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LOS PECADOS CAPITALES
EVAGRIO
La Gula[1] Capítulo
I El
origen del fruto es la flor y el origen de la vida activa[2]
es la templanza[3];
quien domina el propio estómago hace disminuir las pasiones, al
contrario, quien es subyugado por la comida incrementa los placeres. Como
Amalec es el origen de los pueblos, así la gula lo es de las pasiones.
Como la leña es alimento del fuego así la comida es alimento del estómago.
La mucha leña alienta una gran llama y la abundancia de comida nutre la
concupiscencia. La llama se extingue cuando hay menos leña y la penuria
en la comida apaga la concupiscencia. Aquel
que tiene dominio sobre la mandíbula desbarata a los extranjeros y
disuelve fácilmente las ataduras de sus manos. De la mandíbula
arrojada fuera brota una fuente de agua y la liberación de la gula
genera la práctica de la contemplación. El
palo de la tienda, irrumpiendo, mató la mandíbula enemiga y la sabiduría
de la templanza mata la pasión[4].
El
deseo de comida engendra desobediencia y una deleitosa degustación
arroja del paraíso. Sacian la garganta las comidas fastuosas y nutren
el gusano de la intemperancia que nunca duerme. Un
vientre indigente prepara para una oración vigilante, al contrario un
vientre bien lleno invita a un sueño largo. Una
mente sobria se alcanza con una dieta muy magra, mientras que una vida
llena de delicadezas arroja la mente al abismo. La
oración del ayunante es como el pollito que vuela más alto que un águila
mientras que la del glotón está envuelta en las tinieblas. La nube
esconde los rayos del sol y la digestión pesada de los alimentos ofusca
la mente. Capítulo
II Un
espejo sucio no refleja claramente la forma que se le pone al frente y
el intelecto, obtuso por la saciedad, no acoge el conocimiento de Dios. Una
tierra sin cultivar genera espinas y de una mente corrompida por la gula
germinan pensamientos malignos. Como
el fango no puede emanar fragancia tampoco en el goloso sentimos el
suave perfume de la contemplación. El
ojo del goloso escruta con curiosidad los banquetes, mientras que la
mirada del temperante observa las enseñanzas de los sabios. El
alma del goloso enumera los recuerdos de los mártires, mientras que la
del temperante imita su ejemplo. El
soldado bellaco retiembla al son de la trompeta que preanuncia la
batalla, igualmente tiembla el goloso a los llamados de la templanza. El
monje goloso, sometido a las exigencias de su vientre, exige su tributo
cotidiano. El caminante que camina con ahínco alcanzará pronto la
ciudad y el monje glotón no llegará a la casa de la paz interior[5].
El
húmedo vapor del sahumerio perfuma el aire, como la oración del
temperante deleita el olfato divino. Si
te abandonas al deseo de la comida ya nada te bastará para satisfacer
tu placer: el deseo de la comida, en efecto, es como el fuego que
siempre envuelve y siempre se inflama. Una medida suficiente llena el
vaso, mientras un vientre desfondado jamás dirá "[exclamdown]
basta!". La extensión de las manos puso en fuga a Amalec y una
vida activa elevada somete las pasiones carnales. Capítulo
III Extermina
todo lo que sea inspirado por los vicios y mortifica fuertemente tu
carne. Que de cualquier manera, en efecto, sea matado el enemigo, éste
no te producirá más miedo, así un cuerpo mortificado no perturbará
al alma. Un cadáver no nota el dolor del fuego y menos aún el
temperante siente el placer del deseo extinguido. Si
matas a un egipcio[6],
escóndelo bajo la arena, y no engordes el cuerpo por una pasión
vencida: así como en la tierra engordada germina lo que está
escondido, así en el cuerpo gordo revive la pasión. La
llama que languidece se reenciende si se le agrega leña seca y el
placer que se va atenuando revive con la saciedad de la comida; no
compadezcas el cuerpo que se lamenta por la carestía y no lo halagues
con comidas suntuosas: si en efecto lo refuerzas se te volverá en
contra llevándote a una guerra sin tregua, hasta que esclavice tu alma
y te haga siervo de la lujuria. El
cuerpo indigente es como una caballo dócil que jamás desensillará al
caballero: éste, en efecto, dominado por el freno, se somete y obedece
