IRÁN: AIRES DE CAMBIO
-EL FRACASO DE LA INTEGRACION DE LAS ECONOMÍAS DE TRANSICIÓN DE ASIA CENTRAL
-AFGANISTÁN Y EL PASO DE GASODUCTOS Y PETRÓLEO DESDE ASIA CENTRAL
-IRÁN: AIRES DE CAMBIO (nuevo!!)

REPORTAJE

SUPLEMENTO DOMINICAL "LA VOZ DE GALICIA"

8 septiembre 2002

Versión íntegra. Fotografías y texto por Enrique Vázquez Pita

“No te aflijas, Hazrat”. Los versos del poeta Hafez, escritos hace 600 años, describen la situación de angustia que viven 70 millones de iraníes y que, en todo el país, piden un cambio en la república islámica. Irán tiene el dudoso honor de haber sido incluida por Estados Unidos en el Eje del Mal, junto a Irak y Corea del Norte, bajo la sospecha de financiar el terrorismo contra Occidente. ¿Está la mano del gobierno chiíta detrás de la masacre del 11 S? Un viaje a lo largo y ancho del país hace dudar de ello, tras hallar a una población educada y amable, lejos de la imagen de fanatismo que aparece por televisión..

Picnic en la tarde del viernes en la plaza de los palacios de Isfahán (autor: E. V. Pita)

Aires de cambio en Irán

Quizás, el delito de los ayatolás fue nacionalizar la industria petrolera tras la revolución de 1979 que derrocó al Sha. Ha crecido una generación, marcada por diez años de guerra con Irak, y el régimen de los muhlas, apoyado por la clase media del bazar, experimenta lentos cambios. El visitante se encuentra con un país que rinde culto a la familia, que gusta de hacer picnic en las medianeras de las autovías y que, además del té, bebe Coca-Cola original y Pipi Zam Zam, un sucedáneo nacional de Pepsi. Uno tiene la sensación de haber regresado a la España de mantón y peineta de 1959.

Los cambios se aprecian al margen de la vida oficial. Por un lado, las autoridades religiosas imponen el chador a las mujeres y, por otro, éstas dejan entrever sus cabellos teñidos de rubio o rojo. Sigue sin haber discotecas, cerradas tras la caída del Sha, pero ya nadie se escandaliza si las mujeres visten vaqueros al pasear por las mezquitas de Teherán. En las ruinas de Persépolis, las hijas de unos emigrantes en Berlín se cubren a regañadientes con un pañuelo verde marujita. Como el calor asfixia, una de ellas se desabrocha la gabardina y deja entrever un escotado top. Nada que ver con el riguroso chador. La mujer protagoniza poco a poco su revolución. Según el Iran Daily, “además de cumplir con su deberes de madres y esposas, las mujeres iraníes son activas en todos los campos, especialmente, en educación, industria, artes y ciencia”. Se las ve resolutivas tras los mostradores de las agencias y tiendas aunque los bazares los regentan sus maridos y hermanos. “El poder de la mujer iraní es tal que si se pusieran de acuerdo un día, todas se quitarían el chador”, dice una estudiante de Medicina de Isfahán. ¿Y por qué no lo hacen? La misma estudiante admite que llevar pañuelo es una cuestión cultural firmemente arraigada. "Si salgo a la calle sin pañuelo no me sentiría a gusto. Es como si un hombre tuviese que vestir falda", afirma la alumna. En cierto modo, las jóvenes iraníes no pueden disimular sus risitas cuando se cruzan con una extranjera que lleva mal ajustado el pañuelo o la gabardina no le tapa las rodillas. De momento, las mujeres iraníes suben resignadas a la parte posterior del bus, reservada para ellas aunque la zona masculina vaya atestada. Otras, más modernas, conducen su Renault 5, acuden solas a las teterías a fumar en el narguile, oyen música en directo en locales de moda o incluso se citan con chicos. Incluso las parejas demuestran en público más afecto que en las céntricas calles de Viena.

