LOS SIETE DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

 

Dispongamos nuestro corazón para meditar los Dolores de Nuestra Santísima Madre. 

+ En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Estamos en presencia de Dios, humildemente reconozcamos las heridas que nuestras faltas provocaron al Sacratísimo Corazón de Jesús, y al Inmaculado Corazón de nuestra Madre. 

 

1er. dolor: La profecía del anciano Simeón.

"Simeón después de bendecirlos, dijo a María la Madre: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón...»". (Lc. 2, 34-35a)

¡Dulce Madre mía! Al presentar a Jesús en el templo, la profecía del anciano Simeón te sumergió en profundo dolor al oírle decir: "Este niño está puesto para ruina y resurrección de muchos de Israel, y una espada traspasará tu alma". De este modo quiso el Señor mezclar tu gozo con tan triste recuerdo.

¡Oh dulcísima Madre, por todos los sufrimientos que padeciste, ayúdame a sobrellevar mi cruz!

 

2do. dolor: La huída a Egipto.

"Un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al Niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al Niño para matarlo". (Mt. 2, 13)

¡Oh, Virgen querida!, quiero acompañarte en las fatigas, trabajos y sobresaltos que sufriste al huir a Egipto en compañía de San José para poner a salvo la vida del niño Dios.

Bendita sea tu pureza...

 

3er. dolor: El Niño creído perdido y hallado por sus padres.

«Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la ley, escuchándolo y haciéndoles preguntas. Y todos los que le oían estaban asombrados de su inteligencia y respuestas.

Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". 

Jesús le respondió: "¿por qué me buscaban? ¿no sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" Ellos no entendieron lo que les decía.» (Lc. 2, 46-51)

¡Virgen Inmaculada! ¿Quién podrá pasar y calcular el tormento que ocasionó la pérdida  de Jesús y las lágrimas derramadas en aquellos tres largos días? Déjame, Virgen mía, que yo las recoja, las guarde en mi corazón y me sirva de holocausto y agradecimiento para contigo.

Ave María.

 

4to. dolor: María en la calle de la amargura.

«...Si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?» (Lc. 23, 31)

Verdaderamente, calle de la amargura fue aquella en que encontraste a Jesús desgarrado, cargado con la cruz que se hizo responsable de todos los pecados de los hombres, cometidos y por cometer.

¡Pobre Madre! Quiero consolarte enjugando tus lágrimas con mi amor.

Creo en Ti Madre y en tu Manto extendido por el mundo, que va cobijándonos y salvándonos de la muerte. Amén.

 

5to. dolor: La Crucifixión de Jesús.

«Al ver a la Madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo"; luego le dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre".

Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa». (Jn. 19, 26-27)

María, reina de los mártires, el dolor y el amor son la fuerza que los lleva tras Jesús, ¡qué horrible tormento al contemplar la crueldad de aquellos duros clavos traspasando los pies y manos del Salvador! Todo lo sufriste por mi amor. 

Dolor cumbre de tu corazón. ¡Oh, María! Jesús acaba de morir, y el centurión, con su lanza se acerca a la cruz, y a tu vista, sin el menor reparo, raja cruelmente aquel corazón amante. No sintió Jesús el dolor, pero en aquel corazón vivía un amor infinito. Aquella herida la recibiste con dolor y amor. He aquí la profecía de Simeón. Ha sido esto por mis pecados, pero desde entonces eres Madre mía, refugio mío... Cómo no amarte. Perdón, y misericordia.

Ave María.

 

6to. dolor: Descienden a Jesús de la Cruz.

Mira a Jesús, acribillado de heridas, desangrado, coronado de espinas... Virgen mía, sólo podré aliviarlo dejando de pecar. 

¡Oh dulcísima Madre, por todos los sufrimientos que padeciste, ayúdame a sobrellevar mi cruz!

 

7mo. dolor: La sepultura de Jesús.

«José de Arimatea, después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado». (Lc. 23, 53-54)

Salve.

 

Nos consagramos a nuestra Madre, diciéndole:

Oh Madre, quiero consagrarme a Ti.

Virgen María, hoy consagro mi vida a Ti.

Siento necesidad constante de tu presencia en mi vida

para que me protejas, me guíes y me consueles.

Sé que en Ti mi alma encontrará reposo

y la angustia en mí no entrará.

Mi derrota se convertirá en victoria,

mi fatiga en Ti, fortaleza es. Amén.

 

 


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