a la mano de quien sujeta las riendas, mientras el cuerpo, domado por el
hambre y las vigilias, no reacciona por un pensamiento malo que lo
cabalga, ni relincha excitado por el ímpetu de las pasiones. __________________________________ [1]
Lo que hoy llamamos gula, Evagrio llamaba gastrimargía,
literalmente "locura del vientre". [2]
"Vida activa" es la traducción más cercana a "praktiké",
la disciplina espiritual que según Evagrio se encuentra al principio
del proceso de conformación con el Señor Jesús y que tiene como fin
purificar las pasiones del alma humana. A esto dedica Evagrio su "Tratado
Práctico". [3]
Enkráteia, es un concepto mucho más rico que el término
"templanza" si por éste se entiende solamente la virtud
contraria a la gula. Por la raíz krat,
que significa "fuerza" o "poder", esta virtud
implica "dominio de sí" o "señorío de sí". [4]
Se trata de una comparación oscura, pero el mensaje es claro. [5]
El término que usa Evagrio es Apátheia,
que en su espiritualidad equivale al estado de plenitud espiritual,
alcanzado mediante el dominio de las pasiones y el silenciamiento del
interior. [6] El "egipcio" es el nombre que los padres del desierto daban a un demonio especialmente feroz en la tentación. La
Lujuria Capítulo
IV La
temperancia genera la mesura, mientras la gula es la madre del
desenfreno; el aceite alimenta la luz de la lámpara y el frecuentar
mujeres atiza la llamarada del placer. La
violencia del oleaje se desencadena contra el mercader mal anclado como
el pensamiento de la lujuria sobre la mente intemperante. La lujuria
acogerá como aliada a la saciedad, le dará licencia, se juntará a los
adversarios y combatirá finalmente del lado de los enemigos. Permanece
invulnerable a las flechas enemigas aquel que ama la tranquilidad[7],
quien en cambio se mezcla con la multitud recibe golpes continuamente. Mirar
a una mujer es como un dardo venenoso, hiere el alma, nos inocula el
veneno y cuanto más perdura, tanto más arraiga la infección. El que
busca defenderse de estas flechas se mantiene lejos de las
multitudinarias reuniones públicas y no divaga con la boca abierta en
los días de fiesta; es mucho mejor quedarse en casa pasando el tiempo
orando en vez de hacer la obra del enemigo creyendo que se honra las
fiestas. Evita
la intimidad con las mujeres si deseas ser sabio y no les des la
libertad de hablarte ni confianza. En efecto, al inicio tienen o simulan
una cierta cautela, pero seguidamente osan hacerlo todo descaradamente:
en el primer acercamiento tienen la mirada baja, pían dulcemente,
lloran conmovidas, el trato es serio, suspiran con amargura, plantean
preguntas sobre la castidad y escuchan atentamente; las ves una segunda
vez y levanta un poco más la cabeza; la tercera vez se acercan sin
mucho pudor; tú has sonreído y ellas se han puesto a reír
desaforadamente; seguidamente se embellecen y se te muestran con
ostentación, su mirada cambia anunciando el ardor, levantan las cejas y
rotan los ojos, desnudan el cuello y abandonan todo el cuerpo a la
languidez, pronuncian frases ablandadas por la pasión y te dirigen una
voz fascinante al oído hasta que se apoderan completamente el alma. Sucede
que estas trampas te encaminan a la muerte y estas redes entretejidas te
arrastran a la perdición; por tanto no te dejes ni siquiera engañar de
aquellas que se sirven de discursos discretos: en éstas, en efecto, se
oculta el maligno veneno de las serpientes. Capítulo
V Acércate
al fuego ardiente antes que a una mujer joven, sobre todo si tú también
eres joven: en efecto, cuando te acercas a la llama y sientes una buena
quemazón, te alejas rápidamente, mientras que cuando eres seducido por
las charlas femeninas, difícilmente logras darte a la fuga. La
hierba crece cuando está cerca al agua, como germina la intemperancia
frecuentando a las mujeres. Aquel
que repleta el vientre y hace profesión de sabiduría se parece a quien
afirma que frena la fuerza del fuego con paja. Como efectivamente es
imposible apagar el mutable agitarse del fuego con la paja, así es
imposible colmar en la saciedad el ímpetu inflamado de la
intemperancia. Una
columna se apoya en una base y la pasión de la lujuria tiene sus