La religión lo regula todo salvo el tráfico. En el bazar de Kerman, un hombre abronca a un niño mendigo que lee el destino en papeles que picotea un periquito. El individuo le arroja la jaula al suelo y le recuerda que el juego está prohibido en Irán. Eso no impide que algunos ciudadanos de Isfahán ignoren a las autoridades y echen una partidita de cartas mientras hacen picnic en la plaza de la Revolución. Menos suerte ha tenido otra pandilla de adolescentes, cacheados a la orilla del río por dos motoristas de la policía que buscaban en el suelo drogas o cartas. El ajedrez estuvo proscrito hasta hace cinco años y ahora los parques de Teherán están repletos de jugadores. El alcohol es la otra gran prohibición. Tres truhanes del bazar de Kerman ofrecen a unos turistas una especie de vodka adulterado que logra alegrar las bodas iraníes. “Si se entera el Gobierno, nos cortarán el cuello”, advierte Abbas, el guía, un estudiante de ingeniería de Shariz, respetuoso con la ley. Su único pecadillo es escuchar su radiocassete. La música se echa de menos en Irán pero los éxitos de estrellas disco como Gloria Steffan o Marian Carey circulan clandestinamente de mano en mano. Y el descaro es tal que las tiendas de electrónica de Teherán o Tabriz ofertan un combo de CD y DVD, eso sí a precios de importación.

Abbas debe ser el chófer más prudente de Irán, un país donde los conductores y peatones ignoran las normas de tráfico. Circulan en sentido contrario para adelantar, los camiones rebasan a los turismos, los motoristas sin casco hacen giros inesperados y los peatones cruzan tan campantes las vallas de las autovías o hacen picnic en la medianera. Y esto no ocurre sólo en el caótico Teherán sino en el pueblo más remoto de Yadz o de Tabriz. Al volante, los iraníes se sienten libres...bajo la mirada omnipresente del imán Jomeini. La autosatisfacción con que los líderes religiosos caminan por las calles de Tabriz o Shiraz revela que son los únicos contentos en este país. El resto protesta porque llenar el depósito del coche de marca nacional, el Paykans, una especie de Seat 132, sale cada día más caro.. Cada vez se ven más niños vendiendo chicles de plátano en las gasolineras donde un litro ya cuesta 500 riales (0,1 euros). Y eso que el petróleo es un monopolio estatal. En Teherán, los cambistas entregan fajos de billetes de 10.000 a los turistas por cinco dólares a la cotización oficial. Ya no es la bicoca de hace unos años.

Mehdi, taxista de la capital, debe pluriemplearse como recepcionista en un hotel de lujo para alimentar a sus dos hijos. En un restaurante del Mar Caspio, Medhi da cuenta de un esturión mientras muestra su malestar: “En este país hace falta separar el poder del clero y la iglesia del Estado. Yo me mato a trabajar y los religiosos me prometen el paraíso en la otra vida”. Un interlocutor pronuncia la palabra Jomeini y los camareros agudizan el oído. Un error. “Aquí hay que guardar silencio como en España con el General Franco”, advierte el taxista mientras introduce un terrón de azúcar en la boca y sorbe algo de té.

El mensaje de la población sobre la división de poderes no parece haber calado en un comité clerical, anclado en la ciudad santa de Quom, que el pasado mes cerró varios periódicos con una ley que el sha aplicaba contra el gamberrismo. La república es dirigida por el presidente liberal y reformista Mohammed Jatami, cuyo retrato adorna junto a Jomeini la pared de todos los ultramarinos de Teherán, Shiraz o Tabriz. Es la esperanza de muchos jóvenes. Tiene cara de tipo simpático.Tras tres años, Jatami sigue sin poder aplicar sus promesas de libertad dentro de su idea de democracia religiosa. La semana pasada presentó su plan para aumentar sus poderes ejecutivos en un pulso con el Consejo de Guardianes de la Revolución, su rival político. “El clero tiene atado de pies y manos a Jatami”, asegura Amir, un profesor de gimnasia, que rompe su silencio en la cumbre del Sabalán, un volcán sagrado de la región azerbayana de Irán, meta de peregrinos musulmanes que, a 4.800 metros de latitud, se sienten más cerca de Alá. El padre de Amir fue mulá en tiempos del sha pero, tras la revolución, abandonó desencantado el oficio religioso. “Las cosas han mejorado en veinte años”, admite Amir.

