"Las Glorias de María", de San Alfonso María Ligorio
Extractos selectos
La S. Biblia narra que la reina Esther fue ante el rey Asuero a interceder en favor de su pueblo para que no fuera exterminado. Y obtuvo que el rey revocara la sentencia condenatoria. Si Asuero concedió a Esther el perdón para el pueblo, porque la amaba a ella más que a las demás; también el buen Dios, cuando María Santísima intercede por nosotros los que merecemos castigos y condenación, le concederá el perdón y la ayuda que necesitamos, porque a Ella la ama y estima más que a todas las demás mujeres de la tierra.
María para salvar nuestras almas aceptó ofrecer en sacrificio en la cruz a su Hijo queridísimo. Para salvar nuestra alma aceptó que su propia alma llegara hasta la agonía de la angustia en el calvario.
Yo soy la Madre del amor hermoso, dice María (Ecl. 24, 24) porque su amor hermosea nuestras almas a los ojos de Dios. ¿Qué madre amará a sus hijos y se interesará tanto por su felicidad, como Tú amabilísima Reina nos amas y te interesas por nuestro bien?, dice San Buenaventura.
San Anselmo entusiasmado exclamaba: "Dichosa confianza. Seguro refugio. La Madre de Dios es también madre mía. Soy hermano del que será mi Juez (Jesús), y mi Abogada será su propia Madre, que es también Madre mía".
Y ¿quién amó más a Dios que María? Seguramente entre los bienaventurados del cielo no hay ninguno que ame tanto a Dios como la Santísima Virgen, y por lo tanto no puede haber quien, después de Dios, no ame más que esta amorosísima Madre. Estamos seguros de que nos ama más que todos los ángeles y santos. La primera razón del gran amor que María nos tiene es el inmenso amor que Ella le tiene a Dios. Porque cuanto mayor es el amor que se tiene hacia Dios, más grande es el amor que se siente hacia el prójimo. Así lo dice San Juan: "Este mandato tenemos de Dios, quien ama a Dios ame también a su hermano".
Otra razón por la cual María nos tiene por hijos estimadísimos es porque le costamos muy grandes dolores. Las madres aman y aprecian más a aquellos hijos que más sufrimientos y dolores les han costado. Por nosotros vio María agonizar en la cruz a su amadísimo hijo Jesús, en medio de los tormentos más atroces, y en su presencia lo vio morir, aceptando Ella esta muerte por conseguir nuestra salvación eterna. Allí al morir Jesús nacimos nosotros a la vida de gracia, y en este momento Ella se convirtió en nuestra Madre.
San Buenaventura repetía: "Tanto nos amó María, que entregó por nosotros a su Unigénito". Y ¿cuándo lo entregó? -Cuando aceptó que Jesús fuera condenado a muerte y crucificado. Ella no sale en su defensa. Ella no protesta al verlo agonizar allí por tres horas delante de sus ojos. Allí nos entregó a Jesús para salvarnos, ofreciéndolo con inmenso dolor pero con total amor hacia Dios y hacia nosotros. [...] Cuán agradecidos debemos estar a María por ese gran acto de amor de ofrecer a Jesús en la cruz por nuestra salvación. [...] San Buenaventura dice que este amor de María nos invita a corresponderle amándola de todo corazón, porque Ella nos ha dado la mayor prueba de amor, dándonos a su Unico Hijo a quien amaba más que a sí misma.
Otra razón para que María Santísima nos ame: la consideración de que somos el precio de la muerte de Jesucristo. Si una madre supiera que un esclavo o prisionero ha sido rescatado de su esclavitud por el sacrificio total del más querido de sus hijos, con cuanto amor y estimación consideraría a esa persona liberada a tan alto precio.
Porque María estima muchísimo la Sangre de su Hijo derramada para salvarnos, por eso nos aprecia también inmensamente a cada uno de nosotros.
San Ignacio enseñaba: "Por mucho que ames a María Santísima, Ella te amará siempre mucho más de lo que la amas tú".
Los santos dicen que para ser buen devoto suyo hay que imitarla en la humildad, en la castidad, en la mansedumbre y en la misericordia hacia los necesitados. ¿Acaso podrá llamarse en verdad buen devoto suyo quien lleva una vida de pecado que a Ella le disgusta?
María es Madre de los pecadores que quieren convertirse, y como madre sabe comprender y compadecer las miserias y debilidades de sus hijos.
Cuando la Cananea pidió a Cristo que librara a su hija del demonio que la atormentaba, le dijo: "Apiádate de mí, Señor, hijo de David. Mi hija está endemoniada." (Mt. 15, 22) ¿Por qué no le dijo: "apiádate de mi hija", sino "apiádate de mí"? Porque las madres sienten como propias las desgracias y miserias de sus hijos. Algo parecido le dice María a Jesús cuando ruega por nosotros los pecadores: "Apiádate de Mí, pues este hijo mío, esta hija mía, está sufriendo la esclavitud del pecado en que le tiene el demonio".
La Sagrada Escritura narra la petición de una madre, al rey David: "Señor, yo tenía dos hijos. El uno mató al otro y ahora la justicia pide que este hijo muera también. Compadécete de mí y no permitas esto". Y el rey dispuso que el hijo culpable se viera libre de la sentencia que iba a recaer sobre él (2 Samuel 14, 2). De igual modo parece que habla María cuando ve a Dios irritado contra el pecador que se encomienda a Ella: "Dios mío: yo tenía dos hijos: Jesús y el pecador. El pecador mató a Jesús en la Cruz y ahora tu Justicia exigiría que este pecador sea condenado. Ten compasión de mí. Ya tuve el dolor de ver morir a Jesús en la Cruz. Haz que ahora no tenga el dolor de ver condenado al pecador". Podemos estar seguros de que no será condenado por el Rey Celestial el pecador arrepentido que pide a María que ruegue por Él.
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– María del Rosario de San Nicolás