cimientos en la saciedad. La
nave presa de las tempestades se apresura en llegar al puerto y el alma
del sabio busca la soledad: una huye de las amenazadoras olas del mar,
la otra de las formas femeninas que traen dolor y ruina. Un
semblante embellecido de mujer hunde más que un oleaje marino: aún así,
éste te da la posibilidad de nadar si quieres salvar la vida, mientras
que la belleza femenina, tras el engaño, te persuade de despreciar
incluso la vida misma. La
zarza solitaria se sustrae intacta a la llama y el sabio que sabe
mantenerse alejado de las mujeres no se enciende en la intemperancia:
como el recuerdo del fuego no quema la mente, así ni siquiera la pasión
tiene vigor si falta la materia. Capítulo
VI Si
tienes piedad para con el enemigo éste será siempre tu enemigo, y si
concedes a la pasión ésta se te revelará. La
vista de las mujeres excita al intemperante, mientras empuja al sabio a
glorificar a Dios; pero si en medio de las mujeres la pasión está
tranquila no le des crédito a quien te anuncia que has alcanzado la paz
interior[8]. El
perro justamente menea la cola cuando se lo deja en medio de la
multitud, pero cuando se aleja, muestra su maldad. Sólo cuando el
recuerdo de la mujer surja en ti privado de pasión, entonces considérate
cerca de los confines de la sabiduría. Cuando en cambio su imagen te
empuja a verla y sus dardos cercan tu alma, entonces considérate fuera
de la virtud. Pero
no debes mantenerte así en esos pensamientos ni tu mente debe
familiarizarse mucho con las formas femeninas, la pasión es en efecto
reincidente y tiene al peligro junto a sí. Como
sucede efectivamente que una apropiada fundición purifica la plata pero
si se prolonga la destruye fácilmente, así una insistente fantasía de
mujeres destruye la sabiduría adquirida: no tengas, por tanto,
familiaridad prolongada con un rostro imaginado para que no se te
adhieran las llamas del placer y no queme la aureola que circunda tu
alma: así como la chispa, si permanece en medio de la paja, desencadena
las llamas, así el recuerdo de la mujer, persistiendo, enciende el
deseo. __________________________________ [7]
Se refiere a la paz interior, la tranquilidad del recogimiento o la
soledad, en el caso del monje. [8]
Otra vez se trata del término Apátheia.
Ver nota 5. La
Avaricia[9] Capítulo
VII La
avaricia es la raíz de todos los males y nutre como malignos arbustos a
las demás pasiones y no permite que se sequen aquellas que florecen de
ésta. Quien
desea hacer retroceder a las pasiones, que extirpe la raíz; si
efectivamente podas para el bien las ramas pero la avaricia permanece,
no te servirá de nada, porque éstas, a pesar de que se hayan reducido,
rápidamente florecen. El
monje rico es como una nave demasiado cargada que es hundida por el ímpetu
de una tempestad: tal como una nave que deja entrar el agua es puesta a
prueba por cada ola, así el rico se ve sumergido por las
preocupaciones. El
monje que no posee nada es en cambio un viajero ágil que encuentra
refugio en todos lados. Es como el águila que vuela por lo alto y que
baja a buscar su alimento cuando lo necesita. Está por encima de
cualquier prueba, se ríe del presente y se eleva a las alturas alejándose
de las cosas terrenas y juntándose a las celestes: tiene efectivamente
alas ligeras, jamás apesadumbradas por las preocupaciones. Sobrepasa la
opresión y deja el lugar sin dolor; la muerte llega y se va con ánimo
sereno: el alma, en efecto, no ha estado amarrada por ningún tipo de
atadura. Quien
en cambio mucho posee se somete a las preocupaciones y, como el perro,
está amarrado a la cadena, y, si es obligado a irse, se lleva consigo,
como un grave peso y una inútil aflicción, los recuerdos de sus
riquezas, es vencido por la tristeza y, cuando lo piensa, sufre mucho,
ha perdido las riquezas y se atormenta en el desaliento. Y
si llega la muerte abandona miserablemente sus tenencias, entrega el
alma, mientras el ojo no abandona los negocios; de mala gana es
arrastrado como un esclavo fugitivo, se separa del cuerpo y no se separa
de sus intereses: porque la pasión lo aferra más que lo que lo
arrastra. Capítulo
VIII El
mar jamás se llena del todo a pesar de recibir la gran masa de agua de
