"El secreto admirable del Santísimo Rosario", de San Luis María Grignon de Montfort
Extractos Selectos
(23) El salterio o rosario de la
Santísima Virgen se compone de tres rosarios de cinco decenas cada uno, con el fin:
1. De honrar a las tres personas de la
Santísima Trinidad;
2. De honrar la vida, muerte y gloria de
Jesucristo;
3. De imitar a la Iglesia triunfante, ayudar a
la peregrinante y aliviar a la paciente;
4. De imitar las tres partes del salterio, la
primera de las cuales mira la vía purgativa; la segunda, a la vía iluminativa; la
tercera, a la vía unitiva;
5. De colmarnos de gracia durante la vida, de
paz en la hora de la muerte y de gloria en la eternidad.
(24)
Desde cuando el beato Alano de la Rupe restauró esta devoción, la voz del pueblo,
que es la voz de Dios, la llamó Rosario, es decir, corona de rosas. Lo cual significa que
cuantas veces se recita el rosario como es debido, colocamos en la cabeza de ciento
cincuenta y tres rosas blancas y dieciséis rosas encarnadas del paraíso, que no
perderán jamás su belleza ni esplendor.
La Santísima Virgen aprobó y confirmó el
nombre de rosario, revelando a varias personas que le ofrecían tantas rosas agradables
cuantas avemarías recitaban y tantas coronas de rosas como rosarios.
(42)
EL PADRENUESTRO (CONCLUSIÓN)
Cuando rezamos esta divina oración, realizamos tantos actos de las más sublimes
virtudes cristianas como palabras pronunciamos. Al decir: Padre nuestro que estás en los
cielos, hacemos actos de fe, adoración y humildad. Al desear que su nombre sea
santificado y glorificado, manifestamos celo ardiente por su gloria.
Al pedir posesión de su Reino, hacemos un acto de esperanza. Al desear que se
cumpla su voluntad en la tierra como en el cielo, mostramos espíritu de perfecta
obediencia. Pidiédole que nos dé el pan nuestro de cada día, practicamos la pobreza
según el espíritu y el desapego de los bienes de la tierra. Al rogarle que perdone
nuestros pecados, hacemos un acto de contricción. Al perdonar a quienes nos han ofendido,
ejercitamos la misericordia en la más alta perfección. Al implorar ayuda en la
tentación, hacemos actos de humildad, prudencia y fortaleza. Al esperar que nos libre del
mal, practicamos la paciencia. Finalmente, al pedir todo esto no sólo para nosotros, sino
también para el prójimo y para todos los miembros de la Iglesia, nos comprometemos como
verdaderos hijos de Dios, lo imitamos en la caridad, que abraza a todos los hombres, y
cumplimos el mandamiento de amar al prójimo.
(44)
Detestamos, además, todos los pecados y practicamos todos los mandamientos de Dios
cuando al rezar esta oración- nuestro corazón sintoniza con la lengua y no
mantenemos intenciones contrarias a estas divinas palabras. Puesto que, cuando
reflexionamos en que Dios está en los cielos es decir, infinitamente por encima de
nosotros por la grandeza de su majestad-, entramos en los sentimientos del más profundo
respeto en su presencia y, sobrecogidos de temor, huimos del orgullo y nos abatimos hasta
el anonadamiento. Al pronunciar el nombre de Padre, recordamos que de Dios hemos recibido
la existencia por medio de nuestros padres y la instrucción por medio de nuestros
maestros. Todos los cuales representan para nosotros a Dios, cuya viva imagen constituyen.
Por ello, nos sentimos obligados a honrarlos, o mejor dicho,a honrar a Dios en sus
personas, y nos guardamos mucho de despreciarlos y afligirlos.
Cuando deseamos que el santo nombre de Dios sea glorificado, estamos bien
lejos de profanarlo. Cuando consideramos el Reino de Dios como nuestra herencia,
renunciamos a todo apego desordenado a los bienes de estre mundo. Cuando pedimos con
sinceridad para nuestro prójimo los bienes que deseamos para nosotros, renunciamos al
odio, la disención y la envidia.
Al pedir a Dios el pan de cada día,
detestamos la gula y la voluptuosidad, que se nutre en la abundancia. Al rogar a Dios con
sinceridad que nos perdone como perdonamos a quienes nos han ofendido, reprimimos la
cólera y la venganza, devolvemos bien por mal y amamos a nuestros enemigos. Al pedir a
Dios que no nos deje caer en el pecado en el momento de la tentación, manifestamos huir
de la pereza y buscar los medios para combatir los vicios y salvarnos. Al rogar a Dios que
nos libre del mal, tememos su justicia y nos alegramos, porque el temor de Dios es el
principio de la sabiduría: el temor de Dios hace que el hombre evite el pecado.
