Tercer motivo.
La Santísima Virgen, que es Madre de Dulzura y de Misericordia, y que en amor,
y liberalidad no se deja nunca vencer por nadie, al ver que se da uno
enteramente a Ella para honrarla y servirla, despojándose de todo lo que hay de
valioso en la tierra, se da también toda entera y de una manera inefable a
quien le hace entrega de todo: le hace anegarse en el abismo de sus gracias, lo
embellece con sus méritos, lo apoya con su poder, lo esclarece con su luz, lo
rodea con su amor, le comunica sus virtudes, su humildad, su fe, su pureza...;
se hace su fiadora, su intercesora y todo para con Jesús. En fin, como tal
persona está consagrada a María, también María se consagra toda a ella; de
manera que se puede decir de tal perfecto servidor e hijo de María, lo que San
Juan Evangelista dice de sí mismo: que había tomado a la Santísima Virgen en
lugar de todos los bienes (Jn, 19, 27).
Esto
es lo que produce en su alma, si se conserva fiel: un profundo menosprecio, una
gran desconfianza de sí mismo, y una plena confianza y un perfecto abandono en
la Santísima Virgen. No pone, como antes, su apoyo en las propias
disposiciones, intenciones, méritos y buenas obras, porque habiéndose
sacrificado enteramente a Jesucristo por esta buena Madre, no posee más que un
tesoro en el cual ha cifrado todos sus bienes sin haberse reservado cosa alguna,
y este tesoro es María. Lo cual es lo que le anima a aproximarse a Nuestro Señor
sin temor, y a rogarle con mucha más confianza.
Como
por esta práctica se entregan al Señor por medio de su Santa Madre todas las
buenas obras, esta buena Señora las purifica, las embellece y hace que su Hijo
las acepte.
1.
Las purifica de
toda inmundicia de amor propio. Desde el momento en que aquellas obras se
encuentran entre sus manos purísimas y fecundas, estas manos, que jamás han
estado manchadas ni ociosas y que purifican cuanto tocan, despojan el don de
todo lo que puede tener de corrompido e imperfecto.
2.
Las embellece
con sus méritos y virtudes. Es como si un labrador, deseoso de alcanzar amistad
y benevolencia de un rey, se fuese a la reina y le presentase una manzana, en la
que consistía toda su renta, a fin de que ella la presentase al rey y aceptando
la reina el pequeño regalo del labrador, pusiese la tal manzana en un grande y
hermoso plato de oro y la presentase así al rey de parte del labrador; de modo
que ya entonces la manzana, que por sí misma era indigna de ser presentada al
rey, se habría convertidos en un regalo digno de su majestad, en consideración
a la bandeja de oro en que estaba puesta
3.
María Santísima
presenta estas buenas obras a Jesucristo, porque no guarda para sí nada de lo
que se le ofrece: todo lo conduce a Jesucristo. Si se le da algo, Ella se lo da
necesariamente a Jesucristo; si se la alaba, si se la glorifica, inmediatamente
Ella alaba y glorifica a Jesús. Ahora, como en aquella ocasión en que Santa
Isabel la alabó, Ella canta a Dios cuando se la ensalza y bendice:
“Mi alma canta la grandeza del Señor...” (Lc 1, 46)
Del “Tratado
de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, de San Luis María
Grignion de Montfort, Segunda Parte, II ‘Motivos de esta perfecta
Consagración’, Tercer motivo, §144-148.
Testimonios:
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