Los primeros tangos

 

Algunos historiadores afirman que El Queco o el Keco, que data de 1847, fue la primera letra conocida y que era cantada por las tropas porteñas del general Arredondo al entrar en Córdoba y San Luis durante los días de la sublevación del general Bartolomé Mitre que siguió a las elecciones que dieron la presidencia a Nicolas Avellaneda. De allí pasó a los bailes característicos de los alrededores castrenses, de manera que dio nombre o lo recibió de estos lugares en que solían instalarse los "cuartos de las chinas".

"Queco" o "Keco" fue durante décadas sinónimo de burdel, o sea que se lo puede considerar equivalente a tango.

La letrilla que se ha conservado dice: "Queco me voy pal' hueco / negra, dejame pasar". También de esa época es "Bartolo toca la flauta", que es la antigua habanera llegada a Buenos Aires como "Tango de la casera" y popularizado después hacia el año 1880 con el porteño nombre "Andate a la Recoleta" haciendo referencia a los bailes de este barrio entre ellos El prado Español de la Av. Quintana, que fue el primer sitio que se permitió bailar públicamente el tango a parejas de hombres con mujeres y a las romerías de la Virgen del Pilar, en donde se hacían grandes fiestas populares.

"Dame la lata" quizá sea el tango porteño con melodía más antiguo. Su letra evoca una escena de un prostíbulo. Al llegar el cliente pagaba su consumición y recibía una latita como prueba de pago. Al entrar en el cuarto de la pupila, se la entregaba a ella. Cuando el rufián, semanalmente visitaba el quilombo, exigía de sus pupilas la entrega de las latas, para calcular la parte que le correspondía en el reparto.

Como ya se dijera, los títulos de los tangos de los primeros tiempos manifestaban a las claras el ámbito prostibulario en que solían interpretarse. Los ejemplos, a veces picarescos, a veces pornográficos, hacen referencia a los órganos genitales, a características físicas de las prostitutas de determinado burdel o al coito. Así tenemos: La clavada, La franela, Sacame el molde, Con que trompieza que no dentra, El serrucho, La c... de la Lora, que adquiriría más tarde carta de decencia al ser editado con el nombre de "La cara de la luna", título cuyo origen estaba inequívocamente recordado por los puntos suspendidos. Es preciso recordar que la "Lora" eran las prostitutas extranjeras recién llegadas y venían a establecer una suerte de competencia con las "chinas" oriundas del país.

Otros tangos de indiscutible índole prostibularia son: El fierrazo, Colgate del aeroplano, Va Celina en la punta, Dos sin sacar, Dejala morir adentro, y ¡Qué polvo con tanto viento!, de cuya primera parte se apropió Ernesto Poncio para componer su célebre tango "Don Juan", y por último "Bartolo", que paradojicamente se convirtió con el tiempo en ronda infantil, algo que al principio preocupaba seriamente a los padres de familia que, ellos sí, conocían el origen de la reiterada coplita sobre la masturbación: "Bartolo tenía una flauta / con un agujerito solo / y la madre le decía / tocá la flauta Bartolo..."

Es dable pensar que es un error sostener que los tangos primitivos carecían de letras, ya que desde los comienzos aparecieron coplitas ingenuas o pornográficas, según el ámbito donde se la cantara.

Incluso los tangos de los negros ya cargaban con sus estrofas. Luis Soler Cañas recogió estas de "El Merenguengue", aparecidas originalmente en "El carnaval de Buenos Aires", publicación dedicada a la juventud argentina, en Febrero de 1876. La copla dice así: "¡Ay! si Francisca muere / pobre Merenguengue/ que vá á querá / sin tener teta golda / de la morena pa chupá / y repue tata viejo / también solito / se vá á querá / y yá a su Francisca / en la amaca / no tenguerá."

Al llegar a la primera década del siglo ya había surgido una serie de personajes cuya artística normal era cantar y que no evitaban incluir tangos en sus repertorios, por ello numerosas partituras de esos días incluyen letras para ser cantadas por hombres y por mujeres, como ocurre, por ejemplo con "¡Cuidado con los cincuenta!" de Ángel Villordo, que era un agudo observador de la realidad, en especial de los sucesos cotidianos, que hacía referencia a un edicto policial del 10 de Julio de 1889, reactualizado en 1906, con el cual se ordenaba reprimir con multa de $ 50 a quienes se atreviesen a piropear a una mujer en la calle. Villordo le salió al cruce con ese tanto y narra: "una ordenanza sobre la moral / decreto la dirección policial / y por la que el hombre / se debe abstener / decir palabras dulces a una mujer / cuando a una hermosa veamos venir / si apreciamos la libertad / yo cuando vea cualquier mujer / una guiñada tan solo le haré / y con cuidado, que si se da cuenta / ¡ay! de los cincuenta no me salvaré/... "

Cabe destacar que la partitura original se ve a una mujer que le avisa a un galán:

"Caballero, le suplico / tenga más moderación / porque a usted puede costarle / cincuenta de la Nación.

 

Bibliografía: Blas Matamoro, Horacio Salas, Domingo Casadeval

 
 
 


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