.../...
Los
siete hombres llegaron por fin muy cerca del hombre y mientras se
acercaban más y más, sus rostros comenzaban a mudar
su color habitual y para cuando llegaron a unos pocos pasos de aquel
cuerpo tumbado sobre la vía, ya habían adquirido una
palidez casi espectral. En aquel instante y al unísono, todos
ellos levantaron sus manos para cubrirse los ojos.
El
hombre, atravesado sobre la vía, estaba muerto y su muerte,
sin lugar a dudas, la había producido un tren. Sus ruedas
de metal habían pasado sobre su cuello y piernas y ambas
extremidades estaban seccionadas y separadas del cuerpo. Los
siete hombres, aterrorizados, volvieron sobre sus pasos sin atreverse
a tocar nada.
El
misterio continuaría pues no había pasado tren alguno
por aquellas vías desde hacía muchos años y,
de haberlo hecho, tendría necesariamente que haber descarrilado
pues los tornillos de sujeción de los raíles estaban
cuidadosamente apilados junto al montón de piedras en el
cual había estado sentado casi toda su vida el hombre
de la vía.
Desde
entonces, todos los días a la caída del sol, resuena
un eco en todo el valle: el silbido de un tren lejano.
Luis
Marrades
Ciudad
de México, primavera 1997
©
1997.Todos los derechos reservados. Queda prohibida cualquier reproducción
total o parcial, sin el correspondiente permiso del autor.


|