los ríos, de la misma manera el deseo de riquezas del avaro jamás se
sacia, él las duplica e inmediatamente desea cuadruplicarlas y no cesa
jamás esta multiplicación, hasta que la muerte no pone fin a tal
interminable premura. El
monje juicioso tendrá cuidado de las necesidades del cuerpo y proveerá
con pan y agua el estómago indigente, no adulará a los ricos por el
placer del vientre, ni someterá su mente libre a muchos amos: en
efecto, las manos son siempre suficientes para satisfacer las
necesidades naturales. El
monje que no posee nada es un púgil que no puede ser golpeado de lleno
y un atleta veloz que alcanza rápidamente el premio de la invitación
celeste. El
monje rico se regocija en las muchas rentas, mientras que el que no
tiene nada se goza con los premios que le vienen de las cosas bien
obtenidas. El
monje avaro trabaja duramente mientras que el que no posee nada usa el
tiempo para la oración y la lectura. El
monje avaro llena de oro los agujeros, mientras que el que nada posee
atesora en el cielo. Sea
maldito aquel que forja el ídolo y lo esconde, al igual que aquel que
es afecto a la avaricia: el primero en efecto se postra frente a lo
falso e inútil, el otro lleva en sí la imagen[10]
de la riqueza, como un simulacro. __________________________________ [9]
Philargyria, o amor al oro, al dinero. Evagrio le da especial
importancia a este vicio, y presenta su demonio como particularmente
astuto, pues presenta al monje una serie de razonamientos que hacen
aparecer la acumulación de bienes como un acto de sensatez y prudencia. [10]
Para Evagrio, el apasionado posee en el corazón la imagen del objeto
que lo domina. La
Ira
Capítulo
IX La
ira es una pasión furiosa que con frecuencia hacer perder el juicio a
quienes tienen el conocimiento, embrutece el alma y degrada todo el
conjunto humano. Un
viento impetuoso no quebrará una torre y la animosidad no arrastra al
alma mansa. El
agua se mueve por la violencia de los vientos y el iracundo se agita por
los pensamientos alocados. El monje iracundo ve a uno y rechina los
dientes. La
difusión de la neblina condensa el aire y el movimiento de la ira nubla
la mente del iracundo. La
nube que avanza ofusca el sol y así el pensamiento rencoroso embota la
mente. El
león en la jaula sacude continuamente la puerta como el violento en su
celda cuando es asaltado por el pensamiento de la ira. Es
deliciosa la vista de un mar tranquilo, pero ciertamente no es más
agradable que un estado de paz: en efecto, los delfines nadan en el mar
en estado de bonanza, y los pensamientos vueltos a Dios emergen en un
estado de serenidad. El
monje magnánimo es una fuente tranquila, una bebida agradable ofrecida
a todos, mientras la mente del iracundo se ve continuamente agitada y no
dará agua al sediento y, si se la da, será turbia y nociva; los ojos
del animoso están descompuestos e inyectados de sangre y anuncian un
corazón en conflicto. El rostro del magnánimo muestra cordura y los
ojos benignos están vueltos hacia abajo. Capítulo
X La
mansedumbre del hombre es recordada por Dios y el alma apacible se
convierte en templo del Espíritu Santo. Cristo
recuesta su cabeza en los espíritus mansos y sólo la mente pacífica
se convierte en morada de la Santa Trinidad. Los
zorros hacen guarida en el alma rencorosa y las fieras se agazapan en el
corazón rebelde. El
hombre honesto huye de las casas de mal vivir y Dios de un corazón
rencoroso. Una
piedra que cae en el agua la agita, como un discurso malvado el corazón
del hombre. Aleja
de tu alma los pensamientos de la ira y no alientes la animosidad en el
recinto de tu corazón y no lo turbes en el momento de la oración:
efectivamente, como el humo de la paja ofusca la vista así la mente se
ve turbada por el rencor durante la oración. Los
pensamientos del iracundo son descendencia de víboras y devoran el
corazón que los ha engendrado. Su oración es un incienso abominable y
su salmodia emite un sonido desagradable. El
regalo del rencoroso es como una ofrenda que bulle de hormigas y
ciertamente no tendrá lugar en los altares asperjados de agua bendita. El animoso
tendrá sueños turbados y el iracundo se imaginará asaltos de fieras.
