían quienes lo vivieron y lo que pasó se transmitió de generación en generación. Se abandonaron muchos pueblos y aldeas de la región y aún hoy, los que fueron testigos, no se atreven a volver.

Aquel día en que el invierno, ya cansado, empezaba a ceder ante la primavera, un pastor corrió la voz por toda la comarca. El hombre, como era habitual al pastorear su ganado, había pasado a unos cientos de metros del lugar en donde se encontraba el misterioso hombre y cuando miró hacía allí, su cuero cabelludo se enfrió y sus cabellos parecieron erizarse. El pastor narraba a gritos y como si su mundo interior se hubiese derrumbado, que el hombre de la vía se había movido.

El viejo -porque todos suponían que este hombre no podía ser otra cosa que un anciano-, ya no estaba sentado como siempre junto a la vía sino que había cambiado de posición: ahora estaba sobre la vía, cruzado sobre ella, con la cabeza sobre un raíl y las piernas sobre el otro y boca abajo.

Los escépticos, los no enfermos de superstición, sintieron llegar su hora y sonrieron satisfechos, por fin el misterio iba a desvelarse. No sin esfuerzo y después de días de suplicante y persuasiva palabrería, intentaron convencer a las gentes de que el misterio que los había tenido aterrados durante años, no era tal. Argumentaban que si el hombre se había movido, era porque lo había hecho otras muchas veces.

Y los hombres que no creían en aquel misterio -ni en ningún otro-, decidieron ir a ver al que había sido, durante décadas, la pesadilla de almas y mentes incultas y supersticiosas. Ypara que quedara constancia de su razón, pidieron ser acompañados por todos aquellos que lo desearan.

Algunos días después, justo al comienzo de la primavera, una gran muchedumbre se dirigió hacía el pequeño pueblo. Delante iban siete personas, los no contagiados, atrás el rebaño de los temerosos enfermos de credulidad e imaginación.

Cuando, después de caminar casi una jornada entera, llegaron al lugar, se detuvieron a una distancia aproximada de un tiro de piedra y allí deliberaron. Decidieron que en un principio, sólo los siete personajes se acercarían.

Estos se miraron largamente y aunque parecía que dudaban y que su anterior decisión empezaba a flaquear, comenzaron a avanzar lentamente. El resto, manteniendo una respetuosa distancia, formaron una larga muralla humana expectante y silenciosa. Desde allí, como una pequeña mancha sobre los raíles, adivinaban el cuerpo del viejo que se mantenía en la exacta posición que el pastor había narrado: tumbado de bruces sobre la vía oxidada.

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Boton adelante


 


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