Parnaso |
"El
sueño de las escalinatas"
Fragmento
Jorge Zalamea
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Montada está la escena; plena la
audiencia. Aquí, sobre las escalinatas, frente a los templos,
bajo los palacios y con el río ciñendo mis lomos. Una gran
audiencia humana que espera, sorbiéndose los labios amargos y
restregando coléricamente uno contra otro los nudos de las
rodillas, el proceso, la acusación y la condena de sus ubicuos
verdugos.
La audiencia se reanuda y prosigue
la acusación con este largo grito:
Oh, cándidos creyentes, ¿no
estáis consintiendo acaso mi mando e idolatrando aquí mismo,
ahora mismo, sobre las escalinatas, a los avisados delegatarios
de vuestros verdugos?
Ved a estos altos simios de
pelambre rubia, de cenicientas clines, de grisosas lanas e
indecente trasero que ostenta la desolladura azulosa y rígida de
las grandes heridas
Vedlos pululando en torno vuestro,
tratando de imitar el lenguaje humano con sus breves ladridos y
sus horrendos balbuceos pueriles; mendigando, robando o exigiendo
toda cosa; infatigables en la actividad codiciosa de sus largos
dedos astutos, de sus engarfiadas uñas y de las rosadas palmas
de sus manitas, siempre aptas para convertir los votos
depositados en las urnas en billetes depreciados para usura de
los humildes, beneficio de los poderosos y cuantiosa comisión de
los intermediarios prestimanos.
¡Ved a esta despreciable horda,
que pretende asemejarse al hombre, a nuestra condición; la horda
que diezma las cosechas logradas con tan largo jadeo y tal
angustia; la horda que casca con sus pequeños dientes aguzados y
rechinantes el cacahuete del erario; la horda que después del
ávido expolio, se diputa a sí misma para ir a chillar y
gesticular bajo las cúpulas de los templos y sobre las terrazas
de los palacios!
¡Ved a esos grandes monos
hediondos a sudor de codicia, a orín de consentido vasallaje,
tratando de treparse al árbol genealógico del hombre para
triturar en sus más altas ramas, lo mismo que aquí, sobre las
escalinatas y entre vosotros, las nueces que les tributa el
creyente, y mondar las frutas que el creyente les ofrece!
¡Ved que ni siquiera son la
imagen de un dios arbitrario, ni el portentoso híbrido de magia
y realidad, ni tampoco los cancilleres de vuestra voluntad
incierta, sino apenas la caricatura del ser humano; los
ridículos apoderados que lograron de vosotros mismos las cartas
credenciales que les abriesen las artesonadas salas del concejo,
las yertas curules del congreso, las secretas cámaras
episcopales, los tufosos cuartos de banderas para llevar a ellos
el yermo testimonio de las promesas incumplidas, los sucios
papeles de las componendas clandestinas, la jadeante amenaza de
las leyes represivas, el vitriolo de los impuestos y, desde
luego, sus propias momias de irrisorios próceres!
Oh, creyentes de baja condición,
de voluble memoria y de voluntad incierta, la primera exigencia
fiscal en esta audiencia es vuestra desdeñosa ignorancia y el
definitivo exilio de esa horda que pretende parecerse al hombre.
El fiscal de esta audiencia os pide la proscripción, ahora y
para siempre, de esa exigua tribu voraz, capaz de devorar en unas
horas la cosecha sembrada, cuidada, saneada y recogida en las
cuatro largas estaciones en las cuales levanta, amasa y cuece el
hombre su pan escaso.
¡Fuera esa horda gesticulante,
mendicante, amenazante, orante, blasfemante, gimiente, demente,
que es apenas en sus trances y convulsiones la mueca obscena de
la condición humana! ¡No más simios! ¡No más símbolos!
¡Sólo el hombre! ¡Sólo nuestra condición! ¡Acusa! ¡Acusa
la audiencia!
Debo también, oh, creyentes,
denunciar la estulticia, el abuso y el mito de las vacas sagradas
que ambulan torpes y lentas por estas escalinatas. No son aquí,
como la novilla alcanzada y penetrada por el dios, criaturas de
belleza, vida y amor, sino arilo vacío, matriz estéril, cesta
sin fondo de la ignorancia y la miseria, triste trasunto de la
condición contradicha a que os han reducido los ubicuos verdugos
que nuestra audiencia busca y acusa. Vedlas aquí, sobre las
escalinatas, vuestras vacas sagradas, con los cuernos en forma de
lira, pintados con el cimilor de los idólatras para disimular la
carie interna; con los saltones ojos entelados por la tristeza
vergonzante de las cataratas, tejidas en una larga edad de
hambre; plisado el cuello, neciamente engalanado con guirnaldas
florales; plisado en la ausencia del bolo rumiable; exhibiendo en
el lomo la humillación de la erosionada cordillera de los
huesos, enjutos los ijares, y bajo el vientre pobre, la inútil
ostentación de la ubre con sus cuatro grifos incapaces de
ofrecer al hijo del hombre su leche solidaria de gran bestia
doméstica, desesperada, acaso, de que ese mismo hombre tema
emplear contra ella la cuchilla para su sacrificio redentor de
ifigenia bovina.
Vedlas aquí, reducidas a la
inutilidad de los vanos mitos, forzadas a ser los graves y
ridículos símbolos de ese prolongado y también miope, triste y
estéril rezongar de los filósofos, que evadidos de la
condición humana, en sus polvorientas bibliotecas y en sus
mentes más desveladas, desaladas y desoladas que la misma
miseria sacralizada de las bestias, rumiaron y rumian las ideas
puras reducidas a heno, los hechos vivos convertidos en paja, la
verdad vital trocada en conserva como fruto para la invernada.
Vacas sagradas, filósofos de
ayer, hoy y mañana; unas y otros disimulando las razones del
hambre con la deglutición de la sosa saliva del ideologismo;
eludiendo siempre los hecho ineluctables de la vida, las cosas
entrañables del hombre; sólo para disputar los filósofos ante
doncellas de anticipada menstruación literaria, ante iracundas
jantipas menopáusicas, ante adolescentes de sexo incierto y ante
rijosos sofistas, su dudoso derecho a escribir textos tan secos
como el heno, tan fútiles como la paja y tan horros de la leche
caritativa como vosotras, vacas sagradas, que aquí entre
nosotros, sobre las escalinatas y bajo la ostentosa complacencia
mecénica de templos y palacios, no lográis ser cosa distinta al
agobiante, al agonizante retrato de filósofos engañosos, y
usureros mecenas.
¡Más tengo aún por decir! No
por oportunamente renegadas por los padres putativos que las
bautizaron con el agua del mito y la sal del símbolo, dejan de
ser esas novillas y esas vacas la más exacta imagen de las
sacras palabras vertidas sobre ellas por los arteros
verborreantes....
Todo un rebaño de vacuas
ideologías babeando sobre vosotros; toda una manada de
mentirosos conceptos vertiendo su estiércol chirle entre
vosotros; toda una mugiente impedimenta retrasando vuestra marcha
hacia el pan de cada día. ¡No más rumiantes! ¡No más
falsarios de la razón! ¡Sólo hombres! ¡Sólo nuestra
condición hasta ahora contradicha! ¡ Acusa! ¡Acusa la
audiencia!
La
Buhardilla.