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Y
un día sucedió. Y este fue un día que nunca
olvidarían quienes lo vivieron y lo que pasó se transmitió
de generación en generación. Se abandonaron muchos
pueblos y aldeas de la región y aún hoy, los que fueron
testigos, no se atreven a volver.
Aquel
día en que el invierno, ya cansado, empezaba a ceder ante
la primavera, un pastor corrió la voz por toda la comarca.
El hombre, como era habitual al pastorear su ganado, había
pasado a unos cientos de metros del lugar en donde se encontraba
el misterioso hombre y cuando miró hacía allí,
su cuero cabelludo se enfrió y sus cabellos parecieron
erizarse. El pastor narraba a gritos y como si su mundo interior
se hubiese derrumbado, que el hombre de la vía se había
movido.
El
viejo -porque todos suponían que este hombre no podía
ser otra cosa que un anciano-, ya no estaba sentado como siempre
junto a la vía sino que había cambiado de posición:
ahora estaba sobre la vía, cruzado sobre ella, con la cabeza
sobre un raíl y las piernas sobre el otro y boca abajo.
Los
escépticos, los no enfermos de superstición, sintieron
llegar su hora y sonrieron satisfechos, por fin el misterio iba
a desvelarse. No sin esfuerzo y después de días de
suplicante y persuasiva palabrería, intentaron convencer
a las gentes de que el misterio que los había tenido aterrados
durante años, no era tal. Argumentaban que si el hombre se
había movido, era porque lo había hecho otras muchas
veces.
Y
los hombres que no creían en aquel misterio -ni en ningún
otro-, decidieron ir a ver al que había sido, durante décadas,
la pesadilla de almas y mentes incultas y supersticiosas. Ypara
que quedara constancia de su razón, pidieron ser acompañados
por todos aquellos que lo desearan.
Algunos
días después, justo al comienzo de la primavera, una
gran muchedumbre se dirigió hacía el pequeño
pueblo. Delante iban siete personas, los no contagiados, atrás
el rebaño de los temerosos enfermos de credulidad e imaginación.
Cuando,
después de caminar casi una jornada entera, llegaron al lugar,
se detuvieron a una distancia aproximada de un tiro de piedra y
allí deliberaron. Decidieron que en un principio, sólo
los siete personajes se acercarían.
Estos
se miraron largamente y aunque parecía que dudaban y que
su anterior decisión empezaba a flaquear, comenzaron a avanzar
lentamente. El resto, manteniendo una respetuosa distancia, formaron
una larga muralla humana expectante y silenciosa. Desde allí,
como una pequeña mancha sobre los raíles, adivinaban
el cuerpo del viejo que se mantenía en la exacta posición
que el pastor había narrado: tumbado de bruces sobre la vía
oxidada.
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