Un día...
Caminando...
Llegué a la falda
De un árbol centenario.
Y conversando con él
Me di cuenta,
Que no conocía nuestro Amor.
Me confesó...
Que bajo la sombra de sus hojas
Se han planeado guerras;
Los amantes han hecho promesas
De Amor con sangre.
Los niños han jugado a la
guerra
Con sus bayonetas de plástico.
Que más de uno se a sentado
A pensar en la vida y la
muerte.
Secreto que él tiene
muy bien guardado.

Que fácilmente
llega uno llorando, Como
otro alegre
Por la fortuna que tiene.
Que en el día;
Los hombres se alegran por
su sombra.
Y en la noche
Le temen y respetan Por
su imponente figura.
En las tardes de otoño
Pastan los ciervos,
Con sus suaves hojas.
Cual jugoso manjar,
Que sólo ellos saben saborear.
Que en los días de lluvia
Los hombres se guarecen
De la cruel naturaleza
Que les arrebata
La fiel tranquilidad
De una tarde soleada.

Pero que en todos los
tiempos
De su vida
Ninguno había llegado
Con esta melancolía.
De pensar sin palabras
Lo mucho que había llorado.
Con lágrimas que salen
Por los poros de la piel
Porque los ojos
No aguantan
Tanto sentimiento.

Es cierto, es verdad;
Igualmente ya no sigues siendo
mía,
Pero ahora... esta historia de
desamor,
La conoce el Arbol Centenario.
Y lo susurrará a todo aquel
Que pretenda a hablarle de
melancolía.