Se escucha un ligero ruido a hojas. Pequeñas conversaciones que a la distancia parecen murmullos. Alguna carcajada escondida. Teléfonos que suenan. No se escuchan pasos porque estos son aplacados por la suavidad de la alfombra. El jefe está trabajando tranquilo en su oficina cuando un empleado desconforme entra con aire de enfado. “La máquina de café” alcanza a decir como si su interlocutor lo entendiera. El jefe lo mira perplejo. Al ver que su mensaje no ha sido entendido el empleado rebelde vuelve a abrir la boca. “La máquina de café. Está rota. Necesito café. Absolutamente necesario. Por favor. Envíe a un técnico” Las palabras varían desde el enojo hasta la súplica. El jefe no sabe qué hacer. En realidad todo es muy fácil. Es solo cuestión de llamar al técnico. Sin embargo este acercamiento poco rutinario le ha dado un no se qué y de pronto se anima a contestar “¿qué tiene la máquina de café? Ya mismo voy a verla” Mientras camina con el empleado hacia esa máquina va pensando en las repercusiones del caso. Se imagina idolatrado por los trabajadores. El jefe que piensa en la gente y por eso arregla máquinas de café. El jefe tan capaz que debe encargarse hasta de los últimos detalles. El jefe que todo empleado querría. Una pequeña cantidad de trabajadores se acercan a la máquina de café al ver allí a su jefe. “No anda” dice uno. “Así no se puede trabajar” protesta otro. Todos se ponen alrededor de la máquina y el jefe da orgullosamente un paso hacia delante y piensa decir “yo me encargaré de todo. Quédense tranquilos” pero en lugar de eso dice “a ver qué es lo que tiene”. Corre la máquina y la desenchufa. Los empleados miran. Abre la máquina vaya a saberse por dónde y comienza a explorarla. “¿No sería mejor llamar a un técnico?” aventura a decir alguien. El jefe se siente herido en su orgullo y empieza a meter mano en la máquina. De pronto larga un grito desgarrador. Ha metido la mano donde no se debe. No sólo ha recibido una muy pequeña descarga eléctrica sino que también se ha quemado, y al retirar la mano se ha golpeado dolorosamente el codo contra la pared, provocándole una cosquilla que se extiende por todo su brazo. Del dolor se agacha en el piso. Sólo entonces se da cuenta de que se ha convertido en el hazmerreír de la oficina. Todos los empleados están soltando feroces carcajadas. El empleado rebelde es el único que no ríe. Se siente un poco responsable del asunto. La ridiculización de su jefe duraría días enteros, provocaría todo tipo de bromas y aquellos afortunados espectadores contarían la historia tantas veces en tantos contextos diferentes que no tardarían en aparecer todo tipo de variaciones a la historia original.

Tres horas después de esto estaba llegando el técnico.