(45)
EL AVEMARÍA: SUS EXCELENCIAS
La Santísima Virgen recibió esta divina salutación en orden a llevar a feliz término el asunto más sublime e importante del mundo, a saber: la encarnación del Verbo eterno, la reconciliación entre Dios y los hombres y la redención del género humano. Embajador de esta buena noticia fue el arcángel Gabriel, uno de los primeros príncipes de la corte celestial.
La salutación angélica contiene la fe y
esperanza de los patriarcas, de los profetas y de los apóstoles. Es la constancia y la
fortaleza de los mártires, la ciencia de los doctores, la perseverancia de los confesores
y la vida de los religiosos (beato Alano). Es el cántico nuevo de la ley de la gracia, la
alegría de los ángeles y de los hombres y el terror y confusión de los demonios.
Por la salutación angélica, Dios se hizo
hombre, una virgen se convirtió en Madre de Dios, las almas de los justos fueron
liberadas del limbo, se repararon las ruinas del cielo y los tronos vacíos fueron de
nuevo ocupados, el pecado fue perdonado, se nos devolvió la gracia, se curaron las
enfermedades, los muertos resucitaron, se llamó a los desterrados, se aplacó la
Santísima Trinidad y los hombres obtuvieron la vida eterna. Finalmente, la salutación
angélica es el arco iris, la señal de la clemencia y de la gracia dadas al mundo por
Dios (beato Alano).
[...]La salutación angélica es uno de los
cánticos más bellos que podemos entonar a la gloria del Altísimo: <<Te cantaré
un cántico nuevo.>> La salutación angélica es precisamente el cántico nuevo que
David predijo sa cantaría en la venida del Mesías.
Hay un cántico antiguo y un cántico nuevo.
El antiguo es el que cantaron los israelitas en acción de gracias por [...] todos los
favores celestiales. El cántico nuevo es el que entonan los cristianos en acción de
gracias por la encarnación y la redención. Dado que estos prodigios se realizaron por el
saludo del ángel, repetimos esta salutación para agradecer a la Santísima Trinidad por
tan inestimables beneficios.
Alabamos a Dios Padre por haber amado tanto
al mundo que le dio su Unigénito para salvarlo. Bendecimos a Dios Hijo por haber
descendido del cielo a la tierra, por haberse hecho hombre y habernos salvado.
Glorificamos al Espíritu Santo por haber formado en el seno de la Virgen María su cuerpo
purísimo, que fue víctima de nuestros pecados. Con estos sentimientos de gratitud
debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza, caridad
y acción de gracias por el beneficio de nuestra salvación.
(47)
Aunque este cántico nuevo se dirige directamente a la madre de Dios y contiene sus
elogios, es no obstante- muy glorioso
para la Santísima Trinidad, porque todo el honor que tributamos a la Santísima Virgen
vuelve a Dios, causa de todas sus perfecciones y virtudes. Con él glorificamos a Dios
Padre, porque honramos a la más perfecta de sus creaturas. Glorificamos al Hijo, porque
alabamos a su Purísima Madre. Glorificamos al Espíritu Santo, porque admiramos las
gracias con que colmó a su Esposa.
Del mismo modo que la Santísima Virgen con
su hermoso cántico, el Magnificat, dirige a Dios las alabanzas y bendiciones que le
tributó santa Isabel por su eminente dignidad de Madre del Señor, dirige inmediatamente a Dios los elogios y
bendiciones que le presentamos mediante la salutación angélica.
(48)
Si la salutación
angélica glorifica a la Santísima Trinidad, también constituye la más perfecta
alabanza que podamos dirigir a María.
Deseaba santa Matilde saber cuál era el
mejor medio para testimoniar su tierna devoción a la Madre de Dios. Un día, arrebatada
en éxtasis, vio a la Santísima Virgen que llevaba sobre el pecho la salutación
angélica en letras de oro, y le dijo: <<Hija mia, nadie puede honrarme con saludo
más agradable que el que me ofreció la adorabilísima Trinidad. Por él me elevó a la
dignidad de Madre de Dios. La palabra Ave
que es el nombre de Eva- me hizo saber que Dios en su omnipotencia me había
preservado de toda mancha de pecado y de las calamidades a que estuvo sometida la primera
mujer.
El nombre de María que significa Señora de la luz-
indica que Dios me colmó de sabiduría y luz, como astro brillante, para iluminar los
cielos y la tierra.
Las palabras llena de gracia me recuerdan que el Espíritu
Santo me colmó de tantas gracias, que puedo comunicarlas con abundancia a quienes las
piden por mediación mía.
Diciendo el Señor es contigo, siento renovarse la
inefable alegría qie eperimenté cuando el Verbo eterno se encarnó en mi seno.
Cuando me dicen bendita tú eres entre todas las mujeres,
tributo alabanzas a la misericordia divina, que se dignó elevarme a tan alto grado de
felicidad.
Ante las palabras bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, todo el
cielo se alegra conmigo al ver a Jesús, mi Hijo, adorado y glorificado por haber salvado
al hombre.>>
Testimonios:
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