El
26 de mayo se cumplen veinticinco años de la muerte de Martin
Heidegger, el controvertido filósofo del siglo XX. Nadie mejor
para evocarlo que Hans Georg Gadamer, uno de los más grandes filósofos
vivos. En una nota del 22 de enero del 39, recogida en sus obras
completas, Heidegger escribe que Gadamer es, junto con Walter Bröcker,
"el único que domina en verdad la filosofía antigua, que
constituye el alfa y el omega de la educación filosófica".
—¿Cómo conoció a Heidegger?
—En la universidad de Friburgo. Algunos de mis amigos iban a
escucharlo y volvían fascinados por la magia de sus claves.
Contaban que era una manera completamente nueva de hacer hablar a
los textos tradicionales. Así, en el verano de 1923 también yo
fui a Friburgo y quedé muy impresionado. Oírlo interpretar a los
griegos, a Platón, a Aristóteles, y luego a Pablo, a Agustín,
al joven Lutero; verlo trabajar en sus primeras tentativas de
hallar un vocabulario filosófico nuevo para expresar el sentido
de la existencia humana, fue una experiencia indescriptible.
Reinaba la sensación de que estaba naciendo un nuevo astro en la
filosofía alemana.
—¿Tuvo algún contacto con él?
—Al principio, cuando asistí por primera vez a sus seminarios,
mantuve con él una relación académica, de alumno y maestro.
Cuando vino a Marburgo, en cambio, mantuvimos una relación mucho
más intensa, confidencial, casi familiar. Entre otras cosas, fue
el padrino de bautismo de mi hija.
—Si examinamos la lista de participantes de los seminarios de
Friburgo, se ven nombres que dejaron una fuerte impronta en la
filosofía contemporánea alemana.
—Es verdad. En Friburgo estuvieron Marcuse, Horkheimer, Joachim
Ritter, Hans Jonas. En una ocasión también estuvo Leo Strauss,
pero sólo de paso, cuando Heidegger comentó el primer libro de
la Metafísica de Aristóteles. También para él, que
estudiaba en la mítica Heidelberg de Max Weber, fue una
experiencia inolvidable. Tan es así, que me lo recordó cuando
volvimos a vernos en París en el año 1933. En comparación con
Heidegger, Weber le parecía un "pobre huerfanito".
Heidegger, en resumen, era sencillamente formidable. Nunca vi un
talento filosófico igual.
—Sin embargo, Weber tuvo gran influencia en Heidegger.
—Heidegger había seguído su pensamiento con atención y lo
respetaba mucho, aunque veía en él al hombre público. En ese
sentido, desde su punto de visto filosófico, lo criticaba. Sin
embargo, lo consideraba más interesante que Heinrich Rickert, del
cual, por otra parte, Weber tomaba buena parte de sus categorías
filosóficas.
—En aquellos años el verdadero descubrimiento de Heidegger
fue Nietzsche.
—Nietzsche estaba presente en la cultura alemana desde
principios de siglo, a través de las vanguardias artísticas y
literarias. También el joven Heidegger respiró esa atmósfera
pero más tarde, hacia la mitad de los años treinta, empezó a
enfrentarse seriamente con los textos nietzscheanos. Ya existía
el libro sobre Nietzsche de Jaspers, de quien Heidegger era amigo,
y también el Alfred Baeumler, otro amigo de Heidegger. A todos
les resultaba evidente la importancia que tenía Nietzsche en el
pensamiento alemán, y también Heidegger quiso dominarlo. La
verdad es que no sé si lo logró. Su hijo Hermann me contó que
Nietzsche lo hacía entrar en crisis y que en su casa siempre decía:
"¡Nietzsche me destruyó!"
—No sabía que Heidegger fuera amigo de Baeumler.
