La Santísima Virgen María, en el Catecismo de la Iglesia Católica (CATIC).
La fe de María (CATIC 148, 149)
María: "Dichosa la que ha creído"
La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1, 37), y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada.
Durante toda su vida, y hasta su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el ''cumplimiento'' de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.
La vida de María (CATIC 484, 485, 486)
La anunciación a María inaugura "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), es decir, el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es invitada a concebir a aquel en quien habitará "corporalmente la plenitud de la divinidad" (Col 2, 9). La respuesta divina a su "¿cómo será esto, puseto que no conozco varón?" (Lc 1, 35) se dio mediante el poder del Espíritu: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti" (Lc 1, 35).
La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo. El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es "el Señor que da la vida", haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad tomada de la suya.
El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la Virgen María, es "Cristo", es decir, el ungido por el Espíritu Santo, desde el principio de la existencia humana (...).
La predestinación de María (CATIC 488)
"Dios envió a su Hijo" (Ga 4, 4), pero para "formarle un cuerpo" quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a una "virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (Lc 1, 26-27):
El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte [Eva], así también otra mujer contribuyera a la vida. (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, 56; cf 61).
La Inmaculada Concepción (CATIC 490, 491, 492)
Para ser la Madre del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante". El angel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios.
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de gracia por Dios", había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX (Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803):
...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano.
Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción", le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo". El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. El la ha "elegido en él, antes de la creación del mundo, para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (Ef 1, 4).
(...) Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.
"Alégrate, llena de gracia" (CATIC 721 a 725)
María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con relación a María: María es cantada y representada en la Liturgia como el "Trono de la Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
El Espíritu Santo preparó a María con su gracia. (...) Ella fue concebida sin pecado, por pura gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger el don inefable del Omnipotente. (...) Cuando ella lleva en sí al Hijo eterno, hace subir hasta el cielo con su cántico al Padre, en el Espíritu Santo, la acción de gracias de todo el Pueblo de Dioss y por tanto de la Iglesia.
En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios con y por medio del Espíritu Santo. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe.
En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne, dándolo a conocer a los pobres y a las primicias de las naciones.
En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los hombres (...).
Testimonios:
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– María del Rosario de San Nicolás