Esa truculenta sensación de estar, como quien después de darse una buena panzada se echa a descansar al amparo del tibio sol de septiembre, y saber no estar. Como si pareciera ser que no se es en el instante menos parecido a los demás instantes.

¿Incongruencia? No. Lo tuyo es incomprensión militar; rígida, indecisa, enhiesta en el alunecer. Tal es tu reacción incestuosa (porque todos sabemos que la noche precedió al día, por lo tanto es su madre) al penetrar, cual fálica falange bélica que derrumba los cercos y los peñones defensivos, tus rayos dorados, enfermizamente dorados, en el vasto mar, la amplia llanura, al estrellarte en los muros de las cordilleras; esos son sólo tus cabellos ¡oh ínclito sol! cuando saludan al amanecer.

Y ahora, rebozante en tu esplendor, que ya decae dejando los recuerdos como meros efluvios de grandeza del mediodiía, declinás y peinás los cabellos de un preso que sale de prisión, que ahora te reconoce libre.

¿A qué otros desdichados o afortunados estarás alumbrando en este mismo momento?