El Jubileo, una ocasión para redescubrir el auténtico amor a María, Su Santidad Juan Pablo II 

Criatura sin poder
El Santo Padre quiso hablar de María basándose en el pasaje del Evangelio de Marcos en el que Cristo abraza con cariño a un niño y le presenta como ejemplo para los discípulos: criatura sin poder o valor, al menos según los parámetros de la época. Una imagen que habla de ternura y sensibilidad, pero que se convierte también en una lección ofrecida por aquel que, estando por encima de todos, no dudó en hacerse «el último de todos».

Así, explicó el pontífice, se comprende mejor la grandeza de María, cuya primacía «está arraigada en la humildad» y cuya relación privilegiada con el Espíritu Santo «no la libró, en su vida terrena, de las fatigas de la condición humana».

«María vivió totalmente la realidad cotidiana de tantas familias de su tiempo, conoció la pobreza, el dolor, al fuga, el exilio, la incomprensión. Su grandeza espiritual no la "aleja" de nosotros: recorrió nuestro camino y ha sido solidaria con nosotros en la "peregrinación de la fe"».

María y el Jubileo
La celebración de los dos mil años del cristianismo, por tanto, está también dedicada a la Virgen. El Jubileo constituye así no sólo una invitación a vivir «un amor más fuerte» por Jesús, sino también a experimentar una «renovada piedad mariana».

El secreto para amar a María
Ahora bien, el mismo obispo de Roma especificó cuáles deben ser los principios fundamentales que deben orientar esta devoción por la Virgen que, en alguna ocasión ha quedado contaminada por aspectos supersticiosos. Por eso indicó que, ante todo, «tiene que estar bien fundada en la Escritura y en la Tradición». Para ello, recomendó encontrar en la liturgia «una orientación segura para las manifestaciones más espontáneas de la religiosidad popular».

En segundo lugar, aclaró, no debe ser pura palabrería, sino que debe «expresarse en un esfuerzo por imitar a Santa María en un camino de perfección personal».

Para superar «toda forma de superstición y de credulidad vana», el Santo Padre aconsejó, a continuación, «acoger en su justa medida, en sintonía con el discernimiento eclesial, las extraordinarias manifestaciones con las que la Virgen Santa quiere ofrecerse para el bien del pueblo de Dios». Un llamado, por tanto, a la sana prudencia ante las numerosas apariciones marianas que hoy día son reivindicadas en muchas partes del globo terráqueo y, al mismo tiempo, el reconocimiento de que María sigue comunicando su mensaje de amor al hombre, a veces de manera sorprendente.

Por último, si el cariño a la Virgen es verdadero, «tiene que ser capaz de remontarse siempre al manantial de la grandeza de María, convirtiéndose en un incesante "Magnificat" de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo».

(Zenit, 24 de septiembre del Año Santo 2000)

 


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