El hombre magnánimo que no guarda rencor se ejercita con discursos
espirituales y en la noche recibe la solución de los misterios. La
Tristeza Capítulo
XI El
monje afectado por la tristeza no conoce el placer espiritual: la
tristeza es un abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la
ira. El
deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira, el fracaso de la
venganza genera la tristeza; la tristeza es la boca del león y fácilmente
devora a aquel que se entristece. La
tristeza es un gusano del corazón y se come a la madre que lo ha
generado. Sufre
la madre cuando da a luz al hijo, pero, una vez alumbrado se ve libre
del dolor; la tristeza, en cambio, mientras es generada, provoca largos
dolores y sobreviviendo, después del esfuerzo, no trae sufrimientos
menores. El
monje triste no conoce la alegría espiritual, como aquel que tiene una
fuerte fiebre no reconoce el sabor de la miel. El
monje triste no sabrá cómo mover la mente hacia la contemplación ni
brota de él una oración pura: la tristeza es un impedimento para todo
bien. Tener
los pies amarrados es un impedimento para la carrera, así la tristeza
es un obstáculo para la contemplación. El
prisionero de los bárbaros está atado con cadenas y la tristeza ata a
aquel que es prisionero[11]
de las pasiones. En
ausencia de otras pasiones la tristeza no tiene fuerza como no la tiene
una atadura si falta quien ate. Aquel
que está atado por la tristeza es vencido por las pasiones y como
prueba de su derrota viene añadida la atadura. Efectivamente
la tristeza deriva de la falta de éxito del deseo carnal porque el
deseo es connatural a todas las pasiones. Quien vence el deseo vencerá
las pasiones y el vencedor de las pasiones no será sometido por la
tristeza. El
temperante no se entristece por la falta de alimentos, ni el sabio
cuando lo ataca una disolución desquiciada, ni el manso que renuncia a
la venganza, ni el humilde si se ve privado del honor de los hombres, ni
el generoso cuando incurre en un pérdida financiera: ellos evitaron con
fuerza, en efecto, el deseo de estas cosas: como efectivamente aquel que
está bien acorazado rechaza los golpes, así el hombre carente de
pasiones no es herido por la tristeza. Capítulo
XII El
escudo es la seguridad del soldado y los muros lo son de la ciudad: más
segura que ambos es para el monje la paz interior[12].
De
hecho, frecuentemente un flecha lanzada por un brazo fuerte traspasa el
escudo y la multitud de enemigos abate los muros, mientras que la
tristeza no puede prevalecer sobre la paz interior. Aquel
que domina las pasiones se enseñoreará sobre la tristeza, mientras que
quien es vencido por el placer no fugará de sus ataduras. Aquel
que se entristece fácilmente y simula una ausencia de pasiones es como
el enfermo que finge estar sano; como la enfermedad se revela por la
rojez, la presencia de una pasión se demuestra por la tristeza. Aquel
que ama el mundo se verá muy afligido mientras que aquellos que
desprecian lo que hay en él serán alegrados por siempre. El
avaro, al recibir un daño, se verá atrozmente entristecido, mientras
que aquel que desprecia las riquezas estará siempre libre de la
tristeza. Quien
busca la gloria, al llegar el deshonor, se verá adolorido, mientras el
humilde lo acogerá como a un compañero. El
horno purifica la plata de baja ley y la tristeza frente a Dios libra el
corazón del error; la continua fusión empobrece el plomo y la tristeza
por las cosas del mundo disminuye el intelecto. La
niebla diminuye la fuerza de los ojos y la tristeza embrutece la mente
dedicada a la contemplación; la luz del sol no llega a los abismos
marinos y la visión de la luz no alumbra el corazón entristecido;
dulce es para todos los hombres la salida del sol, pero incluso de esto
se desagrada el alma triste; la picazón elimina el sentido del gusto
como la tristeza sustrae al alma la capacidad de percibir. Pero aquel
que desprecia los placeres del mundo no se verá turbado por los malos
pensamientos de la tristeza. __________________________________ [11]
Evagrio utiliza el término Aikhmálotos,
que significa "prisionero de guerra", pero al mismo tiempo
hace referencia a la aikhmálosia,
que en su teoría espiritual es el estadio final de esclavitud del alma
a los demonios, que llega como consecuencia de dejarse vencer sistemáticamente
por ellos. [12]
Otra vez , la Apátheia. La
Acedia Capítulo
XIII La
acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la
naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. En efecto, la
tentación es para un alma noble lo que el alimento es para un cuerpo
vigoroso. El
viento del norte nutre los brotes y las tentaciones consolidan la
firmeza del alma. La
nube pobre de agua es alejada por el viento como la mente que no tiene
perseverancia del espíritu de la acedia. El
rocío primaveral incrementa el fruto del campo y la palabra espiritual
exalta la firmeza del alma. El
flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que
es perseverante está siempre tranquilo. El
acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos[13],
cosa que garantiza su propio objetivo. El
monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto
su propia satisfacción; la planta débil es doblada por una leve brisa
e imaginar la salida distrae al acedioso. Un
árbol bien plantado no es sacudido por la violencia de los vientos y la
acedia no doblega al alma bien apuntalada. El
monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco tranquilo, y
sin quererlo, es suspendido acá y allá cada cierto tiempo. Un
árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto de
virtud. El enfermo no se satisface con un solo alimento y el monje
acedioso no lo es de una sola ocupación. No
basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola
celda para el acedioso. Capítulo
XIV El
ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente
imagina que llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha
una voz y se asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta que,
sentado, se entumece. Cuando
lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño,
se refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la fija
en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la
palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos,
desprecia las letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro,
lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego,
poco después, el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones. El
monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás pronunciará
las palabras de la oración; como efectivamente el enfermo jamás llega
a cargar un peso excesivo así también el acedioso seguramente no se
ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta,
efectivamente, la fuerza física, el otro extraña el vigor del alma. La
paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios curan
la acedia. Dispón
para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas antes de
haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el espíritu de
la acedia huirá de ti. __________________________________ [13]
En la tradición de los monjes del desierto, el abandonar la celda era
una de las principales tentaciones de la acedia. Visitar enfermos era,
por tanto, la manera de encubrir bajo el manto de la caridad el deseo de
huir de la soledad. La
Vanagloria[14]
Capítulo
XV La
vanagloria es una pasión irracional que fácilmente se enreda con todas
las obras virtuosas. Un
dibujo trazado en el agua se desvanece, como la fatiga de la virtud en
el alma vanagloriosa. La
mano escondida en el seno se vuelve inocente y la acción que permanece
oculta resplandece con una luz más resplandeciente. La
hiedra se adhiere al árbol y, cuando llega a lo más alto, seca la raíz,
así la vanagloria se origina en las virtudes y no se aleja hasta que no
les haya consumido su fuerza. El
racimo de uva arrojado por tierra se marchita fácilmente y la virtud ,
si se apoya en la vanagloria, perece. El
monje vanaglorioso es un trabajador sin salario: se esfuerza en el
trabajo pero no recibe ninguna paga; el bolso agujereado no custodia lo
que se guarda en él y la vanagloria destruye la recompensa de las
virtudes. La
continencia del vanaglorioso es como el humo del camino, ambos se
difuminarán en el aire. El
viento borra la huella del hombre como la limosna del vanaglorioso. La
piedra lanzada arriba no llega al cielo y la oración de quien desea
complacer a los hombres no llegará hasta Dios. Capítulo
XVI La
vanagloria es un escollo sumergido: si chocas con ella corres el riesgo
de perder la carga. El
hombre prudente esconde su tesoro tanto como el monje sabio las fatigas
de su virtud. La
vanagloria aconseja rezar en las plazas, mientras que el que la combate
reza en su pequeña habitación. El
hombre poco prudente hace evidente su riqueza y empuja a muchos a
tenderle insidias. Tu en cambio esconde tus cosas: durante el camino te
cruzarás con asaltantes mientras no llegues a la ciudad de la paz y
puedas usar tus bienes tranquilamente. La
virtud del vanaglorioso es un sacrificio agotado que no se ofrece en el
altar de Dios. La
acedia consume el vigor del alma, mientras la vanagloria fortalece la
mente del que se olvida de Dios, hace robusto al asténico y hace al
viejo más fuerte que el joven, solamente mientras sean muchos los
testigos que asisten a esto: entonces serán inútiles el ayuno, la
vigilia o la oración, porque es la aprobación pública la que excita
el celo. No
pongas en venta tus fatigas a cambio de la fama, ni renuncies a la
gloria futura por ser aclamado. En efecto, la gloria humana habita en la
tierra y en la tierra se extingue su fama, mientras que la gloria de las
virtudes permanecen para siempre. __________________________________ [14]
El término Kenodoxía deriva
de kenós "vacío, vano" y dóxa,
"opinión": una imagen de sí que se proyecta a los demás en
base a valores inexistentes o insignificantes por su trivialidad. La
Soberbia[15] Capítulo
XVII La
soberbia es un tumor del alma lleno de pus. Si madura, explotará,
emanando un horrible hedor. El
resplandor del relámpago anuncia el fragor del trueno y la presencia de
la vanagloria anuncia la soberbia. El
alma del soberbio alcanza grandes alturas y desde allí cae al abismo. Se
enferma de soberbia el apóstata de Dios cuando adjudica a sus propias
capacidades las cosas bien logradas. Como
aquel que trepa en una telaraña se precipita, así cae aquel que se
apoya en sus propias capacidades. Una
abundancia de frutos doblega las ramas del árbol y una abundancia de
virtudes humilla la mente del hombre. El
fruto marchito es inútil para el labrador y la virtud del soberbia no
es acepta a Dios. El
palo sostiene el ramo cargado de frutos y el temor de Dios el alma
virtuosa. Como el peso de los frutos parte el ramo, así la soberbia
abate al alma virtuosa. No
entregues tu alma a la soberbia y no tendrás fantasías terribles. El
alma del soberbio es abandonada por Dios y se convierte en objeto de
maligna alegría de los demonios. De noche se imagina manadas de bestias
que lo asaltan y de día se ve alterado por pensamientos de vileza.
