LUCIDO, COMO SIEMPRE

 

 

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ANÁLISIS, COMENTARIO Y DEMÁS

 

 

 

 

 

Lúcido, como siempre

 

 

La Obsesión Antiamericana

Jean Francois Revel

Editorial Urano, 2004

 

MAYO, 2005. Corría 1970 cuando este intelectual francés publicó Sin Marx ni Jesús donde aventuraba una hipótesis que le valdría la burla de sus colegas ¿La razón? Predijo el derrumbe de la Unión Soviética. Obviamente le cayó toda suerte de epítetos, entre ellos el infaltable de ser "agente de la CIA", como si ser crítico del colectivismo soviético equivaliera per se a simpatizar con las políticas de Washington. Sin embargo acertó y ello a una distancia de 19 años cuando la URSS parecía perfilarse como la potencia de siglo XXI.

 

Desde entonces su reputación de profundo analista lo ubica, entre otras rarezas, como un intelectual galo que no profesa ser de izquierda antiyanqui, valga el pleonasmo. En esta obra, Revel desmenuza el porqué ese odio a Estados Unidos en el mundo y que tomó vuelo nuevamente tras la aparición de los globalifóbicos en 1999 y alcanzó el paroxismo tras los atentados de Nueva York. Antes del 11 de septiembre Estados Unidos era el villano que agredía a medio mundo por sus políticas imperialistas y luego de esa fecha fatídica volvía a ser el malo del filme tras haber recibido "una sopa de su propio chocolate" en su territorio. "No hay manera de ganarle a un antiyanqui", refiere Revel, "si Washington no interviene en un país se le acusa de insensible y si lo hace lo tachan de invasor y saqueador".

 

Los ejemplos que aporta Revel son en su mayoría de Francia pero difieren poco o nada en torno a los que graznan nuestros antiyanquis en América latina. Con un agravante: la mayoría de ellos jamás han pisado territorio norteamericano y el concepto que tienen del país es el que les llega vía Hollywood, los libros de Norman Mailer, Noam Chomsky, Gore Vidal y todo lo que huela a Michael Moore. Se trata, en opinión uniforme --quizá lo único en que el antiyanquismo coincide es en denunciar al enemigo; en lo demás sus desacuerdos son antológicos-- de una sociedad obsesionada por el dinero, con minorías encerradas en ghettos, policías de proceder brutal, discriminación racial, pérdida de valores y ricos aún más ricos mientras que ellos, los europeos, son ejemplo para el mundo: ahí nacieron la democracia moderna (falso: nació en un joven país que se independizó de una Inglaterra despótica en 1777 mientras el continente antiguo era asfixiado por el absolutismo y las guerras civiles), la revolución francesa y la armonía de razas distintas. "Lo extraño de todo esto", apunta Revel, "es que Francia considera un honor autoerigirse como la luz del mundo pero le parece una actitud arrogante y prepotente que América --así llama Revel a Estados Unidos-- se abrogue el título para sí".

 

Como cuenta Revel, esta opinión olvida fácilmente que dos de las dictaduras más feroces del siglo XX surgieron en Europa y que de no haber sido por los detestables Estados Unidos ambos conflictos pudieron haberse prolongado mucho más tiempo. "Sólo hasta que (Estados Unidos) entró en los Balcanes en los noventa pudo terminar la guerra en esa región", eso sin nombrar el desagradecimiento que en Europa tiene hacia Estados Unidos por evitar que el continente fuera devorado por el nazismo (o en Vietnam, señala Revel, pues esta había sido colonia francesa --¿no nos dice nada el galicísimo nombre Khmer Rouge?-- Estados Unidos entró en el conflicto y París, pilatoscamente, se enjuagó las manos).

 

En esencia, el antiamericanismo ha sido la excusa recurrente, como afirma el autor, para justificar los fracasos internos; en Cuba no existe una sola trasnacional del Imperio y sin embargo el país está peor que aquellas naciones donde sí las hay, como Honduras y Brasil, (nótese que el rechazo a la inversión extranjera sólo aplica si ésta tiene tufillo yanqui, ¿por qué nuestros castrófilos no protestan contra las inversiones en la isla de España, Canadá y aun México? ¿Cuál bloqueo?) y el pretexto ideal para destruir a un país, de modo que mientras más se hundan las condiciones sociales y económicas de un pueblo, en igual proporción aumenta el antiyanquismo de la zona.

 

Revel también apunta sus dardos contra los manifestantes antiglobalización (globalifóbicos) "jóvenes que provienen de países ricos, financiados por las ONGs y éstas, a su vez, por el Estado, deseosos por detener", dice Revel, "el comercio entre los países pobres, única forma que existe para que dejen de serlo", y también critica a las comunidades árabes que no han sido integradas a Europa y que por ello se han convertido en bomba de tiempo, así como a la obtusa óptica europea respecto a Norteamérica ("lo que en nosotros está bien está mal en ellos") y la nueva fantasía, como ocurrió cuando un tal Thierry Meissan, a 6 mil kilómetros de Washington, afirmó que ningún avión se había estrellado en el Pentágono y que todo había sido una conspiración para beneficiar al presidente Bush.

 

La Obsesión Antiamericana es, pues, otro libro lúcido de Jean Paul Revel, e indispensable lectura para entrever el fondo de esos argumentos esgrimidos por una izquierda que se niega a evolucionar y que irremediablemente acude al antiyanquismo para encubrir su inoperancia.