Jussef, propietario de una tienda de alfombras en Isfahán, reconoce que Irán se ha modernizado. Hay más autopistas por las que circulan alocadamente millares de vehículos mientras esquivan a peatones que se cruzan sin mirar . El empresario, perteneciente a la clase media que apoyó la revolución, teme que el turismo se hunda si Estados Unidos ataca a Irak, el eterno enemigo de Jomeini. La población iraní todavía habla de los diez años de guerra contra Sadam Hussein como si fuese ayer. Los soldados mutilados que caminan por los parques recuerdan los apagones de luz en las ciudades y los bombardeos. Diez años perdidos. “En cuanto caiga la primera bomba en Irak, los turistas desaparecerán”, afirma el dueño del bazar mientras invita a un té con cardamomo a cuatro mochileros coruñeses. Los visitantes asienten en silencio porque creen que la población iraní, amable y educada, no se merece un ataque occidental. “No es justa la imagen que tiene Occidente de Irán”, asegura Amir. Cualquier americano en este país es sospechoso de pertenecer a la CIA. En un control rutinario a la salida de la provincia de Bam, una ciudad de adobe a media jornada en coche de Afganistán, un policía sin afeitar y desaliñado, armado con una metralleta, interroga a un chófer si los turistas que transporta son americanos. Los controles de camionetas y coches son conciencidos para evitar el tráfico de opio procedente de las montañas afganas. “Españoles, beatiful people”. El agente fronterizo da vía libre.

Los alemanes son los europeos preferidos de los iraníes, quizás por ser los persas de origen ario y no identificarse con los árabes. Hans, un estudiante de Arqueología de Ulm, se sintió violento cuando unos lugareños se dirigieron a él con un expresivo “Hitler is good”, al que consideran un héroe por el genocidio de los judíos europeos, en referencia al conflicto árabe-israelí.. Hans no oculta su repulsión: “Tantos años educado en Alemania sobre la barbarie del nazismo para que estos ignorantes feliciten a Hitler”. Pero el mochilero alemán, que también visitó Siria o Libia, ha tenido más sorpresas. Desde su entrada en el país se propuso no mirar a las mujeres para evitar disgustos con las autoridades. Según él, las iraníes, ocultas con su chador, le han rodeado en el autobús y le han pedido en inglés que les bese. Algunas dejaban entrever sus pantalones vaqueros y la coleta del pelo teñido de rojo. La respuesta la obtuvo una turista madrileña, Magdalena. La joven decidió pasar unos días sola en Isfahán, la antigua capital persa repleta de palacios de columnas reflejadas en los estanques, es la ciudad más cosmopolita de Irán que atrae a visitantes europeos, afganos o paquistaníes. En realidad, afirma resignado un comerciante, “es una jaula de oro”. Magdalena ocultó su cuerpo bajo un chador pero sus ojos azules, las gafas de diseño y su calzado la delatan como occidental. Intentó pasar por mujer iraní para ganar en tranquilidad pero al anochecer dos hombres la siguieron por el puente. Al hacerles frente, los rufianes huyeron al pensar que era una policía. El chador no le ha librado de la tentación masculina. Unos días atrás, Magdalena había tenido un pequeño debate con una estudiante de Medicina de Isfahán. La universitaria sostenía que cubrirse el pelo con un pañuelo estaba tan arraigado en su cultura que quitarlo en plena calle sería tan embarazoso como que un hombre vistiese falda.

En todo el país no hay ni una sola mujer, salvo las niñas menores de 9 años, que se atreva a salir con la melena al aire. Ni siquiera las turistas, salvo una francesa en un hotel de Shiraz que se quitó el pañuelo seductoramente para escandalizar al guía, quien sólo dirigía la palabra a su marido.

Los habitantes pasean tranquilamente bajo las aguas de sus puentes de Isfahán, donde toman té distraidamente o hacen picnic en sus orillas o en las medianas de las carreteras. Una pareja se abraza junto al río y un grupo de jóvenes juega a las cartas en la plaza principal. ¿No estaba prohibido todo esto? Dos motoristas de la policía, generalmente desaliñados y sin afeitar, se limitan a cachear a unos jóvenes sospechosos de tener droga.

Los dueños de los bazares apoyaron la revolución islámica y esta clase media reconoce que el país se ha modernizado. Las autopistas y autovías son buenas y acaba de construirse una nueva línea de tren entre Isfahán, la bella y Yazd, la ciudad más antigua del mundo reconocida por la Unesco y cuna del zoroastrismo.. En noviembre se cumplirán 23 años de la revolución del imán Jomeini, los muhlas, apoyados por la clase media de los bazares. Ha pasado una generación desde la caídos del sha y los jóvenes reclaman cosas tan básicas como la división de poderes. De momento, son ellos los que mandan y cierran periódicos con antiguas leyes que el sha aplicaba contra el gamberrismo.