—Hasta cierto punto. Baeumler, por otra parte, no era ningún
tonto. Escribió un libro nada malo sobre la Crítica de la razón
pura, de Kant. Después, sin embargo, Heidegger criticó su
interpretación de Nietzsche. Baeumler, que junto con Ernst Krieck
y Alfred Rosenberg, se había convertido en uno de los
inspiradores de la política cultural del partido nacional
socialista, reaccionó con hostilidad. También se convirtió en
acérrimo enemigo mío y trató por todos los medios de
obstaculizar mi carrera.
—Háblamos de Nietzsche...
—En aquellos años, en el mundo alemán era prácticamente
obligatorio abordarlo. No había filósofo, literato o artista que
no hubiera pasado en algún momento de su vida por una etapa
nietzscheana. Yo soy uno de los pocos que escaparon a esa
fascinación por Nietzsche.
—Ernst Jünger era uno de los grandes intérpretes de
Nietzsche. ¿Lo conoció?
—Conocí tanto a Ernst como a Friedrich Georg, su hermano. Eran
personas completamente distintas. Ernst era más genial, pero tenía
un carácter más difícil. Friedrich Georg, el poeta, en cambio,
era un romántico. Nos frecuentamos durante un tiempo. Aprecio
sobre todo lo que escribió en el libro La perfección de la técnica.
También conocí personalmente a Ernst. Me daba la impresión de
un típico hombre de formación militar. Tenía una postura rígida
y una voz casi metálica, átona.
—¿Cuáles fueron, en su opinión, los motivos por los que
Heidegger ingresó al partido nacional socialista en 1933 y se
hizo designar rector de Friburgo?
—Cuando llegó a Marburgo la noticia de que Heidegger había
tomado partido en favor del nazismo, no podíamos creerlo. ¿Heidegger,
nazi? "¡Imposible!", fue nuestra primera reacción. Era
absurdo, un sinsentido. Su esperanza de impulsar una renovación
de la universidad por medio del movimiento nacional socialista fue
de una ingenuidad increíble, sobre todo en el caso de alguien
como él, que no tenía idea sobre el funcionamiento de un aparato
burocrático. Recuerdo que, tras asumir el cargo, en pocas semanas
toda la administración universitaria quedó paralizada.
Escrupuloso como era, pretendía ver y controlar personalmente
todo aquello que firmaba. Y nunca firmaba algo sin leerlo antes.
—Karl Löwith, que fue discípulo de Heidegger, escribe cosas
terribles sobre su conducta después de 1933.
—En realidad, Heidegger hizo todo lo que pudo por ayudar a Löwith,
pero no era un valiente y, de todos modos, no habría obtenido
nada de los nazis. El destino de Löwith estaba sellado desde el
principio. Lo que terminó con la amistad fue que, en esas
circunstancias, cuando Heidegger viaja a Roma en 1936 y, al día
siguiente de su conferencia, va a buscar a Löwith, no tuvo la
delicadeza de quitarse el distintivo del partido. Para Löwith fue
una provocación, y eso precipitó la ruptura.
—Se dijo que Heidegger fue antisemita.
—No cabe duda de que Heidegger era temeroso, pero decir que fue
antisemita es una necedad. Cuando se hablaba del tema, Paul Friedländer,
un colaborador de origen judío que había trabajado con él en
Marburgo, decía que para Heidegger el único criterio de selección
era la inteligencia, no los orígenes judíos o arios. Por lo demás,
sus numerosos discípulos judíos —Löwith, Jonas, Hannah Arendt,
Günther Anders, Marcuse—, así como el hecho de que a
principios de la década del 30 incluso su asistente, Werner Brock,
era judío, constituyen la mejor refutación.
—Sin embargo, la poesía que escribió Celan tras su visita a
la cabaña de Todtnauberg, donde vivía el filósofo, alude a que
su posición a ese respecto era elusiva.
—No, no creo que la poesía de Celan quiera decir eso. Me parece
que interpretar su relación en esos términos es reduccionista,
como si no hubieran tenido otro tema de discusión que el nacional
socialismo y el holocausto. Seguramente hablaron de otras cosas.