Cuando duerme, fácilmente se sobresalta y cuando vela los asusta la
sombra de un pájaro. El susurrar de las copas de los árboles
aterroriza al soberbio y el sonido del agua destroza su alma. Aquel que
efectivamente se ha opuesto a Dios rechazando su ayuda, se ve después
asustado por vulgares fantasmas. Capítulo
XVIII La
soberbia precipitó al arcángel del cielo y como un rayo los hizo
estrellarse sobre la tierra. La
humildad en cambio conduce al hombre hacia el cielo y lo prepara para
formar parte del coro de los ángeles. ¿De
qué te enorgulleces oh hombre, cuando por naturaleza eres barro y
podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes? Contempla
tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y dentro de poco volverás al
polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano. ¿Para
qué elevas la cabeza que dentro de poco se marchitará? Grande
es el hombre socorrido por Dios; una vez abandonado reconoció la
debilidad de la naturaleza. No posees nada que no hayas recibido de
Dios, no desprecies, por tanto, al Creador. Dios
te socorre, no rechaces al benefactor. Haz llegado a la cumbre de tu
condición, pero él te ha guiado; haz actuado rectamente según la
virtud y él te ha conducido. Glorifica a quien te ha elevado para
permanecer seguro en las alturas; reconoce a aquel que tiene tus mismos
orígenes porque la sustancia es la misma y no rechaces por jactancia
esta parentela. Capítulo
XIX Humilde y moderado es aquel que reconoce esta parentela; pero el creador[16] lo creó tanto a él como al soberbio. No
desprecies al humilde: efectivamente él está más al seguro que tú:
camina sobre la tierra y no se precipita; pero aquel que se eleva más
alto, si cae, se destrozará. El
monje soberbio es como un árbol sin raíces y no soporta el ímpetu del
viento. Una
mente sin jactancia es como una ciudadela bien fortificada y quien la
habita será incapturable. Un
soplo revuelve la pelusa y el insulto lleva al soberbio a la locura. Una
burbuja reventada desaparece y la memoria del soberbio perece. La
palabra del humilde endulza el alma, mientras que la del soberbio está
llena de jactancia. Dios
se dobla ante la oración del humilde, en cambio se exaspera con la súplica
del soberbio. La
humildad es la corona de la casa y mantiene seguro al que entra. Cuando
te eleves a la cumbre de la virtud tendrás necesidad de mucha
seguridad. Aquel que efectivamente cae al pavimento rápidamente se
reincorpora, pero quien se precipita de grandes alturas, corre riesgo de
muerte. La
piedra preciosa se luce en el brazalete de oro y la humildad humana
resplandece de muchas virtudes. __________________________________ [15]
El término Hyperephanía
proviene del superlativo hypér
y phaíno, "lo que aparece": aquello que aparece como más
de lo que es, arrogancia, altanería. [16]
Evagrio utiliza el término Demioyrgós,
que en la tradición griega equivalía al trabajador manual o a la
divinidad que creaba el mundo a partir de una materia preexistente.
Parece ser que acá lo quiere utilizar en el sentido de Dios creador,
aunque esta acepción no queda totalmente clara. |
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