¿A quién le importamos?
Existe una frase popular bastante mentirosa que reza: “sobre gustos no hay nada escrito”. Farsa tamaña, creo, jamás se ha visto en la historia de la humanidad. Es bien sabido que se ha escrito sobre gustos desde, por lo menos, el “Fedro” de Platón hasta el último libro de recetas de la hermana Bernarda. No sólo eso. Se podría aventurar uno a pensar que cuando se escribe, básicamente se habla de gustos; o por lo menos, sabemos que la crítica o lectura literaria no puede escapar de un canon estilístico principalmente arbitrario.
¿Para qué comento todo esto? En principio, para demostrar que lo bello o “el buen gusto” no existe en forma genuina. También, para demostrar que constantemente se intentan poner reglas sobre lo que es estético o no. Voy a evitar caer en el relativismo. Tampoco voy a hacer análisis de los modos de producción, de cómo éstos influyen en los gustos de una época (esto puede ser dejado para después. Resulta importante para un grupo que intenta realizar un cambio en los modos de percepción artística manipular hipótesis que manifiesten, por ejemplo, que la técnica determina al receptor). El objetivo que este artículo pretende explayar es que no se trata de generar textos bellos en sí para generar tendencias o no, influencias en una época, o en fin, para trascender. Lo importante es molestar.
En las últimas ojeadas que he estado echando sobre críticas o textos que giran en torno a la llamada “nueva generación de narradores argentinos” (llama la atención el autoritarismo de las editoriales para darle semejante título a autores, en su mayoría, ignotos. Más llama la atención la pasividad de la academia). El tan de moda y democrático sistema de dejar la opinión en blogs, o los artículos de revistas tan prestigiosas como Ñ parecen sólo interesarse en factores extraliterarios; por supuesto, sin rebajarse al chisme barato de estrellas de televisión, utilizan el poético apóstrofe para cargar con invectivas en contra de las obras (¿o debo decir contra los autores?) que disgustan. O sea, ya ni siquiera se dice que algo es innovador, sino que se prefiere mencionar que Günter Grass fue un joven nazi, o simplemente se elogia al amigo, o se repudia al enemigo. ¡Casi me olvido! Las narraciones sobre sexo, tanto en biografías como en ficción. Pensar que algunos pretendían que Sade había agotado el género… ni siquiera se habla casi de la belleza de cada estilo, y tampoco ya se molestan en decir que algo es trasgresor. Ese sexo aburre.
Hemos dedicado, nosotros los estudiantes de este grupo de escritores, varias horas de lectura a la historia de crítica literaria, principalmente del siglo XX (a veces pecamos de ser demasiado academicistas) y recordé aquel grupo de formalistas rusos, sobre todo los del Opojiaz, que llegaron a discutir, artículos mediante, con el mismísimo Trotski, y el genial político, cuando no tuvo más argumentos teóricos contra esta escuela, simplemente los acusó de ser poco menos que estudiantes altaneros e imbéciles. Me alegro de que hoy en día gran parte de los críticos que tienen acceso real a masificar su opinión dejen de lado categóricamente la molestia de cargar con fundamentos teóricos o con argumentos medianamente elaborados contra algo porque, como se sabe, toda ideología es mentira. Tampoco el consumidor querrá que le hablen de estas cosas. Evolución y destilación pura a la hora de hablar.
Ya que mencioné a los formalistas, es en parte cierto que estos jóvenes fueron muy combativos en un primer momento, controvertidos y, por qué no, tercos y necios. Pero era ésta la única manera de combatir la flaqueza de la academia de entonces. Porque la academia no se modifica nunca desde adentro, y se supone que la academia es la principal creadora de mentes abiertas. Pero había que llamar la atención. No basta con que lo que se diga sea o parezca mejor o más adecuado. Su uso aparentemente innecesario de la soberbia y de “la estocada con la pluma del astuto estudiante contra el profesor” resultó, a fines prácticos, si no la mejor, al menos la primera arma de estos rusos.
Es el cuerno el que llama a la batalla, soberbio desde la cima de la colina, pero después se deberá comprobar la bravura de los guerreros en el campo. Los formalistas resultaron ser, en su primera etapa sobre todo, bastante reduccionistas, pero al menos tenían un sustento teórico .El problema que estoy viendo actualmente es que hay demasiados músicos: los tambores de guerra y las trompetas braman bastante alejados de la tropa.
Es nuestro capital problema llamar (o captar, que suena más correcto) la atención de un público. Entonces, para cualquier literato o pseudo intelectual de esta época no se trata de alcanzar lo bello, de tener “buen gusto”. Lo importante es molestar, y eso es legítimo (créanme que ahora no estoy siendo irónico). El problema es que se nota demasiado que quien grita usa megáfonos. Quiero decir, no es nueva la bajeza general de las críticas, y de que los buenos escritores siempre escasearon, y que, en el fondo, el que consume es un busca roña y veedor de pornografía. Sólo que hoy abunda la mala pornografía (entenderá el lector que utilizo el sentido amplio de la palabra); pero, oh escritores, ¡congréguense a la causa de la posmodernidad!
Tampoco sirve que algunas viejas eminencias se inquieten en sus bureaux y digan que todos los nuevos escritores son ignorantes. Es lo que siempre se ha dicho desde que la burguesía inventó la literatura como la conocemos, allá por el siglo XVIII. Aunque lo más ridículo que se oyó por parte de algunas nuevas figuras de nuestras letras es que, a diferencia de los escritores de los ’80, ellos no tienen ningún Borges o Sábato o Cortázar a quien responderle. Realmente, cada vez que escucho a un huérfano se me caen las lágrimas, siento pena por el vacío espiritual ajeno. No obstante, aunque, no lo quiera, el huérfano de algún lado sale, y nunca se nace de madre virgen, por lo tanto nadie puede traer la palabra nueva. Por más que cada quien se haya criado con cierta literatura, no quiere decir esto que las otras corrientes no lo influencien. Jamás leí a Kant, pero leí a Nietzsche, que leyó a Kant, etcétera. Y tampoco estos nuevos escritores inventaron la computadora ni Internet. Entiendo, entonces, que estas frases altisonantes no deben tenerse en cuenta: buscar pelea es la única manera de imponerse. Propongo, después de esta exposición, que vayamos a las letras, directo a la sangre del artista.
En conclusión, sólo el conflicto genera fama, y si no existe lucha, hay que crearla. Enlazando entonces esto con el problema de la belleza, vemos que ningún diamante puede ser encontrado si no se usa dinamita. Por lo tanto, es el primer problema de cualquier grupo que intente innovar, no encontrar rápidamente la nueva belleza, sino que el problema radica en cómo saber llamar la atención.
Señores: nuestra pornografía es nueva. De momento no se podrá decir que sea buena, pero eso puede esperar. Nosotros no tenemos cuernos, ni tambores, ni trompetas, pero estamos tratando de erigir un nuevo estandarte, y hay valor de sobra en nuestras plumas.