Heidegger admiraba mucho la poesía de Celan. La consideraba arte
con mayúsculas, la forma del pensamiento poético que él
impulsaba. A Celan, por su parte, le interesaban los temas filosóficos
que abordaba Heidegger. Ambos compartían un mismo sentimiento
respecto de la importancia de la poesía en una época de crisis.
—¿También rechaza las acusaciones de antisemitismo?
—Sí, y la prueba más convincente es su extraordinaria historia
de amor con Hannah Arendt.
—¿La relación entre ambos había trascendido?
—No, en absoluto. Para nosotros fue una sorpresa, pero eso
arroja una luz más humana sobre su personalidad. También la
figura de la mujer de Heidegger se revalorizó. Se la suele
considerar una nazi fanática pero las cosas no son así. El hecho
de que Heidegger decidiera quedarse a su lado significa que, a
pesar de todo, Elfride era la mujer indicada para él, y que su
organización doméstica le permitía a él ser lo que era.
Heidegger tenía una gran fantasía pero al mismo tiempo poseía
una disciplina de hierro en lo que respecta al trabajo. Si bien
estuvo expuesto a muchas tentaciones, sobre todo en lo que hace al
sexo opuesto, consiguió elaborar una obra filosófica de
extraordinaria envergadura.
—¿A qué se refiere cuando alude a las relaciones de
Heidegger con el sexo opuesto?
—A que Hannah Arendt fue sólo el comienzo. Es evidente que ella
lo hizo feliz, y esa historia es única e irrepetible para
Heidegger. Sin embargo, su personalidad carismática tenía para
las mujeres una fascinación especial. Después de la historia con
Arendt, es probable que haya dejado de reprimirse. Circulan muchas
historias al respecto, algunas fundadas.
—¿Cómo vivió Heidegger la posguerra?
—Había perdido todo. En todo sentido, tanto en lo material como
en lo espiritual. Se hundía en una profunda crisis. El drama fue
que, en realidad, hacía tiempo que se había distanciado de su
entusiasmo inicial por el nazismo que, por otra parte, criticaba
en sus clases. Sin embargo, como era una persona muy temerosa, no
tuvo la valentía de manifestar abiertamente sus disensos. Una vez
terminada la guerra, se lo quería hacer pasar por nazi a pesar de
que no lo era.
—¿Su mujer influyó o no tuvo influencia en su adhesión
inicial al nazismo?
—No, es un mito muy extendido pero sin fundamento. Su mujer no
era nazi sino simpatizante del partido güelfo, que tenía
representación en el parlamento prusiano y cuyo programa político
se caracterizaba por su oposición al cesarismo.
—Pero se dice que era una mujer muy rígida, que fue ella
quien evitó que su marido asistiera al entierro de Husserl.
—Ese es otro episodio que revela la debilidad de Heidegger. Fue
una falta de valentía imperdonable. Estábamos en 1938 y
probablemente Heidegger temió que su asistencia pudiera
comprometer su posición ante el nazismo. Es verdad que él ya no
tenía chance de participar activamente en las decisiones sobre la
política cultural del nacional socialismo, como tal vez esperaba
cuando aceptó el cargo de rector.
—Usted muestra el costado humano de Heidegger pero, ¿hubo
una toma de distancia en el terreno filosófico?
—Percibí con claridad lo peligrosa que era su elección. Mi
reacción fue evitar todo contacto con él. No lo vi durante cinco
años, pero no por razones morales o porque quisiera manifestarle
así mi desacuerdo, sino porque no quería quedar involucrado. Tal
vez su único verdadero acto de valentía fue renunciar al
rectorado. Fue una verdadera provocación a la jerarquía nacional
socialista. La opinión pública no comprendió el significado de
ese gesto. Para él fue el principio de las dificultades. En sus
clases, quienes lo escuchaban advertían que había una clara toma
de distancia respecto del nacional socialismo.
(c)
La Republica y Clarín. Traducción de Cecilia Beltramo. Domingo
27 de mayo de 2001
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