Sobre la cama de colcha color granate, en la única habitación reservada del establecimiento, dos figuras se enlazan en lo que podría ser una demostración de lucha grecorromana. Una gruñe de pronto lanzando una estocada con el brazo desnudo, la otra gime y se revuelca. Contra la pared, a la luz del velador que decora pobremente un costado, espectros de sombras chinas se debaten en la ambigüedad de la unión uniforme. Un chasquido afloja a una de las figuras, que se desvanece lánguidamente exhalando suspiros de roedor asfixiado. Luego recibe una descarga y empieza a gritar dando sacudones y tumbos de un lado a otro de la cama hasta terminar tendida en el suelo. Allí yace entre sollozos, temblando de gratitud. El vencedor yergue su formidable estatura, que hace sombra sobre la sombra abismando el recinto en una oscuridad sin fisuras. Su cuerpo monumental, cubierto de vello espeso, exuda un sudor pringoso que anega los rincones y se abre paso a través de puertas y paredes hasta formar ese halo particular que, junto a los enseres del oficio, hace de Virgo un lugar inolvidable.
Un estampido ensordecedor sacude de repente la arena de combate. La figura sobre el suelo es incapaz de contener el terror y lanza un chillido inhumano que es aplacado en el acto por un certero puntapié en la boca del estómago.
-Cerráelculoputodemierda- B se calza velozmente los pantalones. De debajo de la cama saca una cajita de madera, de la cajita de madera extrae un revolver. El otro se retuerce en convulsiones, enroscado sobre si mismo como una babosa herida. En cueros, descalzo y con el revolver en la mano, B se precipita como una fiera fuera de la habitación, escaleras abajo, siguiendo el rastro del olor a pólvora hacia la fuente del disparo.